martes, 21 de mayo de 2013

Dejarlo todo atrás

Creo que es evidente que, con las tasas de paro que se anuncian en España, a nadie ha de extrañar que los foros en Internet se llenen de gente pidiendo consejo sobre cómo emigrar, cómo irse a trabajar al extranjero, cómo “lograrlo”. Muchos de los que preguntan, en realidad no tienen muy claras las ideas ni las intenciones, y una buena parte nunca saldrá de España, mientras que otra saldrá para volverse, con suerte, al cabo de un año si no antes. Muchos de los que responden apenas llevan dos meses viviendo en un piso compartido en Londres, pero le ponen ganas y contestan con lo que ellos quisieran para sí mismos. No hemos de culpar a ninguno de ellos, no obstante, ni criticarles.

También hay mucha gente que se cree expat, que son esos extranjeros a los que grandes multinacionales mandan a tomar por saco de todo a dirigir un negocio, cobrando millonadas y con beneficios tales como casa, coche, viajes, colegio, seguros, etc… Esta especie es cada vez más escasa, pero es comprensible que quienes se van fuera se quieran ver a ese nivel tan “Españoles en el mundo” o “Callejeros viajeros”, que son dos excelentes detergentes cerebrales disfrazados de programa televisivo de entretenimiento.
  
Expats, viajando en avión

Luego tenemos los que son incapaces de entender que un español puede perfectamente “triunfar” en el extranjero sin ser expat, gente que te pregunta si eres botones cuando les dices que trabajas en un hotel, porque no les da la cabeza para pensar más allá. Aquellos para quienes todos los españoles que viven en Reino Unido trabajan en restaurantes de comida rápida, y de hecho están deseando ir allí de turista para encontrárselos.

No nos olvidemos tampoco de gente normal y corriente, que lleva ya muchos años fuera y ha visto llegar y volverse a muchos compatriotas, incapaces éstos de adaptarse al cambio y a las nuevas circunstancias. Son los que menos ruido hacen, por otra parte, pues tienen más cosas que hacer.

Y, por último, tenemos a los negativistas, para los que todo es imposible. Generalmente empiezan que si en España esto, en España lo otro, como en España en ningún sitio. Los recordarán por un anuncio muy conocido de Campofrío en el que una pareja de turistas visitaba Nueva York, y él decía “tengo unas ganas de llegar a casa y comerme un bocadillo de….” mientras por la calle pasaba un camión frigorífico de la dichosa marca. Podemos dividirlos en negativistas-emigrantes y negativistas-caseros, dependiendo de si salen o no de España. Me resulta a la par curioso y triste que en un anuncio se resalte la morriña de unos turistas que, con suerte llevarán fuera de casa una semana.
 
No hay marcha en Nueva York, y los jamones son de York

Me van a permitir haber hecho un resumen tan escueto, y un poco cutre, del panorama, pero sólo quería darles una pequeña introducción al tema, por lo siguiente: desde hace meses, las discusiones en Internet sobre la emigración incluyen un componente bastante peculiar que debería de ser estudiado. Y es que poco importa que quien hable pertenezca al grupo que pertenezca de los arriba nombrados. Hombre, entre los que llevamos muchos años fuera, quizá no se aprecie el componente que quiero decir, pero seguro que alguno hay que piense así.

Es un componente de tristeza, de hundimiento, un sentimiento que no es pesimista sino negativo. Cómo explicarlo, digo que no es pesimista porque se da en todo tipo de gentes, tanto en los ilusionados como en los reticentes, tanto en los que tienen la maleta hecha como en los que siguen en pijama. Es una, a mi juicio equivocada, idea que se resume en “dejarlo todo atrás”.

Es esa impresión, o al menos la que yo me llevo, de que para ellos el salir al extranjero es poco menos que una cadena perpetua en una cárcel de Filipinas, aunque estemos hablando de irse a trabajar a Toulousse o, por ser aún más extremos, de irse a Biarritz cuando se es de Bilbao.
  
Todo atrás

Todo atrás. No, no hablo de un Porsche 911, sino de un error de base que me entristece leer en mensajes escritos por gente muy joven y sin experiencia. ¿Qué es lo que causa semejante aberración? ¿Cómo es posible que quien no tiene trabajo ni casi posibilidad de tenerlo, se siente a meditar sobre un posible futuro en el extranjero y piense que lo deja TODO atrás? ¿Qué es ese todo?

