miércoles, 25 de abril de 2012

5 días con un Seat Ibiza, motivos para comprar el Audi A1

Y vuelta a lo de siempre. Llegan las vacaciones, que de verdad este año sí que son merecidas, y toca alquilar el coche con el que moverse por mi Asturias natal. Es lo que tiene el haber vendido aquel Mazda MX5, permanentemente dispuesto a poner una sonrisa en la cara de quien en él se montaba. Y, como siempre, toca sufrir la lotería de alquilar con Avis, no sólo en cuanto a modelos de coches, sino también en cuanto a formas de reservar. Y es que no se entiende que reservando en la oficina el alquiler cueste un 30% más que haciéndolo por internet, como tampoco se entiende que salga aún más barato reservando a través de la web de Iberia Plus. Bueno, en realidad eso sí se entiende (o se quiere entender), pero que en las webs uno no sea capaz de averiguar cuánto le va a costar el seguro a todo riesgo es tremendo. Allí estaba yo, ratón en mano y rezando a Santa IP del Sagrado Router para conseguir reservar un coche. Concretamente un Fiat 500, que cuando uno alquila coche por diez días mejor coger el más barato. A fin de cuentas, el 500 será barato pero también es molón, divertido y diferente. Eso sí, con el riesgo de obtener a cambio un Chevrolet Spark. No se preocupen si, como yo, no saben de qué se trata, aquí encontrarán información sobre semejante vergüenza.


Chevrolet Spark, la cosa…

Aterrizaje tras varias horas de vuelo, descansado gracias a la POR FIN renovada clase Business del vuelo de Thai Airways de Bangkok a Madrid (bueno, renovada relativamente, al menos ya no es de los años 70), y primera sorpresa de Avis: no hay Fiat 500 (eso ya lo sabía yo…), así que me dan un Seat Ibiza, que parece ser es de un grupo superior (lo que no se sabe es superior en qué).

Fiat 500, éste no.

Resignado, con muchas ganas de llegar a casa y pocas de discutir, y negándome a pagar más suplementos, salgo al parking para observar con terror varios Citroën C3 aparcados junto a mi Ibiza. Vuelvo a la oficina, los Citroën son de la misma categoría, pido que me lo cambien y… ¡no lo hacen! Los motivos son inexplicables, pero se niegan a darme alguno de los C3 y me tengo que ir con un Seat Ibiza azul oscuro, cinco puertas, gasolina de 85 caballos. Mi desgana por conducir eso es similar a la desgana del motor por acelerar, pero qué se le va a hacer, al menos me dará para escribir algo en el blog, pienso.

Y allá voy, autopista dirección Oviedo para comenzar el sufrimiento. A estas alturas el lector se habrá dado cuenta de mi galopante pijerío automotriz. Yo simplemente me propongo relatar mi realidad respecto al artefacto hispánico alquilado, cosa que haré como con cualquier otro coche.

Se da la casualidad de que exactamente un año atrás, había alquilado yo en París un hermoso Audi A1, y sinceramente creo que venía con el mismo motor, con lo que la comparación resulta evidente. Lo similar se lo describiré con gusto, mientras saboreo una brocheta de pollo al sobrevolar algo que debería de ser Valencia, pero que no lo es salvo que la ciudad haya encogido, cuando el avión se adentra en el Mediterráneo. Técnicamente todo el coche es lo mismo. Esa afirmación, generalmente dicha por quien no se pudo permitir el Audi y se conformó con el Ibiza o el Polo en el mejor de los casos, es tan cierta como inexacta. Sí, la base mecánica es la misma, con sus motores y demás. Se nota en el interior pues los pedales están tremendamente desplazados hacia el centro, tal y como comenté sobre el Audi A1. Uno pone el pie derecho bajo la línea central del volante y no pisa el freno, sino el embrague. Y el embrague se pisa como quien pone el lavavajillas, con nulo interés. Al menos, la caja de cambios no es excesivamente mala, muy Volkswagen, correcta. Y, fundamentalmente, el motor hace muy poco ruido y se siente fino, y eso es de agradecer. No deja de ser un motor de gasolina a estrenar.

