jueves, 20 de septiembre de 2012

Okura Prestige Bangkok

Cuando la oferta hotelera es tan brutal como la de Bangkok, al final eliges un hotel y, si la cosa sale bien, te quedas en él cada vez que vas, por mera comodidad. Por suerte o por desgracia para el Lebua, mi residencia habitual, las cosas se han ido torciendo por culpa, entiendo, de una dirección que no se termina de preocupar por los clientes que repiten, o al menos por los que repiten tres o cuatro veces al año, que no es mucho repetir pero que no deja de ser fidelidad al hotel.

Yo no pido descuentos, ni upgrades, ni invitaciones. En realidad, lo que me ha molestado del Lebua es esa imposibilidad para acceder a tu suite de forma tranquila cada vez que vuelves al hotel por la noche, con los ascensores (todos) atestados de turistas camino del Sky-Bar queriendo ver los escenarios de la película Hangover II. No les culpo por ello, el bar de la azotea es espectacular, pero la dirección del hotel debería de habilitar un ascensor para turistas y dejar los demás para los clientes. No lo hacen. Y como parecen tener dificultades para identificarme o recordarme, al final me he buscado la alternativa.

El Sky-Bar del Lebua, con sus turistas

No sé muy bien cómo enfocar este artículo. Quizá debería de poner primero todo lo negativo de mi experiencia, para luego hablar de lo positivo y acabar recomendando el hotel. O hacerlo al revés, empezar por lo bueno y machacarlo a críticas (perfectamente fundadas). Como creo que es bueno ser considerado y valorar de forma justa, pese a que no me pagan por escribir ni tampoco fui invitado a mi estancia, empezaré por lo malo.

Y lo malo fue una primera patada en la boca bastante dolorosa, que consistió en reservar un Mercedes Clase S para el traslado del aeropuerto al hotel, y encontrarse con que no había nada preparado. Cuando uno decide pagar 5 veces más por un coche que por un taxi, quiere ese coche, quiere esos asientos, quiere la revista para leer en el trayecto, quiere las toallas refrescantes y el botellín de agua, quiere un chófer que te dice lo que falta para llegar y se preocupa por la temperatura del coche. En definitiva, quiere tener la experiencia del hotel desde antes de llegar. Afortunadamente, el chico que representa al hotel en el aeropuerto, sin ocultar la vergüenza que estaba pasando, fue muy rápido encontrando una alternativa que me pusiese en menos de 10 minutos de camino al hotel. Afortunadamente también, la dirección del hotel reaccionó invitándome a ambos traslados y pidiéndome mil disculpas. Pero sigo sin explicarme cómo se puede olvidar un traslado reservado, aunque sean cosas que pasan a diario en los mejores hoteles (y que a mí como hotelero me ha pasado). Y de paso me tiré tres cuartos de hora en un Mercedes viejo (pero limpio) sin nada que leer.

 Okura, edificio de forma sospechosa

Una vez en el hotel, impresionante edificio con una forma sospechosamente vaginal, la siguiente cosa negativa es el ridículo tamaño de la habitación. Cierto, tampoco se necesita más, pero a mí me gusta tener espacio, quizá por eso me guste el Lebua. No me malinterpreten, las habitaciones tienen un tamaño normal y puede que incluso grandes para un standard europeo, pero se me queda corta. Lo mismo sucede con el cuarto de baño, que es de esos que se abren a la habitación mediante paneles correderos. Todo muy bien, con una ducha enorme y todas esas cosas, con unos productos de baño buenísimos y unas toallas de buena calidad (no tan buenas como las del Lebua), pero sin duda el arquitecto debe de ser una persona con una barba fabulosa, o acostumbrado a ir al barbero. Si no, no se explica que el espejo no esté delante del lavabo, sino a un lado. 

Habitación "Club"

Sólo usé los restaurantes para desayunar. El menú de 200 dólares del restaurante japonés me parece estupendo, pero prefiero no pagarlo. El buffet del desayuno… bien, gracias. Productos de mucha calidad, excepto en el zumo de naranja, buena variedad, buena cocina en directo, buena presentación, y nada más. Por desgracia, les queda mucho que mejorar en servicio. Es muy cómico que te instalen en una mesa y, cuando vuelves con tus cosas a sentarte, encontrarte con una señora hindú (no falla, siempre son ellos) recibiendo tu té y ocupando tu silla. Y eso no es más que mal servicio (y mala suerte, y clientes hindúes). Pero lo malo es querer algo y que ningún chef te lo sirva por estar todos haciéndole la pelota a una señora tailandesa que quiere un zumo de a saber qué mezcla de frutas.

