martes, 7 de julio de 2009

Hotel Urbem Valencia, uno más

Cosas raras le pueden pasar a uno, ciertamente, como que un amigo te diga un día que tiene que ir a Valencia con un coche algo especial y que, siendo el coche biplaza, tiene un asiento libre. Y entonces dices “vale”, y se organiza el tema rápidamente. Quinientos kilómetros, más o menos, hasta Madrid un sábado por la mañana, recogida del vehículo, viaje hasta Valencia ese mediodía, llegada, noche, cena, mañana y tarde del domingo, y regreso de nuevo hacia Madrid donde, ya puestos, uno recoge su propio automóvil y se vuelve para Asturias a ritmos impropios de la legislación actual española. No está mal.














El coche, preparándose para el viaje.


El hotel elegido para tan corta y extraña estancia fue, tras muchas deliberaciones, el Hotel Urbem Valencia, por lo visto antiguamente conocido como Ópera, situado al lado mismo de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, en una zona totalmente nueva y plagada de edificios de apartamentos de esos que talmente parecen especulativos. Zona aparentemente tranquila, a medio camino entre el casco histórico y la zona del puerto o la playa de la Malvarrosa.

Definitivamente tengo que cambiarme el chip de los hoteles de cuatro estrellas. Lo que está claro es que uno ya no puede pensar en un cinco estrellas algo peor, sino en un tres estrellas más bonito o con cosas como de diseño. Una pena, pero es la realidad.


















Hall del hotel, con sus metales y cosas.

El hall es bonito, como todo el hotel en sí. No destaca en nada, salvo que sea la primera vez que uno entra en un hotel de este tipo. Es agradable, amplio, cómodo, fresco (cosa que se agradecía mucho, por el terrorífico calor que -para mí- hacía fuera). La piedra negra brillante, el cristal y el acero pulido le dan ese aspecto tan elegante como habitual de estos cuatro estrellas ciudadanos. No es que esté cansado de ello, es que no me sorprende en absoluto. Pero está todo limpio y ordenador, y el personal es agradable, muy agradable de hecho. Fue simpático el preguntar si podíamos dejar el coche un rato aparcado frente al hotel, recibir una respuesta relativamente negativa en un principio, mostrar el coche y pasar a tener respuesta totalmente positiva. Bueno, es lo que hay, y un Ferrari no molesta, aunque sea negro y descapotable y esté algo sucio por fuera.














Aparcados

La habitación, como suele pasar, resulta pequeña. Pero como digo “como suele pasar” seguramente no sea pequeña, sino habitual en estos hoteles. Un diseño cuidado, un equipamiento justo, una limpieza normal… pagas por lo que tienes, nada más. ¿Lujo low-cost? Podría ser, ciertamente, por lo medido de todo. Yo más bien lo dejaría en “lujo aparente”, como el que tienen las tiendas de Massimo Dutti. El baño bien, sin más. Me sigue desesperando encontrar un solo lavabo en las habitaciones dobles, pero visto que en algún hotel que presume de sus cinco estrellas, añadiendo el distintivo gran lujo detrás, también castigan al cliente con esta incomodidad, en el caso del Urbem Valencia habrá que dejarlo estar. A fin de cuentas tampoco es tan grave, son simples manías. Pero una ducha simple y con una presión de agua bastante justita no es ninguna manía. Los hoteleros siguen poniendo esas bañeras antiecológicas que nadie, salvo cuatro señoras sin bañera en casa, usa, en lugar de instalar buenas duchas con alcachofas sobredimensionadas, platos de ducha extragrandes, chorros diversos y presión, buena presión de agua. Además, todo el cuarto de baño requería una limpieza con un antical. Es increíble la cantidad de cal que tiene el agua en Valencia, cosa que pudimos comprobar más tarde limpiando (o intentando limpiar) el coche.














Así son las habitaciones por dentro, imagino que todas iguales.

Pero todo eso son puras manías mías, como digo, así que no lo tengan muy en cuenta salvo que sean ustedes como yo. Lo que no sé si es manía mía es el tema de la cama. Sinceramente, me pareció incómoda, inestable y demasiado blanda. La realidad es que dormí bastante mal, cosa que se podría achacar, no obstante, al calor o al cansancio del viaje. ¿Cansancio del viaje? En teoría no, pues esa misma tarde disfrutamos de una larga sesión en el Spa del hotel. Seamos realistas, la elección del hotel vino muy motivada por la disponibilidad del Spa. Es una gozada que sea la moda actual de los hoteles. Todo el mundo lo pone, a todo el mundo le da pérdidas, pero como cliente resulta mucho más conveniente que el terrible gimnasio que antes se exigía.

