lunes, 21 de abril de 2008

El carnet en una tómbola

¿Si no van y se me rompen los cordones de los zapatos? Tengo un par de zapatos, con forma un poco como de botín cruzado con zapato de Charles Chaplin, comprados en Adolfo Domínguez a principios de año. Son realmente cómodos, y calentitos. ¿El problema? Tienen una tendencia extrañísima a cortar el forro de los cordones, de forma que poco a poco se van pelando como si fuesen un cable, y esta mañana ha pasado lo que ya se veía venir: cordones rotos.

He tenido que ponerme otros zapatos, mucho más bonitos pero más serios… y fundamentalmente más fríos, así que con el suelo de mármol de las oficinas se me quedan los pies congelados. De hecho, el punto de congelación es tal que ya me he planteado poner una alfombra de estas pequeñitas, en plan persa. Si además me traigo algún adorno árabe y la réplica en metacrilato iluminado con leds del hotel Burj-Al-Arab, esto puede ser el acabose.




















Y los leds son de colorines, además.

Ciertamente, es una preocupación propia de alguien sin preocupaciones. Vaya, igual es que yo soy así… No lo creo, pero el contratiempo es importante, qué duda cabe. Ahora me tiraré todo el día con los pies congelados, y lo cierto es que para conducir estos otros zapatos no son muy apropiados, y menos en días de lluvia en los que uno se ve obligado a cruzar el coche en cierta curva de camino a la oficina.

Pues eso, que ando con cordones fracturados, tendré que comprar unos nuevos. O mejor, iré a un sitio a ver si pregunto por alguien, y que me diga dónde los puedo conseguir a cambio de algo. De paso, miraré si me pueden hacer un arreglillo con las facturas de la luz, o conseguirme camisas planchadas, que planchar lleva mucho tiempo. Imagino que allí encontraré a una fila de gente esperando por su carnet de conducir.
















Siguiente, por favor...

Hace tiempo, de camino a casa de unos amigos, me aproximaba a una rotonda por la que ya circulaba un viejo BMW 318 burdeos, conducido por una señora igual de vieja, pero no del mismo color (afortunadamente). En el momento del cruce, la señora frenó y se quedó parada en medio de la rotonda, en una aplicación parisina del código de circulación. Por fin, decidió reiniciar la marcha, cambiándose directamente al carril interior, para a continuación salir por la siguiente salida. Yo, que me esperaba ya cualquier cosa, mantenía una distancia prudencial por miedo a arrugar mi hermoso automóvil.

Y como si lo viese venir, en la siguiente rotonda realizó varios cambios de carril, para salir por su salida al carril derecho, momento que aproveché para adelantarla. ¿Y qué sucedió? Que nada más rebasarla, ella decidió que iba mejor por el carril izquierdo, siempre a sus 48 km/h de velocidad constante. ¿Inverosímil? Justo después de ese cambio de carril, tomó una salida a su derecha. Yo hice un LOL y un OMG, y ciertamente acojonado continué hacia mi destino, donde me esperaba el inicio de una velada que resultó muy agradable, todo sea dicho.




















Oh My God

El viernes pasado iba camino del trabajo, por la autopista. No es que me guste precisamente ir por ahí, porque tengo la sensación de que tanto a la ida como a la vuelta siempre voy cuesta arriba, pero resulta cómodo y me ahorro unos minutos de ciudad (convenientemente aprovechados un tiempo antes en remolonear en la cama). Al llegar a una de tantas cuestas arriba, un Saab 93 cabrio me precedía, circulando a velocidad absurda, por lo que decidí adelantarle. No es que fuese yo a toda máquina, pero a unos 120 sí. En ese momento, el conductor del Saab decidió acelerar el ritmo, haciendo imposible que mi modesto Mazda MX5 adelantase de forma segura, por lo que preferí desistir, situarme detrás, e ir señalizando mi salida (para la que faltaban unos 700 metros). ¿Qué lleva a alguien a hacer semejante tontería? Igual resultó que aquello fue un “pique sano”, y ahora el saabista andará publicando en los foros de saabistas que con su coche se fundió a otro descapotable, mientras perpetra las gloriosas faltas de ortografía que tanto se ven por los foros. O igual, y más probablemente, sea que decidió que yo no le iba a adelantar, y punto. O igual ni me vio, que todo puede ser. El caso es que aceleró sin venir a cuento. Él sabrá.

