jueves, 31 de enero de 2008

De Usted

Me contaba el otro día un responsable de la Recepción de uno de los mejores hoteles parisinos que, en cierta ocasión, estando con unos amigos en un cóctel en los jardines de la residencia de un conocido inversor japonés, fue testigo de un hecho insólito, digno de la mayor muestra de disimulo posible. Al parecer, dicho señor, recién regresado de uno de sus múltiples viajes a Andalucía, había confundido una botella de aceite de oliva virgen con otra del exquisito vino licoroso PX de Pedro Ximénez, y tras servir las respectivas copas, se disponía a hacer un brindis en honor de sus invitados. Invitados que, imagino debido a las costumbres asiáticas y probablemente presa de un ataque de caspa, no lograban encontrar el momento en el que parar semejante atropello. Por fin, alguien pudo detener el despropósito y la anécdota fue recordada durante meses. La velada fue agradable, y el propio “causante” se ríe de aquello a veces, cuando pasa por el hotel.


Buen lugar para reír las gracias de alguien…

Este tipo de equivocaciones, como hechos simpáticos que son, carecen de toda importancia y se quedan en recuerdos entrañables de las personas. Como cuando Carmen Sevilla apareció presentando el Telecupón en zapatillas. Como cuando Pedro Delgado llegó tarde a la salida de una contra-reloj del Tour de Francia. Como cuando yo mismo, siendo bien pequeño, jugando al Trivial pronuncié en un aproximado inglés el nombre de Hernán Cortés (por entonces para mí un tal Sir Herman Cortes). O como cuando la madre de unas amigas no dejó de preguntar por el hermanín al niño de una paciente, hasta que la señora pudo aclararle que estaba gorda, no embarazada.

Hay otras equivocaciones que son fruto de una gran ignorancia, y que en determinadas ocasiones merecen un grandísimo desprecio por el sujeto. Que quien se cree algo por haber tenido un cierto éxito empresarial coma croquetas con cuchillo no puede producir más que asco. Pero no asco por el agravio a la croqueta, pues quien ha viajado y ha visto de todo está curado de espantos. Asco por semejante personaje venido a más y que aún pretende dar muestras de una supuesta educación.


¡Diga que sí, hombre, a cuchillo!

“Bueno, quizá no tuvo las oportunidades que tuviste tú”, podrá responder alguno. Y estará respondiendo mal, porque desconoce las oportunidades que yo haya tenido en ciertos ámbitos, se arriesga en demasía con la educación que hayan podido recibir los del cuchillo, pretende justificar comportamientos injustificables basándose en una cierta empatía hacia el criticado, y, sobre todo, se dirige a mí tratándome de tú. No quiero decir que se me deba de tratar de Usted, ni mucho menos. En este blog hay artículos cortos con una redacción coloquial a más no poder, así que ese no es el caso. El caso es que, en muchísimas ocasiones, no se sabe tratar de Usted a la gente.

Basta ver algún fragmento de programas “del corazón” españoles para captar lo que trato de decir. Pero como no quiero obligarles a ello, permítanme reproducir un par de conversaciones entre “periodista” (con perdón) y famoso. La primera sucede entre una imbécil e Isabel Pantoja, y se transcribe:

- ¿Dígame?
- Hola, Isabel, mira te llamo de Telecinco… es para saber qué tal estás, como hace días que no sales de casa…
- Señorita, haga usted el favor de no volver a marcar este número.
- Bueno, Isabel, perdona… lo siento, eh? Un saludo…


¡Señor, qué cruz!

La segunda no sé si calificarla como más sangrante aún, pero desde luego que pone el nivel muy muy alto. Intervienen una gilipollas que se escuda en que está haciendo su trabajo, un mascachapas que sujeta una cámara, y el Conde de Salvatierra, hijo de la Duquesa de Alba, y se resume en:

- Hola, Cayetano, que vienes para el concurso…?
- Haga usted el favor de dejarme en paz, no me moleste.
- Perdona Cayetano, era por si te podíamos hacer unas preguntas…
- Que le estoy diciendo que no me moleste, que deje de grabarme y que me deje tranquilo.
- Lo siento, Cayetano… es cierto que hay una reconciliación con Genoveva? Podrías decirnos algo…
- Oiga, mire, haga el favor, y déjeme.

