domingo, 24 de abril de 2011

Audi A1, concentrado de tontería

Qué pena, de verdad, qué pena. Es que ponerse a escribir sobre el Audi A1 sin haber conducido también al mismo tiempo un Mini y un Citroën DS3, te deja la sensación de que te estás limitando mucho y de que, pongas lo que pongas, el texto va a quedar cojo, falto de ese algo que dan las comparativas. Comparativas que dicen algunos son odiosas, pero en este caso creo que totalmente necesarias. Es que circulando por París, como ha sido mi caso, no pasan diez minutos hasta que aparece un Mini o un DS3 con conductor similar y con tus mismas intenciones, que es hacer de la ciudad tu circuito y transportarte en modo pijo por las calles del XVIème Arrondissement en un sprint constante de semáforo a semáforo, pero con estilo y con cierta desgana, cosa que imagino es lo que a uno le sucede cuando se puede gastar todo ese dinero en un coche tan pequeño. Y te imaginas cómo sería hacer eso en el Mini o en el Citroën, mientras miras el símbolo del volante del Audi.

El DS3, si lo quieres tú también tienes que molar...

Empecemos por fuera, y yo diré que me gusta, ¡vaya que si me gusta! Quizá en rojo con los arcos del techo gris, que es esa combinación que inexplicablemente aparece por todas partes, el coche se vea raro. El frontal, clónico de Audi, creo que le resulta atractivo a casi todo el mundo. En el color burdeos del coche que yo he tenido estos días, la carrocería se ve elegante, compacta y equilibrada. Sinceramente, las combinaciones con decoración deportiva tipo Audi Quattro me parecen fuera de lugar en estas formas, porque el coche no lo veo tan agresivo como el DS3, ni tan personalizable como el Mini. Tonos oscuros, aunque no por disimular las formas, sino por mera cuestión de elegancia, es lo que creo mejor le van al Audi A1.

Las puertas abren decentemente, el maletero es lo suficientemente cómodo de acceso, y poco más podemos decir, pues hablamos de un coche realmente pequeño, de estos que en una mirada lo has visto ya entero. Al lado de un Ibiza, por aquello de comparar con la misma base mecánica pero a mitad de precio, las diferencias son notables y creo que gana el Audi. Se ve bueno, que es algo que también importa.


El interior es pequeño, pero eso ya lo teníamos que haber adivinado de antemano. Sin embargo, las plazas delanteras se sienten muy cómodas, y uno no va especialmente comprimido, ni tampoco chocando con el acompañante. Detrás ha de ser otro mundo, ciertamente, pero tampoco es algo que me preocupe, y tampoco es que me haya sentado detrás, ni siquiera intentar acceder, pero sí puedo decir que el hueco para las piernas detrás de mi asiento no se veía minúsculo. Los asientos resultan cómodos, de una dureza perfecta y con buena capacidad de sujección. La tapicería de cuero se hace obligatoria, dándole al coche el tacto general que merece. Todos los mandos se sienten buenos, como bueno se siente el salpicadero. Buen tacto de volante, buen tacto en parado de la caja de cambios, ajustamos todo y nos preparamos para arrancar. Comienza la verdadera prueba, pues los coches se fabrican para que sus ocupantes se puedan mover por los sitios, y esas cosas. Comienza la prueba y comienza el descenso a la realidad.


De entrada, el embrague, y por tanto los demás pedales, quedan inexplicablemente desplazados a la derecha, hacia el centro del vehículo. Te acostumbras en seguida, pero resulta raro. Que eso te pase en un Testarossa es lógico y normal, pues los Ferrari de hace años eran coches construidos de forma aproximada en los que lo importante siempre era el coche, por encima del conductor, pero en un Audi moderno de tracción delantera... Poner primera no cuesta nada, claro. El problema es que aquello está mucho más cerca de un Renault Clio diesel que de un BMW Serie 1 en tacto en general. La visibilidad no es mala, en el sentido de que hay retrovisores y esas cosas, pero tampoco me pareció buena, y menos en el estresante tráfico de motos de París. Ponemos primera como lo haríamos en un Opel Corsa, con poca sensación de verdadero contacto, y echamos a andar. El tacto es sencillamente de coche pequeño, de utilitario, todo ello. Dirección, frenos, estabilidad, cambio, etc... coche utilitario de ciudad.

Coche caro, hotel caro, pero alquilado en una low-cost.