Seat Ibiza

Aquí se termina la prueba positiva del Seat Ibiza azul oscuro de cinco puertas y motor de 85 caballos. Por desgracia, es así. He dicho que no es lo mismo que un Audi A1, porque cuando hablamos de estos coches que sirven para ir de un sitio a otro, lo que haya debajo del capó realmente pierde importancia, y uno se queda con tres variables principales: lo atractivo del coche por fuera, lo atractivo del coche por dentro, y el precio. Y, a la vista está, un Seat Ibiza ni es igual ni cuesta lo mismo que un Audi A1. El Audi, como era de suponer, es mejor. ¿Por qué? Porque los asientos, el volante, los mandos, las puertas, las ventanillas, los asientos traseros, el mini-maletero, los faros, la parrilla, el mando a distancia, los cuatro aros, el techo, las tapicerías, las alfombrillas, etc… son mejores. Negarlo, es negar la evidencia.

Se suele decir que los niños nunca mienten. Los niños mienten en cuanto se van haciendo mayores, aunque enseguida se sinceren. Pero les contaré que una rubia que pronto cumplirá 10 años dijo al ver el Ibiza que el del año anterior había sido mejor, que lo cambiase. Se refería a un BMW 116d. Tenía razón, pero eso es algo evidente incluso para un ornitorrinco ciego. La comparación con el A1 es tan odiosa que uno se limita a desplazarse, aparcar y huir corriendo de la escena sin mirar atrás. Hasta el punto de perder el coche en el aparcamiento de un centro comercial, por anodino, por feo, por todo. Y la rubia, desconociendo el manido Audi, tenía razón al pedir el cambio.

El interior suena a hueco, y todo él desprende un aire “sí pero no”. Cinco días bastaron para confirmar lo dicho la primera noche ante la pregunta de un amigo mío: ¿qué tal el coche? Despreciable. Cinco días bastaron para darse cuenta de que si uno ha de comprar un utilitario y necesita que su coche sea del grupo Volkswagen, por los motivos que sea, ha de comprarse el Audi A1. Si no, volvemos a lo dicho en el caso del Dacia Sandero: un Ford Fiesta.

Ford Fiesta

De veras, no soy yo de casarme con ninguna marca, pero viendo lo que hay en el mercado y volviendo a los tres factores que uno ha de mirar cuando se compra un coche de estos, sinceramente creo que el Fiesta es imbatible. Es atractivo, suficientemente espacioso y motorizado, debe de costar más o menos lo mismo, y mecánicamente qué más dará si los coches modernos son todos buenos. O el Citroën, con una pinta realmente simpática. Pero por favor, no el Ibiza. Bueno, un Polo… tampoco, el único Polo bonito era el del año 2000 en versión GTI, rojo.

El Seat Ibiza lo hay en versiones potentes. Iba a poner “deportivas”, pero me daba un poco la risa. Estoy seguro de que el turbodiésel anda de narices, no digamos ya los gasolina de mil caballos que deben de vender. Hace bastantes años, un verano, unas amigas mías tuvieron un Ibiza GTI prestado. Aquello andaba muchísimo (o mucho si aplicamos el factor de corrección del carnet recién sacado con un Xantia diesel). Es indiferente.

El coche fue devuelto a la casa de alquiler en cuanto se pudo asegurar seguir los cinco días restantes con otro modelo, sobre el que escribiré más tarde. Allí quedó. Curiosamente, esta mañana al volver al aeropuerto para salir hacia Madrid, aparqué mi segundo coche junto al Ibiza. Estaba muy mal aparcado. Creo entender a su conductor, y me lo imagino saliendo a toda prisa de allí, sin mirar atrás y deseando olvidar a un coche que, lo diré, me da y me dio asco.