Y así continua hasta que el pobre Cayetano, sin perder en ningún momento su educación y sus buenas maneras, termina amenazando con separar la cabeza del cuerpo al “periodista” (con perdón), para enfado y aspavientos de los demás “periodistas” (de verdad, lamento mucho llamarles así) que comentan en tertulia lo sucedido. Con dos cojones.

He puesto estos dos ejemplos no por tratarse de personas famosas, sino por mostrar hasta donde llega la ignorancia y la falta de educación de buena parte de la sociedad actual. Soy miembro de un club de automóviles deportivos en cuyo foro acostumbramos a tratarnos de Usted. Incluso en persona o por teléfono lo hacemos, para risión multilateral, evidentemente. Mi padre a veces trataba a mi madre de Usted por puro cachondeo. En el colegio los profesores eran Don Luis, Doña Evangelina, Don Arturo… y de esto les aseguro que no hace tantos años. Probablemente haga los mismos años que esos…. esos de las cámaras y los micrófonos fueron al colegio. Esos y muchas otras personas que te encuentras en cualquier lado. ¿Qué ha sucedido para que pierdan el Norte y olviden una norma básica de respeto?

Como muchos de ustedes sabrán o han podido deducir, tras años de domicilio en París domino el idioma francés. Idioma que, como el español, cuenta con esa figura del “vous” que facilita enormemente las conversaciones, haciendo posible dirigirse a un desconocido sin por ello molestar, aunque sea para resultar impertinente. Por algo es el idioma de la diplomacia, que como todos sabemos es el arte de insultar sin perder la compostura. Llama la atención lo reservados que son los franceses en general para pasar al tuteo en relaciones comerciales o personales “no íntimas”. Más o menos como sucede en España (ironía).


A punto de aniquilarse, pero sonríen.

Hace tiempo tuve que ponerme en contacto con Movistar. En un tono dinámico y juvenil, una señorita me inquirió “¿en qué puedo ayudarte?” Imagino una reacción asustada ante mi primer “señorita, personalmente me gusta que se me trate de Usted cuando hablo por teléfono con alguien que no conozco, y más aún cuando llamo por un problema”, pero es que todo aquello era impresentable. Pretendían darle un tono coloquial y amigable al asunto tratándome de tú, como si ello no fuese posible utilizando fórmulas de cortesía propias de los negocios. Y como si ello fuese necesario, por otra parte.

Otra vez, una conocida comentaba su incapacidad para tratar de Usted a la gente, fuesen clientes o fuesen sus superiores. Que lo dijese con humildad y sinceridad es algo que se agradece y que le honra. Que al mismo tiempo le restase importancia y se jactase de ello, por desgracia le hace perder todo lo recuperado. No, no y no. Porque no se trata de evitar el tuteo a toda costa y de forma forzada en pos de un supuesto respeto, que es lo que algunos podrían interpretar. Todo consiste en aplicar a cada momento la fórmula correcta para no caer en lo chabacano. Porque, por norma general, quienes se sienten incapaces de tratar de Usted a la gente, tampoco consiguen mostrar respeto y educación tuteando, haciendo de ciertas relaciones (generalmente comerciales) un trance insufrible en la que uno no desea más que finalizar cuanto antes. Porque esos indocumentados oyen a la Infanta Doña Pilar tutearme, como tutea a todo el mundo, y creen que ellos lo pueden hacer. Y las cosas no son así, porque ni pueden ni, sobre todo, saben.


Doña Pilar: Andrew, ¿qué te parece este teléfono?
Andrew: le sienta a Usted de maravilla, doña Pilar.

Los ingleses no tienen el trato de Usted, y son capaces de mostrar ese respeto de cuya falta me quejo. Uno puede hablar con un Lord usando las mismas palabras que cuando se dirige a su colega de trabajo, pero con ciertos matices logrará darle la solemnidad necesaria a la conversación. Uno puede llegar a un hotel en el Park Lane londinense y, evidentemente, no sentirse molesto cuando el recepcionista le pide “your credit card”, como no se sentirá molesto en la recepción del Hôtel de Paris monegasco al solicitársele “votre carte bancaire”. Que en España se empeñen en tratarte como si fueras de la familia en cualquier circunstancia, evidentemente, resulta molesto. El problema es que a la gente parece darle igual el tema, y se cae en el esperpento. Valle Inclán tenía razón.

miércoles, 9 de enero de 2008

Extras

No acostumbro a comprar mucha prensa escrita, la verdad. De hecho, mi modus operandi suele ser siempre el mismo: sala de espera de un aeropuerto o una estación de tren, justo antes de salir compro lo que vea interesante, me lo ventilo en el trayecto, y luego queda disponible bien para ser releído durante el resto del viaje, bien para ser depositado en la pila correspondiente de mi casa, quedando a disposición precisamente hasta que se vaya a la basura.