¿Estaré yo confundido? Es que me llamó mucho la atención que aquello fuese tan “vulgar” en conducción, esperaba algo más... algo más... no sé, algo más, sencillamente. Por eso tendría que haber conducido los otros dos, para poder certificar, o no, el tacto de coche menor que tiene el A1. El que sí conduje hace tiempo fue el Alfa MiTo, que ya lo tenía casi olvidado, con el modo on-off en el que tenemos un coche duro y potente, excesivamente duro de dirección en ciudad, y un montón de hierro con asientos y formas agradables, movido por un ratoncillo que da pedal mientras los amigos de Iñaki Perurena, a los que también tiene que mover el ratón, te ayudan para que puedas mover el volante con una pestaña.

Luego, puesto en la calle, no es para tanto...

Pero quizá eso dé igual cuando reducimos el uso del coche a lo que es su terreno natural: la ciudad y sus alrededores, o la juventud dorada de ir a la playa en verano con el cochecito y el carnet sacado de hace 10 minutos, o el uso de señora con posibles, señora que como es lógico nunca distinguirá un coche de otro por mero desinterés. Es un coche simpático, elegante y con estilo, no se le puede pedir más. O quizá sí, porque realmente cuesta un dineral, pero ese es otro tema. No sé, quizá si se pinta de racing y el dueño tiene alergia a ir en un Renault Clio Sport, cosa evidentemente mucho más deportiva, la cosa cambie... pero lo dudo.

Mi coche, con su motor 1.6 diesel de 90 caballos, andaba lo que cualquier coche turbodiesel de 90 caballos: poco a bajas vueltas y relativamente bien en cuanto sopla el turbo. La media de consumo obtenida, 4,9 litros a los cien kilómetros, calculados como suelo hacer relacionando los litros que entran en el depósito con los kilómetros recorridos, me parece bastante baja, conseguida seguramente gracias al sistema start-stop, con un apagado de motor imperceptible y una arrancada que hace dudar de la durabilidad del sistema con el paso de los años. He dicho apagado imperceptible, por la paz en la que queda uno cuando el motor se apaga. No porque sea ruidoso o vibre, sino por el ruido y la vibración. Me explico: el motor no suena a horrible diesel de los años noventa, afortunadamente, pero suena grave, con una presencia continua que no llega a molestar, pero que se agradece cuando desaparece; además, no llegan vibraciones al volante o a la caja de cambios, ni mucho menos al asiento, pero sí que noté una vibración bastante desagradable en el pedal del freno, de las de decir “estoy en un utilitario, no en un Audi”.

Espacio para equipajes, tampoco me pareció pequeño...

La pregunta: ¿merece la pena? Si se puede pagar, sí. Sé que he dicho lo mismo del BMW 116d, pero es que no se me ocurre otra respuesta. ¿Por qué no comprar el coche que a uno le gusta si no hay problemas para ello? Las dudas surgen al ver la cantidad de alternativas que existen, a precios más bajos, o la cantidad de dinero a desembolsar por algo tan pequeño, pero deberían desaparecer si el Audi A1 es el coche que nos gusta y el coche que se adapta a nuestras necesidades, y lo podemos pagar. Desde luego, para moverse por París me ha resultado un coche ideal.

Y como ésto lo escribo, como con la prueba del BMW 116d, sentado en relativo confort en un Airbus A380 de la compañía Singapore Airlines, mientras un bebé francés de poco más de un año no para de gatear por debajo del asiento para desesperación de su madre, y sin posibilidad de entrar en el configurador de la web de Audi para alucinar viendo los precios en los que nos ponemos con un A1 “ideal”, no hablaré del precio. Bueno, sí, que uno puede gastarse 42.000 euros en un A1, si se lo propone. Y eso es bueno cuando se trata de dar imagen, porque... es de lo que se trata con estos coches, ¿no? Y también de que dentro de algunos años el precio de segunda mano será más cercano al de un coche “normal”, y quien no dé importancia a llevar lo último sino a llevar una marca (y unos acabados interiores, ojo, no nos olvidemos de esto porque el coche malo no es, en absoluto), podrá comprárselo y decir “tengo un Audi repijo”.

Prueba del Audi A1, un artículo a terminar antes de que mi vuelo alcance la noche cerrada de Oriente, sobre un coche que nunca me plantearía comprar, pero que me ha gustado considerablemente más que la comida que me han servido hoy. Y el consumo de 4,9 litros es de 150 kilómetros al 70% de ciudad pura y dura, y 30% de autopista, que cada uno saque la conclusión que necesite sacar de ahí.

martes, 19 de abril de 2011

Les Bistronomes

Como en todas las grandes ciudades, escribir sobre cualquier restaurante pequeño y poco conocido tiene un lado positivo y otro negativo. El negativo es que te dejas en el tintero cientos de otros sitios seguramente igual de buenos y agradables, y el positivo, en este caso, es que escribes sobre el restaurante de un amigo, y sobre un restaurante bistrot sencillamente magnífico.

