miércoles, 12 de agosto de 2009

Media Velocidad Española, viajando en tren…

Me comunica un hamijo que no es alta velocidad, puesto que el tren del que voy a hablar no es un AVE, sino un Talgo reconvertido, o algo así. No me negarán que la palabra “hamijo” tiene mucha más sonoridad que el simple “amigo” del que deriva. De hecho, se ve como más completa, como una versión mejorada. Enhanced, que dicen los americanos. Le sucede lo mismo que a la segunda persona del plural del imperativo del verbo “oír”, que con el tiempo y gracias al analfabetismo galopante de las declaraciones que se hacen por Internet (es decir, preguntas estúpidas y comentarios varios), ha evolucionado del antiguo y viejuno “oigan”, al maravillosamente pluscuamperfecto “hoygan”. No, no se atrevan a negarlo, queda mucho más bonito, y una vez se acostumbren les resultará extraño escribirlas como se hacía antes. Hoyga, hamijo… qué hermosa forma de iniciar una conversación…














Pues eso, que por lo visto es un Talgo, un producto nacional, como el jamón ibérico, en forma de tren con cabeza de pato y que circula por vías de ancho español, que como sabrán es un ancho superior al europeo, por obra y gracia del desarrollo franquista y que algunos siguen atribuyendo, seguramente de manera errónea por lo inverosímil que resulta la tesis, a la idea de evitar una futura invasión francesa por vía férrea (se ve que ya en los años 40 los españoles habían previsto la creación de las redes del TGV francés, e imaginaban a millones de soldados viajando en tren camino de España mientras desayunaban croissants y veían películas de Louis de Funes).

Sucedió que fui invitado a un evento festivo-exhibicionista en Madrid, de un día para otro, y necesité buscar un medio de transporte cómodo y eficaz. ¿El coche? Teniendo en cuenta el desaforado consumo de gasolina de mi coche y los peajes a pagar, la necesidad de buscarle un aparcamiento en Madrid, el precio de éstos (siempre un robo, siempre), y el hecho de que sufra de descompensaciones intestinales (es decir, cagalera) por el estrés que me supone circular desde Guadarrama hasta el centro de la capital, y siendo convenientes los horarios, la elección estaba más que clara: el tren. De hecho, de ahora en adelante no me planteo viajar a Madrid ni en coche ni en avión, pudiendo hacerlo en tren de la manera que pasaré a describirles a continuación.














Ambiente festivo en el destino

El tren es moderno, de eso no cabe duda. Mal acostumbrado a la mala vejez de ciertas líneas del TGV francés, así como del Eurostar, y con un vago recuerdo de cómo era el AVE allá por el año 98, el diseño y los acabados del Alvia (que es como se llama el tren español) me dejaron incluso satisfecho. No entiendo cómo en un tren tan moderno puede haber algún tapizado saltado o asientos despintados, la verdad, pero si bien ese mantenimiento es cosa de Renfe, tampoco es algo gravísimo que impida ir cómodamente, y todo ello no es más que culpa de ciertos pasajeros que son auténticos animales y hacen cosas inexplicables para destrozar todo aquello que tocan.














Viajando en clase Preferente, la configuración es de filas de dos y un asiento, con un pasillo central. Los asientos, individuales, son amplios y cómodos, contando cada uno con su par de apoyabrazos y un reposapiés algo extraño, además de la mesita que se despliega del asiento de delante. Acostumbrado también uno a ir en avión, esta amplitud se agradece, aunque lo que realmente se agradece es la luminosidad de todo el vagón, favorecida por la elección de colores y de materiales (las bandejas superiores y todas las puertas son de vidrio). En los extremos del vagón, una pantalla indica datos como el nombre del tren, la hora actual, el recorrido, o la velocidad del convoy (que entre Asturias y Madrid aún no sobrepasa los 199 km/h). Sobre la luminosidad, al principio eché en falta las lamparitas sobre las mesas de la Primera Clase del Eurostar, pero no es más que una cuestión de decoración que no creo que sea relevante. Añadir que cada asiento dispone de un enchufe o toma de corriente, perfecta para poder conectar el ordenador portátil y trabajar, o “trabajar”, mientras se viaja. De nuevo, comparando con los aviones, esto supone una ventaja superior, como lo es la mayor de las ventajas del tren: el poder levantarse a dar un paseo.