Antes sí. Cuando era pequeño compraba todos los meses alguna revista de coches o de bicicletas. Y ahí siguen en el trastero, haciendo lo que mejor hacen las colecciones de cosas, que es ocupar sitio y guardar polvo. Llegado el momento algo haré con ellas, pero ahora da pena reciclarlas. A día de hoy, sigo sin ver el interés de comprar prensa escrita especializada en ciertos temas, sobre todo si hablamos de coches, motocicletas o pornografía.


Es bonito, pero si no lees algo puedes acabar desquiciado…

Puedo entender que la gente se compre revistas del corazón. De verdad, hay que entenderlo, ha de haber formas variadas de gastar el dinero, y en las peluquerías son muy agradecidas. O de moda, de decoración, de animales… ¿Pero revistas de coches? ¿Y revistas porno? Imagino que dentro de la pornografía habrá varios grupos, en plan publicaciones temáticas sobre bisexualidad, homosexualidad, hombres negros con mujeres blancas, hombres blancos con mujeres chinas, mujeres pelirrojas con animales a manchas, depilados y peludas, sadomasoquismo con polypiel, fantasías extrañas con disfraces y gelatinas… Y lo digo porque en Internet todo eso debe de existir, e imagino que bien diferenciado. Quizá la revista porno se compre en homenaje a los años del recorte del Interviú o del Private que más o menos todos los hombres hemos tenido. Yo, la verdad, no entiendo ese homenaje existiendo la red. Pero bueno, alguno habrá así de “romántico”, con perdón de la expresión.

Y con los coches pasa tres cuartos de lo mismo, sólo que para ver páginas de automoción no hace falta cerrar la puerta con llave ni manejar el ratón con una sola mano. Y eso es una gran ventaja. Desde que en Internet uno puede, no ya ver las páginas de los fabricantes, sino seguir miles de noticieros, leer cientos de pruebas como las de las revistas españolas (es decir, puros publirreportajes), ver videos, participar en discusiones y pedir opiniones a la gente, etc… la compra de prensa escrita, para mí, sólo se ve justificada por la necesidad de lectura intrascendente en ciertas ocasiones. Y la ocasión por excelencia es la que todo el mundo sabe: ir al cuarto de baño. Por tanto, debemos de dar gracias a Internet por haber acabado con el monopolio de lectura de los botes de geles y champús.


Miren qué curioso…

Sin entrar en detalles escatológicos, el otro día estaba yo leyendo una revista francesa de hace tres o cuatro años en la que venía un pequeño artículo sobre la configuración actual de los coches llamados “Premium”, y lo escandalosa que puede llegar a resultar la factura final del equipamiento extra añadido al coche. Era un artículo corto y que pasaba totalmente desapercibido en la revista, pero sin desperdicio. En el párrafo inicial dice:

“La escena sucede en un concesionario BMW, bajo una batería de focos halógenos que iluminan un Serie 5 negro. La berlina impone, con sus grandes llantas, su suspensión rebajada y toda suerte de artilugios electrónicos de último grito en su interior. Justo delante, un pequeño letrero presenta dos tarifas, separadas por una lista de equipamiento opcional larga como una página de listín telefónico. 530i Première, precio base: 42.200 €. Modelo expuesto: 75.750 €. O sea, 33.550 euros suplementarios. No, no se trata de un Mini Cooper S entregado como complemento, sino simplemente la suma a pagar por disfrutar de lo último en equipamiento”.

La frase es desoladora, pero totalmente cierta. Por el precio del equipamiento opcional te puedes llevar otro coche caro. Y no sólo es BMW quien realiza estas prácticas, sino también Audi, Mercedes, Porsche… y prácticamente cualquier fabricante de coches de lujo, a excepción de los japoneses. Y a excepción del mercado norteamericano, donde los coches se venden cargados de equipamiento y al instante, no estando generalmente dispuesto el comprador a esperar más de 2 días por él. Aquí es todo diferente, y si esperamos 8 meses a que nos entreguen nuestro Mercedes, se considera buena señal, cuando lo único que podría ser bueno es el hecho de llevarse el coche como uno quiere.