Sylvain trabajó años en la industria hotelera parisina. No nos habíamos vuelto a ver desde que a finales de Agosto de 2007 abandonase yo París. Fue precisamente en su casa en la que pasé la penúltima tarde allí (la última fue con mi familia, ya preparados para el viaje). Durante esos años seguía trabajando en hoteles, desde entonces ha estado buscando su sitio, y creo que lo ha encontrado con la apertura de Les Bistronomes, un pequeño bistrot que maneja junto con Cyril, su socio y chef.


Un sitio pequeño, de buen ambiente, al que ir a comer o a cenar en un ambiente que no por ser más o menos informal, implica un mal servicio o una cocina “corriente”. En absoluto. De hecho, la calidad del servicio, por cercanía humana, es lo que le da ese toque personal del sitio al que apetece ir a disfrutar, sin perder ni las formas ni el estilo, ni el confort, pero sin sentirse obligado a cenar en capilla, como sucede en esos restaurantes de renombre tan carísimos, en los que uno casi que le coge miedo al sumiller, no digamos ya al maître.

A dos pasos de Palais Royale o de Opéra, el local está situado en los bajos de un edificio con el típico portal parisino de pasaje, al que miran las ventanas de vidrio teñido del restaurante. Es un sitio pequeño, ya lo he dicho, es un puro bistrot en el que las mesas están cerca las unas de las otras. Porque París es una ciudad cara, en la que el espacio es el verdadero bien de lujo. Pero aquí no hemos venido por el espacio, sino por el ambiente y por la comida.


La carta es breve pero directa. Unas entradas agradables, productos de temporada y de mercado, y unos platos (pocos) por los que cuesta decidirse. Éramos tres para cenar, y a dos se nos ocurrió pedir lo mismo, y como el placer personal va muy por encima del blog, sintiéndolo mucho por los lectores, nos mantuvimos fieles a nuestra elección y nos quedamos sin probar algún otro de los platos. Cayeron un filet de pigeon (perdonen el afrancesamiento tan snob, pero es que traducir eso como filete de pichón me suena tan ridículo como intentar sacar un filete de un pájaro pequeño), y un bar rotie, que es una lubina asada y que podría haberlo escrito en español, pero por seguir la tónica...


El pichón es en realidad un hojaldre relleno. La base de la tartaleta es repollo salteado, luego viene la carne con alguna que otra cosa, y todo va cerrado. Se sirve con una salsita opcional. La carne perfectamente poco hecha, como debe de ser, sabrosa y jugosa, creando un plato sencillamente rico y agradable, con una delicada presentación. El pescado yo creo que es una mejor opción, y se emplata sobre una especie de risotto de arroz negro con alubias rojas y guisantes, ligeramente aceitoso y que el chef llama “tipo paella”, que es una delicia. Y las porciones de pescado vienen perfectamente cocinadas, en un punto de cocción y de dureza que es eso: perfecto. Así da gusto.


De postres yo pedí un milhojas de plátano flambeado al ron añejo, servido con un helado de no recuerdo qué. Lo sé, es una crónica vaga... Es peor aún, mis amigos pidieron un algo que tenía piña (con lo que ni me planteé probarlo por cuestiones alérgicas), y otra cosa que no era con chocolate, sino con crema chantilly. Discúlpenme por tan terrible descripción, pero uno estaba algo cansado y yo no soy muy de postres. De todas formas, nadie quedó insatisfecho con el menú, lo que indica la buena calidad de todo lo servido (mis amigos son también muy de disfrutar de estas cosas). Y es cuestión de entrar en la web del restaurante y ver los menús y las fotos...


Acompañamos la cena con una copa de tinto para la señorita Nunzia, un agua con gas para el señor Xavier, y yo no podía pedir otra cosa que una cerveza. Al terminar, Sylvain nos ofreció un benjamín de Ratafia, que es una bebida hecha con mosto de las uvas del Champagne, alcoholizada a posteriori (no fermentada), de color tirando a rosado oscuro, relativamente agradable.


