viernes, 18 de mayo de 2012

Comprando un coche en Birmania

Un amigo se acaba de comprar un coche, otro más que añadir a la lista de coches que han pasado por sus manos. Generalmente no los vende, sino que para deshacerse de ellos utiliza la técnica de la destrucción, bien mecánica por abuso, bien estructural por accidente. El de ahora, no lo diré. De hecho, no he visto una foto aún, se dice que es un coche italiano.

Comentando la jugada mediante el magnífico invento que es el chat del Gmail, que te permite hablar con la gente mientras quienes te rodean crees que trabajas, acabó surgiendo la idea de escribir una entrada en el blog sobre la compraventa de vehículos en Birmania. Además, estamos precisamente ahora mirando coches que comprar para usar en la oficina.

Recuerdo cuando me iba a venir desde Laos, mi jefe me decía “ahora te vas a poder comprar un coche, además”. Nada más lejos de la realidad. Durante años ha sido imposible, o casi, importar coches al país, mucho menos hacerse enviar un coche nuevo. Así, el mercado estaba saturado de coches viejos a unos precios desorbitados, que la gente vendía y compraba ganando dinero con ello. Burbuja automovilística, supongo. Eso producía situaciones absurdas, como que se pagasen cerca de veinte mil dólares por todo un Nissan Sunny Supersaloon de los años 80. Y de ahí en adelante.

Sunny del 86, por ejemplo, 20.000 USD

Aquellos afortunados que se podían costear alguno de los pocos coches que se importaban, pagaban cantidades fuera de toda lógica. Una tarde fui a cenar con un par de conocidas, conducía una de ellas. El coche era un Toyota Land Cruiser de la serie anterior a la actual, motor V8 de gasolina pero sin tapicería de piel. Por aquel coche habían pagado la friolera de 350.000 USD. Sí, han leído bien y no he puesto mal el puntito de los miles ni sobran ceros. Semejante locura, como locura era pagar 50.000 dólares por un Toyota Crown V6 de los ochenta, se veía con total naturalidad. Y, sin embargo, circulaban bastantes coches relativamente nuevos, hablando de hace escasos 10 meses.

Toyota Crown de los 80, 50.000 dólares

La cosa empezó a cambiar con la entrada en vigor de una nueva ley, promulgada para intentar modernizar el parque móvil nacional, cuyos automóviles habían llegado a un punto de destrucción absolutamente inexplicable. Más de una vez no me pude resistir y acabé preguntándole al taxista por qué le faltaba tal o cual pieza. Coches directamente sin ningún guarnecido interior, chapa a la vista; otros con los asientos delanteros sustituidos por armazones de metal con hilo plástico trenzado, a modo de silla de playa, o incluso por un banco de madera; ventanillas que no son tales, puertas de las que sólo queda la chapa exterior… ¿Mecánica? Ni idea, algo quedaría debajo de los capós.

Mediante aquella nueva ley, el propietario de un vehículo de más de X años conseguía una licencia de importación al entregar su viejo coche para desguace. Esto provocó una verdadera burbuja de coches viejos. Todavía me lamento de no haber comprado aquel terrorífico Austin que me vendían por 7.500 dólares, a la venta escasos dos meses después por 15.000, y vendido. No lo compré porque estábamos en plena temporada de lluvias y el coche no tenía limpiaparabrisas, amén de ser inconducible.

Austin de los 60 tuneado, 7.500 dólares antes del boom

La gente con dinero compraba coches viejos, sabiendo que con la licencia podrían importar y vender coches nuevos a la gente de más dinero. La jugada venía a ser comprar por 20.000, conseguir licencia, gastar 15.000 en el coche importado, pagar tasas y venderlo por 60.000, un precio acorde con el mercado local para coches nuevos, un precio incluso barato. La ley, sin embargo, dejaba claro qué modelos y de qué años se podían importar. Era muy curioso ver la lista, con por ejemplo la Serie 3 de BMW, pero sólo entre los años 1998 y 2001. Y las calles se empezaron a llenar de coches “nuevos”, como el hermoso Nissan Cedric, o los taxis chinos Chery QQ3 (la copia del viejo Daewoo Matiz). Y el Toyota Harrier, claro, cientos de Toyota Harrier por todas partes.

Nissan Cedric de 2001, 50.000 dólares


La verdad, escribo estas líneas y suenan a algo que pasó a lo largo de varios años, pero lo cierto es que se trataron de dos meses, tres a lo sumo. El Gobierno promulgó una nueva ley allá por Febrero, mediante la cual cualquier empresa con actividad económica podía optar a la licencia de importación de un vehículo. Eso hizo florecer los concesionarios de coches, que surgieron de la noche a la mañana en cada calle de Yangon. Más y más Harriers, muchas Toyota Hiace Supercustom, muchos Toyota Mark II, y un nuevo coche de moda, el Toyota Caldina, que es un familiar con una pinta estupenda y con una versión basada en el Celica 4x4.