Salir con un Clase E así, sale todavía por más pasta de la que están pensando.

Que un Porsche pueda ser equipado hasta el extremo, incluyendo la parte trasera del retrovisor interior forrada en cuero, o los flancos inferiores del hueco de las puertas en fibra de carbono con leyenda personalizada iluminada en distintos tonos, me parece perfecto. Pero que comprando un compacto con motor de cuatro cilindros alcancemos cifras superiores a los 45.000 euros es escandaloso. O quizá no, no lo sé. Quizá lo escandaloso sea el hecho de doblar el precio. La primavera pasada se me presentó un BMW 120i impecable. Era un modelo de exposición, y en su equipamiento contaba realmente con todo lo necesario. O todo lo que tú crees necesario cuando te presentan esa lista de opciones. Tapicería de cuero en un tono amarillo casi blanco (“lemon”, lo llaman), pintura exterior negra brillante, cambio automático, navegador, interior en madera negra, asientos deportivos, techo solar, y muchos otros “gadgets” absolutamente apetecibles. El coche costaba esos cuarenta mil euros, pero todavía se podía superar el precio añadiendo kits estéticos y deportivos de la propia casa.

Esa política de equipamientos es defendible dado que uno se puede hacer el coche a su gusto, prescindiendo de cosas que realmente no necesita o no quiere, instalando aquello que sí considera útil para sí mismo, y dejando un coche totalmente personalizado. Y aunque los coches hoy en día vienen muy bien equipados, pagar un suplemento por la pintura metalizada o por el climatizador cuando te estás comprando un producto ya de por sí caro es, sencillamente, impresentable. Y es que nadie que se quiera gastar un 60% de más en un coche con respecto a la competencia debería de mirar por los 700 euros de suplemento por la pintura metalizada, sino comprar el coche en el color que le guste. Porque si alguien pretende ahorrar ahí, gastándose lo que se va a gastar en un coche nuevo, lo más sensato es que se vaya del concesionario y vuelva a la escuela.


Otro que tal.

El nuevo Audi A4, en su versión 2.0 TDI, que será la más vendida, puede alcanzar los 64.000 euros a base de quitamiento (link). Y ojo, no hablamos tampoco de incorporar un botón de teletransporte, otro para que el coche no consuma nada, asientos en piel de prepucio de cebú alsaciano o acabados en plata de Ley propios de Galería del Coleccionista. No, sólo se trata de instalar al coche la tecnología que ofrece la marca en seguridad, comportamiento y confort, una pintura personalizada y un interior lujoso. Diez millones largos de pesetas, y seguimos con un 4 cilindros de gasoil con cambio manual. El precio base se vuelve anecdótico.

Sí, todo es mucho más sencillo: no pongas ese equipamiento. O hazte a la idea de que los coches de lujo, en realidad, son muchísimo más caros que los coches normales. Yo me hice a esa idea hace ya tiempo, pero me sigue resultando sorprendente la diferencia tan brutal que puede llegar a existir, y lo fácil que resulta que esa diferencia exista. Y es que cuando te ves con la lista de equipamiento opcional delante, irremediablemente empiezas a necesitar la práctica totalidad de las propuestas. Hagan la prueba, pero tómenselo con humor cuando BMW o Mercedes les propongan equipar el coche con alfombrillas, o les muestren como equipamiento de serie las luces traseras, y eso es totalmente verídico. “Luces traseras de diseño vanguardista”, decía un catálogo de hace años.


Así queda uno…

BMW 120d Coupé. Un coche de cuatro plazas, cuatro ruedas y cuatro cilindros que cuesta 30.727 euros, que ya está bien. Pintura metalizada, asientos deportivos de cuero, alfombrillas, paquetes de compartimentos e iluminación, sistema de fijación de asiento infantil, triángulo de emergencia, volante multifuncional, faros de xenon, alarma, sensor de lluvia y luces, acceso y arranque sin llave, y no creo estar instalando nada exagerado, nos vamos a 36.920 euros. Es decir, un millón de pesetas más. Puesto como a mí me gusta, como merece, son 46.077 euros. O sea, el coste del modelo de base más un Ford Focus. Bueno, vale, sería capaz de bajar equipamiento hasta los 42.033 euros… Qué locura.

