martes, 18 de marzo de 2008

Así no.

Cuando no se saben hacer bien las cosas, pasa lo que pasa.

Pasa que tu cliente se va si lleva 25 minutos esperando por ti para que le enseñes un apartamento. Estando como está el mercado inmobiliario, no parece la mejor opción. Pero cuando no se saben hacer bien las cosas, acabas enviándole tres veces un mensaje al móvil de tu cliente, como si fueses un adolescente enfadado, en el que sólo te falta amenazarle con ponerle sin admisión en el Messenger.

Semejante chorrada me pasó a mí la semana pasada. Allí llegué yo a la cita a la hora en punto, a las 20:20. A las 20:25 el señor de la inmobiliaria me llamó, para indicarme que llegaría siete minutos tarde. Se agradece siempre que alguien te avise. A las 20:32 su plazo terminaba, y no aparecía. Esperé hasta las 20:42, pero me dije que, de irme, lo haría a una hora redonda, así que a las 20:45 me subí (o mejor dicho, me bajé) en mi coche e inicié la marcha. A fin de cuentas el piso no me iba a gustar. A las 20:46 el hombre marcó mi número, y obtuvo una hermosa respuesta por mi parte. Al colgarle yo, me volvió a llamar, no obteniendo respuesta. Y luego empezaron a llegar sus mensajes.

Hay una noticia por los periódicos sobe el cierre de agencias inmobiliarias, ¿verdad? Pues eso mismo.


Poco os queda…

Cuando no se saben hacer bien las cosas, pasa lo que pasa.

Pasa que llegas a un conocido hotel a desayunar con unos clientes alojados en el mismo, y la responsable de la recepción te niega el aparcamiento en el frente del hotel, excusándose en que sólo se puede dejar el coche 10 minutos. Pasa que después te invita a usar (y pagar) su parking propio. Pasa que acabas aparcando en ese glorioso parking vacío, y desayunando con la anécdota flotando en el aire.

Y sobre todo pasa que, cuando uno se quiere ir y estando la máquina en reparación, en lugar de levantar la valla y dejar salir al cliente que ha estado sólo 25 minutos aparcado, se le exhorta a esperar y pagar. Si, además, la máquina sigue sin funcionar y uno tiene que volver a la recepción, enfadarse y llegar tarde a una cita, se obtiene lo que los franceses llaman “la totale”. Un operario me abrió la valla y pude salir.


Eso mismo, un euro por nada.

Jefa de Recepción, que para Barceló Hoteles significa “no tengo ni puta idea de nada, pero manejo muy bien el Yielding” (que es eso que te permite cambiar precios al antojo del simulador de ocupación). Así son las cosas, y cuando no se saben hacer bien, sucede que la última impresión que se lleva el cliente es negativa.

Como dije, hoy he desayunado en el hotel Barceló Cervantes, de Oviedo. Supuestamente es un cinco estrellas, acogido a su selección Premium. Bien, vale, muy bonito. Porque sí, el hotel es realmente bonito. Tan bonito como cierto es que supone una vulgar copia de los grandes Boutiques londinenses, tipo Sanderson, Halkin o Metropolitan. Pero da igual, eso la gente que paga 100 euros por noche no lo sabe.


No, esto es el Sanderson, no se confundan

Un personal joven e inexperto, dirigidos por una persona que no sabe hacer las cosas como hay que hacerlas, por muy bien que se sepa el himno de Barceló, no puede dar una sensación de profesionalismo. Y es lo que pasa. Pero da igual, y aquí repito la frase con la que cierro el párrafo anterior.

El desayuno no es malo. No es bueno. En realidad no es malo porque es un desayuno buffet con cierta variedad, muy bien presentado, en una sala bonita con la cocina a la vista, y sobre todo porque propone un zumo de naranja exprimido al momento. Y eso es de agradecer. Pero la bollería es sencillamente mala. Unas magdalenas, unos bizcochos y unas galletas recién sacadas de una pasta que les llega congelada y que va al horno, unos pocos cereales, algún surtido de pan, poquísimo surtido salado, y nada más.