Seat Ibiza, en realidad no es tan malo, el motor anda bien y es silencioso (y gastón, que los 9 litros largos se los bebió), hay bastante sitio dentro y seguro que no es caro. Cómprense un Fiesta y háganse un favor.

jueves, 5 de abril de 2012

¿Viaje de novios por libre o con agencia?

Se acerca la temporada de bodas y, por tanto, de viajes de novios. No es que yo piense embarcarme en una luna de miel precipitada. Al contrario, en donde me voy a embarcar dentro de poco más de una semana es en una maratón de vuelos para repartir mis vacaciones entre tres países, o cuatro, y que sea lo que los controladores aéreos quieran.

A menudo se me plantea en algunos de los foros en los que participo la duda que da título a este artículo. La Gran Duda. Voy a tratar de resumir las ventajas y los inconvenientes de una forma un poco más extensa que las ventajas y los inconvenientes de la lucha cuerpo a cuerpo que mi padre decía haber estudiado en la Mili: ventajas, ves al enemigo; inconvenientes, el enemigo te ve.

La mili, que yo no hice.

Imagino la situación de la típica pareja joven que lleva dos años preparando la boda, entre elección de iglesia y restaurante, los menús, la lista de invitados, dónde se sienta quién, que si pones a tu prima en la mesa de los niños, que no que ya tiene 27 años, pues aparenta menos y no tiene novio, etc… El vestido de la novia, el traje del novio… Sí, a mi mente se me viene ese traje oscuro, camisa negra y corbata naranja o verde de los invitados, pero no tiene por qué ser así, y en casi cualquier boda la duda sobre la organización del viaje se va a plantear, sea boda de chaqué de Sastrería Plácido, sea boda de traje de tres botones de Milano.

Partiendo de la base de que la decisión final, como en todo, será la que tome la novia, empezamos aquí con el primer inconveniente y quizá el más peligroso: la responsabilidad sobre el viaje. Porque uno (una) se casa y cree que todo es maravilloso y que su luna de miel, “una vez en la vida”, va a ser perfecta y la mejor que la humanidad haya visto jamás, pasando a formar parte el recorrido y las fotos de los mejores catálogos de las mejores agencias. Pero no, las cosas no son así y como en cualquier viaje o cosa que se organiza, algo puede salir mal. Y cuando algo va mal, tendemos a buscar un responsable. Primer punto para la agencia: ¿quieres ser tú, hábil organizador, el responsable y empezar a romper la relación de pareja, o que sea una agencia contra la que ir en equipo si algo sale mal?

El enemigo potencial

Como todos sabemos, el conocimiento de destinos turísticos desconocidos es, casi siempre, elevadísimo entre quienes se empeñan en organizarse su viaje, no digamos ya entre sus familiares y amigos. Cuantas más fotos y opiniones lea, menos sabrá el dependiente de la agencia de viajes a la que hemos ido a mirar previamente. Y, por desgracia, no se trata de una ironía. O no del todo. Si bien es cierto que hay agencias en las que quienes atienden han estado en esos destinos exóticos, son las menos. Pero no nos olvidemos de la otra parte, y es que quien vende los viajes suele tener experiencia en eso, y suele vender paquetes diseñados por quienes sí conocen los destinos. ¿Por qué no aprovecharse de eso?

No nos aprovechamos por el precio, porque generalmente tendemos a creer que gastaremos menos reservando todo por nuestra cuenta. Y sí, puede que sea así, incluso puede que el ahorro sea considerable, pero también puede que no, o puede que acabemos gastando más si nuestro presupuesto nos lo permite, a base del manido “es que por la diferencia, prefiero alojarme en este otro hotel que es mejor”. O que se tuerzan las cosas y haya que ser rescatados o haya que “auto-desalojarse", como dijo una vez una señora en televisión, ofendidísima ella. Vamos ahora a una posible realidad…

Manolo y Soraya se casan, lo tienen todo ya arreglado, y han decidido hacer un tour por Tailandia y Laos. Como suele pasar, Soraya quiere terminar el viaje con una semana en la playa, algo perfectamente comprensible, de la luna de miel hay que volver morenos. Van a visitar Bangkok, Chiang Mai, Chiang Rai, Luang Prabang, Vientiane, Bangkok de nuevo, y una semanita en Krabi o en Koh Samui. Viaje ideal, qué maravilla y qué bien lo vamos a pasar.