El Spa es, seguramente, lo más destacado del hotel. Una piscina pequeña pero suficientemente equipada, un frigidarium realmente frío, un caldarium realmente caliente, unas duchas térmicas funcionales (¡por fin! creí que nunca iba a encontrarlas), una sauna y un baño turco perfectos… Como tiene que ser, acompañado todo por una correcta iluminación y por la necesaria escasa afluencia de público, que hace posible disfrutar de cada estación sin prisas ni incomodidades. De la piscina, como le comenté allí mismo al personal del Spa, cabe señalar que algunos chorros tenían una duración excesiva. Esto resulta molesto para el cliente, a causa del ruido que generan, y también supone un excesivo gasto inútil de energía para el hotel. Pero la experiencia es del todo positiva, totalmente recomendable.













Pequeño, pero bien acondicionado.

Cosa que no puedo decir del desayuno, pero no por la calidad de sus productos o por la limpieza o amplitud de la sala, sino por esos detalles que te fastidian la manera de empezar el día. El primero, cosa común en la gran mayoría de los hoteles de este tipo, es el tamaño de las mesas, totalmente ridículas para quien va a tomar un desayuno buffet, incluso yendo solo. Pero fue el personal que atendía la sala quien me hizo llevarme una sensación negativa, muy negativa. Que en un principio te digan que la bebida caliente te la sirven ellos y que te la ofrezcan es normal. No es normal que, si se les dice que de momento no, se olviden de ti durante el resto del servicio. Menos normal resulta que, llegado el momento en el que uno se termina levantando y pidiéndosela a un camarero, éste te mire sencillamente mal, con una expresión mezcla de sorpresa y desgana. Sumémosle el hecho de ver camareros hablando entre ellos, sin prestar atención a las mesas, más cuando sobre la de uno mismo se van acumulando platos sucios, cosa realmente delicada dado el tamaño de la mesa, como he señalado.
















Si es que son minúsculas… como la foto.

Porque una cosa es un buffet libre, y otra un desayuno casero. Que si me lo tengo que hacer yo todo me lo hago, ojo, pero entonces que no pongan a camareros a pasearse por entre las mesas mirándote mal, como con ganas de que termines, o a hablar con sus compañeros en corrillos propios de sala de descanso de personal. Y si quieren tirarse el moco de desayuno buffet de lujo, de ese que es semi-buffet con camareros atendiéndote, cocineros preparando cosas, etc… que lo hagan bien. Podría decirse que, siendo domingo por la mañana, el personal estaba cansado y un poco pasota. No es excusa, evidentemente. Tampoco es excusa el que estuviese incluido en el precio, pues mucha gente tiende a perdonar estas cosas con el “con lo que hemos pagado…” Yo estoy dispuesto a pagar más si tengo buen servicio, pero no a renunciar a él por una oferta comercial que el hotel haya podido hacerme.

La otra restauración que probamos durante la estancia fue el brunch del domingo, debido a que no encontramos un solo restaurante en la zona del puerto o de la playa en el que ver la Formula 1, cosa imprescindible cuando se va hasta arriba de merchandising diverso de Ferrari, incluyendo la pieza más importante de todas: el coche. Bien, muy bien el brunch. Cantidades adecuadas, mucha variedad, una paella en su punto, todo tipo de bebidas, comodidad, buen servicio, tranquilidad… Aquí sí que sí, el producto estaba más cerca de un cinco estrellas que de un tres, como tiene que ser. Yo no es que comiese mucho, pero sólo en bebidas en bar ya me habría gastado (de haber pedido también algo de comer) más de lo que pagué por el brunch completo. No me entiendan mal, me refiero al hecho de pedir una clara, un gazpacho, un agua y una horchata. Además, con el brunch uno puede guardar la habitación hasta las 4 de la tarde, y eso sí que es de agradecer, de cara a salir recién duchado y listo para el viaje. Por cierto, la horchata no me gustó, al contrario que la que me tomé en un puesto en la calle.


















En definitiva, un buen hotel con detalles muy mejorables, pero que también es posible conseguir a precios muy buenos. ¿Recomendado? Sí, ¿por qué no? Desde luego que yo prefiero pagar aquí la mitad de lo que me cobrarían en ese horror llamado Balneario de las Arenas, paradigma del Gran Lujo provinciano en un entorno de chabolas (por un lado) y paseo marítimo (por el otro). Cosa rara en mí, siempre dispuesto a no pagar 200 cuando por 400 uno se puede quedar en el Ritz. Pero las cosas como son, y este hotel Urbem Valencia, aunque sólo sea por el Spa, merece la pena. El detalle de la cama es un detalle personal, y a mí me gustan las camas amplias y duras. ¿Volveré? No, evidentemente. Hay tantos hoteles de este tipo, y seguramente igual de buenos, que no necesito repetir. Para quien sólo quiera llegar, dejar el equipaje, volver a dormir, y pegarse una sesión de Spa, lo veo perfecto. No para quien pretenda hacer una “vida de hotel”, pero… ¿hay algún cuatro estrellas que te lo permita?

Hotel Urbem Valencia, poco más de 100 euros la habitación con desayuno y Spa.
www.hotelurbemvalencia.com
Calle de Menorca 22
46023 Valencia
902 161 620
 
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