Toyota Caldina de 2003, 45.000 dólares

El culebrón continua a día de hoy, con una nueva ley mediante la cual cualquier persona puede importar cualquier coche. Eso ha hecho bajar, relativamente, los precios de los coches en los concesionarios, y ha provocado que muchos de esos concesionarios con a penas semanas de actividad tengan que vender sus coches perdiendo dinero.

Y digo que los precios han bajado relativamente porque sigue siendo una locura. Otro coche de moda entre la juventud adinerada es el Nissan Fairlady, que en España se conoció como Z350. El domingo pasado estuve en un concesionario mirándolo, por curiosear. Tenían dos modelos, uno automático pero sin aire acondicionado y otro manual y con aire. Ambos de 2002, ambos con algo más de 100.000 kilómetros, ambos con un alerón trasero metálico espectacular, y el manual con un embrague a puntito de cascar. Se veían muy trallados, pintura saltada por todas partes, especialmente por los bajos, e interior ajado. ¿El precio? Nada más y nada menos que 39 millones de Kyats, que al cambio actual suponen 48.750 dólares. ¡Es lo que costaba cuando era nuevo!

Nissan Z350, previo al tuneo y de 2002, por 48,750 dólares

Estos precios tienen una razón de ser, más allá de las ganas de hacer dinero rápido de los importadores, y se trata de los impuestos que cobra el Gobierno. Es lógico, de algún lugar tienen que sacar el dinero, que aquí hay muchas personas pero pagan unos impuestos ridículos sobre sus rentas. Cuando uno importa un coche, el coste a pagar en tasas varía entre el 100% y el 300%. En realidad, eso se aplica para casi todas las importaciones, aunque muchos empresarios se escaqueen bajando el precio de adquisición en las facturas, como se ha hecho siempre.

Con semejantes tasas y semejantes precios, aquello que decía mi jefe de comprarme un coche era más bien como una promesa electoral. Podría, no obstante, haberme comprado alguno de los Jeep que se fabrican en el país, pero la compra resulta tan difícil como imposible resultan esos coches de conducir. Una pena, porque son realmente bonitos y por cantidades entre los 5.000 y los 15.000 dólares se puede alguien hacer con uno. Eso sí, son malos hasta decir basta.

Jeep birmano

Si los coches usados alcanzan precios de locura, ¿cuánto pueden costar los coches nuevos? Esta misma mañana, de camino al trabajo, me he cruzado con un hermoso (es un decir) Mini Countryman Cooper S, de color blanco. No es el único coche moderno que se ve, ni mucho menos. No resulta raro cruzarse con algún Range Rover Sport, y hace poco vi mi primer Range Rover Evoque, en Yangon. Haciendo la compra un día aparqué al lado de un Audi Q7, si bien es cierto que también me crucé con un Ford Escort del 86, como el que tuvimos en casa, que me provocó más alegría que el Audi. Llegando a casa otro día, había aparcado en el parking un tremendo Porsche Cayenne Turbo nuevecito.

Mercedes G65 AMG, con motor V12

Hay una señora que, además de tener un aspecto más cercano al de una prostituta que al de una mujer millonaria, se mueve por la ciudad con un coche como el de la foto de arriba.  Eso cuando no lo hace en su Mercedes S65 AMG. Junto con Thayzar, el propietario de  Air Bagan (entre muchos otros negocios), debe de tener el mejor parking del país. Thayzar tiene desde hace años su pequeña colección, con sus Ferrari 430 y 599, su Lamborghini Murcielago, su Rolls Phantom, su Bentley Flying Spur, sus Hummer, sus Mercedes… Se cuenta que los conduce por las noches en la pista del aeropuerto. Dicen que se ha comprado un Bugatti Veyron, importado de Dubai, pero yo aún no lo he visto. Sí he visto algún que otro Nissan GTR, no obstante.

Nissan GTR en Yangon

¿Qué pueden costar esos coches? No sé si darles primero el dato de lo que cuesta un Lamborghini Murcielago en Tailandia, impuestos incluidos, o si decirles directamente el coste de adquisición aproximado de un BMW X6 nuevo en Birmania. Mejor me quedo con el BMW. Soy muy friki, lo sé, voy contando cuántas unidades de tal o cual modelo exótico se ven por la ciudad, qué se le va a hacer. He podido contar 3 unidades, dos negras y una blanca. Coches hasta arriba de equipamiento y nuevos, no usados, comprados en concesionario y traídos hasta aquí en barco. Coches como el de la foto.

