jueves, 20 de diciembre de 2012

Finnair, conexiones con Asia

De cara a un breve e inesperado viaje a Europa, y a la vista de los horarios y conexiones disponibles en las compañías aéreas que vuelan desde Yangon o Bangkok, me dio por reservar con Finnair y, ya de paso, ver Helsinki aunque fuese desde el aire.
 
Pena que no me tocase este avión con ese enorme motor en la cola...

Vamos con lo malo, que es la gran decepción de no ver ni un copo de nieve en Helsinki. Yo que iba con la ilusión de un paisaje blanco y gélido, y nada de nada. Eso sí, a las cuatro de la tarde ya era de noche, mucha madera de pino en la decoración del aeropuerto, y un frío de narices en la pista, que agradecí tanto como poco apreció mi salud, acostumbrada a temperaturas ligeramente más cálidas.

Como no era plan de andar gastando demasiado, y ya que lo no gastado en billete lo iba a gastar en otras cosas más importantes, reservé en Turista con una oferta que me pareció bastante adecuada, algo más de mil dólares ida y vuelta. Y eso puede ser bueno como puede ser malo, pues una vez en el aeropuerto, al querer pasar mi billete a Business para el vuelo de vuelta me dijeron que nanay, que había que comprar otro billete, porque el mío no admitía cambios. Lógico, no sea que salga más barato aprovechar la oferta y luego pagar el upgrade que comprar directamente Business, pero me dejó un poco mal.

Nada que lamentar, no obstante. La cabina Business de los A340 de Finnair no está renovada, siendo el mismo tipo de asientos que encontramos en Thai. Sí, esos que se hacen “casi planos”, en los que te pasas la noche, si es que pretendes dormir, cayéndote hacia abajo. A ver, no voy a decir que en Business no se viaje bien, pero yo quería la configuración moderna de Finnair.  Que es como si pagas para que te lleven al aeropuerto en un Mercedes S500, y en lugar de venirte el último modelo te viene uno de 1995. Sigue siendo bueno, pero ya puestos…
 
Cabina no renovada
  
Y tanto querer, a la vuelta me tocó el A330 que sí tiene los nuevos asientos. Visto el panorama no sé si los prefiero a los viejos. Supuestamente se hacen cama horizontal, no lo dudo, pero me siguen pareciendo estrechos, algo que confirmó la azafata con la que charlé un rato durante la noche.
 
 Cabina sí renovada

Se trata de una configuración 2-1-2 bastante extraña, que hace que el que va en asiento individual tenga doble apoyabrazos. Aquí pueden ver lo que digo, tanto del espacio como de la estrechez del conjunto, y aprovecho para poner la fuente de las dos imágenes de la nueva Business, que son este blog y esta entrada en un foro, donde pueden leer (en inglés) más al respecto de la experiencia Business de Finnair.
 
Asiento individual, parece un trono
 
Pasemos, pues, al asiento asignado. ¿Perdón? Al asiento comprado, quiero decir. Sí, Finnair aplica procedimientos de compañía low-cost en sus billetes de Turista. ¿Quieres fila de emergencia? Paga. ¿Quieres primera fila? Paga. Yo lo veo bien, la verdad, da opción a quien no quiere pagar de obtener un precio más bajo, y la de asegurarse el asiento que se quiere aunque sea pagando un suplemento. Suplemento que recuerdo sobre los 70 dólares por vuelo, por cierto (vaya, la oferta ya no es tan oferta…)
 
Cabina de Turista
 
El asiento es estrecho, como corresponde a Turista. A la ida pagué fila de emergencia, lo que supuso un espacio ilimitado para las piernas. Ya que iba junto a una de las puertas laterales del Airbus A340-300. Sin duda, es la mejor opción. A la vuelta sólo pude reservar primera fila, que también es recomendable siempre y cuando a uno no le molesten los bebés, pues al ir ahí los enganches de las cunas es donde los suelen sentar. Y lloran, claro, pues esa es una de las ocupaciones principales de un bebé: llorar. En mi vuelo venían unos cuantos, hubo alguna que otra sucesión de llantos atronadores.