martes, 8 de enero de 2008

Menos muertos

Según las estadísticas del ya año pasado, ha habido menos muertos en carretera que en 2006. Bien. Evidentemente no voy a dejar este artículo aquí, aunque podría ahorrarme todas las explicaciones y divagaciones que, más o menos, logre escribir a continuación. Y digo que podría ahorrármelas porque, pese a todo, hay quien sigue descontento con todo lo que rodea a las autoridades de Tráfico. No sólo descontento, sino incluso ofendido, hasta el punto de no dudar en continuar con los insultos más inverosímiles que puedan imaginar.

Un vistazo a cualquier foro de Internet sirve para darse cuenta de que, se haga lo que se haga, pase lo que pase, nunca llueve a gusto de todos. Bueno, tampoco es que sea una novedad. Simplemente resulta ofensivo en este caso que alguien se enfade porque haya menos muertos, o porque el gobierno de turno se apropie del logro, cuando esto debería de darnos igual.



















¿Cómo es eso de que existen las mentirijillas, las mentiras y luego las estadísticas? Y es que unos fríos datos (valga la redundancia de frío, hablando de cadáveres) pueden ser interpretados de cualquier forma. A la vista está por las opiniones que se leen. Se dice que, desde que entró en vigor el carnet por puntos, también cambió el sistema de contabilización de víctimas mortales en accidentes de tráfico, de forma que ahora, por lo visto, es más sencillo que haya un número menor. No se contabilizan las víctimas sucedidas 24 ó 48 horas después del golpe, así que si te la das bien pero bien, quedas “malherido” (o bien herido, depende del objetivo) y pese a todos los esfuerzos de los médicos logras palmarla a los 4 días, dejas de ser víctima de tu accidente. Una lástima, a veces no se saben los motivos de cada uno para morir.

A mí, personalmente, me trae sin cuidado que haya cambiado el método. Y lo digo sin problema alguno, porque ni me va ni me viene quién esté al frente de la Dirección General de Tráfico, en un país en el que los gobiernos actúan con planes a corto plazo y movidos generalmente por el revanchismo. Me trae sin cuidado porque, tras haber visto el último anuncio de la DGT, el objetivo se ha cumplido. ¿Qué es falso? Da igual, que no lo digan y convenzan a la gente, punto. Ese anuncio dice algo así como que por fin el número de muertos en carretera ha bajado. Que gracias a ponernos el cinturón, a no beber y a correr menos, hay menos víctimas… directas e indirectas, por todos los familiares y amigos que sufren las consecuencias. Y termina proponiendo al espectador una especie de pacto con un “¿seguimos?”. Perfecto, el mensaje esta vez es perfecto. Repitamos…

















Porque nos ponemos el cinturón hay menos muertos. Más de uno se sorprenderá, pero todavía a día de hoy queda gente que pone en duda la obligatoriedad del cinturón, aduciendo a su libertad para decidir por sí mismo. Sobran explicaciones sobre teorías de libertad, derechos y obligaciones, por no hablar de temas económicos y prácticos. Quien pone en duda estas cosas, sencillamente tiene un trastorno moral considerable: ese que te obliga a estar siempre a la defensiva, en contra de todo, pase lo que pase y se diga lo que se diga; ese que no te deja ver las cosas desde fuera, sin dejar de pensar en yo, yo y yo. Que haya gente que siga circulando sin cinturón, la verdad, no me sorprende. Idiotas los ha habido siempre, qué se le va a hacer. Lo cojonudo viene cuando es un “fitipaldi” el que, al tiempo que está plenamente convencido de sus capacidades de conducción, reniega del cinturón. Se ve que en su amada competición nadie va sujeto al asiento, claro.

