lunes, 19 de marzo de 2012

Periodistas, mentiras y fotos naranjas

Esta mañana mi madre, como suele hacer después de escudriñar la prensa, me mandó un email con un link a un artículo de El Mundo que me podría interesar. Pese a ser entrado el mediodía aquí en Birmania, no había tenido tiempo aún de encontrarme con esa serie de frases adornadas con dos fotografías naranjas que El Mundo publica hoy en su edición digital. Una verdadera lástima de artículo que, como comprenderán, me veo en obligación de rebatir. Porque lo que no puede ser es que alguien escriba mentiras, pero mentiras de las gordas, y se quede tan ancho, cuando no directamente tenga la caradura de creerse interesante a base de manipular la realidad, por poca trascendencia que esa manipulación tenga para el país del que habla. Y rebato porque no me gustan los mentirosos, menos si cobran por ello.

El artículo empieza bien. Muy novelado, de hecho no me creo nada de lo que dice en su primer párrafo, pero es agradable de leer. Como puede que la cosa se alargue, en vez de hacer una valoración general del país en el que llevo viviendo un año, tras haber pasado otro en la vecina República Popular Democrática de Laos, voy a centrarme en datos concretos que el periodista de El Mundo pone a lo largo de su texto.

Como digo, el primer párrafo es bonito, muy peliculero. Si bien es cierto que hace años cada extranjero se decía tenía asignado un espía, si bien también es cierto que hace un año uno de cada cuatro taxistas, tras preguntarme de dónde era, alababa al gobierno español y criticaba al birmano esperando que yo entrase al trapo, y si bien tengo la certeza, porque he tratado con ellos, de que los servicios de inteligencia y contraespionaje birmanos funcionan a toda máquina, eso de cuatro periodistas emboscados y un local en a saber qué sitio es pura novela. Precisamente el viernes estuve cenando con un grupo de periodistas americanos, a los que despedí hoy tras, de nuevo, comer con ellos, y esto es algo que sucede cada semana. Ni emboscadas ni espías del gobierno, no seamos fantasiosos. ¿Por qué si no los artículos que se leen en otros medios son tan diferentes?

Las consideraciones sobre la legitimidad o no del gobierno se las dejaré a los expertos en política internacional. Yo lo que sé es que desde que se estabilizó la situación, pasado un mes desde las elecciones, las cifras del turismo en Myanmar han aumentado de forma impresionante, la estabilidad es palpable, la censura va desapareciendo y se aprecia un desarrollo y un cambio de actitud considerable. Hasta se toma la decisión de cancelar el proyecto de una presa en el río Ayeyarwaddy, que es como ahora se llama el Irrawady. Hace meses, mostrar una foto de Aung San Suu Kyi era casi motivo de cárcel, o sin casi, como dice el artículo. A día de hoy es primera, segunda, tercera, cuarta, quinta… página del Myanmar Times, periódico de más difusión en el país, publicado tanto en inglés como en birmano. Periódico, de hecho, moderno e interesante. Como moderna e interesante, y absolutamente budista, resulta la propia Aung San Suu Kyi en persona. Porque a día de hoy se la puede conocer. No es fácil, como no es fácil entrevistarse con cualquier líder, lo cuál no quiere decir que no sea posible.

Pero déjenme que entre en el meollo del día a día, y especialmente en las mentiras y las fotos naranjas. Señores de El Mundo, los extranjeros no pagamos un permiso especial al jefe de estación, sino que tenemos precios diferentes para la gran mayoría de transportes y accesos. Esto es así porque los locales no podrían entonces permitirse acceder a museos, viajar en tren, ni mucho menos volar. En todo el país, un extranjero siempre va a pagar más, y esto incluye servicios como la luz o el agua. En ciertos lugares, basta mostrar el permiso de residencia para obtener precio local, pero esto no sucede con los billetes de avión, por ejemplo. Que yo entiendo que uno es periodista, se va a un país remoto a relatar, y quiere hacer que su artículo suene interesante, exótico e incluso peligroso, pero no conviene faltar a la verdad, ni escribir basándose en la Wikipedia.

Los logros gubernamentales no se ven si no se buscan. Sin embargo, un paseo por las ahora fértiles orillas del Ayeyarwaddy, entre Mandalay y Bagán, nos dejará ver la cantidad de sistemas de irrigación que se han puesto en marcha, o los numerosos puentes que cruzan el río. ¿Hablamos de autopistas y aeropuertos? Es evidente que queda mucho por hacer, y se puede opinar que los esfuerzos no son todo lo justos que deberían. Pero no se puede decir que no se hace nada. ¿Qué los militares y su círculo acaparan la mayoría de la riqueza? Cierto es, también.