Quiero creer que la causa proviene, aunque sea en parte, del confort al que nos hemos acostumbrado, el tenerlo todo al alcance de la mano, el sentimiento de seguridad por tener controlado lo que pasa a nuestro alrededor y conocer lo que nos rodea. Eso que nos pasa cuando hemos crecido en un mismo lugar y, generalmente, ido de vacaciones de verano a otro mismo sitio durante toda la vida, aunque la vida sea corta y, curiosamente, aunque se hayan visitado muchos otros lugares (porque la visita fue como la de los del anuncio de Campofrío). La mezcla del natural miedo a lo desconocido con el miedo a perder lo que tenemos. Más vale malo conocido que bueno por conocer, aunque lo malo sea un freno total al desarrollo personal, y lo que se pierda sea nada porque nada se tiene.

¿Quién les ha metido en la cabeza esa idea? ¿Es una cuestión de proteccionismo? ¿O es una simple y llana negación de la realidad?
 
¿Banana? ¿Piña? ¿Por qué el primo de Bill Gates está confuso?
 
Como yo no soy ni sociólogo ni tertuliano, no voy  a seguir con el análisis de las causas sino que aclararé algunos conceptos que la generación del Smartphone parece haber olvidado, por extraño que suene. Como ya comenté en mi artículo “El viajero eterno”, quienes hemos vivido en muchos sitios diferentes, queremos vivir en ciudades que son un megamix de recuerdos positivos, y en cuanto salimos de ellas las echamos de menos ya que nuestra mente olvida lo negativo, por muy negativo que fuese todo. “No quiero dejar a mis amigos, mi familia, a mi vida (en negrita, sí), atrás…” Leer eso de alguien que no supera la treintena es desolador.

Skype, Whatsapp, 3G, Facebook, Gmail, Flickr, Twitter, Tumblr, Forocoches, elmundo.es, km77.com, Youtube… Que alguien cuya vida es básicamente eso te diga que la deja atrás por irse al extranjero, cuando todo eso cabe en un bolsillo, es inexplicable. ¿O hablamos de la vida social de ir a tomar algo o de salir a cenar? No me lo explico, de verdad, ¿no hay vida social en el extranjero?. Es la pura cerrazón por la cerrazón, y empiezo a creer que no tiene remedio. Es la madre llorando porque el niño se va con una maleta enorme a… ¡a Londres! ¡Pero si es que Londres está a dos horas de vuelo con compañías baratas! Que lo más lejos que está es por el cambio horario, señora… Pero que una madre llore es comprensible, no nos confundamos. No es admisible que alguien con la formación y el conocimiento (o las posibilidades de tenerlo) del mundo occidental sienta otra cosa que no sea emoción por adrenalina ante la idea de iniciar una etapa en el extranjero.

¿O quizá hablamos de la comida? Curioso, cuando la mayoría de la gente come mal y cosas que se pueden comprar en todo el mundo. ¿Es miedo a lo desconocido o un ataque de ignorancia de proporciones bíblicas? Lo de antes, la cerrazón por la cerrazón. Ese miedo tan nacional que nos hace ir corriendo al Zara de la ciudad en la que estemos, a ver la misma ropa que vemos en nuestra pequeña, y generalmente paleta, capital de provincias. Ese miedo que nos hace sentir alivio al ver que en el restaurante tienen vino Marqués de Cáceres entre todas esas cosas sudafricanas o neozelandesas. El mismo que nos guía al McDonald’s aunque estemos rodeados de restaurantes de todo el mundo.
  
Embajada de España en Ginebra, tomada
 
Por otra parte, yo quisiera preguntar a los asustadizos algo muy sencillo: ¿qué hay de malo en cambiar de vida? Ellos siguen empeñados en que lo dejan todo atrás, pero ¿por qué no ver el cambio como algo positivo? De la misma forma que uno no se pone a llorar, salvo que se tengan 6 años, por tener que deshacerse de unos pantalones que se han quedado pequeños o que parecen un pingo, ¿por qué negarse a un cambio? ¿Por qué creer que nada de lo obtenido hasta entonces será válido y que todo se perderá en cuanto nos sellen el pasaporte?