Porque no bebemos hay menos muertos. Y luego tenemos que soportar, no ya a los que “controlan”, sino a toda esa gentuza capaz de juzgar a alguien por, por ejemplo, admitir haber circulado a ritmos elevados en ciertas circunstancias, pero luego bien que se toman sus vinos, sus cervezas, sus copas… Afortunadamente cada vez son menos. Lástima que muchos lo hayan dejado por simple miedo a la multa, a la pérdida de puntos, pero debemos de estar satisfechos. Ahora, como sea, hay que convencer a la gente de que alcohol y volante nunca han sido buenos compañeros. Yo incluso pediría la famosa “tolerancia 0”. Porque, ¿qué necesidad hay de beber si luego se ha de conducir? Ninguna, no cabe otra respuesta. De la misma forma que no hay ninguna necesidad de vestirse de torero para operar a corazón abierto, o de hacer el pino-puente en la cocina para hacer unos huevos con chorizo, cosa que puede quedar espectacular en televisión, pero que en casa resulta muy poco práctico. Me cohíbe el que me puedan tomar por “radical” y la tengamos liada otra vez (véanse entradas Límite de velocidad I y II).




















Y porque corremos menos hay menos muertos. Esto es lo que más suele doler… Pero es la pura realidad. Luego saltarán los ya clásicos del “y si vamos a 20 seguro que no nos matamos ninguno”. Imbéciles, no son más que eso. Por tanto, no merecen la más mínima atención en sus discursos infantiles. Si acaso, una respuesta al mismo nivel, en plan “y si viene una hormiga gigante y te pisa…” La realidad es que, circulando todos de forma coherente y a ritmos racionales y homogéneos, las posibilidades de “no matarse” aumentan. Suena muy cáustico, pero el día en el que cambiemos el chip y seamos conscientes de que un accidente por una tontería lo puede tener cualquiera, y que por esa tontería podemos perder mucho dinero, la confianza o la salud de nuestros cercanos, e incluso la vida; el día en el que seamos conscientes de que en la carretera no siempre “no pasa nada”… ese día nos comportaremos como personas inteligentes, como ya se comportan la mayoría de los conductores, y dejaremos de jugárnosla. Pero es inútil, es una utopía que nunca sucederá, y menos en España.

El pasado día 1 de Enero yo cometí una de esas imprudencias. Permítanme ponerme como ejemplo. A la entrada de una autopista, tras unos diez segundos esperando que el Hyundai Coupé que me precedía se decidiese a arrancar con el semáforo verde, le pité. Arrancamos por fin, y le adelanté. Ya en la autopista, comencé a acelerar hasta mi velocidad de crucero. No había nadie más, y pese a que el Coupé no se me separaba, fui tan estúpido como para seguir acelerando por encima de los 120, por encima de los 150, por encima de los 170, por encima de los 180… Nunca debí de hacerlo, el “pique” ya estaba provocado y lo peor podría suceder. Y sucedió. Hasta en dos ocasiones tuve que evitar el frenazo con el que me premiaba el Hyundai tras adelantarme. En la primera vez, incluso me tuve que echar primero a un lado y luego al otro para evitarle en sus cambios de carril. Inmensa estupidez por mi parte (porque lo del otro no tiene nombre), por la que podría haber empezado el año de la forma más pistonuda.













Siempre igual.

Como estas cosas nos pueden pasar a todos, aprender de los errores se hace necesario. Y sí, empeñarse en correr muchas veces es un error. Evidentemente, no seré yo quien prohíba todo exceso de velocidad… no, no se trata de eso. Se trata de todo exceso de brío injustificado. Como prohibir esto oficialmente es más que difícil, se trata de hacer caso de lo que nos dice ese anuncio de la DGT y responder a la pregunta. “¿Seguimos?” Evidentemente sí, tenemos que seguir. Porque no nos equivoquemos. Hay quien se mata solo, generalmente haciendo gala de su inutilidad para controlar el coche cuando las cosas se ponen complicadas. Es una lástima, pero siempre ha habido gente que sólo aprende a golpes. El problema está en todos esos excesos de brío, de hormonas, que nos llevan a hacer estupideces con las carreteras llenas, implicando a terceros en nuestros actos. Y aunque algunos histéricos aseguren que es problema de distracción, del tiempo que hace, de fallo mecánico, de mala señalización, de lo que sea… la velocidad sigue y seguirá siendo un factor muy determinante en las consecuencias de los accidentes. Y me refiero sobre todo a esa velocidad injustificada en casos de circulación relativamente densa que nos lleva a realizar maniobras peligrosas como cambios bruscos de carril, adelantamientos forzados… o sencillamente a pisar el freno en una autopista de circulación fluida (nada más estúpido y muestra de inutilidad notable). No me refiero a ir a ritmos elevados cuando las circunstancias son favorables o a circular sencillamente más rápido que otros conductores. Lástima que se confundan ambas situaciones muchas veces. Lástima que personajes como Don Categórico López o Johny Sánchez Racing sean incapaces de ver diferencias.