BMW X6 5.0i, en otro país de Asia

Pues bien, ese coche viene a salir por unos dos millones de dólares. Sí, 2.000.000 de dólares, 2M USD, US$ 2,000,000, o como lo quieran poner. Se compran en concesionarios en China o en Singapur, y se hacen venir a Birmania dentro de containers. No me pregunten cómo les pasan la revisión...

Dicho lo cual, yo seguiré yendo en taxi o alquilando mi pequeño Harrier, pues esos precios me provocan unos ataques de caspa totalmente surrealistas.

Nota: varias de las fotos son mías, otras sacadas de Internet. Otro coche que empieza a abundar mucho es el Honda Insight híbrido. Se desconoce cómo se arreglará si se estropea o qué mantenimiento llevará, pero cada vez es más habitual ver ese modelo, lo cuál es de agradecer por temas acústicos y de humos.

martes, 8 de mayo de 2012

El viajero eterno

Mi amiga Irene es verdaderamente tremenda. Nos conocimos hace algunos años jugando a una especie de Pictionary en Internet, y aunque no nos escribimos ni hablamos ni mucho menos nos vemos a menudo, siempre es un placer y una risa leer sus emails, o contarnos nuestras penurias. Ahora, desde que se casó y vive en Estados Unidos, la cosa para verse es aún más compleja, pero sigue manteniendo la acidez absoluta en sus comentarios a lo que yo diga, haga o escriba, y eso es una gozada.

El otro día me mandó un correo con un link a este artículo, titulado Síndrome del viajero eterno, en el que el autor explica lo que pasa cuando vives cambiando de ciudad cada poco, y dice que “una de las cosas que más me cuesta explicar a alguien que siempre ha vivido en el mismo lugar , es la sensación de no pertenecer a ningún sitio. Es una especie de ansiedad, de no estar a gusto, de que falta algo…”,  mientras cita otro artículo de una tal Corey Heller, quien añade que tiene “esa sensación de querer volver todo el rato, pero cuando vuelvo en realidad estoy deseando irme de nuevo”. Es un excelente artículo, muy cortito pero muy conciso, directo al grano, a la realidad de quienes aún no han encontrado su sitio o quienes directamente no lo quieren encontrar.

París y sus cosas...

Cuando me fui a vivir a París, primera experiencia fuera de casa, lejos (relativamente), y solo, recuerdo que cada noche soñaba cómo hacía mi equipaje, lo metía en el maletero del coche (que venía a ser la variable del sueño y que empezó siendo un Volkswagen Passat W8 verde), y me iba conduciendo hasta Asturias. Sin tener muy claro, sin siquiera plantearme el qué iba a hacer en Asturias. No era un sueño de todas las noches, permítanme la pequeña exageración de antes, pero sí bastante recurrente, o más que un sueño era ese pensamiento con el que terminas durmiéndote.

La realidad es que volvía a casa cada tres meses, Air Nostrum mediante, y así estuve durante más de cinco años. Cuando por fin volví, ahora que lo miro desde la distancia al haberme vuelto a marchar (y van ya dos años en Asia), veo un periodo muy positivo en mi vida. Y eso es sencillamente porque sí, fue muy positivo, pero también porque estoy idealizando aquellos meses. Esa idealización que nos pasa a todos con los lugares en los que hemos vivido, quedándonos con los recuerdos positivos. Como escribe Reven en el artículo que digo, “quieres vivir en una ciudad collage de recuerdos, experiencias y personas. Una mezcla de estilos, arquitecturas, gastronomías… Una ciudad mezcla de los recuerdos de todas las ciudades que has amado. Pero esa ciudad no existe”.

Mezcla de estilos

A mi amiga Irene le respondí, entonces, que los dos sitios que considero mi casa son tan eternos que cambios, lo que se dice cambios, pocos… Oviedo, mi ciudad desde pequeño, sigue siendo la misma ciudad provinciana llena de pijos de siempre. Bueno, no, sólo el centro sigue así, pero es que lo que nunca fue el centro, por mucho que se empeñen las inmobiliarias, siempre ha sido un tanto “etnolandia” para pasar a ser directamente Perú de un tiempo a esta parte. He estado en Oviedo hace unas semanas, después de un año sin pisar la ciudad, y habiéndola visto el año pasado sólo seis días, tras haber pasado otro año fuera. Sigue siendo todo exactamente igual, con sus tremendas ventajas de ciudad pequeña en una región tan privilegiada geográficamente como castigada climatológicamente. Apatrullar la ciudad, que es algo que me encanta hacer muy de cuando en cuando, de noche, conduciendo sin ritmo fijo, te da la sensación de que el tiempo no pasa. Ver a la gente y sus ropas lo confirma, y aunque estabas deseando ir y echabas de menos la vida en esa ciudad, o mejor dicho lo que puedes hacer saliendo de esa ciudad, de repente te vuelven a entrar ganas de irte.