Hay un razonamiento de Epicuro que siempre me gustó sobre el irracional miedo a la muerte, irracional porque estando muertos no podemos sentir miedo ni ninguna otra sensación. Se puede extrapolar a este tema “migratorio” con un irracional miedo a lo desconocido: si es desconocido, no se le puede tener miedo porque no se conoce; y una vez que lo conoces, deja de ser desconocido. Quizá sea un tanto exagerado y no sé si se entenderá lo que quiero decir, que se resume en que una persona joven nunca ha de temer al cambio. Sí tener respeto y ser precavido, evidentemente, pero sin temor. Bueno, vale, un temor pequeñito si me apuran….

O como dijo una vez alguien respecto a los problemas: si tiene solución, ¿por qué te preocupas? Y si no tiene solución, ¿por qué te preocupas? Acabo las citas con una de Jack Sparrow, una de mis favoritas y que intento aplicarme a mí mismo cuando me veo en algún aprieto, sea éste del ámbito que sea: el problema no es el problema; el problema es tu actitud ante el problema.
  
Sparrow
 
No seré yo quien anime a la gente a salir al extranjero, eso ya allá cada cual; ni quien se posicione en el bando de los que sólo ven la posibilidad de emigrar y pretenden aplicar eso a todo el mundo, independientemente de las circunstancias personales de cada uno. Pero que no me vengan con “lo dejo todo atrás”, porque no cuela. Todo atrás lo dejan los subsaharianos, que es como ahora se llama a los negros, cuando cruzan en una patera el estrecho tras haber, literalmente, dejado todo atrás, concretamente al dueño de la patera a modo de pago por el viaje. Pero no lo que deja un chavalete de Burgos que se va a trabajar a Berlín. Háganme el favor…

Artículo escrito cuando se cumplen 11 años de mi primera experiencia en Francia, y algo más de 3 años de mi llegada a Asia.

sábado, 18 de mayo de 2013

Shinta Mani, Siem Reap

Hay veces en las que uno no puede más y, harto un poco de tanta vulgaridad de resort 4 estrellas típico de zona turística, decide moverse a un hotel de esos que llaman boutique o de diseño. Cuando esto sucede en Siem Reap, Camboya, los motivos se vuelven inexplicables. Y es que esta ciudad, a dos pasos de los impresionantes templos de Angkor Wat, es el típico lugar en el que uno ha de alojarse en un gran resort con espacio, piscinas, bares, buffets y, casi casi, animación. Bueno, eso igual no, pero resort, sin duda alguna.

El plan ideal en Siem Reap, al menos fuera de la temporada de lluvias, consiste en levantarse realmente temprano para ir a Angkor al amanecer. No hagan caso del resto de manadas de turistas, y no esperen a la salida del sol para hacer la foto de los templos reflejados en el estanque con el sol naciente de fondo. O hagan la foto, pero corran rápidamente al interior de los templos, para verlos sin apelotonamientos coreanos (de Corea del Sur, se entiende).
 
Los turistas esperando por la foto
 
Luego, visiten algún que otro templo y vuelvan rápidamente al hotel a descansar, a bañarse en la piscina, a tomarse unos cocolocos o lo que les plazca, a volver a bañarse en la piscina, a comer, a volver a bañarse en la piscina, y a volver a bañarse en la piscina. Y cuando estén como pasas, regresen a los templos a seguir la visita hacia eso de las tres de la tarde, para terminar con la puesta de sol, regresar al hotel, último baño en la… bueno, ya saben, cenar y, si eso, salir a tomar algo a la horripilante zona de turistas de la ciudad (este punto es totalmente prescindible)
  
 Pub Street, totalmente prescindible

Pero no cometan el error, teniendo un presupuesto amplio, de ir a un hotel boutique de diseño, como es el Shinta Mani. Que conste que si me cambié de hotel fue por imposibilidad de seguir en donde estaba, al estar completo. La opción Raffles no era mucho más cara, pero quería probar el famoso hotel de diseño de la ciudad. La opción Aman es la mejor, pero no me apetecía pagar casi mil dólares por una noche, menos estando solo como estaba. La opción Orient-Express es clásica, pero tan clásica como poco apetecible. Sólo me quedaba el Shinta Mani, y allí fui.