Ha muerto menos gente, o al menos en las cifras oficiales aparecen menos. Eso es sencilla y llanamente un motivo de alegría. La invitación de la DGT a continuar poniéndonos el cinturón, no bebiendo y controlando nuestras hormonas en la carretera es de esas invitaciones que no se deben rechazar. ¿Rechazarían ustedes una invitación para llevarse lo que quisieran de El Corte Inglés sin pagar y sin límite de gasto? Entonces explíquenme los motivos para rechazar una invitación a comportarnos de forma racional y lograr entre todos que haya menos accidentes. Ah, claro, que ellos no hacen las cosas que deberían, que hay puntos negros a mejorar, que las carreteras son malas, que las asistencias son penosas, que tal y que cual… y que “los accidentes les pasan a otros”, según Don Categórico a los rapidillos, según Johny a los torpes, que “no controlan”. Lo que quieran. Además, no debería haber mayor motivo que la inutilidad manifiesta del gobernante para decidirse a tomar cartas en el asunto y realizar las cosas por uno mismo. Porque yo no espero que alguien me salve de morir, y mucho menos si puedo intentar evitar esa muerte.
















A mí esto no me apetece, la verdad, ni mucho menos que me pille a mí por cosas de otro.

Y es que, como siempre, conducimos los conductores. Que menos que ser nosotros mismos los que tomemos medidas a favor del interés común, que es la reducción de accidentes y de víctimas. Quizá una vez que hayamos demostrado que sabemos hacer las cosas, que sabemos comportarnos, haya alguien que se decida a gastar dinero en, por ejemplo, aplicar límites variables en las autopistas, que a fin de cuentas es lo que más parece interesarnos. ¿Seguimos?

viernes, 4 de enero de 2008

Un utilitario utilizado útilmente.

No será la primera vez que hable sobre la utilidad de las cosas, y ese sentido general que se le suele dar al término, no dudando en calificar de inútil lo que no se ajusta a él. El caso es que ciertos productos no sólo pueden ser perfectamente válidos, sino que a la larga se acaban mostrando como lo ideal. Tal es el caso de uno de los vehículos que tenemos en casa. Y es que cuando se compró, la opción barajada por la mayoría de conocidos pasaba por un típico Golf TDI. De hecho, incluso un familiar en circunstancias relativamente parecidas se lo compró. En el momento en el que el coche fue presentado, todo el mundo coincidió en lo mono que resultaba, pero solían callarse como perros acerca del servicio que aquel auto podría llegar a dar.

El coche era un Peugeot 206cc, en motor de gasolina y con cambio automático. Partiendo de la base de que la idea generalizada en España no pasa por otra cosa que no sea motor de gasoil, para ahorrar, y cambio manual, para sentir la conducción, por no hablar del hecho de ser descapotable, podrán comprender el punto de estupefacción global alcanzado. A día de hoy, con algo más de cinco años de edad y algo menos de 30.000 kilómetros en su marcador, algunos siguen sin aceptar la realidad: aquella compra fue perfecta. Pero no lo explicaré sólo por esos fríos datos. Permítanme que me extienda.



Y es que, si bien sobre el tema del motor de gasolina queda todo dicho a la vista del kilometraje, la caja de cambios automática suponía tan sólo hace cinco o seis años una novedad, una especie de herejía o contraindicación, algo inexplicable, y mucho más en un coche tan pequeño y de un supuesto (muy a poner en duda) carácter deportivo. Lo cierto es que su usuaria habitual admite sin pudor no saber conducir un coche manual, y fundamentalmente no tener interés alguno por aprender. Alguno habrá que la critique, alguno habrá que hable de inutilidad, e incluso alguno se sentirá ofendido. “¡Por Dios, si eso es no saber conducir!” Por mí, pueden meterse sus lenguas en sus respectivos orificios anales, porque lo cierto es que el coche se muestra ideal con esa caja de cambios, bien sea para viajar, o bien sea para los trayectos urbanos e interurbanos que habitualmente recorre. Y este es uno de los puntos por lo que el coche es, para nosotros, el utilitario perfecto. Poder ir de un sitio a otro sin ninguna preocupación y conduciendo de forma más eficiente que muchos de aquellos “hábiles” que tanto criticaban y aún hoy critican. Sin errores en los cambios, con agilidad y “pasando” de algo que supone una molestia, se mire como se mire, en este tipo de coches. ¿Qué tiene de bueno la caja manual de un Peugeot 206 básico? Evidentemente nada. A mí ya no me engañan.