¿He dicho ya que fue todo estupendo? A veces apetece salir a cenar y disfrutar, y llevando un año en Laos y estando de vacaciones, más. No puedo decir que, desde el punto de vista del placer culinario personal, la cena en Les Bistronomes sea 10 veces mejor que la cena en una brasserie de Neuilly recién aterrizado en París el otro día, con un tartare delicioso y cerveza de barril. Son cosas diferentes, y si Sylvain sirviese aquel tartare, yo también habría quedado a gusto. Es el conjunto de todo, lo simpático del local, la cercanía del servicio, la cercanía de las otras mesas... es un bistrot, y ya tenía ganas yo de volver a uno. Me alegro haberlo hecho al de un amigo, y no dudo en recomendarlo, sin duda.

Les Bistronomes, 34 rue de Richelieu, 75001 - París, plato, postre y bebida por unos 50 euros por persona. Es caro, pero al tiempo no es caro. Es París, pero el París de los de allí. Conviene llamar para reservar.

lunes, 18 de abril de 2011

BMW 116d, segundo asalto

Mirando las estadísticas del blog, llama la atención que el artículo de la prueba del BMW 118d siga siendo la página que más visitas recibe. Tras haber vuelto a conducir un Serie 1, me siento obligado a reescribir el artículo, aquel en el que hablaba de un “terrible motor”.


Avis es una verdadera lotería, al menos en el aeropuerto de Asturias. Volviendo de Laos por vacaciones, tras un año sin conducir, qué menos que alquilar un coche con el que llegar a casa desde el aeropuerto, porque sigue sin estar comunicado por tren, y desquitarse-desquiciarse por la autopista a 110. Como digo, esta oficina de Avis es una lotería, pero lotería en la que siempre pierdes, salvo que protestes. Yo tenía alquilado un Audi A3, porque es un coche que me gusta y, de entre los anunciados en la web, era lo más decente o apropiado. Pero no, me quisieron dar un Volkswagen Golf, que no es un mal coche, pero es que no es un Audi (aunque la base sea la misma). Luego un Volkswagen Passat, que es un gran coche cuando tienes 52 años y eres una persona seria, es decir, aburrida al menos automovilísticamente, que no pudo comprarse el Audi A6. Luego otra vez el Golf, luego ya a saber qué. Hasta que inexplicablemente, de la nada, surgió un BMW 116d. ¿Tanto trabajo cuesta ofrecer ese de primeras? Se ve que no, y se ve que no guardan el historial de clientes, porque les he alquilado unos cuantos ya (y siempre me la intentan colar).


Sacada de KM77, claro...


Al tema, BMW 116d 5 puertas, blanco taxi, interior negro, 1.400km en el contador, coche nuevo. Se agradece que sea nuevo, pero ya aviso que eso ha podido condicionar las conclusiones que van a leerse a continuación. Por fuera me gusta, creo que ya todo el mundo lo ha visto mil millones de veces (especialmente en Asturias, o más concretamente en Oviedo, donde parece que los regalen a la muchachada de la “zona alta”). Por dentro se nota que es una evolución. Ya tiene sus años, pero conviene recordar que la chapucilla de la guantera sujeta por una cinta de nylon, o la simplicidad insultante de las puertas, han dado paso a un interior pelín más adecentado, en la línea aparente del Audi A3. El coche sigue siendo BMW en postura de conducción, en calidad de asientos, en calidad interior en general, en la dureza que se nota ya en parado. Más que dureza, solidez. Claro, no al nivel de un Porsche, pero sí por encima de coches más económicos. Porque, como seguramente vuelva a decir más adelante, los coches caros son generalmente mejores que los coches baratos.


Claro, ellos te ponen el de gasolina a tope de equipo...


El acceso a las plazas traseras sigue siendo malo, no han cambiado las puertas, claro está. Entre que la puerta abre poco, y el respaldo del asiento queda muy retrasado, uno intenta entrar y se va para atrás en caída libre. No, no es así. Y no es así porque al escalón de entrada, muy alto y profundo, se le sigue sumando ese ridículo espacio para los pies, por el que sólo pasan pies de tamaño niño hasta 6 años. Cosas del diseño, claro. Así, es probable que uno quede sentado en escorzo, con la puerta abierta y los pies fuera del coche. Postura digna, que se dice. Sentar dos niñas atrás, con sus correspondientes sillas, y atarlas, es realmente difícil e incómodo, más pensando que el coche tiene puertas y tal. No creo que hacer eso en un Mini Clubman sea mucho más difícil. Pero si no, siempre se puede optar por llevar exclusivamente acompañantes adultos amputados de tobillo para abajo. Lo que pasa es que uno está de vacaciones y va a la playa con la Infanta y su prima.