Me gustaría saber por qué, en su enumeración de países vecinos, el articulista olvida a Laos., ya que hablamos de países pobres. Pero ese no es más que un pequeño detalle sin importancia y un tema que me toca en lo personal, así que no comentaré. Si diré que en todos los supermercados de Yangon, así como en muchas de las tiendas de las grandes ciudades, es posible encontrar absolutamente de todo. A precios elevados algunas cosas, pero de todo. La soberana mentira de que no hay tal o cual cosa clama al cielo. En cuanto acabe de escribir este texto, me pondré a hacer mi cena usando aceite de oliva Borges. Ni que decir tiene que en un país sin flujo eléctrico estable, y de una pobreza considerable, la mejor forma de conservar la leche es en polvo. Pero ya que estamos con la leche, también conviene decir que no forma parte de la dieta natural y habitual de los birmanos, salvo la condensada para hacer el delicioso y energético té local. De postre tomaré yogur local, excelente, por cierto, porque no me apetece pagar por los Danone y se me ha terminado el queso manchego marca “La flor de mi pueblo” que se puede comprar aquí. Podría beber Coca-Cola de Singapur o de Tailandia, si fuese capaz de diferenciar el sabor, o algún refresco local. Seguramente me tome una cerveza, puede que Carlsberg.

No, no hay roaming, y mi tarjeta SIM costó unos 1.000 dólares hace un año. A día de hoy cuestan la mitad, pero siempre puede uno alquilar un terminal analógico local (con bastante más cobertura que los GSM), y eso por cuatro duros en el aeropuerto, tan sólo presentando el pasaporte. Hablando de iPhones, se ven muchísimos. Yo opté por un Samsung Galaxy, porque soy muy bruto y los teléfonos se me caen cada dos por tres. Y ya que hablamos de internet, ¿desde dónde se creen ustedes que publico este texto? Cibercafés por todas partes, internet gratuito en hoteles, en bares, en centros comerciales, en el aeropuerto de Bagán, y con una censura de webs cada vez menor. Decir que ni los hoteles de cinco estrellas tienen internet es una puta mentira. Con t, han leído bien, no era con r.

He sido parado e interrogado por la policía de inmigración bastantes veces. En controles en carretera al pasar de una división (provincia) a otra, en los aeropuertos, en zonas remotas. ¿Problemas? Ninguno, en absoluto. No voy a poner aquí la foto hecha con los agentes de inmigración de la frontera entre Yangon e Irrawady, por motivos obvios.

Coches, mi especialidad. Para ser pocos los que tienen coche, se ve que salen todos a la vez cada vez que yo me quiero mover por Yangon o Mandalay, a la vista de los atascos que se forman. Copias baratas de marcas japonesas o coreanas. De verdad, entiendo que se quiera hacer una lectura amena, pero uno duda incluso de que el personaje que ha juntado las líneas del artículo haya estado en Birmania y/o haya investigado un poco. Desde hace unos meses, los particulares pueden/podemos conseguir licencias de importación. Serán coches usados, pero a día de hoy cualquiera que pueda permitírselo, podrá importar su coche. No son copias baratas, son modelos que en Europa nunca se han vendido, aunque puede que el periodista considere que el Toyota Harrier es una copia del Lexus RX300. Aquí mismo, en este blog, se puede leer una entrada sobre la conducción en Birmania a bordo de un Toyota Harrier.

Pocos que pueden permitírselo… si tenemos en cuenta la cantidad de gente que vive en este país, sí son pocos. Pero un paseo por Yangon, un simple paseo, nos abrirá los ojos a la pujante clase media que puede permitirse pagar 40.000 dólares por un BMW usado que en España no pasaría de 10.000 euros, o los 35.000 dólares que cuesta un Toyota Caldina de 5 años, o los 60.000 que se pagan por un Toyota Crown Majesta, por no hablar de la cantidad de Lexus RX570 que se ven. Hoy me he cruzado con un Porsche Cayenne Turbo y un Audi Q7. Son minoría, pero existen. Cosa distinta es en las zonas rurales, como en cualquier país en desarrollo.

