martes, 26 de febrero de 2013

Motivos para rechazar un hotel

Entra ahora mismo una señora vestida con chándal y un horrible chubasquero en el restaurante de un hotel, que tiene acceso directo desde la calle, y ni corta ni perezosa se dirige al camarero en francés para preguntarle por el baño. Estamos en una pequeña ciudad del Sudeste asiático que, ciertamente, fue colonia francesa hace muchos años, muchos más de los que tiene el camarero. También estamos en un hotel de lujo.

Me apasiona la facilidad que tiene la gente para presentarse en hoteles, restaurantes y demás con objeto de usar el cuarto de baño. Sin problemas.
Me apasiona igualmente la facilidad de muchos franceses para dirigirse a todo el mundo en francés. La cara del camarero, todo sea dicho, era un poema. Porque yo puedo entender, o mejor dicho conocer debido a mi experiencia, esa actitud. Pero este chaval, que por cierto me acaba de traer una copa enorme llena de un zumo de naranja delicioso, como sabe que me gusta, no alcanza a explicarse por qué un desconocido le pregunta por el baño, ni menos por qué le habla en un idioma que ya casi nadie habla en el país.
 
 Tu sais où sont les toilettes?
 
No es la primera vez que veo estas cosas, y a veces llega a cabrear la actitud del “cliente”.  Me resulta incomprensible cómo alguien puede enfadarse porque le miran mal al querer usar el aseo de un hotel de lujo. Resulta curioso que no se les vea entrando en el bar cutre de la esquina, no. Evidentemente, mejor aposentar y cambiar aguas en un entorno distinguido, tratándose de ocasiones especiales. En capilla, vamos.

Cierto día presencié una reacción que no sabría ni cómo calificarla. Estaba yo sentado en el hall de un conocido hotel parisino esperando a un amigo para comer un tartare de esos que sólo preparan bien en París, cuando noté a alguien que, cómo decirlo suavemente, no pegaba con el entorno. Pero no tanto por aspecto, sino por actitud. Esa persona llegó, se sentó, sacó el ordenador, pidió la contraseña del wi-fi, preguntó por el baño, denegó la oferta del camarero de tomar algo, pidió papel y bolígrafo… hasta que una señorita, muy bien vestida y arreglada, con sus tarjetas de visita y su teléfono en la mano, le preguntó educadamente si estaba esperando a alguien o si le podían ayudar. Había pasado  ya más de hora y media, yo ya comía con mi acompañante el postre (imagino que alguna tontería de chocolate, habitual de por allí). El hombre dijo que no esperaba a nadie, a lo que la señorita, con una exquisita educación pero con la mayor de las firmezas, le dejó saber que aquello era un local privado y le invitó a irse.
 
 Recreación del lugar de autos
 
El escándalo, seguido de la más ridícula de las amenazas jamás escuchadas: ¡pues nunca me quedaré en ningún hotel de esta cadena!

Mi acompañante y yo nos moríamos de risa, al igual que el jefe de sala y su barman. No digamos ya Jean François, el conserje (todo un personaje, conocedor de absolutamente todo París), que no escondía sus risas mientras señalaba con el dedo cual Risitas, el perro de Pierre Nodoyuna.

Un motivo como otro cualquiera para no elegir un hotel, imagino. Hay gente para todo, qué duda cabe. Yo suelo tener otros motivos de mayor peso para rechazar un hotel, pero allá cada cual. El otro día, un cliente me comentaba que él siempre escribía un email a los hoteles y, en base a la respuesta, elegía. En su email explica que son seis: padre, madre, tres niños y una niña.  Basa su elección en la capacidad de respuesta, imaginación e iniciativa del hotel para acomodarles. Hace bien.
 