Hay sistema de entretenimiento individual, tampoco es que vaya muy sobrado de opciones, películas o especialmente música, pero lo hay. ¿Queda alguna compañía que siga sin tenerlo para los vuelos largos? Si es que no, entonces borren este párrafo de sus mentes y quédense sólo con lo de la limitación en música y películas. Creo que Thai tiene más y mejor selección. Vamos, que no pude despertarme escuchando el disco Femme fatale de Britney Spears, que es lo que más me gusta hacer cuando vuelo. Una cámara para ver lo que hay delante, y otra para ver lo que hay debajo. No funcionaba en ninguno de los vuelos.
 
Se puede ir viendo los datos en tiempo real, cual comandante
  
La comida no fue nada del otro mundo, incluyendo un sandwhich indescriptible y un plato de pasta frío en los vuelos cortos, aunque también uno de pasta y pollo a buen nivel en el vuelo largo de vuelta. No pidan la cerveza local, no es nada especial. El servicio sí fue en todo momento agradable y atento. Tenía una conexión realmente corta en Helsinki para volar a Ginebra, lo advertí y no menos de tres veces vinieron a reconfirmarme la puerta de embarque. Y eso es bueno. El vuelo fue puntual, y todas esas cosas que acaban por hacer una entrada aburrida.

Ahora vamos con el tema, ¿merece la pena? Finnair se publicita como la primera compañía de diseño (no sé muy bien a qué se refieren), y como experta en conexiones con Asia, ofreciendo muchos destinos y muchos vuelos. Bien, es bueno saberlo. Sucede que uno se enfrenta a muchos kilómetros de distancia desde Bangkok, y tiene básicamente tres opciones: los vuelos directos, con duración de unas 12 horas; los vuelos árabes, con escala en los Emiratos y, por tanto, dos vuelos medianos de unas 6 horas cada uno más el tiempo de escala; la opción de Finnair, que consiste en volar 10 horas hasta Helsinki, que es una ciudad que queda realmente lejos de España, Francia, Inglaterra o, en mi caso, Suiza, y luego meterse otro vuelo aburridísimo de 3 horas en el hermoso Embraer que opera FlyBe (sea lo que sea esa compañía, pues en el avión pone Finnair).
 
Embraer

Personalmente, dudo que repita con ellos. Si lo he hecho esta vez  ha sido por una cuestión de horarios (iba a pasar una noche en Bangkok y quería volar por la mañana), y por probar. Cada opción tiene sus desventajas, como son las excesivas doce horas del vuelo de Thai (que si se va en Turista debe de ser mortal), lo llenísimos que suelen ir los vuelos de Qatar, Etihad y demás, incluyendo Business, o ese viaje interminable que es hacer un vuelo largo sabiendo que aún te queda otro largo y aburrido. La ventaja de Finnair es el horario y las rutas. Bueno, y que el finlandés es como si hablasen al revés, resulta muy gracioso escucharles.
 
Finnair de diseño "Marimekko", que es como si un Iberia lo pinta Mariscal.

Finnair, conexiones diarias entre una ciudad rodeada de lagos y pinos y prácticamente cualquier sitio en Asia.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Haciendo fotos

¿Qué demonios hacen en el cajero? ¿Qué tipo de operaciones? ¿Por qué siempre tardan tanto y por qué siempre me toca un lento delante? ¿Existen otras personas tan rápidas como yo? No se explica… A mí es que creo que me viene de familia, un talento innato que, además, fue potenciado con prácticas durante la infancia. De hecho, aún recuerdo el código de seguridad de la tarjeta 4b de mi madre.

Telebanco está en la calle, telebanco cuatrobé....