Su facilidad de conducción es tal que, como era de esperar, tuvo que verse acompañada por un toque de gracia, de confort, de lujo. Y es que, aunque al igual que la caja automática, la tapicería de cuero no fuese algo estándar ni mucho menos imaginable en España para coches pequeños por entonces, el plus de gusto que aporta es imprescindible. He de decir que los asientos del 206cc siempre me parecieron magníficos, más teniendo en cuenta el tipo de coche del que hablamos y su precio. El hecho de sentarse sobre algo que no “huele a perro”, con un tacto acogedor, acompañado por una climatización no muy efectiva, todo sea dicho, pero perfectamente válida… ¿qué más se puede pedir?



Algunos pedirán plazas traseras, y yo responderé: las tiene. Cuando oigan a alguien decir que este coche, como otros del mismo tipo, es exclusivamente biplaza, pueden reírse en su cara directamente, sobre todo si lo hacen de mi parte. Yo puedo decir que sé lo que es un coche biplaza, voy por el segundo ya. Biplaza significa que no hay nada donde poder acomodar a alguien más, punto. Que sólo hay dos asientos. El 206cc tiene unos muy pequeñitos detrás, que cumplen su función de forma adecuada en toda circunstancia. Quien lo niegue, no sabe de lo que habla. Y dado que el coche es usado habitualmente por una sola persona, dos a lo sumo, y aunque en alguna ocasión se hayan llenado los cuatro asientos, no hay nada que justifique el disponer de más espacio detrás. Porque lo que si hay es algo que justifica esa falta de espacio.

El día está despejado y no hace un frío extremo. El trayecto es corto, sin ninguna necesidad de correr. No hay prisa y la carretera no invita a ello. En el mismo parking arrancamos el motor, y con total naturalidad soltamos los enganches del techo. Mantenemos pulsado el botón, ese magnífico botón, y una vez bajadas las ventanillas se abre el capó del maletero y el techo se retira, plegándose hasta quedar perfectamente oculto. Una señal discreta nos avisa de la finalización de la maniobra.



A día de hoy, todo ese proceso se siente un poco anticuado y superado por los recién llegados de este tipo de coches. Nada grave. El proceso lleva cinco años funcionando como el primer día, sin ningún tipo de problemas, y el resultado final es lo que importa. Aquello por lo que hemos renunciado a dos cosas que nunca nos iban a ser necesarias: plazas traseras más grandes y la posibilidad de abatir los asientos para convertir el coche en una pseudo-furgoneta, el horror. Y salimos a la calle con el cielo por techo, disfrutando del trayecto con tranquilidad y serenidad, como pasaría con un coche “grande”.

La diferencia es que este 206cc se aparca en cualquier sitio sin riesgos ni histerias por su capota metálica, tiene un maletero más que suficiente (por no decir grande) con la capota puesta, se maneja sin preocupaciones de tamaño, paga poco impuesto, sus ruedas no son desproporcionadas, su mantenimiento y consumo resultan indiferentes a la vista del kilometraje anual, y aunque haya costado una cifra excesiva para un “utilitario”, tampoco hablamos de un coche carísimo.


Se aparca en cualquier sitio, sí.

El utilitario perfecto es aquel que, sin dejar de ser un utilitario, cumple a la perfección con todas las necesidades de uso de sus conductores. El 206cc lo hace como no lo habría hecho ningún otro en el momento en el que se compró. A día de hoy, siempre y cuando estemos dispuestos a renunciar a nuestra dignidad estética, un Mitsubishi Colt o un Nissan Micra cc lo harán también. Yo quizá prefiera el nuevo 207cc, aunque todo sea dicho, en realidad lo que prefiero es mi MX5. Pero no es un utilitario. Seguramente el Mercedes CL63 AMG de mi vecino le sirva para todo y le sea muy útil, pero tampoco es un utilitario.

Peugeot 206cc 1.6 automático. Costó menos de lo que aportó. Y le quedan años siendo igualmente válido. Pese a todo, su dueña quiere cambiarlo.
 
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