Kids suite en algún hotel americano
 
Otro, muy curioso porque lo leí en un foro escrito por alguien que decía ser agente de viajes, es la tarjeta de crédito. Ese personaje aseguraba que descartaba un hotel en cuanto le pedían la tarjeta de crédito. Yo, que soy hotelero, le pregunté el porqué de su negativa a dar esos datos, y él aludió que no se fiaba del uso que se haría de su tarjeta. No logró entender que yo tampoco me fiaría de alguien que reserva si no me garantiza que va a venir, o de alguien que se aloja si no me garantiza que me va a pagar o que no me va a destrozar el hotel. Para aquella persona, el malo es el hotelero. Él sabrá.

Mi motivo principal para rechazar un hotel es el acceso a internet. Que uno puede ser muy pijotero para ciertas cosas y gustar de recibir buen servicio cuando se paga (o cuando me invitan), como también me adapto a hoteles baratos en los que sabes que casi todo va a ser malo, como el último en el que estuve en Hanoi, un tugurio inmundo extremadamente barato y con el peor desayuno que jamás vi, muy bien localizado a dos pasos de mi nueva oficina, pero cutre hasta decir basta. Eso sí, con un jacuzzi en la habitación.
 
Internet, esta mañana
 
Lo que yo no puedo tolerar es que un hotel de supuesto lujo me cobre por acceder a internet. No hay excusa que valga, el acceso a internet, aunque haya quien viaje y no lo necesite (que lo dudo), es como el agua caliente. A día de hoy, sigue habiendo muchos hoteleros, demasiados, que consideran el acceso a internet como un servicio de pago al nivel del mini-bar o la lavandería. Y no, internet es un servicio básico que ha de facilitarse no ya de forma gratuita, sino con la mayor sencillez de acceso posible.

Algún día los hoteleros se darán cuenta de ello. La pena es que muchos no viajen, porque entonces caerían en la cuenta de lo ridículo que resulta pagar por acceder a internet en un hotel de gran lujo de Londres, no ya cuando en un hotelito de Nyang Shwe (Birmania) te lo facilitan sin cargo, sino cuando basta bajar al MacDonald’s de Picadilly Circus para acceder (mientras te pones como un cerdo a base de hidratos, lípidos y, sobre todo, sal) a tu correo, a los blogs, a los periódicos o directamente al porno, que alguno se ha visto disfrutando por partida doble. O al Starbuck’s si te diferencias de un pedigüeño por llevar un iPhone.

Hipsters que no pagan por la conexión
 
Gratuito y sencillo. Tampoco me explico por qué en unos hoteles el acceso es simple, directo y veloz, y en otros, misma ciudad, un puro engorro en el que has de conectarte introduciendo tu nombre (y rezando por que la persona de recepción lo haya escrito bien en el sistema), y un código imposible que te facilitan en un papelito mal recortado, que siempre pones mal porque la ele resultó ser un uno, y el uno era una i mayúscula. Y, tras haberlo logrado, el acceso se corta a las X horas.

En uno de mis últimos viajes a Bangkok, estuve alojado en un hotel que preferiré ni nombrar ni comentar. No era malo, ojo, es sencillamente que no hay nada que decir de él, salvo “lo del internet”. Para cuando logré conectarme, ya tocaba salir a cenar. A la vuelta, aquello seguía funcionando, pero evidentemente fue a cortarse por la mañana, cuando yo tenía que descargar un archivo importante y enviar un par de correos, estando yo en la cama, sin duchar aún y en pelota. Llamada a recepción, la chica me dice que tengo que bajar a firmar un papel para renovar mi conexión, pues he de renovar mi conexión cada día. Logré convencerla de que no iba a bajar y para que me diese un acceso de forma inmediata. Lo que el hotel logró es que ni siquiera me plantee quedarme nuevamente allí, aunque me inviten. 
 