El desayuno no es caro. No es barato. En realidad no es caro porque no sé lo que costó. Y no lo sé no ya porque hayan pagado mis amigos, sino porque la persona de la Recepción fue incapaz de darme un precio fijo y real, o al menos igual que el que me habían dado semanas atrás por teléfono. Es lo que tiene pretender hacer las cosas sin saber hacerlas. Es lo que tiene no ser profesional.


Este es el sitio.

Porque cuando no se saben hacer bien las cosas, uno entra en la web de este hotel desde Google y a través de mi servidor, radicado en España, y todo el texto aparece en inglés. Y cuando busca información sobre precios, ve que no existe. Es un hotel sin precios, como está ahora de moda. Y eso es malo. O quizá no lo sea si, en lugar de querer ser un cinco estrellas con clientela de cinco estrellas, haces un cuatro subido de tono, bonito y bien situado, y te tiras al cliente de negocios o al cliente novato, volviendo pues al cierre del otro párrafo.

No es que me haya desilusionado este hotel. Primero porque no he dormido en él, y los hoteles se suelen usar para dormir. Pero segundo porque era lo que me esperaba, ni más ni menos.

Hotel Barceló Cervantes,
C/ Cervantes, 13. 33004 – Oviedo
www.barcelooviedocervantes.com
Viene a salir por unos 130 euros la noche, quizá algo más, a poco que se suman impuestos, parking, y cualquier otra cosa. Si se les llama, igual incluso darán precios.

sábado, 1 de marzo de 2008

Dos más uno

Permítanme que no haga esta vez una introducción anecdótica y simpática, pero me temo que mi inspiración está bajo mínimos y no se me ocurre cómo empezar este tema. Así que iré directamente al grano. O mejor dicho, a la copa.

Sucedió que en cierta ocasión me encontré con una botella de Marqués de Riscal reserva 2001, edición especial Frank Gehry, entre mis manos. Frank Gehry que es, por si alguien no lo sabe, el arquitecto que diseñó el Guggenhein de Bilbao, así como también el hotel que corona la Ciudad del Vino, en Elciego, propiedad de la susodicha bodega, y que ciertamente se parece demasiado al museo… Pero también es un tipo muy simpático, así, bajito, ya algo mayor, con un acento bastante americano, con el que se hace raro hablar en un ascensor a la salida de un restaurante, pero que no da (o aquel día no dio) mayor importancia al tema de resultar conocido.














Y Marqués de Riscal, como homenaje al arquitecto, hizo en su momento una serie limitada de botellas en edición especial. Y una, la número 2.512 de 5.000, curiosamente estaba en mi bodega. Y de allí se vino para España, pues necesitaba compartirla con alguien que la apreciase y para quien, de cierta manera, sirviese de contrapartida por los grandes vinos a los que me habían estado invitando (y aún lo siguen haciendo). Y nos la bebimos.

Se dice que en el buen vino hay un componente psicológico muy alto. Y es que claro, cuando te pimplas una botella de precio obsceno, tu cerebro no olvida nunca el dineral que aquella vale. La ventaja de beber vinos que te regalan es que, con el tiempo, acabas olvidándote del valor económico y te centras en beber y disfrutar. Si, además, desconoces por completo el valor que pueda tener la botella de turno, ciertamente sólo vas a por el líquido. Y eso fue lo que nos pasó con el Gehry. No sorprendió verlo luego clasificado como número 1 en la selección de la Guía Campsa, con 98 puntos sobre cien posibles. Qué ignorancia la nuestra…

















Como siempre en estas cosas, permítanme reproducir una cata de Internet. En este caso la de la propia bodega.

Frank Gehry Selection 2001 es el resultado de una cuidada selección de uvas de la variedad Tempranillo, de viñas de más de 40 años de edad. La parcela origen del vino Frank Gehry está situada al norte de Elciego y la selección se realizó aplicando la metodología de Marqués de Riscal, analítica de maduración, cata de granos de uva y mesa de selección, dando como resultado este magnifico y exclusivo vino Frank Gehry 2001.

El Frank Gehry 2001, es un vino amplio, complejo y especiado, muy bien estructurado, con fruta muy madura y unos taninos potentes y dulces, con una persistencia larga y duradera.

La crianza se realiza en barrica nueva de roble americano durante 22 meses y se embotella en Enero de 2004, permaneciendo en el proceso de crianza en botella, hasta su presentación al mercado, el pasado 10 de Octubre de 2006.