Krabi, que es la playa esa de la roca con plantas, en medio

Manolo es un ávido usuario de Internet, participa en cuatro foros habitualmente, lee la prensa sólo en versión digital, y tiene un portátil, un Smartphone y un iPad. Todo perfectamente habitual, yo podría incluso ser ese Manolo. Por tanto, se embarca en la aventura de reservar todo por Internet por su cuenta. Y pasa horas rebuscando los vuelos por cuatro páginas diferentes hasta dar con la mejor oferta, intentando conexiones casi imposibles y preguntando si da tiempo o no a gente que no conoce en foros de dudosa credibilidad. No reserva los hoteles hasta que no ha leído las críticas de Tripadvisor, en el mejor de los casos, pues a veces es llevado por la prisa y reserva sin mirar, entrándole el pánico al ver seis críticas negativas entre las más de trescientas que tiene el hotel. Busca actividades, abre la Wikipedia, lee sobre los destinos. Reserva lo que puede por Internet y el resto ya lo hará allí. Tras varias semanas, porque Manolo además trabaja y se siguen ultimando los detalles de la boda, ha logrado reservarlo todo. O casi todo. Y además, ha ido a la agencia de viajes que conoce para preguntar precios de tours similares, con objeto de comprobar el extraordinario ahorro que está consiguiendo. Y como ahorra tanto, cambia el hotel de la playa a otro que considera mejor. Manolo no valora el tiempo invertido en reservar por su cuenta, sólo ve sus economías.

Manolo y Soraya se van de viaje. El ahorro en vuelos es importante, aunque a Bangkok vayan por Amsterdam en un vuelo de día, en lugar de directos en un vuelo nocturno. Bueno, tampoco es para tanto. Llegan a Bangkok, y ven a la salida del avión los primeros carteles de los grandes tour operadores recibiendo a sus clientes. Ellos se limitan a seguir a la gente, esperando dar con Inmigración y la recogida de equipajes. Lo logran. Recogen el equipaje (a otros les ayuda el guía) y salen a la calle. ¿Y cómo vamos al hotel? "En Todoboda leí que un taxi cuesta sólo 300 bahts". Taxi. El taxista no conoce el hotel que ha reservado Manolo. Hace un calor espantoso y no han dormido nada, comienzan las tensiones, pero la pareja se quiere tanto que da todo igual. A su lado otra pareja, de Valladolid, se sube en un monovolumen que tiene un cartel de Exotissimo Tours. Llegan al hotel. Manolo pensaba que lo había pagado ya, pero resulta que tiene que dar su tarjeta de crédito. El hotel hace una preautorización y bloquea una pasta gansa. Comienzan las dudas: ¿tendremos suficiente para el resto del viaje? Se impone mirar la cuenta corriente por internet. Cenan y se quedan dormidos en la habitación del hotel.