Uno de los peranzanos, en la terraza

El último piso en el que viví en Oviedo era realmente una chulada, en pleno centro, Calle Fruela, con terraza, con decoración ideada por mí mismo, con unos colores, una luz, un tamaño, un todo… un frío espantoso en invierno, una calefacción carísima, una nevera ridícula, una ducha de las de darse prisa, y una bañera que intenté llenar un día para descubrir con horror no sólo que yo no cabía en ella, sino también que el agua caliente no daba para llenarla entera, encontrándome frente a una tina de agua fresca, sin agua caliente en el depósito, en pelota y con prisa por salir. Quiero aquel piso, pero necesito recordar bien para darme cuenta de que tenía muchísimos inconvenientes y que en Asturias el verano dura dos semanas.

El otro lugar que considero mi casa es nada más y nada menos que Montecarlo. Dicho así no suena nada original, cualquiera estaría a gusto viviendo en el Principado de Mónaco, a priori, aunque luego nos demos cuenta de lo carísimo que sale todo, de lo incómodo que es pasear por una ciudad vertical y llena de turistas y coches, de lo imposible que es acceder a una vivienda, etc… Tonterías, es un sitio estupendo para vivir. Y es otro de esos sitios que no ha cambiado absolutamente nada en los últimos 25 años, cosa de la que me alegro. Sólo cambia el parque móvil. Sigue habiendo turistas de bermudas entremezclados con millonarios de ropas coloridas, anuncios de inmobiliarias con precios ridículos, las mismas tiendas (o con el mismo aspecto), y el mismo circuito de Formula 1. Es más, si me apuran hay hasta los mismos hoteles, y el Lady Moura sigue atracado en su puerto. Llegar y aparcar el coche en Santa Devota es básico y fundamental, y quizá el cambio más reseñable sea que ganar el Gran Premio de Fórmula 1 ya no consiste en pasar el fin de semana con alguna de las princesas, sino en terminar el primero en la carrera. Una pena.

En realidad en Montecarlo es habitual que haya nubes

Pero a Montecarlo le pasa lo que a Oviedo, lo que a esa ciudad que no existe, como escribe Reven. Son idealizaciones, ensoñaciones. En algunas nos resulta más fácil ver la desventaja, en otras lo que nos resulta fácil es ver cómo superar la desventaja. Es lo que sucede con Luang Prabang, un pueblo en el Norte de Laos alejado de todo y que se termina en tres días, lleno de gente que nunca ha salido de ahí ni tiene ganas de hacerlo, comunicado con Bangkok por vía aérea a unos precios de locura, sin ascensores, sin semáforos… sí, sin semáforos. Hace meses abrieron un shopping mall, que no es más que un supermercado que tiene unas cuantas tiendas en la planta baja, todo propiedad china. En realidad quieres ese Luang Prabang con las playas asturianas, el clima de Mónaco y las tiendas de París. Y eso no existe.

Imponente Range Rover

Como no existe el coche perfecto, que hoy es un Range Rover, mañana un Porsche 911 y pasado un Toyota GT86, o como dije mil veces, un Cayman descapotable con cuatro asientos, pero que no sea un Boxster ni un 911 cabrio, por ser éste un coche con chepa. He vuelto a conducir el Toyota Harrier por el Delta. Una locura terminada con un sprint para poder coger el último ferry, llegando al puerto escasos cinco minutos antes de la salida. Tardar cinco horas en hacer lo que Google dice que es hora y media, perderse, circular por pistas de tierra, arenales siguiendo huellas, abandonar la ruinosa carretera para ir por el arrozal, todo para ver el Mar de Andamán. Y volver entre un tráfico tremendo de motos, bicis y carros de bueyes, a 80 por pistas, a 100 por carreteras del ancho del coche, y a 5 por lo que ellos dicen "carretera en mal estado" mientras los bajos del coche van rozando constantemente, tardando dos horas y media gracias a seguir la ruta alternativa de unos lugareños. Y debajo pongo una foto del Mar de Andamán, pero sin pie de foto porque el editor de textos de Google no es capaz de etender que quiero el pie de foto centrado.



Y ahora sigo sin saber qué coche quiero ni dónde quiero vivir. Ese Juke me ha dejado marcado, sin duda, y encima es barato.