Lo del internet y el alquiler de la manta, son 35 dineros más IVA
 
¿Se imaginan algo así con el agua caliente, el aire acondicionado o el papel higiénico? Algunos hoteleros no lo entienden, pero lo cierto es que esas tres cosas, pese al confort que suponen, son sustituibles. Ducharse, uno se puede duchar con agua fría y, aunque pueda haber riesgo de pulmonía, es tonificante; no tener aire acondicionado puede convertir la habitación en una sauna, ahorrándonos el spa; sobre sustitutos del papel higiénico no hablaré, por motivos de decoro. ¿Cómo sustituyo el acceso a internet si no tengo un teléfono que me lo permita, o donde estoy no funciona, y por narices tengo que enviar un correo con un archivo que estoy terminando en mi ordenador? Temo que algunos hoteleros crean que eso se arregla abriendo el minibar y tomándose ese zumo de piña que nadie se toma, o la bolsita de pistachos. Ellos sabrán.

sábado, 23 de febrero de 2013

Naypyitaw, el lugar más extraordinario

Con la llegada de los militares al poder en Birmania,  en 1962, no sólo se abolieron constitución, derechos, libertades y demás. El país incluso cambió de nombre y, posteriormente, cambió de bandera. Y de capital. No cambiaron de localización porque les resultaba engorroso, supongo. Ésta es una introducción un tanto cutre y simplona, pero no me negarán que para más datos es mejor consultar un blog sobre historia o una buena enciclopedia. Yo sólo lo digo para que aquellos que estudiaron que Birmania capital Rangún, se pongan al día con el actual Myanmar capital Naypyitaw. Es, cuanto menos, conveniente.

“El lugar más extraordinario”, así lo describía en un informe un vicepresidente de cierta multinacional tras su estancia en la capital, y no le faltaba razón. Es una ciudad tan extraña que resulta difícil explicarla de forma ordenada, quizá porque la ciudad, pese a lo que podría entenderse de un proyecto organizado por militares, carece de todo orden y de toda lógica urbanística.
 
Welcome to Naypyitaw

Quizá pueda enfocar este artículo como una supuesta visita que comienza con un viaje en coche desde Yangon (Rangún) hasta la capital, para luego regresar en avión. Además, dado que ya escribí sobre Myanmar Airways, aquí podré actualizar hablando de su pequeñísimo Beechcraft en el que tuve la suerte de hacer un par de viajes a Naypyitaw. Comencemos, pues, con la autopista que nos lleva desde Yangon hacia el Norte, una autopista de nueva construcción que pasa junto a Naypyitaw para a continuación dirigirse a Mandalay. De entrada, eso de que sale de Yangon es un decir más que una realidad. Desde la que era mi oficina, en pleno centro de la ciudad, para alcanzar la entrada de la autopista siempre hubo una hora de circulación densa (hasta el aeropuerto), y otra de circulación fluida por unas calles anchas llenas de curvas, coches, niños, perros, autobuses sin puertas y algún que otro caballo.

Incorporarse a la autopista pasa por una avenida recta de bastantes carriles sin pintar, y un puesto de peaje. A partir de ahí, libertad (condicional). En mi primer viaje en coche descubrí, pasada poco más de media hora, que la idea de circular a 140 era totalmente descabellada, así que reduje el ritmo a unos modestos 100/110 que se transformaban en 130 ocasionalmente. Los baches, las curvas, y la falta de aislamiento de la vía, aconsejan ir con cautela, aunque los birmanos ricos te pasen a mucha más velocidad. Lo más destacable de esa autopista, lluvias y tormentas aparte, es su población. Hay que pensar que la gente que vive en sus alrededores, a medida que nos adentramos en el país, lleva viviendo de la misma manera centenares de años, y su actitud hacia la autopista es más un “qué bien, ahora tenemos un camino ancho” que cualquier cosa que tenga que ver con el desarrollo o la seguridad vial. Es gente que vive sin electricidad en sus casas, por poner un ejemplo. Así, por la autopista no es raro encontrarse motos en dirección contraria, bicicletas, niños volviendo del colegio, perros, patos, algún que otro camión en sentido opuesto porque le resulta más conveniente, etc., etc.…  Y gente limpiando las cunetas a mano, incluso pude ver a alguien barriendo la cuneta.