Eché en falta un buen maître, un director de orquesta profesional que, desde el centro del restaurante, posiciona a sus empleados y crea un servicio discreto, efectivo, sin carreras, sin errores. Una pena, allí no había nadie visible. Puede parecer pijoteras, pero uno se acostumbra a ir a desayunar solo y que le ofrezcan un periódico, que le pregunten si todo va bien, que le retiren los platos que usa, que le ofrezcan más zumo o más té… es decir, que le atiendan como se atiende en los hoteles de cinco estrellas. Les otorgo el beneficio del rodaje… mentira, ya pueden espabilarse porque un hotel de gran lujo no puede permitirse que sus huéspedes empiecen mal el día.

Cocina del restaurante de desayunos

Tres detalles malos, todo lo demás excelente. ¿Suficiente para ganarme como cliente? Puede que sí, y explicaré los motivos. Que mi coche no estuviese disponible no deja de ser un fallo de los que difícilmente se repiten, ni quita para que el servicio de limusina del hotel sea bueno, muy bueno. A la vuelta, el Clase S me esperaba pacientemente en la puerta mientras una de las conserjes más guapas y agradables que jamás he conocido me acompañaba y me despedía. Un coche nuevo, extremadamente limpio, bonito, elegante, con prensa para leer, asientos eléctricos traseros para ajustarse mejor, bebidas, toallas refrescantes, y un chófer capaz de conducir con suavidad y rapidez, algo que a día de hoy resulta difícil de encontrar. Y al llegar al aeropuerto, sabiendo de antemano que tenía varios recibos para devolución del IVA, un chico simpatiquísimo dispuesto a guiarme por cada sitio, a negociar con la compañía aérea el sobrepeso de mi equipaje, a ocuparse de todo, a extender el buen servicio del hotel hasta la mismísima frontera, que poco más y lo hace hasta la puerta de embarque. No sé si lo repetirán con cada cliente, pero la sensación es de “hay que repetir en este hotel”. Y todo de forma amable, graciosa y discreta, sin pasarse pero sin quedarse corto.

Volviendo al servicio dentro del hotel en sí, el errático restaurante poco o nada tiene que ver con los conserjes, los recepcionistas o incluso el bar. Del restaurante gastronómico no puedo hablar, pues no lo probé. La sala club lounge para los clientes de las habitaciones Club, perfectamente atendida (aunque nada del otro mundo). Los chavales de la puerta, permanentemente atentos y disponibles. No me pareció un servicio excesivo, pero me resultó suficiente. Quizá eché en falta algo más de atención en la piscina, pero porque me esperaba una piscina más de tipo resort que deportiva. De todas formas, creo que un pequeño servicio de bar siempre viene bien, sea gratuito o sea de pago. Me dejé sin probar, como digo, los restaurantes, el Spa y el gimnasio. Evidentemente, no me iba a quedar sin probar esta maravilla de piscina…

La piscina

La vista es espectacular, la sensación es maravillosa, y encima el material en el que está terminada es perfecto. Una piedra mate y ligeramente rugosa pero suave al tacto, antideslizante, cálida. Perfecta. Que hubiese tres niños chinos gritones y empeñados en jugar exactamente donde yo me ponía, cámara en mano, dispuesto a grabar la sensación de nadar junto al borde en la planta 24, resultaba molesto pero no dejó de ser puntual, y al poco rato se fueron junto con sus madres a vestirse y a forrar seguramente a base de McDonald’s, a la vista de los tamaños de toda la familia.

La piscina, con bañistas asomados

Y ya de vuelta a la habitación, no puedo sino comentar la calidad de todo lo usado en ella, de la terminación de cada mueble y cada pared, así como el confort de la cama. Es que un hotel con escasos cuatro meses de antigüedad no puede ser malo en ese sentido, pero no por ello deja de ser destacable. Mucha gracia me hizo el inodoro japonés automatizado. Dejo la descripción de la experiencia íntima para otros fueros, no es plan de ponerse aquí que si el chorrito o tal, pero sí les digo que era un wc con asiento calefactado y regulación de intensidad y temperatura de los chorros de limpieza. No pude evitar probar “en vacío”, a base de tapar la célula fotoeléctrica y engañar al sistema. No lo intenten, el chorro alcanzó el techo tras pasar por mi cara. Me estuvo bien empleado.

