jueves, 29 de noviembre de 2007

La Zapatilla

Existe una ley universal en la compra de todo vehículo usado que, en el caso de un viejo deportivo de esos que llaman “clásicos”, adquiere dimensiones de verdad suprema, de norma que ha de regir toda adquisición. Según ella, un coche usado podrá ser rápido, fiable o barato, pero sólo cabe la posibilidad de que se cumplan dos de esas variables. Así, si es rápido y barato, nunca será fiable; si es rápido y fiable, nunca será barato; y si es barato y fiable, mejor nos olvidamos de que sea rápido.

Recientemente conocí la Corriente de Britney, que tiene una aplicación curiosísima en este tema, y dice que: si el vehículo en cuestión es italiano y tiene cierta edad, las posibilidades de que no sea ni rápido, ni barato, ni mucho menos fiable, aumentan de manera exponencial a su exotismo.












Tan bonito como malo.

Como nadie escarmienta en cabeza ajena, y porque tenía unas ganas locas de comprarme una cacharra singular, caí hace años en el error típico de quien busca coche, se niega a comprar una medianía prefiriendo algo “auténtico” y con alma, y no quiere disponer de un presupuesto elevado. Y digo lo de la cabeza ajena porque meses atrás un amigo había sufrido la muerte en vida por otro “coche viejo”, en aquel caso un Porsche 911 Carrera 3.2 al que se le encontró incluso cemento dentro del motor, a modo de soldadura. Así, tras meses de búsqueda y de barajar modelos tan dispares como los Jaguar XJ40, Maserati Biturbo, Matra Murena, Lancia Beta Montecarlo, Lotus Eclat o Porsche 914, di con un exquisito Fiat X 1/9 a la venta a pocos kilómetros de casa. Y como llevaba tanto tiempo buscando coche sin encontrar nada que me terminase de convencer, fue verlo y traérmelo para casa. La expresión de “quillo, ¿que te ha comprao quée?” de mi amiga Irene, seguida de múltiples risas “humillantes”, fue de lo más cómico… a la par que realista.
















Ahí estaba, en ese aparcamiento esperándome...

El Fiat X 1/9 es un representante de los “popular mid-engines” de los 70 y 80, pequeños deportivos relativamente asequibles, con motor central. Este en concreto fue diseñado por el mismísimo Marcello Gandini, padre del Countach entre otros, para la casa Bertone, iniciando su comercialización como Fiat en 1973 con un motor de 1.300cc, y terminándola ya como Bertone a finales de los 80, con un motor Fiat de 1.500cc proveniente del Ritmo. Su diseño en cuña, su techo targa, su motor central y los múltiples problemas mecánicos que siempre dio, le valieron el mote de Ferrari 154 GTS, refiriéndose el 154 a la mitad de 308, un clásico modelo de Ferrari en esos años. Y razón no les faltaba.

Al volante, siempre y cuando no te quedases con él en la mano y partiendo de la premisa, no siempre cumplida, de que el coche hubiese arrancado, las sensaciones eran maravillosas. Y lo eran no sólo porque el coche frenaba muy poco y su dirección a altos ritmos flotaba más de lo debido, sino también porque los coches clásicos de motor central, y encima italianos, tienen un ambiente lleno de matices que te hacen gozar, como el sonido de la mecánica, el mal ajuste de todo, el olor a aceite, cuero y gasolina, el diseño interior… Cosas que llegaban incluso a hacer olvidar la penuria mecánica sobre la que se iba montado.
















No, no estaba tan limpio como parece...

Por dentro aún hoy siguen destacando su habitabilidad, su ergonomía y la comodidad de los asientos. Es más, teniendo en cuenta sus limitaciones, no es fácil encontrar coches actuales que te inviten a conducir tanto como el X 1/9 (equis-uno-nueve, por cierto).

Lo que yo me llevé a casa, conocido como La Zapatilla, fue una especie de ruina más o menos mecánica que todavía hoy hace que me pregunte cómo demonios llegó hasta París desde Fontainebleau. De 1981, por tanto ya un 1500 Five Speed, mi “coche” disponía de un motor totalmente atorado, con el carburador más sucio de la historia, con cuatro tubos de escape perfectamente podridos, neumáticos de época, asientos descosidos, enorme agujero en el suelo del conductor, múltiples óxidos, etc… y había sido agraciado con un poco convincente repintado en amarillo. El porqué me lo compré, sabiendo todo eso, sigue siendo un misterio dentro de mi mente, archivado en algún lugar insondable de mi cerebro. Corría el mes de Septiembre cuando inicié marcha en dirección mi parking de la Avenue Versailles, en París. Unos 120 kilómetros en los que el coche se mostró como el mejor deportivo jamás fabricado, llamando la atención por todas partes, sonando mejor que ningún otro coche, volando por las carreteras comarcales cercanas a Melun, surcando la autopista con majestuosidad (y mucha incomodidad), levantando pasiones, generando sonrisas y gestos de admiración… y probablemente perdiendo piezas por el camino.
















Llamaba la atención en la calle...