El glamour de viajar en avión

Tras un día en Bangkok visitando lo que sale en la guía de Lonely Planet, agotados, pasan su segunda noche en la ciudad y vuelan al día siguiente a Chiang Rai. Hay que ir al aeropuerto, claro, otro taxi. El vuelo es corto, el hotel está bien pero… bah. Van a Chiang Mai, la ciudad es una chulada pero se quedan con la duda de haberlo visto todo. Vuelan a Vientiane, han reservado un traslado con el hotel, el coche del hotel no está. Llaman, no les entienden y no entienden. Logran llegar al hotel, la habitación no les gusta y nadie sabe que es su luna de miel porque Manolo olvidó decirlo. Ven la ciudad, nadie les dijo qué ver, y se dan cuenta de que han volado al Sur para luego volar de nuevo al Norte antes de volver a Tailandia. Llegan a Luang Prabang. Contratan la excursión con el hotel, cenan en tal sitio, ven a los monjes y se ponen a organizar el traslado al aeropuerto para volver a Tailandia. Algo va mal, parece que el vuelo está anulado por el humo que ciega la visibilidad. Manolo reservó cada vuelo con una compañía distinta, aprovechando ofertas. Pide ayuda en el hotel, ese hotel de lujo tan moderno y bonito en internet pero en el que nadie habla inglés como él lo entiende. La chica de recepción dice que les ayudará a cambiar el vuelo. No entienden por qué lleva tanto tiempo. Y por qué han de pasar por una agencia local. Nueva discusión de la pareja. El vuelo se cambia pero pierden la conexión con Koh Samui porque es una compañía aérea distinta y el horario no cuadra. En Koh Samui, además, diluvia, lo mismo que en Bangkok.

Aterrizan demasiado tarde en Bangkok como para volar como querían a Koh Samui, hay que buscar hotel. Ha habido inundaciones en la isla y el tiempo es realmente espantoso, pero lo tienen ya todo confirmado. Llaman al hotel para anular, no les aceptan la anulación. Buscan ir a otro sitio, pierden un día de viaje mirando en el business center del hotel de Bangkok destinos. Reservan con Air Asia para ir a vaya usted a saber qué sitio, en Internet dicen que es bueno. Llegan, no está mal, pero no es lo que la novia quería, y la novia quería la foto en las playas de Tailandia con el cielo azul, el agua verde, las montañas con rocas y plantas, la arena blanca y el cocktail en la mano. Aquí también llueve, nadie les dijo que era época de monzones. Y la culpa la tiene el novio.

Climatología adversa, como la relación de pareja en esos momentos

Vuelan de vuelta a España. Les salió de chollo volar de Bangkok a Dehli con Jet Airways y cambiar ahí a Lufthansa vía Frankfort. 23 horas de viaje. Vuelven exhaustos y sin ninguna gana de volver al sudeste asiático. Se detestan mutuamente.

Es un caso extremo y muy novelado, claro. Disculpen la imaginativa, pero quería plantear supuestos que sí pueden pasar cuando viajamos. Y no he querido entrar en temas escabrosos de enfermedad o accidentes, que uno prefiere no pensar en esas cosas.

Lo que quiero explicar es que viajar por nuestra cuenta, cuando las expectativas del viaje son divertirse y se va con la mente abierta a cualquier cosa, es lo mejor que uno puede hacer. Improvisar, arriesgar, reservar, ahorrar aquí para gastar allí, etc… Por mi experiencia con turistas en luna de miel, sus expectativas no son esas, sino que suelen ser “todo perfecto como en la foto que vimos, cuki”. Sumémosle un absoluto desconocimiento de la realidad de los lugares a los que viajan, y la desprotección de no tener a quién quejarse o quién arregle cualquier cosa que pueda pasar. El cocktail es más peligroso que un mal mojito preparado en Pattaya con hielos de dudosa procedencia.

Qué bonito es todo…

Mi consejo es que se valore mucho lo que se va a hacer y lo que se va a ahorrar. Habría sido estúpido por mi parte reservar mi vuelo de Iberia del próximo 14 de abril con la agencia con la que trabajo aquí en Yangon, que me pedía más de 600 dólares, cuando por internet lo he comprado por 180, porque llego a mi país y sé moverme si algo sale mal con ese vuelo. Pero no sé hasta qué punto merece la pena ahorrarse un dinero y arriesgarse en un viaje que, tanto la novia como las amigas de ésta, esperan sea tan perfecto o más que la boda, y que se desarrolla en sitios desconocidos, en destinos remotos con culturas diferentes. Porque al final, de la misma forma que encargamos la preparación del banquete y el servicio a unos expertos en lugar de convertirnos en chefs y maîtres, no hay por qué empeñarse en convertirse en agente de viajes, y menos para un viaje tan “especial”.
 
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