Y así, tras tres o cuatro horas, llegamos al área de descanso en donde parar a estirar las piernas, despejar la mente, ir al baño y tomar algo. Pese a su aspecto similar al de cualquier área de cualquier país, no esperen nada occidental. Uno de mis acompañantes, más inglés que la Reina Isabel, quiso tomar un té. Por nuestra mesa pasaron todas las variedades de té disponibles (verde, verde con azúcar, chino, con leche condensada, frío…) hasta que, como último recurso, le trajeron una taza del té ultra concentrado y absolutamente negro que usan para mezclar con leche condensada. Culpa suya, por pedir cosas raras.

De ahí a Naypyitaw es una tirada ya muy corta, y se llega en un momento. La salida de la autopista nos desemboca en una avenida que cada vez se va haciendo más ancha. No hay tráfico, y mientras seguimos circulando por esa avenida se nos hace de noche. No es que anochezca muy rápido, es que el lugar es inmenso. A ambos lados de la carretera se van acumulando hoteles, a cada cual más terrible. Uno de ellos incluso tiene un viejo jet sin motores acondicionado como bar. También vamos dejando de lado urbanizaciones de chalets construidas para los militares, y un campo de golf.
 
Pagoda Uppasanti, por fuera

Siempre me he alojado en el hotel Aureum. Me van a permitir no escribir una crítica feroz ni dedicarle un artículo completo pues, aunque ahora ya no resida en Birmania, prefiero no criticar algo que pertenece a una persona muy poderosa en el país. Sólo decir que es todo muy ostentoso, que tiene piscina y que, de todas formas, tampoco les interesa pues nadie va a Napyitaw a disfrutar de un hotel. Bueno, y que es como si hubiesen construido el hotel y luego haberse dado cuenta de que tenían que poner las tuberías. Creo que sigo teniendo restos de cemento en uno de mis trajes, gracias a esa extraña técnica de construcción de añadir desagües a posteriori.

El Aureum no queda lejos de uno de los dos centros comerciales de la ciudad. Visité uno, no dejaba de ser un gran supermercado con algunas tiendas en las que, como suele ser habitual en el país, hay siempre tres o cuatro chicas aburridas jugando con su teléfono móvil en espera de que entre algún cliente (que no entrará al ver el panorama). Lo que sí se ven son funcionarios adinerados con grandes coches negros aparcados en el parking.
 
 Zona comercial, supuestamente
 
La ciudad no tiene centro. Hay, si eso, una zona de casas bajas con alguna tienda y dos o tres restaurantes en una colina, es el llamado barrio de Myoma. Pero no hablamos de un centro por el que pasear. Los paseos se hacen en coche, punto. De esos restaurantes, destaca un tailandés por ser un poco más lujoso y por servir comida china. Sí, lo llamé tailandés porque el mismo restaurante se denomina tailandés. Quizá sea más recomendable ir al restaurante de estilo Shan que hay al lado. Imprescindible para comer, con esas bandejas metálicas de cantina de prisión. Brutal. Eso sí, una comida deliciosa.
 
 Comida en el restaurante Shan
 
Digamos que en Naypyitaw hay tres puntos destacables. Una es la réplica de la pagoda Shwedagon de Yangon, que llaman Uppatasanti. Al ser de nueva construcción, es hueca por dentro y uno puede pasear por su interior, siempre descalzo, admirando los bajorrelieves de la vida de Buda. De todas formas, no hay prácticamente nadie dentro. Por fuera es espectacular, como espectaculares son las vistas de la ciudad. El otro punto de interés es el parlamento, pero olvídense de visitarlo. Uno puede acercarse relativamente, ya que a mitad de la avenida hay un control policial infranqueable. No seré yo quien saque la cámara de fotos allí.
 