El servicio de Preferente incluye una comida. Dependiendo de la longitud del trayecto, ésta será un snack o un verdadero menú. He comido peor en otros trenes (sin duda, ganan las cenas del Eurostar, condimentadas con verdadera cicuta), he comido mejor en otros aviones (en los pocos en los que se come), he comido mucho peor en otros aviones (en los que, además de comerse, se come mal, muy mal, de eso que dices que vale más que no te den nada), y he comido mejor en el AVE (o eso recuerdo). Los menús, ambos de comida, me parecieron buenos y adecuados. A la ida una ensalada variada y una carne con menestra (evidentemente, la menestra era minimalista), y a la vuelta un paté de campaña y pollo al horno. Simple, pero comestible.














El vagón-cafetería lo pisé a la ida, por verlo, y a la vuelta sirvió para tomarme una Coca-Cola con una compañera de viaje, mientras entrábamos en la lluviosa y permanentemente gris Cordillera Cantábrica. Como suele pasar en los trenes, los precios son una locura. Esto hace que, personalmente, considere que viajar en clase Turista sólo compensa cuando se va con lo mínimo, sin intención ni de comer ni de usar otros servicios del tren, y si a uno no le importa llevar a un desconocido sentado al lado, o se van dos o cuatro personas juntas y viajan en el plan que digo. Porque en cuanto se quiera comer como lo hacen los de Preferente, el coste subirá, y mucho. Además, dado que viaja más gente en el vagón, siempre habrá menos sitio para el equipaje.

Si algo recuerdo del AVE, así como de mis viajes en Eurostar, es lo agradable que resulta tener a una persona a la puerta del vagón para indicarte dónde sentarte o para ayudarte con el equipaje. Curiosamente, en el viaje de ida desde Oviedo sí hubo azafatas, pero no las hubo a la vuelta desde Madrid. Miento, sí las hubo, todas concentradas en los vagones de Turista. Yo no es por ser impertinente ni clasista, pero si pago Preferente no quiero que los de Turista tengan un servicio más que yo… Y es que, además, no es sencillo saber cuál es el vagón que le corresponde a uno, y menos si no se está acostumbrado.

















Esta chica irá un poco cutre vestida, pero al menos te dice dónde sentarte.

Creo que durante los trayectos pusieron películas. Bueno, es un estilo así modelo “autobús” que a mucha gente le resulta agradable. Dado que he escrito “creo que”, queda claro el interés que eso despertó en mí.

En definitiva, tal y como sucede en Francia, en cuanto termine de desarrollarse este tipo de transporte por España, y si siguen existiendo buenas oferta de precios, viajar en estos trenes se convertirá en la elección lógica para todo el mundo en estas distancias que son medias para el automóvil y cortas para el avión. Porque se va muy cómodo, porque uno puede levantarse a hablar por teléfono, porque hay enchufes donde conectar aparatos, porque se viaja de centro a centro de la ciudad, y porque adelantar a 300 km/h a los coches que van por las autopistas, sabiendo que no se va a necesitar buscar aparcamiento o que ningún energúmeno nos va a arruinar el viaje con un golpe tonto en ciudad (cuando no un accidente grave), es una gozada. Yo lo recomiendo a todo el mundo, sin duda.

Alvia en clase Preferente, al precio de 37 euros la ida y 73 euros la vuelta. Ofertas o no, por dos comidas y mil kilómetros a gran velocidad, se me antoja un precio más que correcto.
 
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