Pude visitar otras habitaciones, incluyendo la Suite Imperial. Magnífica, uno de los mejores apartamentos hoteleros que he visto nunca, y créanme que he tenido la suerte de ver bastantes, incluyendo alguno muy famoso. Lo de las dos camas King-size, una al lado de otra, se complementa con una bañera de tamaño piscina. Evidentemente, conviene llamar con antelación para que la llenen, no creo que se llene en menos de media hora. Un bonito salón, un buen comedor. Un apartamento al que le falla la entrada, pero magnífico. Desconozco a quién se lo alquilarán, no obstante.

Salón de la Suite Imperial

El hotel me resultó muy japonés. Ventanas que no se pueden abrir, todo ordenado, espacios aprovechados en las habitaciones, poca luz en los pasillos, rollo minimalista en algunas cosas, feng-sui en otras, unas deliciosas galletas de bienvenida, y mucha clientela japonesa. Es lo lógico, es una cadena japonesa, no vayan a esperar sevillanas, o baguettes, o muebles fríos estilo Lufthansa, o cueros y oros con moquetas crema al estilo americano.


A día de hoy creo que siguen con ofertas., que te deja la habitación más básica en unos 250 dólares por noche. Las “Okura Club” no son las más grandes, pero sí totalmente recomendables. Las “Deluxe Suites” serán apreciadas por quienes quieran espacio, pero ya puestos yo me iría a las “Prestige Suite”. 

www.okuabangkok.com

Myanmar Airways, agradable sorpresa

Lo malo de vivir en estos países en los que vivo y pretender viajar no es tanto las dificultades para entrar y salir, sino los inabordables precios de los vuelos. Y es que sí, ahí está Air Asia con sus supuestos precios low-cost, pero a poco que no te coincidan los horarios o a nada que quieras llevar un mínimo equipaje, los precios se ponen muy cercanos a los de las compañías tradicionales. Y claro, éstas suelen trabajar en unas franjas horarias considerablemente más apetecibles.

Salir de Birmania es muy fácil, tan sólo hay que sacarse una e-departure form, cosa que se puede hacer por Internet o que te pueden hacer en cualquier chiringuito callejero en el que tengan un ordenador, y luego pasar el control de pasaportes. Por motivos absolutamente incomprensibles, mi última salida del país supuso un trámite de 22 minutos en la aduana, mientras el funcionario de turno miraba y remiraba mi pasaporte y mi visado, todo pese a tener un visado permanente de negocios con entradas y salidas ilimitadas.


Como digo, el verdadero freno son los precios de los vuelos. Y eso no sólo pasa con los vuelos internacionales, los vuelos domésticos tampoco son precisamente baratos, especialmente para los extranjeros (ya que los locales tienen unos precios subvencionados algo más bajos).

He tenido la oportunidad de volar con Myanmar Airways, tanto en vuelos nacionales como en internacionales. En éstos los aviones son muy diferentes, como lo es el servicio, como lo es el nombre de la compañía aérea. Es más, se trata de una aerolínea diferente, basada la internacional en accionistas de Singapur, tripulación de Singapur, aviones de Singapur… y comida birmana. Sin embargo, el turista habitual prefiere ignorar a esta compañía aérea y volar con las demás, o incluso hacerlo con Air Asia que, como suele pasar con todas las low cost, tiene más de engañifa que de otra cosa. La última vez que miré precios y combinaciones, la diferencia entre Air Asia y Myanmar Airways International (MAI) se quedaba en 11 dólares, con unos horarios que en el caso de Air Asia no me convenían y esa incertidumbre de “me dejarán subir al avión con esta maleta” de todas las malditas compañías aéreas de transporte de ganado.


El vuelo de MAI de Yangon a Bangkok no es que fuese puntual, es que cumplió su horario a rajatabla. Y es que en las demás te dicen que sales a las 18:35, pero la realidad es que a eso de las 18:40 el avión, con suerte, empieza a separarse del finger y a recorrer durante 15 minutos la plataforma del aeropuerto hasta llegar a la pista. El vuelo de MAI inició la carrera de despegue a las 18:35, ni antes ni después. Es ahí donde por fin ves la necesidad de estar en el aeropuerto con hora y media de antelación, no sientes tu tiempo perdido. Y lo curioso es que a la vuelta, despegando de Bangkok, sucedió exactamente lo mismo.

La comida no fue nada del otro mundo, aunque en un vuelo de hora y media tampoco se siente la necesidad de comer o cenar. Por lo que me han contado, la clase Business no tiene menús diferentes. Y digo “por lo que me han contado”, porque también me dijeron que mi vuelo no tendría clase Business propiamente dicha y que no merecía la pena reservar. Seguramente sea así en ciertos aviones, pero me desilusionó un poco entrar al avión y encontrarme con 12 hermosas butacas enormes tapizadas en cuero gris. De cualquier forma, la clase Turista no es en absoluto la más incómoda del mundo, y no se va mal.