Otra situación: circulo por ciudad un día cualquiera, y me encuentro delante con un Audi Q7, a ritmo extraño y con manifiesta incapacidad de mantenerse en su carril. “Seguramente irá hablando por teléfono”, pienso… En cuanto tengo la posibilidad, y dado que la calle es de dos carriles, le adelanto y me lo quito del medio. Pues no, justo cuando mi coche está a su lado (o debería decir debajo), me cierra inconscientemente. Frenada y cagamento. Aparece otra oportunidad de deshacerme del pestoso, desviándome por otra calle. Lo logro. Mentira, porque un par de horas más tarde, cuando ya me había olvidado del tema, me lo vuelvo a encontrar exactamente al mismo ritmo imposible circulando por una plaza. Impresionante. Como puedo, logro llegar hasta mi garaje. Aparco el coche, me pongo la chaqueta y salgo a la calle. Voy caminando en dirección a un supermercado, miro en un paso de cebra para cruzar y… ¿quién viene? De nuevo el Audi Q7 de los huevos. A la misma velocidad, pero esta vez de frente. Logro ver al “piloto”, que resulta ser una señora con la vista centrada en su puto teléfono móvil. Evidentemente no frena para dejar pasar a ningún peatón. Vaya, se nos van a juntar varios tópicos, espero que las asociaciones feministas de conductoras telefonistas no se me echen encima…

















Más grande se ve que ya no les cabía en el molde.

Hace una hora, más o menos, de nuevo camino del trabajo en una zona de autopista limitada a 90. Voy tranquilamente oyendo la radio, reduzco a los 90 de la señal. Detrás de mí se aproxima un Alfa 147 gris. Se pega cada vez más hasta el momento en el que dejo de ver su matrícula delantera. Estamos en una autopista, ojo. Yo bajo un poco el ritmo hasta unos 85 km/h, porque tras un minuto así estoy empezando a ponerme nervioso. El conductor del Alfa se pega casi todavía más, pero no me adelanta. En la autopista sólo estamos él y yo, a todo esto. Vuelvo a levantar el pedal y dejo el coche caer hasta los 80 km/h, momento en el que veo como el Alfa se me separa súbitamente: ha pisado el freno. Inútil. En una autopista vacía y el muy imbécil tiene que pisar el freno. Por fin pone el intermitente y me adelanta. Es increíble lo que cuesta deshacerse de estos pestosos.

El carnet en tómbolas, supongo. A mí no me cabe otra explicación a esos comportamientos, sin entrar en serios problemas psiquiátricos o de percepción. Ayer en una cadena española de televisión pusieron La Roca. En un momento del diálogo, Sean Connery, hablando de su compañero de misión un poco torpe, piensa “me pregunto cómo logró superar la pubertad…” Mi abuelo tiene otra duda existencial (por la existencia de ellos, no por la suya): ¿cómo esa gente ha logrado sobrevivir en el mundo moderno sin que les atropellen coches o sin electrocutarse con enchufes? Y yo me pregunto algo más básico: ¿por qué esa gente conduce?















De los casos que he nombrado, la verdad es que no podría decidirme por el peor, porque aunque por un lado las señoras del primero y del tercero sean realmente peligrosas, a mí me sigue llamando mucho la atención cómo es posible que de dos coches, en una vía de dos carriles y en plena línea recta, uno tenga que llegar a pisar el freno. Me gustaría decir que hace años que no piso el freno en las autopistas, pero por desgracia no es así. Lo que sí puedo decir es que hace mucho tiempo que, si lo piso, es por emergencias o maniobras imprudentes por parte de otros.

Es que a uno se le queda un sentimiento de tonto… Y además igual incluso pagan menos de seguro que yo. ¿Por qué conducen? Porque se les deja.

Y es entonces cuando, tras revisar este texto, salgo de la oficina un segundo y me encuentro con una compañera observando una rueda de su abollado coche. Y ella, con dos ovarios y porque siempre sabe más que nadie, me asegura: “pues esas ruedas que llevas tú con tanto dibujo son muy malas para el agua…” Sí, será eso. El carnet, y a veces el cerebro, en una tómbola, ton ton tómbola. Coño, pues Marisol tenía su gracia cantando aquello… De luz y de coloooor, oooh, de luz y de coloooor, oooh…

viernes, 4 de abril de 2008

Seat León

Vivo en apartamentos alquilados. Lo siento mucho si decepciono a alguien por haber elegido esta opción, pero en mi caso y de momento, creo que es lo más adecuado. Me acabo de mudar, de hecho. Mudarse con un Peugeot 206cc y un Mazda MX5 no es sencillo, se lo aseguro, pero lo he logrado.