Delante no, delante uno va magníficamente, como corresponde a un gran coche, aunque lo cierto es que el espacio interior no es especialmente amplio, y el techo queda cerca. Es algo que me llama la atención en estos coches cerrados, quizá demasiados kilómetros descapotado tienen la culpa, pero midiendo 1,79 y con el asiento casi abajo del todo, no más de cuatro dedos separan mi cabeza del techo.



En realidad era como éste

El embrague es de coche grande, largo y sólido. La caja de cambios tiene un manejo delicioso (para ser lo que es), los frenos frenan, el acelerador acelera (dentro de las posibilidades del motor que se le ponga), y la dirección es directa. Obvious good car is obvious. El tacto es, como ya pasaba en las primeras unidades, de coche grande, y se agradece. El tacto es de calidad, por encima del resto, lo nota el conductor y lo notan los pasajeros. Dejémonos de tonterías, a casi todo el mundo le gusta una vez instalado dentro y en marcha (cosa distinta es que les guste pagar por ello).


El motor. De entrada, sistema star-stop que funciona de forma perfecta, parando el motor sin vibraciones y arrancando al pisar el embrague o al mover la palanca, también sin mucha vibración. El coche suena a diesel, porque lo es, pero es sólo el sonido. Aquella sacudida generalizada que daba el 118d que probé ha dejado de existir. ¿Puede que sea por ser un coche nuevo y tener aquel otro sus 8.000 kilómetros de pasar por mil manos? No lo sé, y no me atrevo a asegurarlo. En marcha el motor responde tal y como uno puede esperar de la potencia del motor, dato que desconozco en estos momentos y que, verdaderamente, me trae sin cuidado. Puede dar una aceleración bastante decente, y también ser un poco frustrante si pretendemos que remonte en sexta desde poco más de 100 kilómetros por hora. Quédense con lo primero, lo segundo es practicar conducción estúpida.


Que si hay que elegir, el que me gusta es éste


Entre que el coche era blanco y el ruido del motor, por ciudad me sentía un poco taxista, pero al menos taxista con un coche bueno. La suspensión es rígida, todo el coche es rígido, cosa que a mí me gusta. Por autopista tiene un aplomo excelente y el motor, como he dicho, da una respuesta relativamente adecuada (lo ridículo es esperar la entrega de potencia de un V8 biturbo, cosa que algunos se empeñan en seguir esperando de cada coche que prueban). La excelente dirección se deja notar en carretera revirada, donde también la tracción trasera colabora para una buena experiencia. La caja de cambios es casi perfecta, y por un momento soñamos con tener un 135i coupé, o el Serie 1 M coupé. Y es que viendo cómo es este 116d, esos otros han de ser realmente espectaculares.


¿Terrible motor? Al menos, en esta unidad tan nueva, no. En absoluto, cualquier ruido (aunque espantoso) es compensado con todo lo bueno que da el coche, que es mucho. Convendrá ponerse guantes y taparse la nariz al repostar el engrudo oleoso que usa el motor, pero es un mal menor. Unos 300km de uso totalmente mixto con autopista de limitación ridícula, vías rápidas, aceleraciones sin ningún tipo de contemplación, ciudad, atascos, garajes, etc... una media de 6,5 litros calculada a base de relacionar kilómetros recorridos con gasoleo pagado, a mí me parece poco (aunque de seguro el fabricante anunciará un consumo mucho menor), lo cual ayudará a pasar menos veces por las gasolineras.


Si necesitase un coche así y entrase en mi presupuesto, no lo dudaría. Yo soy de sacrificar motor por equipamiento, y en este caso tampoco lo dudaría. BMW sacó una evolución del Serie 1 y corrigió cosas. Las mecánicas mejoraron, como lo hizo el aspecto exterior. El coche es, actualmente, de un equilibrio abrumador. La calidad está tan por encima de la media como lo están los 135i o el mencionado Serie 1 M coupé del 95% (porcentaje no contractual y basado en el éter y la alineación planetaria del Airbus A380 de Singapore Airlines desde el que escribo esto) restante de los coches a la venta en España, o en el extranjero.