Yo voy, meto la tarjeta, elijo opción, tecleo el código y el cajero me da el dinero que le pido. Retiro la tarjeta, el dinero y el recibo, y me voy. Por eso no entiendo que, cada vez que voy a un cajero y éste está ocupado, la persona que me precede tarde tantísimo tiempo. Que no es hacer un pit-stop de Formula1, pero parece que en vez de sacar dinero se están pidiendo, y tomando, un café vienés.

El otro día me pasó algo parecido en un McDonald’s, no había explicación lógica alguna por la que el tipo que tenía delante tardase tantísimo, más tras la constatación posterior de que su pedido no era para alimentar un orfanato o a una excursión de turistas jubilados (que los jubilados comen muchísimo cuando viajan, ojo), sino un simple menú de algo con un refresco normal. Ahora que, para lenta, la chica de gafas que está en uno de los puestos de inmigración del aeropuerto internacional de Yangon. No falla, es tocarte ella y esperar, esperar y esperar. No sé en qué consiste. Evítenla, antes de ponerse a la cola, si van a Birmania, oteen la zona y avístenla, para a continuación elegir otro mostrador.
 
Generalmente se tarda más en pedir que en comer
 
Pero hay algo mucho peor que un cajero ocupado, una cola de comida rápida que resta credibilidad al concepto de comida rápida, o que se tiren 20 minutos para controlarte un visado, o como me pasó ayer mismo en un bar de Luang Prabang, que se olviden de hacerte la mitad de tu pedido y que, cuando por fin te lo entregan, falte la primera mitad. Y ese algo peor es un turista haciendo fotos.

No quiero dármelas de profesional de la fotografía, pero es innegable que no se me da mal del todo y que sé lo que hago, cuándo lo hago y, más o menos, cómo lo hago. Y queda claro que, si no se practica, no se aprende. Pero es que no puedo con ellos, y hay varias razones que paso a explicar.

No siento ninguna envidia por quien se pasea por la calle cargando con una Canon EOS 5D Mark III con una lente de serie L, o el equivalente en otras marcas, configurada en modo automático y disparando en formato jpg. Y no siento envidia porque ya estoy curado de espantos, sobre todo tras haber visto un turista de Singapur carretando con una Hasselblad 45 y disparando auténticos horrores. Nota: esa cámara Hasselblad sale por unos 45.000 dólares. Pero también es cierto que si pongo este párrafo es por una mera justificación de cara al lector desprevenido e inexperto, porque evidentemente me trae sin cuidado lo que otros piensen. Y bueno, todos hemos empezado de alguna forma, y yo soy el primero en haberlo hecho así como digo.

Habiendo puesto ya la parte políticamente correcta y explicativa, lo que realmente me saca de quicio es lo mucho que molestan todos esos turistas cuando tú quieres hacer una foto, y lo mucho que tardan. Es verlos y desesperarme. El modo automático me trae al pairo, cada uno que haga lo que quiera y como pueda. Es el conjunto global. Son esos parasoles puestos cuando no hay sol, o inexplicablemente puestos al revés (¿para que la cámara Reflex descomunal ocupe “menos”?). Son esos filtros anti-nada para, supuestamente, proteger un objetivo de mierda, que te hacen preguntarte si también llevarán filtros en las pupilas. Son esas bolsas llenas de accesorios que nunca se utilizan. Son todas esas cosas que yo también he hecho hace tiempo, y que por eso critico. O más que criticar, denuncio de la única manera que puedo, en privado, por escrito y sin referirme a nadie, pues de hacerlo en público y ad-hominem podría llevarme una buena hostia, y no es plan.
 