Los innumerables controles que… lo siento, pero para contar mentiras insidiosas sobre un país, y quedarse tan ancho, mejor no venir. Una vez, UNA, me han parado conduciendo en Birmania. Porque atravesaba una frontera regional y era extranjero. A los locales no se les para. Y no tuve que pagar absolutamente nada. Na da. Pero claro, el periodista está en Birmania y hay que hacer que la cosa suene difícil. Otros controles son los que nombro más arriba, en fronteras o por verte extranjero en zonas extrañas, pero no porque uno no pueda ir, como explico a continuación, sino por hacer un poco su trabajo.

Turismo vetado, como digo, en absoluto. A día de hoy hay que pedir permiso para acceder a muy pocas zonas, como por ejemplo Putao. ¿Qué sucede? Que uno pide permiso con antelación, y lo obtiene. Oh, cosa rara. Como pasa con los visados. Considero, y lo digo por experiencia propia, más sencillo acceder a Birmania que a los Estados Unidos. Pero seguro que ningún juntaletras se atreve a decir que el turismo está vetado en el país de las oportunidades, aunque haya que entrar desnudo y decir con la cabeza gacha gracias cuando el agente de inmigración te pone el sello.

Las consideraciones del gulag y demás las voy a dejar de lado, al no tener datos concretos, como de seguro no los tiene tampoco el periodista. Sí diré que la numerología es una pieza importantísima de la vida local, no se trata de ningún invento de los militares. Aquí cada evento se calcula en base a las fechas y a los números, como se calculan las parejas para noviazgo y matrimonio, siempre mirando las fechas y horas de nacimiento.

Termina hablando de los espías, de nuevo. Yo no me he sentido espiado nunca. Ni cuando salgo con mi cámara negra con objetivo blanco a hacer fotos por la calle, cual National Geographic. Fotos naranjas, si hace falta, aunque para fotos naranjas con monjes vestidos de color azafrán, lo mejor es sin duda Luang Prabang durante los meses de Marzo y Abril.

Y ahora me van a permitir una valoración sobre este país. País que, personalmente y por motivos absolutamente propios, no me termina de gustar. Es esa tremenda diferencia entre ricos (que son muchísimos, y muy ricos) y pobres en Yangón la que me parte el alma y me impide disfrutar, sumada a ciertas características de los birmanos de ciudad. Pero soy consciente de que es como juzgar a Francia por los parisinos o a España por los madrileños. Este es un país tremendamente variado pero con una cosa en común: la amabilidad de la gente. Esa sonrisa permanente, esas ganas de complacer y de invitar, esas cosas de las que el periodista no habla en su artículo, para que así su mamá piense que está en un sitio peligroso y duro. No, de eso mejor no hablar.

Ese pasear por Bagán cámara en ristre, entrar sin querer en los terrenos de una vivienda y acabar tomando un té con galletas con la señora de la casa. O que te invite a un té el dueño de la choza frente a la que has parado el coche para hacer una foto del paisaje. O el que se te acerquen tres tíos con una pinta terrible… para pedirte por favor que les hagas una foto. Que todo el mundo te sonría, que las cosas se vean de diferente manera, la aceptación de ser pobre mediante el disfrute de cada momento. El desembarcar en un pueblo perdido y que vengan todos los niños a verte y a tocarte los brazos, extrañados y divertidos por ver lo blanco y peludo que eres, mientras los mayores preparan algo de comer para ofrecerte. Que el taxista te ofrezca un cigarrillo o una bola de betel-nut para mascar. Que la chavalería te ofrezca su bebida, que los perros callejeros sean seres absolutamente tranquilos. La seguridad que se siente paseando por el centro del atiborrado barrio hindú de Yangon, o las decenas de locales caros que abren cada mes en Yangón para disfrute de la población pudiente. Como el centro comercial Junction Center que abrió en Yangón el viernes pasado, en el que poder comprar prácticamente de todo, sea original o sean copias realmente graciosas.

O la deliciosa cocina birmana, o el vino que se hace de los viñedos de Inlay, en los que cultivan uva tempranillo. O de lo cómodo que resulta el longyi, la prenda tradicional birmana tanto para hombres como para mujeres. No, de esas cosas es mejor no hablar, que ya lo hacen los demás. Mejor me invento cuatro parodias que suenen bien y queden exótico/peligrosas. O puestos a hablar de cosas negativas, el creciente problema de la prostitución asociada al turismo chino y de negocios, que se ve en cualquier club nocturno de los grandes hoteles de Yangon, algo totalmente contrario a las creencias tradicionales del país, equivalente a que en España abriesen restaurantes que sirviesen carne de perro.

Es lo que hay. Tan cierto como cierta es esta otra foto naranja, cosecha propia de ayer.