No nos engañemos, aunque el aeropuerto tuviese tren directo también habría alquilado un coche... BMW 116d, demasiado dinero, pero teniéndolo y pudiendo vivir con ese compromiso de espacio, sigue siendo una de las mejores opciones.

domingo, 10 de abril de 2011

Tower Club at Lebua, Bangkok

Ya voy por mi segunda estancia. Bangkok es una ciudad excesivamente grande, no hay un centro como tal, es incómoda para los peatones, hay mucho tráfico, muchos perros por las calles, mucha gente por todas partes, y para ir de un sitio a otro se necesita transporte, sea el que sea. Además, la oferta hotelera es enorme. Decidirse por un hotel no es fácil. La mayoría de los turistas de alto nivel adquisitivo acaban yendo al Mandarin Oriental, ¿pero qué pasa cuando el presupuesto no es ni alto ni bajo? Entorno a los 200 dólares la noche, Bangkok tiene cientos de buenos y grandes hoteles de 4 y 5 estrellas, y entonces uno mira el mapa, ve que aquello no tiene ni pies ni cabeza, y más o menos apunta al que tenga buena pinta o parezca moderno. Ese sistema puede acabar mal (las webs engañan…), como puede acabar bien. Yo ya he elegido, y es el Tower Club en Lebua.


Lebua es un hotel muy grande, en una descomunal torre plagada de balcones, cerca del río, cerca del Shangri-La, cerca del Mandarin Oriental, y cerca de la oficina de mi empresa. Por eso nos hacen un precio algo especial, pero no obstante merece la pena. A partir de la planta 51, y hasta la 62 (el último piso), están las habitaciones “Tower Club”. Más bien suites, pues todas son pequeños apartamentos con su salón, su mini-cocina, su dormitorio, su baño… ¿He dicho pequeños apartamentos? En realidad no son nada pequeños, y menos si tenemos en cuenta el precio. Y es que algo de este tamaño, aún no teniendo los servicios del hotel, se pone en más de 10 veces el precio en cualquier palace parisino, para vergüenza de los franceses. He leído a quien le “molestaba” que la habitación tuviese cocina, exclamando “¡eso no es cinco estrellas!” No se puede estar más equivocado, evidentemente, no digamos ya si se viaja con niños pequeños a los que hacerles una cena rápida. Además, hay una máquina Nespresso. Yo, que soy incapaz de tragar el café pero adoro el aroma de un buen espresso recién hecho, no pude evitar llegar y prepararme uno.

Salón de la suite 5831, piso 58

Las habitaciones me gustan. Es evidente que con más de 500, los niveles de personalización y detalles caen, pero con limpieza y simplicidad se consigue un excelente aspecto. La cama es sencillamente comodísima, con una ropa de cama adecuada. Y es que estoy algo harto de no poder explicarme por qué en hoteles de lujo en zonas de calor abrasador, ponen edredones nórdicos que obligan a dormir con el aire acondicionado a 20 grados. En realidad sé los motivos, ciertos clientes americanos acostumbrados a vivir en neveras, en clara muestra del retraso mental que sufre buena parte de dicho pueblo, pero no por ello me deja de resultar incómodo.

Lo de dormir, cuidado con los saltos que los techos quedan bajos...

Los baños son simples, con un solo lavabo, pero con una gran ducha y una bañera para quien quiera malgastar agua y usar sales de baño. El WC no está separado, cosa que me da igual. Puestos a sacar defectos, el espejo de maquillaje no está retroiluminado. Pero vamos, eso es puestos a sacar defectos pijos, porque en los baños, además de productos de aseo Bvlgari excelentes, hay unas toallas que son la envidia de muchos hoteles de lujo europeos, incluso de algún resort de la cadena Aman (quizá los mejores del mundo). Espesas, enormes, bordadas, cómodas, abundantes y a mano.


El hall no es bonito, no hay entrada de gran hotel con lobby enorme, bar, restaurante, etc… Es que esto es una torre, una torre muy alta, con lo que todo se distribuye por plantas. En la décima, creo recordar, está lo que llaman Mozu floor. Ahí hay un gimnasio de muy buen tamaño, una piscina correcta al aire libre, y un gran restaurante en el que sirven los desayunos. Pero nosotros estamos alojados en el Tower Club, con lo que salvo que queramos un desayuno acorde con el precio (esto es, nada especial y con zumo de frutas no-natural), esa sala no la pisaremos. Porque en el Tower Club hay un centro de negocios perfectamente equipado en el piso 53, y un lounge llamado Breeze en el piso 54, con un magnífico buffet de desayuno en el que empezar el día comiendo unos sushis deliciosos (el de salmón, con una espuma delicadísima de wasabi que te llena la boca de sabor pero no te quema la garganta con picor, merece un artículo aparte), pidiendo zumos de las frutas que elijamos, o tirando de bollería clásica. O todo a la vez, claro. Excelente.