 Haciendo fotos

Es ese inexplicable tiempo que se tarda en hacer una foto que, en el mejor de los casos, podríamos calificar como “de viaje de estudios de EGB” (eso se lo debo a mi tía Margarita). No sé, es el conjunto, son los brazos estirados mirando a una pantallita canija para hacer una aberración. ¿Recuerdan aquellos anuncios de “lo que crees que pasa, lo que en realidad pasa” de campañas antidrogas? Deberían de hacer uno sobre la toma de fotografías en zonas turísticas y, especialmente, en eventos y acontecimientos de esos que son importantes y a la gente le gusta, por motivos que nadie entiende, fotografiar con sus cámara digitales (cuando no directamente con el iPad, que no se puede ser más ridículo).

En ese anuncio, lo que el turista cree que hace es una sesión cual Mario Testino. Esa sensación se crece cuanto más grande y voluminosa es la cámara. La patética realidad no es tanto la escasa calidad fotográfica de lo que haya podido captar, sino el hecho de perderse el acto en sí por hacer una puta foto como las que hay a millones en Internet, a un par de clicks desde Google, Picasa, Flickr y demás galerías. Esto es especialmente apreciable en eventos como las procesiones nocturnas de Semana Santa, un concierto (también nocturno), o la procesión matutina de los monjes en Luang Prabang (donde no sólo hay restaurantes erráticos, como ven). O cuando va a pasar por la calle Obama o el Papa.
   
Foto de mierda en un concierto, ¿por qué la haces? 
 
Porque además son situaciones con unas características que hacen difícil hacer fotos. Pero no, ellos se empeñan. Y estiran los brazos al aire sujetando la cámara, o el móvil, o el iPad, o el radiador (véase abajo), e insisten. Y se ponen en medio, y joden.

Fiestas que se nos van de las manos...

El otro día por la mañana, participando en la citada procesión de los monjes, hubo un momento en el que no pude más y me acabé marchando a casa. Filtros, parasoles, modos automáticos, accesorios, etc… no son nada comparado con el mayor de los males: el flash. La situación era penosa, daba vergüenza absoluta ver a un grupo de turistas rodeando la fila de monjes y haciendo fotos con flash, sin parar, cual paparazzi con famoso, metiéndoles la cámara encima y disparando uno tras otro. Que si el resultado final fuese bueno, pues sin dejar de ser una molestia y una aberración turística fuera de lugar, al menos se obtendría algo. Pero es que luego lo que sale de la tarjeta de memoria es pura mierda intrascendente. Abogo por la prohibición absoluta del flash, y al que le salte “por error”, se le quita la cámara y que se aguante, por inútil. “Ay, perdón, no me di cuenta…” cállese, señora, se queda usted sin cámara.

La cosa se pone peor cuando te ven y te dicen que esa cámara tuya ha de sacar muy buenas fotos. Y sí, es cierto, las hace muy bien siempre y cuando yo le diga lo que tiene que hacer, no voy a ponerme aquí con la soplapollez esa de que el fotógrafo es mucho más importante que el equipo, que lo es, como dejando entrever que el equipo no importa, pues vaya que si importa. Pero se pone aún peor cuando, encima, te dicen que ellos mismos con esa cámara también lo harían. Falso. O más precisamente, falso si hablamos de adultos, pues cada vez que he dejado la cámara a la muchachada por aldeas birmanas o laosianas, me sorprendo de las buenísimas imágenes que captan. Y se ofenden cuando les dices que ni de coña (es lo que tiene ser realista).
 
Foto hecha un por un niño sin experiencia ni educación alguna, a su amiga Thin Thin en Yangon
 
Y luego llega el momento, el terrible momento, del visionado de la foto que, generalmente, es enviada por email. Como era de esperar, no sólo no hay nada que ver en ellas, sino que encima vienen a tamaño real. Porque las cámaras actuales tienen un número de megapíxeles desproporcionado, que da una resolución inútil, fuera de lugar y que, sencillamente, molesta. Pero no, es como si esas cosas sólo me molestasen a mí y, si eso, a dos o tres personas más. A ellos les da igual andar con el desplazador de un lado al otro de la pantalla.