Se llamaban peranzanos por no haber tenido muy claro cuál era peral y cuáles eran manzanos, había tres, dos siguen vivos en la casa de unos familiares, habiendo sido el tercero arrasado por un operario de la construcción.

sábado, 5 de mayo de 2012

Nissan Juke, la rana atómica

Todo el vuelo tranquilo, y se tiene que empezar a mover la cosa cuando me pongo a escribir el artículo sobre el Nissan Juke. Bien, recuerda un poco a cómo se mueve el coche al hacerle hacer lo que no se debería hacer, o lo que muchos dicen que no se debería de hacer con él, que es meterlo por cualquier sitio, bajar a una playa perdida…y subir. O simplemente pasar excesivamente rápido los badenes esos que ponen para que la gente reduzca la velocidad. Quizá no se deba de hacer, pero el coche lo pide al verlo, y cumple.

Nissan Juke, y están todos equivocados. Sí, hablo de los compradores de compactos sin personalidad. Me refiero a la personalidad del coche, que yo en los usuarios paso ya de meterme. Y es que muchos saben del desprecio que me provocan los coches compactos “generalistas”. Bueno, casi todos. Vale, la mayoría de los normales, no me salgan con un Escort RS Cosworth o un Golf IV R32. Y aquí llega el Nissan Juke, un coche tremendamente mal hecho, a romper con todo y echar por tierra las creencias aburridas de los compradores de Opel Astra, Hyundai Loquesea, y otros que sinceramente ni recuerdo. Casi todos excepto el Renault Megane familiar (negro, lunas tintadas), y el quinteto calavera de C30, A3, Serie 1 y CT200h. Bueno, y el New Beetle, claro, pero el actual, que es realmente chulo.

Juke en Lastres, Asturias

¿Y por qué? Porque es el coche más divertido que he conducido en mucho tiempo, al nivel de sonrisas de mi viejo MX5, y sin hablar siquiera de un coche carísimo, de un producto de lujo y exclusivo. Aunque el Juke quizá vaya a ser exclusivo por mera tozudez del comprador habitual, que sencillamente se equivoca cuando compra un Seat Leon o un Ford Focus. Y se equivoca porque lo que él cree que es divertido, capaz y económico, ni es divertido, ni se va a necesitar toda la capacidad, ni mucho menos resulta económico, que tener coche hoy en día sale por un pico.

¿Pero cómo un coche que digo está mal hecho puede ser tan especial para que yo escriba lo que escribo? Porque al tenerlo todo pasa a segundo plano, incluyendo el horroroso sonido de su motor 1.5dci de origen Renault. Y lo que voy a poner a continuación es una verdad como un templo, que he tenido la desgracia de conocer. ¿Desgracia? Sí, porque donde vivo actualmente nunca me podré comprar un coche que me puedo permitir con los ojos cerrados, y eso es un verdadero problema., querer un Juke y que no te lo venda nadie. Vamos al tema…

Juke

La estética es particular, o gusta o no. A mí me gusta, sin más. Pero fundamentalmente es diferente, y no hace falta gastar una millonada en un Infiniti (que además nadie conoce) para tener una rana atómica de seis ojos saltones. El tamaño es perfecto, no es grande por fuera, no es tan pequeño como dicen que es por dentro. Tres niños en el asiento trasero, de camino a la playa que digo (en realidad fueron cuatro playas en una maratón de galletas, colacao, barro, arena, lluvia y música a todo volumen), lo atestiguan. Y el maletero es más que suficiente. Y delante se va perfectamente. No hace falta más.

El interior no se nota de lujo, evidentemente. Plásticos duros abundantes. ¿Y? Al menos no es el horror de un Peugeot 308, por poner un ejemplo, aunque desconozco si ese coche tiene plásticos blandos en su interior. Plásticos blandos, plásticos duros… por el amor de Santa Culata, que vamos subidos en una rana atómica, ¡qué más darán los plásticos! Además, lo que sí resulta es diferente, y cómodo. Todo queda a mano, sorprendentemente pese a su aspecto futurista de moto cibernética. Con mil millones de pequeños fallos, que sumados hacen un coche imperfecto. Como que el reloj de la radio sea independiente del reloj de la pantalla principal, o que el ordenador de viaje se opere con un botón al que para acceder hay que meter la mano por dentro del aro del volante, o la falta de luces en los espejos de los parasoles, que eso será algo que a alguien le importará (sinceramente, no creo que sirvan de mucho).

Por dentro, foto de estudio

El arranque del motor es todo menos suave y discreto. El motor hace mucho ruido, y el ruido se siente en el habitáculo. No así las vibraciones clásicas de los diesel, como tiene que ser en un coche actual. Al arrancar, las agujas suben y bajan cual check-control ochentero. No sirve de nada, evidentemente, pero da igual. El cuadro va permanentemente iluminado en blanco, lo cuál me parece bueno. Hay una pantalla principal con unos controles que, aunque aparentes, me pareció que no servían de nada. O eso, o las diferencias entre los programas de funcionamiento Normal, Sport y Eco tienden a cero, claro, que también podría ser y, de hecho, parece lo más lógico. Pero mola ver los gráficos de potencia, par, e incluso un medidor de fuerza G en la pantallita, que por otra parte queda demasiado baja para mirar mientras se conduce.