Una de las actividades más amenas de la búsqueda de pisos y posterior mudanza consiste en encontrar ese mueble (aunque muchas veces sean varios) totalmente indescriptible y que te obliga a crearte una idea generalmente muy negativa del propietario. Sí, segunda decepción, suelo tirar de apartamentos amueblados. ¿Por qué? Porque se suelen encontrar “amueblados” de forma muy sui-géneris, con prácticamente nada en su interior, y si hay un poco y ese poco te es útil, bienvenido sea. Además, luego las mudanzas son más sencillas.















Que tampoco es plan de hacerse esto cada dos por tres.

Lo que decía, siempre uno se encuentra con una pieza digna del museo de los horrores. En mi anterior apartamento, en una de estas zonas residenciales de alta gama, se trataba del sofá. Uno de los sofás más feos de la historia, con una forma poco confortable, un tamaño exagerado, y un tapizado floral causante de pesadillas. Bueno, el sofá y todos los cuadros que adornaban las paredes. Y me estoy olvidando de las dos camitas del dormitorio. Todo excepto el sofá, debido a su mencionado descomunal tamaño, pasó a mejor uso en el trastero del apartamento. Sí, mejor uso: el de coger polvo y mantenerse alejado de la vista. Y me he vuelto a olvidar de las alfombras, ciertamente. Y de los cojines.

Ahora me he cambiado a la “City”, bastante más movido todo, en un edificio antiguo rehabilitado, un apartamento ligeramente más grande y, sobre todo, con jardín. Glorioso (de momento). Pues bien, no podían faltar esas piezas de meter miedo, esta vez en forma de cama insufrible, mesa y silla casi peores, y una especie de camastro de tamaño indefinido que se transforma en “sofacito”, nuevamente tapizado en flores, con estructura de madera modelo ataúd claro, balaustrada (sí, balaustrada), y una forma imposible capaz de proporcionar una incomodidad sin igual. Perfecto.















Quedaría todo mejor con estos puestos en el salón, en vez de "el monstruo".

Estos muebles, junto con esas inexplicables perchas de cable grueso forrado en plástico azul o verde que siempre están perdidas por los armarios, te crean una idea destructiva del propietario. Propietarias, en estos casos que menciono. Son mala gente. Ya no es una cuestión de gustos, que me dan igual. Estamos hablando de millonarias, que tienen varios apartamentos en las mejores zonas de la ciudad, que se dedican a vivir además del dinero que ganan sus maridos. ¿Qué les puede llevar a comprar semejantes espantos? Con la variedad de muebles que hay, con la posibilidad de comprar piezas básicas y baratas, ¿qué lleva a alguien a hacerse con un sofá como el del primer piso? ¿Por qué? ¿Por qué se terminan comprando aquello?

Como esas preguntas no tienen una respuesta lógica que quepa en mi cerebro, y nunca la tendrán, lo mejor es librarse de esas cosas. Me refiero a los muebles, no a las propietarias. Una liberación bien sea visual, bien sea total, claro está, para a continuación dirigirse a las tiendas de muebles más apropiadas y rellenar el vacío dejado. Tras haber cambiado en este piso el comedor por el salón, el salón por el dormitorio, y el dormitorio por el salón, me di cuenta de que me faltaba una mesa de centro, o algo que adornase mi alfombra. IKEA, me dije. Ya he hablado de ello, esta gente pone al alcance de cualquiera una variedad y un diseño hasta ahora nunca visto por España. Y fue en ese momento cuando mi amigo el Roboc me comentó (porque será roboc, que no robot, pero habla) la moda de modificar los afamados muebles suecos al gusto del consumidor. Grandísima idea.





