Esa fue la única vez que el coche funcionó. De hecho, ese mismo día salí por la noche a pasearlo por París, con un amigo, y ahí comenzaron los problemas. El coche se calaba solo, el embrague se quedaba hundido hasta el fondo, el arranque no funcionaba cuando debía, y la caja de cambios no parecía estar muy dispuesta a engranar las marchas. Aún así, yo seguía convencido de que aquello era solo una falta de puesta a punto. Al entrar en el garaje se me volvió a calar, viéndome obligado a arrancarlo en pleno patio de manzana, un día de semana y pasadas las 2 de la madrugada, para pesadilla de los vecinos. Y es que el coche hacía mucho, pero mucho ruido. A fin de cuentas el escape eran cuatro colectores saliendo de los cilindros, un silencioso, y cuatro salidas hacia arriba por debajo del paragolpes. Una maravilla.

El coche no volvió a funcionar hasta pasados 4 meses, en los que estuvo metido en el peor taller de París: el garaje Letellier, en la calle del mismo nombre, barrio XV, de donde salió con un escape nuevo, varias piezas diversas cambiadas, un carburador limpio, y mil quinientos euros en gastos. Y funcionó exactamente el trayecto entre el garaje y mi parking, no dejándome la oportunidad de llevarlo a lavar, y teniendo que volver a salir, esta vez en grúa, de camino al taller al día siguiente, donde me recibieron con gritos de júbilo, vítores y algarabías. Ahora fallaba oficialmente la bobina, pero en realidad lo que fallaba era su propia existencia.
















En su estado natural, subido a la grúa.

Y allí estuvo un par de semanas, o tres, o lo que fuese, esperando ser reparado y funcionar de nuevo. Y funcionó, batiendo el record del mundo de fiabilidad cuando definitivamente explotó el motor en la puerta misma del taller. Los niveles de resignación propia alcanzados en aquel momento son aún hoy desconocidos por la humanidad. Yo, que había pasado más de un año buscando un cochecito atractivo, que me había metido en la compra de uno de mis coches soñados, que no había podido disfrutar de aquel cacharro ni amortizar siquiera la plaza de parking que pagaba religiosamente cada mes, que había tenido que renunciar a mis cuatro sonoras salidas de escape, me encontraba en la tesitura de ser propietario de un cadáver automovilístico, con la obligación de venderlo para poder volver a ser persona. ¿Y qué pasó?
















Ya cadáver, a las puertas del taller.

A los pocos días un hombre bastante extraño vino desde el centro del país, acompañado de su anciano padre y cargado con trozos de moqueta vieja y de lonas, a bordo de un camión-grúa para llevárselo. Había logrado vender aquel “coche”, me estaba deshaciendo por fin de “la muerte negra”. Al subirlo en la plataforma el coche crujió, y mucho… creí que se me partiría en dos allí mismo, como si de una peli de Louis de Funes se tratase. Afortunadamente aguantó como un jabato – se ve que los jabatos aguantan mucho – hasta que lo vi marchar por la Porte de Saint Cloud. Y el subidón al realizar la venta fue tal, que incluso pensé en volver a comprar otro y pasar de nuevo por lo mismo para poder volver a sentir un alivio así.

Mi X 1/9 duró, pues, unos 130 kilómetros, y supuso un coste aproximado de 6.000 euros en los 6 meses en los que fui su propietario legal (porque aquello no era ni ser su dueño ni mucho menos su usuario). Aquel coche no fue bueno ni cuando era nuevo, pero me hizo aprender una lección de esas que no se olvidan, y a día de hoy lo echo de menos. Supongo que mi unidad habrá acabado sus días quemado o desguazado, porque no parecía merecer otra cosa. Años mas tarde, volviendo curiosamente de Fontainebleau a bordo de mi MX5, me encontré en Invalides con uno exactamente igual, y por fin pude tomar esta foto de mis dos joyitas afrancesadas juntas. Fue muy emocionante, para qué nos vamos a engañar.
















¿Quién me lo iba a decir?

Permítanme finalizar con otro consejo, esta vez de la mano del gran James May: “nunca se encuentren con sus ídolos de juventud, quédense con las memorias, son sencillamente mejores”. Cuando alguien dice eso tras conducir por fin, tras 20 años de espera, su coche soñado… es porque tiene razón. Yo lo corroboro.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que gran relato Pyrus, me ha encantado.

Gracias

Anónimo dijo...

La historia me suena, es mas o menos la misma que he oido multitud de veces y que yo mismo he vivido.
La mia aun no tiene final, pero hasta ahora último capítulo acaba con 1400 km. cubiertos en cuatro dias con "la lata mas vieja de todo el vertedero" (22 años cuenta ya) como lo bautizó cariñosamente un buen amigo.
Solo hay una diferencia entre su historia y la mia (si no contamos el final) yo no he vuelto nunca por un mal taller, y por los buenos cada dia voy menos (y cada dia tardo mas en lavarme las manos, todo hay que decirlo).
Ese para mi es el secreto de una feliz vida en común con un coche viejo.

Anónimo dijo...

Buenas tardes Conde.

Buscando entre mis antiguos post me encontré con uno que abrí sobre el Fiat X 1/9 five speed. El último comentario de este post está firmado por ti y en él dejaste un par de enlaces con tus experiencias siendo propietario de uno de estos espectaculares coches.

Hoy leyendo uno de estos relatos pasé unos instantes mágicos, por supuesto no por la mala suerte que tuviste con el coche, pero me daba la impresión que lo estuviera viviendo en persona y eso no puedo decirlo de todas las narraciones que tengo la oportunidad de leer. Conde, es un placer entrar en tu blog y disfrutar con tus vivencias personales.

Un saludo desde Galicia.

 
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