El servicio a bordo, perfectamente correcto. Llama la atención la constatación de que el idioma birmano es complicadísimo y de que les gusta mucho hablar por megafonía o todo lo que parezca un teléfono. Las instrucciones de seguridad duran más del doble en birmano que en inglés, siendo muy gracioso el escuchar una parrafada interminable de más de un minuto de duración, sin respirar, y a continuación, oír a la azafata traducir al inglés un escueto: life-jacket. Imagino que la traducción literal será algo como “especie de chaleco de plástico que se infla y sirve para flotar en el agua para evitar que te ahogues si caemos al agua y que además es amarillo y sirve para todas las tallas”.

Vuelo sin ningún incidente, tranquilo, puntual y en un avión en nada peor que los de Air Asia o Bangkok Airways. Como tiene que ser. Eso sí, el viajero de clase Business es mejor que reserve con Thai, sin duda. ¿Recomendable? Totalmente, yo tengo claro que difícilmente volveré a volar con las otras si puedo hacerlo con MAI, siempre que sea volar de Yangon a Bangkok.


Y luego tenemos la aerolínea doméstica Myanma Airways. Por el camino ya ha perdido la R, aunque a veces la recupera. Es algo muy curioso lo que pasa con el nombre. ¿Alternativas? Para vuelos domésticos, el mercado birmano se llena con Air Bagan, Asian Wings, Air Mandalay, Yangon Airways y KBZ Airways. Todo compañías privadas, orientadas al viajero internacional y al mercado local pijo. Todas volando con el mismo tipo de avión, los ATR en versión 72 o 42 (Air Bagan también tiene un par de jets de la casa holandesa Fokker), todos haciendo exactamente las mismas rutas en los mismos horarios. Resulta gracioso aterrizar en, por ejemplo, Bagan y ver aparcados en el aeropuerto un aparato de cada compañía, todos de camino de vuelta a Yangon.

Myanma, qué billetes...

Y ahí está Myanma Airways con sus ATR, sus aviones chinos MA-60, sus viejísimos Fokker, y una pequeña avioneta Beechcraft nuevecita que usan para vuelos VIP a la capital, Naypytitaw. Y a la capital es a donde volé yo.

¿Diferencias con las otras compañías? Básicamente dos: los billetes son más pequeños y parecen sacados de los años 40, y el servicio a bordo es considerablemente menos amable. Porque lo demás, salvo la visible antigüedad del interior del Fokker, es exactamente lo mismo.

El Fokker, por fuera

El vuelo a Naypyitaw lo hice en el MA-60, que es un avión muy cachondo en el que el tren de aterrizaje sale directamente de los motores, y ves las ruedas cuando aterrizas y despegas. Lo cierto es que el aparato parece que lo terminé de construir yo en el garaje de casa, en plan improvisado, pero vuela perfectamente y me sorprendió lo suave y tranquilo que resultó el aterrizaje. El vuelo de vuelta, reducido el tiempo de vuelo a la mitad, se hizo con el Fokker. Mucho más rápido, sorprendentemente mucho más silencioso que el mismo aparato de Air Bagan, aunque también con un piloto con afición a hacer giros dejando caer la cola, cosa muy bonita y emocionante pero que a mí me deja totalmente mareado. Quizá fuese cosa del tiempo, con un tormentón cayendo sobre Yangon absolutamente sobrenatural.

MA-60, desde dentro y virando

Pero aterrizamos con suavidad, nos bajamos del avión, y fin de la historia. Como debe de ser. Eso sí, reconozco que el interior del avión da bastante cosa, es un verdadero viaje en el tiempo, que ya empieza viendo la decoración exterior del aparato. Yo entiendo que a la gente le dé miedo volar con Myanmar Airways, aunque sólo sea por el nombre. El historial tampoco es nada bueno, pero las cosas a día de hoy son diferentes, como lo son los aviones. Lo único que me molesta es no haber volado en el Beechcraft.

Beechcraft

De cualquier forma, me queda claro que si tengo que recomendar una compañía aérea para vuelos domésticos en Birmania, me quedo con Air Bagan. Aunque así contribuya a pagarle los Bugatti y los Rolls a su dueño.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Dos hoteles en Mandalay

Desde hace unos meses, porque hasta que no pasan dos años no puedes decir “unos años”, Birmania se ha convertido en un nuevo destino turístico de moda. Hombres de negocios, políticos, diplomáticos, esos de organismos internacionales que no sabes muy bien a qué se dedican (pero que viven como reyes), y cómo no, turistas, turistas everywhere.