Por favor, queridos turistas. Ustedes no van a un restaurante y se empeñan en cocinar. No van a un hotel y limpian la habitación. No van a una tienda de ropa y sacan la Singer y se ponen a hacer patrones allí mismo. Yo entiendo que todo el mundo quiere llevarse un recuerdo fotográfico de los sitios a los que se va. Con uno basta, no estorben. Se hacen la foto y se quedan a mirar lo bonito que es aquello. Y, luego, se compran un buen libro con buenas fotografías de la zona.

O hagan lo que les dé la gana, yo qué sé, a mí déjenme en paz. Y apaguen la cámara.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Beau-Rivage Palace, Lausanne

Como ha quedado claro en la entrada sobre el Skoda Yeti, Ginebra es el horror en Noviembre. No tanto por la ciudad, que de por sí no es nada del otro mundo y sí bastante pequeñaja, sino por ese frío horroroso que me acompañó todo el rato. Acostumbrado a ver ríos marrones y lagos azules, encontrarme con el lago Leman de ese impresionante color plomo realmente daba miedo. Por eso, lo primero que hice nada más llegar a Ginebra fue comprarme un gorro en los grandes almacenes Manor, que son como El Corte Inglés pero en suizo, es decir, todo igual salvo que cierran a las seis de la tarde y parece haber menos dependientes.

Con estas, y una vez agenciadas las cuatro ruedas, ya me pude acercar a visitar a mi amigo Alexis en el Beau-Rivage Palace. Y ya puestos, a quedarme. Es que es inevitable, porque pese al frío y a las nubes, el hotel es un maravilloso resort que, en verano, ya ha de ser el acabose.


Se trata de un hotel a la antigua, un centro vacacional de lujo tal y como podría ser el Hôtel du Palais de Biarritz (ver entrada correspondiente) o el Reids Palace de Madeira. No es un terrible Four Seasons de ciudad, y tampoco es una vieja dama como el Ritz de Madrid, pese a que, todo sea dicho, le conviene una renovación de habitaciones, cosa que caerá el año que viene por lo que me comentan. No nos equivoquemos, las habitaciones tienen 10 años y están en perfecto orden, pero se ven antiguas. Pero volvamos al hotel… permítanme ir narrando cada servicio a modo de estancia, creo que es lo más conveniente.

La llegada es sencilla, tan sólo hay que dirigirse hacia el Castillo de Ouchy, en el puerto de la ciudad, y seguir las indicaciones. Una gran puerta vallada nos da la bienvenida al recinto del hotel, situado en un alto frente al lago, con impresionantes vistas de las montañas al frente (siempre y cuando no haya nubes). Aparcacoches y maletero nos reciben con rapidez, agilidad y excelente educación. Les confirmamos que, efectivamente, hemos hecho un buen viaje y que ese es nuestro equipaje, mientras el aparcacoches se lleva el vehículo al parking cubierto y privado del hotel, que parecerá una tontería, pero con el que uno se queda mucho más tranquilo que si hablamos de parkings públicos.

En verano, con vistas...
 
Accedemos por la puerta giratoria al pequeño lobby en el que una chica bielorrusa nos explica las formalidades de la estancia y se ofrece para acompañarnos a nuestras habitaciones (al ser tres, elegimos dos habitaciones comunicantes). Está bien que te traten como si te conociesen de toda la vida, aunque a quienes conozca desde hace tiempo sea a tres directivos del hotel. El hall y los pasillos son impresionantes, más ahora con la exquisita decoración navideña. Un ascensor del tamaño de mi apartamento parisino nos lleva a la segunda planta, en la que están nuestras habitaciones con vistas al lago.
 