La entrada al hotel es realmente bonita. En realidad, todo es muy bonito, así que no sé muy bien por qué me quejo tanto… Sí que lo sé, y es que un hotel no ha de ser sólo bonito, también ha de ser cómodo y ha de tener alma. El confort lo dan los equipamientos, el alma los empleados y, en última instancia, la dirección. En todos los sentidos, no sólo por la calidez del trato, sino por el enfoque comercial del hotel y la elección de sus mercados. Vamos con el tema del hotel en sí.
 
Entrada del hotel
 
La habitación era un verdadero desastre. Una cama amplia y bastante cómoda, eso era lo bueno, junto con una hermosa ducha. Nada más. A mí ya no me engañan, y no me siento impresionado por unas paredes grises, unas luces escondidas, una pantalla plana negra o unas cortinas raras. Mi habitación, en planta baja, daba directamente a la piscina y, como es lógico, obligaba a tener las cortinas permanentemente cerradas. Luz natural, no. No me importaría si hubiese vegetación, pero el hotel es un puro bloque de cemento adornado con piedras negras. Tampoco me importaría si hubiese espacio, pero de mi ventana a la piscina no había más de dos metros.
 
 Habitación en foto de catálogo
  
El aire acondicionado carecía de mando a distancia, y eso ya te fastidia todo. Que tardes 15 minutos en hacer sonar tu iphone en el equipo de música, pues bueno, quizá torpeza propia. Que el equipo de música tenga un subwoofer de tamaño de concierto de Lady Gaga… eso ya te cohíbe para poner tu música y te asusta ante la posibilidad de que el vecino sea fan de Camela o de Tito MC. Nada destacable, salvo que… que nada, nade de nada destacable.

La piscina, otro desastre absoluto. Me gustan las piscinas que usan sal en vez de cloro, lo prefiero. Y me gustan las piscinas alargadas en las que nadar, pero no en un hotel de vacaciones. La piscina es negra, y a sus lados hay tumbonas. El agua desborda y se filtra bajo unas rocas negras. En realidad, es como nadar en una bañera gigante. Para trepar, perdón, para entrar en la piscina hay que superar un muro de un metro de alto, y luego meterse en el agua. Sin problema, salvo que al salir, completamente empapado, te das cuenta de que todo el suelo que te rodea es de un hermoso cemento pulido brillante, resbaladizo y duro como el hielo. El patinazo está asegurado, la fractura de crisma es opcional (desconozco si la cobran aparte).
  
Piscina negra

Hay un bar en la piscina, sin alma de ningún tipo. Como todo el sitio. Dos clientas postureando cual top-model de catálogo del Hipercor, un grupo de tres jóvenes que llegan y son conducidos a sus habitaciones mientras se les cae la baba por el diseño… Sinceramente, creo que es un hotel que, como mucho, impresionará a los clientes inexpertos. Fin de la historia, a mí no me venden la moto.

El tema del desayuno fue bastante patético, como patética fue la respuesta que obtuve de la dirección hacia una crítica escrita en otro medio. Ningún producto local, poca calidad, poca imaginación, ningún atractivo. Eso sí, camas colgantes para desayunar sobre ellas. Camas que no se veían limpias.

Y así pasó la noche, sin pena ni gloria pero con 250 dólares menos en la cartera. Que no es que me moleste, pero es que tampoco lo vale. Un hotel que, de estar en Londres, podría vender a mil euros la noche. Pero no lo está, y donde está lo que apetece es resort, piscina gigante, muchas plantas, buffet con muchas cosas, y todo lo que ofrecen establecimientos como el Victoria o el Sofitel. Pero desde luego que no un bloque de cemento relleno con habitaciones, por mucho diseño que tenga.

Salí de allí sin ninguna intención de volver, pero con la lección aprendida: en cada sitio, cada cosa. Cómo sería que ni se me ocurrió usar el resto de servicios del hotel.

Sinta Mani, Siem Reap
http://shintamani.com/
Tienen una fundación que hace cosas, imagino. Me parece estupendo y lo apoyo.
 
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