Y el país, tras tantos años cerrado, da para poco en cuanto a infraestructura hotelera. Preciso bien hotelera, porque pese a ser un país tan subdesarrollado, hay nada menos que cinco aerolíneas privadas, más una pública, haciendo vuelos domésticos. Y un par de aeropuertos de quitar el hipo, junto a decenas de otros que a penas pasan de la categoría de aeródromo. En realidad son tres los aeropuertos alucinantes, pero uno de ellos prácticamente no se usa: el de la capital, Naypyitaw. De esta ciudad hablaré en una próxima entrada.

 Aeropuerto de Mandalay, vacío

Pero hoteles, así como taxis de calidad aceptable, pocos. Eso hace que a día de hoy, ya en Septiembre, sea muy complicado conseguir habitación en destinos como Inle, Ngapali, Mandalay o el mismo Yangon para la temporada alta (Noviembre a Febrero, inclusive). En Mandalay es aún más difícil, ya que no es que haya pocos hoteles, es que hoteles de calidad aceptable hay… tres. Hoy hablaré de los dos que conozco, es decir, de los dos en los que me he alojado: Mandalay Hill Resort y The Hotel by the Red Canal.

El primero fue en su día un desarrollo del grupo Accor bajo la marca Novotel. Desconozco los años de gestión francesa del hotel, así como desconozco cómo era al inaugurarse. Hoy en día, el hotel es de una espectacularidad tremendamente “achinada”. Lo primero es que uno espera que el hotel esté en una colina con vistas sobre la ciudad. No sé, es esa idea que, al menos yo, me hice al ver el nombre. No es que desilusione ver que está en un sitio plano un poco a las afueras de Mandalay, no obstante. Un edificio grande, en forma de abanico, alberga las habitaciones y los restaurantes. De un lado, la piscina y el jardín, por el que se va al Spa. Es un hotel de cuatro estrellas, o cinco, y eso se nota: todo es a lo grande.

Mandalay Hill Resort, entrada

La decoración es maravillosa, con muchos oros, muchas maderas, dragones, piedras preciosas encastradas, moquetas espesas, lámparas modernas, espejos… Tan espectacular como falsete, pero todo eso no importa. En el bar parecen poner siempre la misma música, hasta que entra la banda a cantar en directo tan a gritos que lo mejor es marcharse. Pero hay buen ambiente y es bonito y agradable. El restaurante, a elegir entre buffet o a la carta, es ostentoso pero simple, y la comida no es nada del otro mundo, como no lo es el desayuno. No me gustan los buffets de hotel para comer o cenar, pero hay que reconocer que tienen sus ventajas.

Las habitaciones son relativamente amplias, cosa que no se puede decir de los cuartos de baño. Aire acondicionado gélido, y panel de control general al lado de la cama con un instrumento que era moderno hace 20 ó 30 años, pero que ya no lo es (y de hecho, en mi habitación no funcionaban la mitad de las cosas). Buen surtido en el minibar, armario vestidor, cama grande y confortable, e internet sencillamente inexistente.

Mandalay Hill resort, habitación

Todo ello crea una mezcla extraña que, a mi entender, se compensa por el precio. El hotel no está mal, podría decir a riesgo de quedar como un pijo que se ha acostumbrado a hoteles caros en los que todo te lo hacen. No es eso, pero si bien es un hotel con fallos y absolutamente alejado de mis gustos personales, es también un excelente hotel para un par de noches en Mandalay, bien se vaya en pareja o, especialmente, si se va en familia.

Y digo esto porque hay una gran piscina en la que refrescarse, cosa que en Mandalay resulta absolutamente necesario casi en cualquier época del año. La piscina, junto con el buffet del restaurante y la amplitud de espacios, le hace el hotel ideal para el viaje en familia. Aunque sea todo tan kitsch, y funcionen tantas cosas tan mal. Del Spa no me pregunten, no lo probé ni lo pienso probar.

Mandalay Hill resort, piscina

La otra opción es un hotel al que no sabían qué nombre poner, así que estando cerca del “red canal”, que es un canal de distribución de aguas en Mandalay, lo bautizaron como “The hotel by the Red Canal”. Originalidad ante todo. Esto debería de ponernos en alerta, pero uno ve las fotos de su maravillosa piscina y ese ambiente de resort paradisiaco, y reserva. Y entonces llega al hotel y ve lo que hay.