En marcha

Parece que de momento la cosa no va bien, y el comprador del Focus va por delante en raciocinio. Intentar acceder a las plazas traseras le dará aún más razón, y entrará en estado catatónico al ver el maletero, cuyo inútil doble fondo es casi tan grande como el principal, sin contar con esa tapa tan alta a la que subir maletas puede suponer un esfuerzo considerable. Las ventanillas traseras no bajan del todo, y quedan bastante altas, quizá demasiado para tener buena visibilidad desde los asientos traseros. ¿Y?

Pisamos el embrague, y es un buen embrague. Nada que ver con las mierdas habituales, es un embrague decente. Metemos primera y nos enamoramos. El tacto de la caja de cambios, y ojo a lo que voy a poner, es delicioso. No es un BMW, ni lo pretende, ni un MX5, un S2000 o un EVO. No es eso, pero es una gozada. Seis velocidades, una caja de cambios que apetece usar, y un motor al que no le hace falta que usemos la caja. Imperfección divertidísima, uno quiere más.

Foto no contractual

¿Más? En autopista a ritmos normales o elevados, el coche va perfectamente. No es un Cayenne, claro, pero le da mil vueltas a un Volvo S40, por poner una referencia conocida por mí, y no se siente peor que un Tiguan. En carretera de curvas, pese a ser tracción delantera, es divertido y ágil, con una dirección precisa y un volante de un tacto perfecto. En ciudad es cómodo, no es muy grande, y su altura da una ventaja de visibilidad siempre de agradecer, no digamos al adentrarnos en rotondas, permitiendo ver por encima de los demás. Bueno, salvo que uno viva en una urbanización o circule por una zona un tanto pija,  tal y como me pasó el otro día, que de repente de cinco coches, los cinco eran SUV (y el mío el menos SUV pero sí el más sucio). La suspensión es dura, quizá demasiado, pero eso ayuda a la estabilidad en carreteras con buen firme. Ojo, con buen firme, porque en baches grandes o bandas de esas de reducir velocidad, si se pillan en curva y yendo rápido el coche responde con unos movimientos laterales bastante curiosos. Quizá haya que ir algo más atento, pero conduciendo es de lo que se trata, de ir atento.

¿Y ese coche qué hace? Ese coche baja por una pista en un estado lamentable a una playa en la que hace un frío que pela, y sube con un conductor nervioso que evita a toda costa parar y volver a arrancar, temeroso de que las ruedas patinen. Y se ensucia con barro y agua sucia de los charcos, y uno se lo pasa bomba, yendo a bordo de un aparato que no cuesta mucho, no gasta mucho, y es muy diferente a todo lo demás.

Camino de la playa

Y es una forma distinta de moverse, un coche que apetece coger, un coche que dejas en el garaje y lo miras mientras te alejas. Un coche al que, para ponerle tracción total, en la fábrica le ponen un motor de gasolina de 190 caballos y una caja de variador continuo, por esos motivos japoneses que nadie en su sano juicio comprende, existiendo en la misma marca (más o menos) el Renault Koleos de gasoil, con cambio manual y con tracción total.

Todo lo malo que pueda tener, que no es en absoluto grave, lo compensa ese carácter y esa estética del coche, y su capacidad para, aunque sea, meterse por algún caminillo sin pavor a dañar los bajos, sorprender a la gente empezando por el conductor, ilusionar. Evidentemente tiene lagunas de equipamiento y en el diseño prima más la estética que la funcionalidad, entendiendo por funcionalidad el maximizar el espacio interior (no sea que lo compre una familia oso, supongo).

Juke ligeramente sucio

Las alternativas son igualmente estúpidas y pasionales, y pasan a mi entender por el Mini Countryman y el Volkswagen New Beetle. Los demás, es otra liga, pero tengo clara una cosa: el Juke hace lo que los demás, pero aquellos no logran hacer lo que el Juke. Y eso es una ventaja tremenda para quien se dé cuenta de que realmente no necesita la tracción total, no necesita acomodar tres adultos en los asientos traseros, o un maletero con el que vaciar el Carrefour más cercano una vez por semana. Y para quien es capaz de prescindir de cosas a las que los fabricantes de coches “normales” nos han forzado a creer que necesitamos.

El viernes lo recogí en la oficina de Avis, y tal cuál fui al colegio a buscar a una personita que me esperaba ansiosa por ver el coche nuevo. Sí, también sirve para subirse a los bordillos y atascar calles, y de hecho lo hace muy bien. Lo devolví el martes por la mañana, lo aparqué junto al funesto Ibiza del que he hablado. Sin duda, una buena experiencia.