Este lounge Breeze sirve también, desde el mediodía hasta las seis de la tarde, un buffet gratuito lleno de tonterías que comer, como la típica pasta al vapor asiática, rellena de langosta esta última vez, vasitos de miniaturas, quesos, frutas, buffet caliente con platos hindúes, ensaladas, postres… Y bebida, claro. El problema de estos sitios en los que no tienes que pagar, es que entras con hambre pero te da vergüenza atiborrarte, o que vean que vas allí para ahorrarte el restaurante. Porque miras a tu alrededor, y la gente parece no comer. Seguramente todos están pensando lo mismo que tú, y se cortan. Luego lo piensas y te imaginas que si estuvieses gordo, las chicas te mirarían, la gente se fijaría en lo mucho que comes, pensando que necesitarías arrasar el buffet para quedarte ligeramente lleno, los cocineros saldrían desesperados a ver cómo desaparecen sus platos, el director del hotel acudiría a toda prisa ante la tragedia, y el propio Rey de Tailandia aparecería en televisión pidiendo calma. Pero yo no estoy gordo, aunque desde hace tiempo cultive un único abdominal central, así que directamente me armo de valor y como, vaya si como. Pero no, no como tanto…

La planta 63 alberga un restaurante italiano bajo la dorada cúpula que corona la torre, un club con una magnífica terraza llena de sofás en los que tirarte a pasar el rato en buena conversación o ligando con todas las turistas que, aún no alojadas en el Lebua, van allí a ver y dejarse ver, y el sky-bar, espectacular terraza sobre la azotea, con barandillas de vidrio, cuarteto de jazz tocando en directo, bar, todo al aire libre, con una brutal vista de la noche de Bangkok. Lo dicho, espectacular. Y con wi-fi (gratis, a toda velocidad, y en todo el hotel).

Lo del fondo es el bar... parece flotar, es espectacular.

Por añadir algunos comentarios a mi experiencia, los choferes están esperándote donde deben en el aeropuerto, y los Toyota Camry que usan son amplios, cómodos y silenciosos. También disponen de Mercedes Clase E y de BMW Serie 7. Uno de los viajes lo hice en el BMW. Sinceramente, por la diferencia de precio no merece la pena, el Toyota ya es suficientemente cómodo, y es considerablemente más discreto. Durante mi primera estancia, me compré una bicicleta para llevármela a Laos. Ir cargando con eso no es fácil, con lo que el hotel puso a mi disposición una chica en el aeropuerto que me guió a los diferentes mostradores (impuestos, aduanas, facturación especial, facturación, etc…) con una efectividad absoluta, rapidez, elegancia y sencillez. Lo cierto es que ese servicio, ya fuera del hotel, es el toque definitivo para querer volver, y algo que muchos hoteles de grandísimo lujo olvidan, desentendiéndose de sus clientes según salen por la puerta del hall.

Además, cuando ya no podía ser mejor, y ante la visión de una terrorífica cola para pasar el control de seguridad, la señorita me dio una tarjeta y me invitó a pasar por la fila VIP o fast-track. Dos minutos más tarde estaba ya en la otra zona del aeropuerto, sin quitarme zapatos, cinturón, reloj, gafas, y sin sacar el ordenador de la bolsa. Como tiene que ser.


En definitiva, no es el mejor hotel del mundo, pero sí que sirve. Y lo guapísimas y elegantes que van todas las empleadas, claro… Decía más arriba de ligar con las turistas, gran error. Todas las chicas que por allí andan trabajando son guapas, educadas, y muy elegantes, como digo. Una maravilla. A mi regreso, no me quedaré en Lebua, voy a probar unos apartamentos con los que hemos hecho un contrato en el trabajo, que nos salen a precio de risa. Pero si no me convencen, es posible que me termine cambiando.

Tower Club at Lebua, Bangkok. En Expedia salen las suites por unos 200 dólares la noche. Sé que tienen paquetes incluyendo traslados y una cena para dos.

miércoles, 6 de abril de 2011

Lao Airlines

Lao Airlines es la compañía aérea nacional de la República Popular Democrática de Laos, como era de esperar al ver el nombre. Tampoco es que haya volado muchas veces con ellos, pero puedo decir que conozco el 50% de su flota, que se compone de dos tipos de aviones: uno de origen francés llamado ATR-72 (ATR de aterriza, y 72 que deben de ser los asientos, esperemos que no sea el año de fabricación), y otro que al parecer es una copia china, llamado MA-60, con un aspecto que realmente da a entender que han terminado el avión en la terminal, antes de despegar, con alguna pieza que había por ahí (sobre todo en la trasera).