La trampa

Lo que hay es una piscina del tamaño del cuarto de baño de la habitación del Mandalay Hill Resort, con cuatro tumbonas y una sombrilla, separada por una valla de la carretera polvorienta. Un mini-jardín con césped bien cuidado y caminito para ir al restaurante, o a la recepción, o a la propia piscina. Y un par de edificios, uno haciendo de restaurante y otro en el que se encuentran las habitaciones.

Lo que hay...

¿Es todo esto malo? No necesariamente. El sitio es lo que se suele decir mono y aunque todo es pequeño, todo es agradable. No tiene la calidad de ropa de cama o toallas del Mandalay Hill Resort, las habitaciones son más pequeñas y hay menos “tecnología”. Menos, es posible, pero con una diferencia: las llaves son llaves en comparación a las tarjetas perforadas del Mandalay Hill, los interruptores son interruptores en vez de la consola ochentera del Mandaly Hill, y la conexión a Internet funciona.  Y es más barato.

Red Canal, habitación (de las grandes)

Estupendo, pues, ya tenemos hotel en el que quedarnos en Mandalay… Pues dependerá de los gustos de cada uno y de cómo se viaje. Llevar niños a este hotel no termino de verlo, por imposibilidad de “desfogar” y lo pequeño que resulta todo. Ir en plan lujo tampoco, es todo demasiado falsete. Quizá en plan pareja romántica, pero es que no se me ocurre quién pueda hacer un viaje romántico a Mandalay, que es una ciudad en la que hace un calor espantoso, casi tanto como espantoso resulta el tráfico. Para ello, mejor alojarse en alguna guest-house de Amarapura o de Sagaing.

Además, si bien la cena en el restaurante no estuvo del todo mal, todo comida hindú, el desayuno es uno de los peores que jamás he tomado en un hotel, más si hablamos de un hotel que apunta al mercado del lujo.

Red Canal, restaurante

Me quedan por probar el Sedona y otro pequeñito que ha abierto hace poco llamado Ruppart Mandalay. ¿Quizá será ese al que hay que ir? Como siempre, lo ideal es elegir siendo consecuente con dónde se está y lo que se va a hacer.

Si me tengo que quedar con uno de estos dos, y tuviese que pagar yo la estancia, me quedaría con el Red Canal y a penas lo usaría sólo para dormir. Lo mismo se puede aplicar al Mandalay Hill Resort. Definitivamente tendré que probar los otros dos para hacerme una idea concreta. Como ven, me resulta difícil elegir, quizá porque considero Birmania un destino al que se ha de venir a disfrutar del país, no a disfrutar del hotelazo, sin por ello negar a nadie la recomendación de reservar un buen hotel para los últimos días en Yangon, o en Bangkok, y no obsesionarse con calidades, terminaciones y servicios a lo largo del viaje.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Discovery Turbo

“Lo mejor fue cuando se derrumbaron los edificios…”

Tiendo a recordar frases de escenas de programas de televisión o películas. Desde bien pequeño, cuando llegué a saberme casi por completo el guión de Superman. Esta frase con la que abro el artículo la pronuncia Bart Simpson en un capítulo en el que sale viendo un programa de televisión dedicado al derrumbe de edificios. Demoledor (valga la redundancia), en esta ocasión el guionista quiso dejar claro, aunque fuese veladamente, que la inteligencia de Bart y de Hommer es escasa. ¿O quizá estaba retratando a la televisión americana y a sus espectadores?

Discovery Bruto

Estoy seguro de que todos ustedes recordarán la primera vez que vieron algún show norteamericano. A mí me resultaba incomprensible que las escenas durasen escasos diez minutos antes de pasar a publicidad, y que los primeros dos minutos de la siguiente escena se dedicasen a recordar lo que había pasado antes. ¿Cómo alguien habría podido olvidar lo que acababa de ver? O las pausas publicitarias eran enormes, o la gente veía la televisión sin prestar la más mínima atención, o eran programas enfocados a televidentes totalmente descerebrados. Seguramente fuesen todas esas cosas a la vez. Y son todos así, no se salva ni uno. Incluso en Top Gear han llegado a caer en esa humillación que supone recordar al telespectador lo que se ha emitido hace un cuarto de hora.