Foto naranja

Sofitel New York

Que te pongan unas reuniones en Nueva York en pleno agosto puede ser motivo de queja para el ejecutivo pijo que se las da de interesante, o para quien tiene cosas más importantes que hacer en esas fechas que pasar tres días en una sala rodeado de insidiosos clientes. Pero, a fin de cuentas, no deja de ser un viaje a la capital del mundo mundial, con los gastos pagados, en verano y volando adecuadamente (véase la entrada sobre Etihad).

El hotel elegido, por quedar literalmente detrás de la oficina y al lado del primer restaurante en el que nos reuniríamos, fue el Sofitel New York, conocido mundialmente por el affaire de Dominique Strauss-Kahn con una camarera de pisos, unos policías de aeropuerto, un arresto en pleno avión, y un pisazo en TriBeCa a la espera del juicio. Aviso, nada de eso me pasó a mí, por bien de mi expediente penal y por mal de mis propiedades inmobiliarias neoyorkinas.

Sofitel New York, con banderas y todo

A dos pasos de la Quina Avenida, a tres pasos de Times Square, a cuatro pasos del Empire State Building y a cinco pasos de Central Park. La verdad, la localización no podría ser mejor, sobre todo si se tiene tiempo de visitar exclusivamente lo nombrado. Es un edificio que sería grande en cualquier ciudad, de hecho el hotel cuenta con nada menos que 30 pisos y 398 habitaciones. Pero luego lo ves, rodeado de las moles habituales de la zona, y se hace minúsculo. De hecho, sorprende el número de habitaciones para el tamaño del hall de entrada y del restaurante, dando la impresión de que no tendrá más de 100 camas en total.

Mi habitación era de las que llaman “categoría superior”. Lo siento, no visité las demás (salvo una suite), con lo que no puedo comparar. De un tamaño adecuado, bien equipada y con una decoración relativamente agradable. A 435 dólares la noche, sin desayuno ni impuestos, teniendo en cuenta que es Nueva York, no me parece excesivamente cara, aunque tampoco precisamente barata. La cama me resultó confortable. Bien es cierto que tras dos larguísimos vuelos, cualquier catre sirve para dormir… pero no nos engañemos, una buena cama es importante, y el Sofitel la tiene. De la misma forma que una buena ducha, con buena presión, temperatura y gran espacio, ayuda a relajarse por la tarde y a desperezarse por la mañana. Y el Sofitel también la tiene.

Habitación Sofitel, tal cual

La suite que visité no tenía nada de especial, tan sólo una salita extra en la que recibir gente, pero siempre queda bien decir que te alojas en una suite del Sofitel, supongo.

No esperen grandes lujos, productos de baño de la mejor marca o una decoración perfecta de última tendencia. No se trata de eso, sino de tener una estancia lo más confortable posible, en una buena localización y con un servicio adecuado. Y no me refiero a camareras de pisos ofreciendo favores o a limpiadoras de penes reales, al estilo Príncipe de Zamunda. De hecho, en mi planta sólo había señores limpiando las habitaciones. Eso sí, una limpieza perfecta, sencillamente perfecta. Como debe de ser.

A la derecha, ahí abajo, se le ve...

Lo único que me molestó del hotel fue escuchar algún que otro ruido de las habitaciones contiguas, pero eso pasa en prácticamente todos los hoteles (y en casi todas las viviendas, no nos engañemos).

El desayuno, aunque no fuese buffet, tenía productos de muy buena calidad, todo con un toque francés muy marcado, incluyendo unas mesas quizá demasiado pequeñas para cuando no se desayuna solo. La gente que vaya allí de vacaciones con la familia se sentirá un poco apretada, y puede que un poco estresada debido a la rapidez del servicio. Y es que, como digo, todo parece dimensionado para cien habitaciones, no para casi cuatrocientas. No obstante, un servicio rápido pero también bueno, cordial y efectivo.

Comí un par de veces en el restaurante, una fórmula típica del grupo Accor, en plan plato combinado con opciones “mundiales”. Esto es, una opción francesa, otra noruega, otra americana, otra… Platos absolutamente cliché, pero también muy bien preparados y mejor presentados. Es, como digo, muy Sofitel. Hay a quien le gusta, hay a quien no, pero no se puede decir que sea malo, en absoluto. Como curiosidad, comiendo en el restaurante había decenas de ejecutivos con pinta de Dominique Strauss-Kahn, por todas partes. Igual era impresión mía, pero todos se le parecían.

Marchándose sin pagar...