Aparato volador chinorri con ruedas que salen de donde los motores

Yo no es que no me fíe, pues en realidad es una buena compañía con buenos registros de seguridad, puntual, eficaz y no excesivamente cara (esto es, comparada con Air France o Iberia cuando no tienen ofertas). Pero para mis vacaciones me dio por elegir Bangkok Airways, por cuestiones de horarios. El vuelo de Lao de Luang Prabang a Bangkok sale demasiado temprano, la verdad, y madrugar en vacaciones como que no. Pero llegó la temporada de quema de campos y bosques, actividad tan popular en Laos como la república, y el cielo de Luang Prabang se cerró, quedando cubierto todo por una densa capa de humo, cenizas, cosas negras volando, y nubes. El horror.

Tan horror que Bangkok Airways tuvo la amabilidad de cancelar sus vuelos en llegada a LPQ (que es el código del aeropuerto de Luang Prabang), con lo cual, si no hay avión en tierra, tampoco hay vuelos a Bangkok. Así que ahí estuvo la agencia de viajes con la que trabajamos, y se reservó un billete con Lao Airlines, con un descuento de 100 dólares sobre la tarifa, por motivos que desconozco. Y otra vez con Lao Airlines.

La moza tenía novio...

La puntualidad es ciertamente curiosa. En realidad salen puntuales más por casualidad, pues este vuelo es famoso por salir en cuanto más o menos todos los pasajeros están allí, ya listos. A veces a las 07:10, otras a las 07:20, pocas a las 07:30 oficiales. Pocas excepto hoy. Bien.

El trayecto dura algo menos de dos horas. El aparato de hélice hace un ruido de guerra, vuela no muy alto (según el comandante, “a dieciocho pies”), y por dentro resulta bastante cómodo, en el sentido de que la pierna que va pegada a la pared no ha de ir doblada hacia dentro o apoyada en una especie de escalón inútil, como pasa en otros aviones pequeños. Hay clase Business, pero como la puerta de acceso está detrás, los asientos Business son las últimas filas. La diferencia consiste en una funda de tela roja, con sus volantes de ganchillo, cubriendo la tapicería de poly-piel del asiento, muy cómico. Imagino que no sentarán a nadie al lado, pero no lo puedo asegurar. Pagar Business en este vuelo es tan ridículo como hacerlo en un Madrid – Asturias.

Caja sorpresa

¡Tachán!

A mitad de camino sirven una especie de piscolabis, en su correspondiente caja de cartón. Suele ser una especie de bocadillo en bollo dulce, un pastel de bizcocho, y una fruta troceada. De beber, Pepsi, agua, la bebida de naranja de la marca local (terrible), y puede que alguna otra cosa que yo no he visto nunca. No es del todo malo el catering, ojo, los he visto peores. En el vuelo de Luang Prabang a Vientiane dan un vaso de agua, precintado y tal, pero vaso de agua. Iberia, toma nota.


Las azafatas son agradables. No, perdón, la azafata es agradable. Por motivos que desconozco, pero que harían feliza a la ministra de la igualdada, siempre he visto una azafata y un aeromozo (que va vestido que parece el comandante, con gorra de plato y todo). Hay un material de lectura con curiosos artículos y una buena cantidad de errores tipográficos muy simpáticos, instrucciones de seguridad, la bolsa de papel por si uno se pone malo, y dan una toallita refrescante que siempre viene bien.

Y el tiempo se pasa volando (lo siento, no he podido evitarlo), y si uno se aburre, saca la cámara de fotos y captura la hélice con las nubes. Lo cierto es que me gusta volar…


El aterrizaje en Bangkok es normal, sin novedad, aunque la frenada es escasa y rápidamente nos salimos de la pista. Una mirada hacia atrás, y ahí vemos aterrizar un Jumbo de transporte de mercancías, hay que quitarse de en medio pero ya. Al aparcar en el aeropuerto, junto a un Boeing 777 de Qatar Airways, da un poco la risa floja, pero cuando ves los ATR en el aeropuerto de Luang Prabang junto a los jets privados, parecen incluso grandes. Autobús, y para la terminal. Todo sencillo, llegada a la hora, equipaje sin pérdidas y a tiempo, todo perfecto. Como tiene que ser.

¿He dicho que me gusta volar? Próximamente Singapore Airlines, en dos aviones diferentes. Y después de volar en el avión más grande del mundo, otro vuelo con el más pequeño de la flota de Air France. En breves...
 
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