Pero la palma se la lleva Discovery Turbo. Desde que me he mudado a mi nuevo apartamento en Yangon, además de ganar en espacio, vistas y una supuesta privacidad, también he perdido en servicios y en televisión. Porque sí, tengo centenares de canales, pero han dejado de existir en mi televisor la BBC y la ESPN, y esa es una gravísima pérdida. Así, parece que lo único visible a día de hoy es Discovery Turbo. Todo mentira, tengo películas y muchos otros canales, incluyendo uno del parlamento birmano llamado Hlutaw TV, en el que siempre están en pruebas y siempre salen muchos señores vestidos de blanco sentados en una sala enorme. Pero uno acaba viendo Discovery Turbo, canal dedicado a los aficionados al mundo del motor, especialmente a aquellos que han perdido toda capacidad de raciocinio y sólo quieren entretenerse frente a la tele mientras devoran tacos e ingieren litros de cerveza. Digo yo, vamos.

El canal Discovery Turbo se resume en una programación 50% programas, 50% autopromoción de sus programas. No hay publicidad, cosa que no considero buena pues a mí me gusta ver anuncios (no digamos ya los birmanos, que dan para un blog completo). Sucede que ver tantísimas veces el mismo anuncio de programación en el que Vicky Butler Henderson (Fifth Gear) simula una especie de relación sexual a la que puntúa con un 9, mientras el dueño de Meguiars dice “this gonna blow y’away”, o aquel en el que Wayne Carini dice “seven sixty” refiriéndose a setecientos sesenta mil dólares como puja en una subasta de un (insufrible) coche clásico americano… cansa. Y cansa mucho. Pero al final acabas viendo ese canal, que paso a desmigar para aquellos que no han tenido la oportunidad de disfrutarlo.

Vicky

Básicamente en el canal se emiten dos shows de manera constante: American Hot Rod y American Chopper. El primero es un reality-show filmado en el taller del difunto Boyd Coddington, en el que construyen hot-rods a base de chasis de doble larguero, motor tocho delante (o fuera del coche), carrocerías de fibra y volantes ridículos, aderezado con pinturas molonas. En este show, en el que permanentemente están en el límite del plazo para entregar ese coche (de los demás que se ven en el taller no sabemos nada), Boyd Coddington daba muestras de cómo no llevar una empresa y de cómo no dirigir un equipo. En realidad, es un programa bastante instructivo. Al final, acaban el coche. En él sale una especie de cadáver barbilampiño que da bastante cosilla y lleva siempre la misma gorra roja puesta. De hecho, todos llevan gorra y (excepto el cadáver) tienen perilla. Aviso, con “el cadáver” no me refiero al Sr. Coddington, quien lamentablemente falleciese allá por el año 2008 por una complicación de su diabetes crónica., sino a un empleado del taller. Para aquellos a los que no le suene ese nombre, digamos que en su taller empezó a trabajar un tal Chip Foose, y si han visto cosas de los ZZ-Top, han visto coches de Boyd.

 Cadzilla, de Coddington

El otro programa es exactamente lo mismo, pero con motos chopper, que son esas basuras ridículas e inconducibles que tanto gustan a los americanos profundos. Aquí ya estamos más actualizados, al menos en el Discovery Turbo emitido en Asia, y rondamos el año 2011, en el que Paul Senior y Paul Junior (padre e hijo) se han enfadado y trabajan por su cuenta construyendo truños con horquillas enormes, ruedas ridículas y nulas suspensiones traseras, mientras se critican mutuamente. Toda una muestra de “cómo no hacerlo”, con una gestión basada en la improvisación y en nada más. Desde el diseño a la construcción. Sorprende que no se parta en dos ninguna de esas motos nada más sacarlas del taller. Resulta pues muy instructivo también.

Paul Senior

Alrededor de estos dos programas, tenemos al bueno de Wayne Carini vendiendo y comprando coches en subastas. No he visto muchos programas, pero básicamente nunca vende al precio que esperaba obtener, y todo lo que compra se lo termina quedando porque no hay quien lo venda. Un éxito, ciertamente. También aparecen “los chicos de Trick my Truck”. En realidad el título del programa no incluye lo de “los chicos”, pero me apetecía ponerlo, da mucho más ambiente decirlo. En este programilla, un grupo de gordos en bermudas grandes y con perillas fabulosas localizan al dueño de una chatarra de camión, se lo quitan y lo tunean. Los trabajos de pintura son espectaculares, todo sea dicho, pero todo lo demás es de vergüenza ajena. Desde el guión con brainstormings pre-escritos a los gritos y los “yeaaahh” que expelen todos al enseñar el producto acabado. Es una especie de “Esta casa era una ruina”, pero con camiones y mucho colesterol.