Conserjes y botones muy agradables, personal de Recepción muy atento, es Estados Unidos, un hotel de lujo y Nueva York. Se nota esa cultura de servicio americana, tan cargante en ocasiones pero ágil, educada y eficiente. Quizá llevase un poco de tiempo preparar la cuenta de las tres habitaciones que pagué yo, pero tampoco como para montar un escándalo.

En definitiva, una entrada breve sobre un hotel para estancias breves. No es que no merezca más comentarios, es que no hay mucho más que decir. Desconozco si tiene piscina, Spa, gimnasio y demás, no me dio tiempo a interesarme por ello. Todo lo que no se haya dicho, quiere decir que funcionaba bien, como por ejemplo el wi-fi (eso sí, de pago).

Wi-Fi de pago…

Sofitel New York, 44th Street West. Con la de opciones que hay en Nueva York, considerar sólo ésta no me parece justo, pero no deja de ser un buen hotel, con precios al mismo nivel. Quizá sea una forma de ahorrar si en origen uno iba a quedarse en el Four Seasons, cosa que siempre pasa cuando hablamos de Sofitel.

sábado, 3 de marzo de 2012

Toyota Harrier, conduciendo por Birmania

Es la segunda vez que me pongo a redactar este artículo. Creo que tanto tiempo sin escribir apropiadamente en Español me ha oxidado un poco la neurona, pero intentaré lograr algo decente y publicable acerca del último coche que he conducido, y del lugar en el que lo he conducido.

En estos países como Birmania, las empresas de alquileres de coches no existen tal y como se conocen en el resto del mundo. Es muy raro conseguir algo sin conductor, y la mayoría de las agencias no son más que pequeñas empresas familiares con tres o cuatro coches o furgonetas que alquilan a turistas, con su correspondiente chófer y, muchos, con guía. No resulta fácil lograr la libertad de ir por donde a uno le dé la gana, cuando quiera, y sin cargar con un chófer. Chófer que, siendo birmano, es muy probable nos cause cuatro infartos y tres anginas de pecho por la forma de conducir.

Furgona con chofer, nada apetecible

Pero resultó que en cierto hotel de la ciudad en el que estaba comiendo el sábado pasado, tenían un panfleto de alguien con una flotilla de coches inmundos en alquiler. Bueno, no todos inmundos, pues había un Toyota Harrier blanco con muy buena pinta. Como seguramente desconozcan, el Toyota Harrier es el coche que Lexus vendió en España a finales de los años 90 con el nombre de Lexus RX300.

Curioso fue llamar desde el hotel y que el teléfono sonase en el hotel mismo. La propietaria de la agencia estaba allí comiendo. En unos minutos se arregló el asunto y se concretó un alquiler de 100,000k kyats por día, recibiendo el coche a las ocho de la mañana del domingo, entregándolo pasadas las nueve de la noche. En el precio iría incluida la gasolina. Me gusta la gasolina…

A ellas también les gusta la gasolina, qué horror…

El coche era sencillamente perfecto. En un estado de deterioro propio de los coches de lujo que terminan en el Tercer Mundo, es decir, bien, indicaba algo más de 130.000km. Totalmente equipado, al nivel de los Lexus europeos, y por desgracia sin los accesorios birmanos clásicos, que incluyen fundas de felpa para todo tipo de componentes, fundas de asientos de personajes animados japoneses o clubes de fútbol ingleses, ambientador (que sí se había quedado puesto), funda de plástico para el volante de cuero (en fin…), tapetes de ganchillo sobre los asientos, puertas plastificadas, dos o tres juegos de alfombras diferentes puestos a la vez, etc… La verdad es que el coche venía de lo más occidental, un gran alivio.

Las impresiones de conducción se corresponden con un coche elevado pero no muy grande, con motor V6 de gasolina y cambio automático de cuatro velocidades, tracción total, buenos frenos, japonés y 13 años encima. Es decir, sencillamente perfecto, como ya he dicho. No es que me guste repetirme, pero es la realidad. Tan perfecto que resultaría aburrido en cualquier circunstancia normal, pero que en Birmania es un gran alivio, otro.

Toyota Harrier, foto no contractual

Conducir un coche así le hace a uno plantearse la compra de coches nuevos. Es evidente que un coche nuevo siempre tendrá ventajas respecto a uno usado, pero si la depreciación del usado es grande… Este Toyota tenía todo el equipamiento que se puede necesitar de un coche, todo funcionaba perfectamente, y a día de hoy se pueden encontrar unidades por poco más de 10.000 euros, que es el precio de cualquier utilitario insufrible coreano.