  Pagoda Uppasanti, por dentro
 
Y el tercer punto de interés no es otro que la infraestructura viaria. Básicamente, los ministerios están distribuidos junto a una autopista de cuatro carriles por sentido, con unos jardines perfectamente cuidados en la mediana y rodeada de aceras cuyos zócalos van pintados en inmaculado rojo y blanco, cual piano de circuito de carreras. Y encima tiene curvas, subidas y bajadas. Un verdadero paraíso, imagino, para quien tenga permiso para darle cera al coche. De vez en cuando hay una rotonda inmensa con una fuente en medio, y muy pocas señales de tráfico.
 
 Fuente con pagoda
 
Y es entonces cuando, en una de esas rotondas,  observamos una extraña salida con una cantidad de carriles considerablemente mayor al de las otras avenidas. La rotonda ya nos avisa, el buen observador habrá visto que hay no menos de 5 carriles ahí. ¿Quiere decir que la avenida en cuestión tiene 10 carriles? Al principio sí, porque pronto se ensancha para ocupar nada menos que 24 carriles, que al verlos en línea recta y pendiente descendiente impresionan, vaya que si impresionan.
 
 Avenida, desde el coche
 
He dicho que no hay un centro como tal, pero eso no quita para que la ciudad esté dividida en zonas. He hablado de la zona de hoteles, la residencial (aunque no he nombrado los bloques de apartamentos, muy discretos y disimulados, nada que ver con los edificios-colmena comunistas que uno se imaginaría), la comercial y la administrativa. Falta por nombrar la zona internacional en la que, como era de esperar, no hay absolutamente nadie ya que ningún país ha movido su embajada de Yangon a Naypyitaw.
 
 Zona religiosa, esperando nuevos templos o a saber
 
Toca regresar, lo haremos en avión. Si la ciudad es extraordinaria, el aeropuerto no lo iba a ser menos. Recién terminado y sin usar, huele a nuevo. ¿Saben ese olor a moqueta nueva? Así es, a nuevo. La instalación es tremenda, hay decenas de puertas de embarque y de mostradores de facturación, separados entre vuelos domésticos e internacionales. La luminosidad es perfecta, la amplitud y la modernidad de todo ello es alucinante. Llegamos tarde, hemos salido de una reunión en uno de los ministerios, tras asistir a una gala de algo en un hall de congresos descomunal, y toca llamar a la compañía aérea para que retrasen el vuelo. ¿Problema? Ninguno, somos los únicos ocupantes del avión, que hemos fletado para nosotros.
  
Aeropuerto, hall principal 
 
Al llegar, pasamos los controles de seguridad pertinentes. Seguimos estando solos, allí no hay nadie más. Es la primera vez que paso un control de seguridad mientras hablo por el móvil, pero no parece importarle a nadie. Pese a nuestro retraso, pasamos a la sala VIP. Uno no puede negarse a que te sienten cinco minutos ahí, las autoridades han de mostrar el aeropuerto completamente, lleguemos tarde o no. Y embarcamos. El Beechcraft nos espera en la pista, a donde nos lleva un autobús modernísimo y que dudo tenga más de 500 kilómetros en el marcador. El vuelo pasa sin mayor incidencia más allá de la risa que provoca ir metido en esa avioneta, o que la azafata te ofrezca té o café para luego avisarte que la bebida va fría porque no tiene cocina. Imagino que el avión tampoco tiene aseo, da igual.
 
 Embarcando

No es un sitio al que ir de turismo, la verdad. Hay quien va, allá ellos. Birmania es lo suficientemente variada como para pasar un día en Naypyitaw. Pero si han de ir por negocios, ahora ya saben a qué atenerse. Eso sí, tengan en cuenta que en ese país las cosas cambian a una velocidad pasmosa, quizá lo que he escrito ya no sea válido.

Pueden leer, en español, esta interesante entrada sobre la historia y el urbanismo de la ciudad. También en Skyscrapercity.com hay un buen hilo con multitud de imágenes.
 
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