 Trick my truck, yeaaahh

Otro programa famoso es Overhaulin’. En él, el presentador le roba un coche cochambroso a alguien, dos actores se hacen pasar por policías y hablan con la víctima, una presentadora que está tremendísima lee un guión sobre la intrascendente historia de la cosa americana automovilística que van a tunear, y Chip Foose sale dibujando con una habilidad acojonante. Al final, restauran el coche, lo tunean a lo moderno, y se lo entregan al dueño. Todos los episodios son exactamente iguales, pero es gracioso ver a Chip Foose y esa pinta que tiene, así como de enano pero en tamaño grande (muy curioso). No se me enfaden los fans de Chip, a mí es un tipo que me cae muy bien y agradezco que tenga un aspecto normal. Todo lo contrario que la gente de West Coast Customs. Y es que parece ser que en Estados Unidos, excepto Jim Glickenhaus, y Jay Leno, los aficionados a los coches raros han de ir con esas bermudas negras enormes, calcetines, camisetas negras, gorras caladas y centenares de tatuajes por todas partes.

Chip Foose

Si hay algo que resulta curioso en esta cadena, además, es ver a la gente fumando y bebiendo en televisión. ¡En una televisión norteamericana! La verdad es que resulta muy chocante, pero no se cortan un pelo y ahí que salen todos fumando sin parar en el trabajo. Imagino que, dado que son “diferentes”, pueden hacerlo. No termina de convencerme.

 El de West Coast Customs y su nombre impronunciable, a la derecha

De vez en cuando ponen unos programas aburridísimos sobre barcos o aviones, cuando no una especie de reality sobre competiciones cutres de autocross y señoras teñidas mirando a sus maridos con bigote correr en ellas, así como el programa de Barry Meguiars en el que sale vestido igual que Raphael presentando tuneadas dignas del aparcamiento de la Discoteca La Pista (bueno, a veces salen cosas muy curiosas, sobre todo si se va a Europa). No debemos olvidarnos de una emisión de tres o cinco minutos llamada La vida secreta de la Formula 1, grabada en la temporada 2008, que emiten para rellenar huecos al terminar cada programa. Sería muy interesante si no fuese por dos motivos importantes: está todo ya anticuado en cuanto a novedades, y sólo tiene algo así como diez capítulos distintos, que repiten y repiten sin parar. Pero al menos salen hablando Patrick Head y Nigel Mansell, entre otros.

Y es entonces cuando emiten, de repente, cuatro o cinco programas ingleses independientes, entre los que se encuentra la cutrez televisiva de Fifth Gear. Sí, no me duele calificarlo como cutrez televisiva, pues pese al evidente presupuesto, las pruebas son irrelevantes y aburridas (y muy cortas), y los presentadores sobreactúan a niveles estratosféricos, influenciados por ese tono de voz afectadísimo que tiene Tiff Needell (todo lo que tiene de grandísimo piloto, lo tiene a veces de pesado). Pero tranquilos, también está Wheeler-Dealers para confundir a la gente sobre lo fácil/difícil que resulta la restauración de un coche, un programa con Vicky Butler Henderson, de nuevo, en el que reconstruyen coches de desguace y los venden como si fuesen buenos (curioso ver estafas en televisión), un tal Chop-Shop en el que un par de chalados hacen tuneadas a base de chapa… y lo único que merece la pena, que es un programa independiente sin título llamado algo como A …… is born, en el que un tipo realmente simpático muestra cómo construir tal o cual coche. A día de hoy, en la emisión asiática, están reconstruyendo un Land Rover Defender desde cero, una maravilla.

Chop Shop

Viendo este canal uno llega a la terrible conclusión de que buena parte de los norteamericanos son unos descerebrados (bien a tiempo completo, bien sólo cuando ven la televisión), con sobrepeso, con perillas enormes, vestidos con bermudas muy grandes y calando gorras hasta las cejas, tal y como ya he dicho. Y eso es bastante triste, la verdad. No se confundan mis lectores, a mí la pinta que lleve cada uno me trae sin cuidado, pero esos aspectos me resultan tan curiosos como ridículos. También se acaba teniendo la impresión de que restaurar y tunear un coche es una tarea sencillísima, y eso es un peligro tremendo para cualquiera que esté pensando en comprarse un coche diferente. Pero vamos, que yo seguiré poniendo el canal 52 para pasar el rato con coches de fondo. A falta de pan…

Discovery Turbo. En la emisión asiática tienen un programa indonesio sobre tuning que es verdaderamente de morirse de risa, siempre y cuando se tome con humor. Cosas más ridículas, imposible.
 
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