Evidentemente, es cosa de cada uno el decidirse por un modelo u otro, pero no me queda ninguna duda de la bonanza de un coche así, lo que me lleva a concluir, sin probarlo, que seguramente el Porsche Macan, cuando salga a la venta, sea el coche más equilibrado del mundo (sin tener en cuenta el precio), por no decir uno de los mejores, y que habiendo conducido modelos como Volvo XC90 o Porsche Cayenne, el tamaño inmediatamente inferior (Volvo XC60, Range Rover Evoque, etc…) se hace realmente ideal.

Land Rover Evoque, foto tampoco contractual

Por caminos polvorientos, sin ninguna dificultad trialera, claro, mi Toyota Harrier se mostró excelente: confortable, capaz, sólido, seguro. Todo perfecto. Por carretera, sencillamente un turismo más, con la ventaja de la altura que permite una mejor visibilidad. Amplitud más que suficiente, capacidad ideal, y todo en un tamaño ni muy grande, ni muy ancho ni muy largo. Me ha gustado mucho, la verdad, entrándome unas ganas tremendas de subirme en un Land Rover Evoque en cuanto me sea posible, por no decir comprarlo.

Toyota Harrier, en otro ángulo

La conducción birmana resultó, como no podía ser de otra forma, sorprendente. No olvidando que mi permiso de conducir birmano me costase 50 dólares y firmar en un papel (convalidación automática-pagando, claro), te haces a la idea de que la gente aquí ha aprendido a conducir, si es que ha aprendido, de forma aproximada. La ciudad es un caos a vista del extranjero o del turista. Pero lo que pasa es que el extranjero o turista suele ser imbécil, y no darse cuenta de que no está mucho peor la cosa que en Londres, París, Madrid o Ginebra en un día de tráfico. Esto no es ni Hanoi ni El Cairo. Conducen mal, sí, pero no mucho peor que la masa conductora internacional. La dificultad son las condiciones de las calles y sus múltiples ocupantes, a los que no estamos acostumbrados. Bicicletas, trishaws, carros, niños, perros, señoras con cosas sobre la cabeza, señores en falda, autobuses en los que va un conductor conduciendo y un tipo con medio cuerpo fuera increpando a los demás, etc… no resultan más impredecibles o incómodos que el enjambre de scooters, motos y furgonetas de reparto que se mueven por cualquier ciudad, aunque sean más exóticos.

Autobús con increpadores

Pronto, tras pasar por grandes avenidas y calles que, de tener otras aceras, podrían ser la campiña inglesa (por el trazado, no por otra cosa), nos acercamos al puente que cruza el río Ayeyarwaddy (o Irrawaddy) y que nos adentra en el delta. Podría girar a la derecha y entrar en la FMI-City, una mega-urbanización espantosa, o a la izquierda y dirigirme hacia el club de golf de Phung-Laing, una auténtica maravilla de campo e instalaciones, pero no me apetece, así que continuo de frente. No pasan más de 10 kilómetros y el paisaje ciudadano da paso a campos de arroz y cabañas. Una gozada. Al poco tiempo, algo que parece un control militar, pero que resulta ser una ralentización para poder hacer ofrendas a la construcción de una pagoda. Continuamos.

La experiencia es magnífica, y nos damos cuenta de un detalle que no hace más que diferenciar nuevamente a este país de cualquier otra tierra conocida. En un correctísimo inglés, Rudiyard Kypling escribió: “this is Burma, and it will be quite unlike any other land you know”. Y es así, al hecho de tener una diferencia horaria de media hora con Tailandia, sumo también el ser el único país que conozco en el que se conduce por la derecha, con el volante a la derecha, y se adelanta por la derecha.

Conducción en bus, aún peor

Tiene su lógica, más o menos. Conducir por la derecha imagino que será una ruptura con el pasado colonial (no hace mucho que lo hacen). El volante a la derecha no es más que una consecuencia de comprar los coches usados en Tailandia o en Japón. Y lo de adelantar por la derecha, es decir, por la cuneta, resulta mucho más cómodo y seguro dadas las circunstancias.

De repente, te encuentras en una carretera ancha, circulando a velocidades elevadas, y adelantando por cunetas cual participante macarra de la Gumball. Y levantando polvo, claro. Toda una experiencia, que yo tengo pensado repetir, quizá mañana.

Toyota Harrier o Lexus RX300, usado, una buena compra como alternativa familiar a los horrores carísimos actuales.
 
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