Subido al bordillo frente al colegio, entorno habitual

Nissan Juke, el más potente sale por unos 25.000 euros. El 1.5dci de 115 caballos es suficiente. No pidan tapicería en alcántara. No es un Range Rover Evoque, pero también cuesta la mitad. Compleméntenlo en su garaje con un buen deportivo usado, que los hay, y serán felices gastando lo que cuesta el Evoque, o mucho menos.

Hotel Xiengthong Palace, Luang Prabang


Un año hacía desde que dejé Luang Prabang para venirme a Yangon, y lo cierto es que echaba de menos esa pequeñísima ciudad laosiana. Como suele pasar cuando alguien se va de un lugar que le deja recuerdos positivos, se tiende a idealizar el sitio, uno se queda con las cosas buenas y olvida las malas, se hace una imagen mental del lugar que, generalmente, no se ajusta a la verdadera realidad. Nos pasa a todos los que cambiamos de ciudad cada cierto tiempo, en nuestra memoria se forman ideas positivas de los sitios en los que estuvimos a gusto, y corremos el riesgo de desengañarnos al regresar.

¿Es el caso de Luang Prabang? Cierto, sólo me he quedado cuatro días, pero cuatro días en los que he llegado incluso a ver posibles casas para comprar y establecerme allí. El sitio sigue siendo maravilloso, pequeño, familiar, sencillo, acogedor, bonito, limpio… Limpio, claro, en comparación con Yangon y teniendo en cuenta que es una ciudad asiática, pero limpio.

 El Mekong

Pasear por la calle, circular en moto entre el tráfico, los restaurantes frente al Mekong o al Nam Khan, las calles renovadas, el nuevo centro comercial chino tan terrible, el nuevo Airbus de Lao Airlines, el Hummer de Mr. Lee, promotor del campo de golf, laosianos con cada vez más medios, la nueva telefonía 3G… y la hospitalidad de la gente, la tranquilidad con la que se hace todo, el ritmo de vida más pausado. En definitiva, cosas que acaban por dar una calidad de vida maravillosa (para quien le guste). Y a formar esa impresión, o en mi caso a reafirmar esa idea, sin duda contribuyó el hotel en el que nos hospedamos: Xiengthong Palace.

Tráfico habitual junto al Nam Khan

He de decir que Luang Prabang está llena de plazas hoteleras, cada vez más, para todos los bolsillos, desde el mochilero que gasta más en cerveza que en dormir, al viajero de lujo a quien no le importa gastar 500 dólares o más por noche en el alojamiento, sin olvidarnos de aquellos que directamente aparcan su jet privado en el aeropuerto y se encierran en una villa con piscina privada del hotel Amantaka,  del que salen en pantalón corto y camiseta, con gafas de sol y gorra, al estilo de Jude Law y Sienna Miller hace un par de años.

Luang Prabang es un destino turístico de moda, y hay muchísimas razones para que lo sea.
Para mí, además, ha pasado a ser un destino residencial, y es el hotel Xiengthong Palace el que más ideas me ha dado sobre cómo me gustaría que fuese mi casa.

Xiengthong Palace

Se trata de un hotel muy nuevo, casi a estrenar, promovido por una agencia de viajes de la zona y dirigido por un grupo hotelero de Bangladesh, si no me equivoco. Son pocas habitaciones, 26, distribuidas en pequeños bloques dentro de la finca, rodeando un patio en el que han puesto una especie de estanque con aires de piscina, aunque no utilizable como tal. A un lado, el templo de Wat Xiengthong; del otro, una callejuela sin tráfico, paralela a la calle principal (Sakharine Road); y al otro lado, sencillamente el Mekong en todo su esplendor.  Algunas habitaciones tienen vistas al río, otras al patio interior, la nuestra era con vistas a esa callecita lateral.

Vista hacia el Mekong

Me resulta difícil ponerme a describir el hotel existiendo como existe su página web, y digo esto porque es uno de los pocos casos en los que la web resulta realista, ajustada a lo que (de momento) hay. ¿De momento? Bueno, es lo de siempre, el hotel es nuevo y aunque todo parece de muy buena calidad, su evolución dependerá del mantenimiento que se le haga. Confiemos en que sea bueno.