Yo no les voy a quitar razón, y siendo mucho menos técnico simplemente diré: me pareció una delicia. Y me siento muy afortunado de haber podido disfrutar de ese vino. No sé si quien me regaló esa botella era consciente del regalo, seguramente sí pues venía de haberse alojado en el propio hotel de la bodega, pero me temo que he quedado en deuda con él. La ventaja que tengo es que será muy difícil que vuelva a verle…















No como los de la botella del jueves pasado por la noche, a quienes veo o intento ver todos los lunes para cenar. Y es que no hay como tener unos familiares agradables, de esos que te invitan a cosas ricas, sobre todo cuando te gustan las cosas ricas. Lo del jueves fue de traca.

- Andrew, ¿tomas una cerveza para cenar?
- Sí, anda… (encantado, por otra parte)
- Vale. Isabel, ¿nosotros qué bebemos? ¿Dom Perignon o Vega Sicilia?

Claro, ante semejante tomadura de pelo… tiene que caer el Vega Sicilia. Y vaya si cayó. Concretamente la botella número 022443 de las 179.800 bordelesas distribuidas de la cosecha 2003 de su Tinto Valbuena 5º, que dicho así se ve muchísimo menos exclusiva que la de Marqués de Riscal.





















Creo que sobra decir lo bueno que estaba. Como siempre en estos vinos, al final acaba oliendo tan bien que da incluso pena beberlo, pero como tener pena por un líquido no es precisamente racional ni lógico, el trago aniquilador termina devorando la copa. Bueno, su contenido nada más. Y digo bien devorando, porque este vino se come, no se bebe. La calidad de su cuerpo es tal que, pese a ir por la segunda copa, sigue manteniéndose según se va bebiendo. Y eso no es muy habitual, al menos en vinos “normales”. El equilibrio que muestra entre cuerpo, tanicidad, aromas y punto de acidez (que lo tiene) es perfecto. Este líquido es mejor que el Prozac. Sin haberlo probado, sólo con la copa en la mano y disfrutando de su color y su aroma, uno se siente feliz. O al menos eso me pasa a mí. Me olvido de todo y me concentro en la satisfacción de saber que, frente a mí y para mí, tengo uno de los mejores ejemplos de los vinos que me gustan. Una vez metido en la boca y degustado, definitivamente se abandona la idea de medicamentos antidepresivos. La sensación de relax por felicidad es definitiva.

Yo no soy muy de Gran Reserva, de esos vinos tintos ya añejos con sus colores clareados y su fuerza extrema. Siempre preferí los tintos oscuros y opacos, con su toque amoratado en los bordes, el color picota general, los aromas frescos y su potencia en boca. Para mí son vinos que están en plena forma. Y es que, puestos a discutir disfrutando de la discusión, yo prefiero hacerlo con un profesional preparado y en activo, a verme con un alto directivo en edad de jubilación o con un estudiante de 4º. Qué presuntuoso suena este último párrafo, por cierto… Pero es así como me gustan los vinos. Quizá necesite probar más…

Y así son los dos a los que se refiere el título de artículo. Un Rioja absolutamente Rioja, y un Ribera del Duero 200% Ribera. Como tiene que ser.

















¿Y el uno? El uno lo dejo para el anecdotario vacacional del verano pasado, cuando una mañana muy temprano en el mercado del pueblo marroquí de Mdic avisté unas cuantas gambas rojas recién sacadas del agua. Me las compré todas. ¿El precio? La verdad es que no lo recuerdo bien, pero no era ninguna locura (tampoco eran baratas para estándares marroquíes). Y además, ¿qué más da? Gambas rojas recién pescadas, de tamaño camarón, a la plancha ese mismo día…

En fin, que a veces conviene disfrutar de las cosas. Parafraseando de nuevo a Javier Krahe, “no todo va a ser sufrir”

Buenas noches, y buena suerte (lo siento, no he podido reprimirme).

Marqués de Riscal Frank Gehry 2001. Si lo encuentran, dense por satisfechos.

Vega Sicilia Valbuena 5º 2003, ronda los 85 euros en tienda por botella. Como siempre he dicho, es tema de cada uno el valorar si compensa…. A mí sí me compensaría, si no fuese porque lo suelo beber invitado.
 
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