Panorámica desde el balcón
 
Se trata de dos habitaciones de aspecto clásico, con un buen cuarto de baño, muy buena calefacción, buen equipo de televisión (que yo ni enciendo), y un equipamiento a la altura. Antiguas, sí, tirando a viejas, pero todo funciona y todo está inmaculado. Como inmaculada está la lencería, el minibar, los productos del baño (Bvlgari), la cesta de frutas de cortesía, y las galletas, zumo, bolsito, albornoz pequeño y zapatillas para la menor que nos acompaña (y que disfruta de esas cosas como la niña que es). No pasan dos minutos cuando llega el equipaje.
 
 Galletitas...
 
Sobre la habitación, dejando de lado comentarios sobre su estilo dado que, al renovarse el año que viene, no tienen validez duradera, he de decir que la cama me pareció excesivamente blanda. Dormí como un bebé, ojo, pero me habría gustado un colchón más duro. Tampoco quise molestar y pedirlo, aunque sin problemas lo hubiesen arreglado. Pero es lo único “negativo”. Presión de agua, temperatura, acceso a internet, luces, equipamiento, balcón, aislamiento del ruido y del frío, tamaño general… todo estuvo a la altura. No esperemos las suites del Lebua (ver entrada), porque estamos en un sitio diferente. Lo que tampoco vamos a tener, afortunadamente, es esa vejez generalizada del Hôtel du Palais, no digamos ya del Ritz Madrileño o de las habitaciones no renovadas del Crillon parisino.

Habitación, foto no contractual

Como nos fuimos entreteniendo por el camino, al final llegamos al hotel bien entrada la hora de comer. Rápidamente, la chica de recepción reservó desde mi habitación una mesa para tres en la brasserie del hotel, el Café Beau-Rivage. No puedo decir que sea un sitio barato, quizá nos consuele pensar que todo Suiza es caro. Comer tres personas un plato sencillo cada uno, con postre pero sin vino, salió por algo más de 100 euros. El pescado de mi amiga no estaba mal del todo, muy bien presentado aunque a su gusto un poco falto de “potencia”. La pasta de la niña, tan sencilla como mera pasta con salsa de tomate, perfecta. La salsa de tomate, de hecho, pese a ser la más clásica jamás vista, era una delicia. Mi tartar de buey, con sus patatas fritas, excelentemente condimentado a mi gusto. Y todo con unas porciones justas, ni escasas ni excesivas. Lo mismo puedo decir de los postres, con un tiramisú rico y abundante en mascarpone, mi mousse de chocolate perfecta, o el helado de la pequeña, cremoso tal y como era de esperar. El pan, por cierto, una delicia. ¿Qué eché en falta? Algo que he visto en Yangon en el restaurante Sharky’s, que es una mini-ensalada orgánica servida en un vasito, con un huevo de codorniz escalfado y un aliño simple. En el caso de mi tartar, sin duda lo eché en falta. El servicio en sala quizá me pareció un pelín lento, aunque fue siempre de exquisita cortesía y muy buena atención. La sala, exquisitamente decorada y con grandes ventanales hacia el puerto. Añadir que venden un plato de mariscos a 90 euros por persona… nosotros nos abstuvimos, ya habíamos comido muy buenas ostras en el mercado callejero de Divonne-les-Bains.

Corriendo por el pasillo

Tras el paseo correspondiente por la ciudad y alguna compra que otra, regresamos al hotel a pegarnos un bañito en la piscina del spa. Decir que Lausanne es bastante vertical como ciudad, recordando un poco a Montecarlo, sólo que aquí en vez de ascensores públicos hay una especie de metro o funicular (el metrocular, vamos), que en cinco minutos de pone arriba del todo. No probé los masajes, pero sí la piscina, el jacuzzi, la sauna y el haman. Sinceramente, quizá sea por la afluencia de público familiar a las horas a las que fuimos, pero nada destacable. Sí, lo pasamos estupendamente, nos colamos en la parte exterior de la piscina, hicimos la bomba y todas esas cosas (el ambiente acompañaba, claro), y el jacuzzi estaba calentito, como la sauna estaba muy caliente y el haman muy húmedo, pero nada más. O nada menos, dada la absoluta pulcritud de los vestuarios, la calidad de las toallas y, no me cabe duda, la calidad también de los masajes y tratamientos de belleza que allí dan.