Conviene, antes de juzgar, saber lo que se paga por los sitios. En este caso, hablamos de menos de 100 dólares por noche (precio de oferta), con lo que hay que valorar en consecuencia. Sin embargo, he de decir que muchas cosas se situaban por encima de hoteles de renombre con precios considerablemente más altos, bien en la misma Luang Prabang, bien en otros destinos “exóticos” de Asia, por no comparar con hoteles en España, no digamos ya en Inglaterra, cosa imposible debido a los costes y a las disparidades en el nivel de vida. Lo único “bajo par”, para mi gusto, es el buffet de desayuno. Ni los croissants están al nivel de otros locales u hoteles de la ciudad, ni los productos del buffet son de calidad destacable. Pero el zumo de naranja es excelente, y hay una cocinera dispuesta a preparar cosas al momento. Digamos que, como era de esperar, es aquí donde el precio pagado se ajusta a la realidad del producto, lo que tratándose de un hotel completo, deja muchísimas cosas por encima del nivel esperado, y eso es bueno.

 Mesas en el restaurante

El diseño de la habitación es muy bueno, es como entrar en tu propia casa, con una puerta que da directamente a una preciosa escalera de madera por la que subir a tu dormitorio. Hay habitaciones en la planta baja, para quien no quiera andar trepando, pero creo que merece la pena el ligerísimo esfuerzo y acomodarse en el piso superior. Arriba, un dormitorio suficientemente amplio, con una terraza entera en madera, y un cuarto de baño amplio y equipado con bañera, ducha, un solo lavabo y el wc, que no queda cerrado o separado.

La ducha resulta amplia, la presión de agua es buena, el rango de temperaturas es excelente, la grifería es de calidad, las toallas son suficientes, los productos de aseo no están mal… y el suelo es el que quiero, sin duda, para mi casa. El aire acondicionado funciona bien y es silencioso, hay un iPod Dock disponible (y cargado con una música espantosa, todo sea dicho), kettle para hacerse un café o un té, caja fuerte en la que cabe un ordenador portátil, frutas, dos botellas de agua gratuitas cada día, minibar con cualquier cosa que se necesite, etc… Sí, son esas cosas que esperamos de cualquier hotel de cuatro o cinco estrellas, pero que no está de más nombrarlas, más si todo funciona correctamente y la experiencia nos dice que no todas están siempre disponibles en hoteles mucho más caros.

Habitación

Y hay internet, wifi, de velocidad y estabilidad suficiente, y gratuito. Como debe de ser, claro. En la recepción disponen de dos ordenadores públicos con acceso a internet, también. De nuevo cosas que damos por hecho, pero que siempre son de agradecer cuando vemos que están ahí y que funcionan, como funciona la seguridad, el personal de limpieza, la gente de recepción, el servicio del restaurante, como funciona todo.

Recepción

No creo que merezca la pena cenar en el restaurante, por cierto. En él comimos un día, costando más una comida sencilla para dos, con agua y sin postre, que la cena para tres la víspera en un conocido restaurante local (Tamarind), en el que además fuimos mejor atendidos. No fue mucho dinero, no obstante, pues la comida local de Luang Prabang es barata, incluso en sitios de mucha calidad. Pero ahí está, es bonito, las vistas son agradables y la comida no está del todo mal. Imagino que en plena temporada tendrán más ambiente en el restaurante y el bar, en plena temporada está todo lleno en Luang Prabang.
Patio interior

Que durante la estancia fuese mi cumpleaños y me lo felicitasen con letras formadas con recortes de hojas de bananero, colocadas sobre la cama, además de con un pastel que fue enviado por dos chicas del personal del hotel (no piensen mal, dos chicas uniformadas que cantaron un simpático “cumpleaños feliz”), es un detalle de los que te hacen guardar un buen recuerdo. Pero lo cierto es que, salvo por algunas cosas del desayuno tan sencillas de evitar como no cogiéndolas del buffet, y tan comprensibles a la vista del precio pagado (repito, algo menos de 100 dólares la noche por una habitación doble), no guardo más que recuerdos positivos de este hotel, lo que me lleva a recomendarlo sin lugar a dudas como una buena opción en Luang Prabang para quien prefiera carecer de piscina por el hecho de estar en pleno centro, o no quiera o no pueda pagar el triple por quedarse en La Résidence Phou Vao (olvídense de los demás de esos niveles, son sencillamente peores en todo), o le resulte imposible pagar los más de mil dólares por noche del Aman (que es, evidentemente, el mejor hotel del país si a uno no le importa dormir en un viejo hospital colonial reconvertido, cosa que a mí no me importa).

En definitiva, un buen hotel. El servicio puede que sea mejorable, pero creo que todos somos adultos para saber lo que queremos. Además, tienen un spa y, por lo visto, jacuzzi que yo no usé. Y por la mañana, los monjes pasan recolectando almas frente a las habitaciones que dan a la callecita esa lateral. No se puede pedir más.

Xiengthong Palace, Kounxoau Road, Ban Phonehueng, Luang Prabang. 
www.xiengthongpalace.com
 
free web hit counter