Mi amigo el Roboc

Si se fijan, IKEA hace sus muebles en distintas líneas, y luego siempre vende piezas sueltas. El objetivo es favorecer la creatividad del comprador, y fundamentalmente la versatilidad de sus diseños. Quizá no sea una práctica muy común, pero permite la realización de piezas espectaculares, a poco que se tenga talento y gusto. La serie Lack de IKEA resulta, además de bonita y moderna, muy económica. ¿Por qué conformarse con lo que viene en las fotos cuando, pensándolo un poquito, uno puede hacerse sus propios muebles? Dicho y hecho, con la inestimable ayuda de un bolígrafo y un papel, comencé a trazar una mesa de centro apropiada. Y en un alarde de tecnología aplicada, abrí el Paint y realicé un croquis del diseño. La compra fue sencilla, como lo fue la presentación y como espero sea el montaje. El resultado será visible en mi apartamento, para quien decida venir a visitarme (y sea invitado a ello, claro).

La sensación es la de haber sido iluminado por la luz de la sabiduría y el conocimiento, haber conocido un nuevo camino alejado del MerKamueble, e incluso del propio IKEA, y verse convertido en diseñador de una parte más de tu propia vida. Porque yo no sé ustedes, pero en mi salón suelo tener vida más allá de la siesta de fin de semana con película de Antena 3.




















De esto, de esto.

Como veo que ya llevo escrito lo suficiente como para rellenar la mayor parte del artículo, pasaré a hablar del SEAT León, que es lo que nos ocupa. Lo siento, he tenido que contar todo eso porque el coche, lo que es el coche en sí, no da para mucho. Es más, esta será seguramente una de las pocas pruebas de coches en las que el probador se haya negado a conducir el vehículo en cuestión.

Todo sucedió por la visita de unos amigos, para cuyos desplazamientos decidieron alquilar un automóvil de turismo, que se llama. Y qué mejor que optar por lo peor que podría haber en el catálogo de la casa de coches de alquiler. De esta manera, por aquí se plantaron en un SEAT León de color gris, creo recordar. Por lo visto era un modelo equipado con motor de gasoleo. Instalado dentro, en el puesto de conducción (con perdón), la sensación global que me invade es la de asco y desgana. Yendo en marcha detrás, uno se da cuenta de que el coche sirve para ir por los sitios, lo cual no está nada mal.















Intenté ser objetivo con los materiales que adornan (relativamente) su interior, pero creo que no lo fui. Uno conoce el Audi A3, y está harto de oír que si mismo coche con diferentes acabados, pagas por los anillos, no hay tanta diferencia, y demás chorradas que sueltan los propietarios de este engendro nacional. Todo mentira, claro. La tapicería que montaba el modelo en cuestión era, sencillamente, mala. Como lo era el tapizado del techo, como lo era el plástico del salpicadero, como lo eran las alfombrillas, como lo era prácticamente todo.

El caso es que el aspecto exterior no es desagradable, desde el momento en el que la visión del coche no provoca cegueras ni necesidad de comer excrementos. Y me parece que su precio no es del todo malo, estando por debajo de su primo el VW Golf, y muy por debajo del nombrado Audi A3. Normal que esté por debajo, pues por muchas similitudes mecánicas que tenga, no tiene nada que ver. Ni por dentro ni por fuera.
















Me dejaron en mi casa y al día siguiente nos volvimos a ver. Yo, para compensar, les recibí subido en una segadora John Deere verde, vehículo mucho más atractivo de manejar que su coche gris a gasoil con diseños de curvas y aristas. Por lo que pude saber, el coche se comportó como era de esperar, y como ya he comentado: les llevó por los sitios.

Supongo que comentarios así de subjetivos podrán doler a la masa propietaria del coche en cuestión. Más de uno dirá que soy un payaso, o que "no tengo ni puta idea". Pues qué se le va a hacer, si me ha dado mucho asco y además esto se publica en mi blog, que para algo es mío. En realidad es más que probable que el coche no sea malo. De hecho, estoy seguro de ello. Como también estoy seguro de que subido en la inmensa mayoría de compactos sentiría sensaciones similares. Qué se le va a hacer, si no me gustan. Que hable bien del coche sería como pretender que hable bien de acariciar escrotos de perros: puede que a alguien le resulte atractivo, pero a mí no.

Bueno, seguiré con mi mesa de centro. Saludos cordiales.

SEAT León 1.9 TDI, probablemente. Anda lo suficiente, no es caro, tiene su punto visto por fuera, por dentro tampoco es tan terrible, y su calidad mecánica está demostrada. Si a alguien le gusta, que se lo compre. No es un mal coche.
 
free web hit counter