La piscina cubierta, vacía
 
No cenamos en el hotel, aunque hay donde elegir dado que cuentan con nada menos que cinco opciones, incluyendo un restaurante japonés de muy buena fama, y especialmente un restaurante gastronómico (y astronómico) de Anne Sophie Pic, con sus tres estrellas Michelin.

Lo que si que cayó fue algo en el bar tras la cena, aunque sólo bajásemos la peque y yo. Ella una infusión y un postre, que se ventiló en diez segundos, yo un té porque, aunque me apetecía un vaso de Caol Ila, que es el único whisky que logro tragar y que recomiendo probar a todo el que tenga la oportunidad, en realidad tampoco me apetecía.

El bar, por la noche
 
El desayuno se sirve en una sala que da exclusivamente desayunos. Me explico: no es un restaurante que ha de ser reconvertido para el menú del mediodía, sino una sala de desayunos abierta hasta las once, como debe de ser. Un buen buffet bien atendido, sin nada que fuese del otro mundo pero sí plagado de productos exquisitos. Buen chocolate caliente, buen zumo de naranja, muy buenos quesos, buenos fiambres, platos calientes clásicos (y tampoco destacables, pero en absoluto bajo par), gran variedad de frutas y lácteos, buena carta de huevos, una sala con mucha luz y ambiente fresco… Es decir, nos pusimos como cerdos, y eso es buena señal cuando yo hablo de un buffet, ya que aunque siempre me gustó desayunar, desde hace tiempo no termino de aprovechar esos desayunos de hotel, quizá por estar un poco cansado de ello, casi día tras día. En este caso, puedo decir que sí lo aproveché. Y digo bien “como cerdos”, porque el cerdo come hasta su satisfacción. No por hablar de un sitio fino vamos a negar la realidad…

Podría hablar de la salida, el pago, el precio y demás, pero me parece fuera de lugar. Sí puedo decir que no quise que me diesen factura, sino que me la enviasen por email. Esa misma tarde, mi factura estaba adjunta a un email del departamento de Recepción del hotel.

De lo que sí quiero hablar es de los conserjes, ambos hispanoparlantes, ambos educadísimos y eficaces, ambos convertidos en esa figura dentro del hotel a quien te diriges siempre. Cómo se nota la calidad de un hotel en estos casos, cómo cada empleado sabe comportarse y seguir su papel y su juego en cada momento, y cómo se adaptan tanto a quien viaja solo como a quien lo hace en familia. El camarero serio tratando a la niña de Mademoiselle (pura comedia), el jefe de sala más familiar charlando conmigo, la relaciones públicas preguntándole a la niña cómo lo pasa… Por no decir el que sea ella, la niña, quien firme las facturas. Sumemos el detalle del albornoz, el trato en el Spa, los jardines por la mañana para jugar, y otros muchos detalles para ganarse a la clientela familiar, junto con una eficacia absolutamente profesional en todos los sentidos, para hacer que uno quiera volver sean cuales sean las circunstancias del viaje. 

Salón de banquetes
 
Es un gran hotel, aunque evidentemente se paga por ello. Es más que un gran hotel, es un centro vacacional, es un centro de negocios, es una sala de recepciones espectacular, es la posibilidad de hacer una fiesta total en sus salones (de los más bonitos que he visto). Es, en definitiva, uno de los grandes. Y yo me siento muy afortunado de haber podido quedarme, y de haber recortado las horas de sueño con una incesante guerra de almohadas.
 
Beau-Rivage Palace, Lausanne, estancias a partir de unos 400 euros la noche. http://www.brp.ch/fr/
 
free web hit counter