jueves, 29 de noviembre de 2007

Audi A3 2.0 TDI, entendiendo el fenómeno.

El caso es que acabo de devolver en la oficina de Avis un Audi A3, y sentado frente al ordenador para escribir algo, no se me ocurre cómo empezar el artículo. ¿Por qué? Porque si hubiese sido un coche asqueroso, me habría inventado alguna historia con la que enlazar esa penuria, pero curiosamente no es el caso.

El fenómeno de los TDI no es que me llame la atención hasta el punto de quitarme el sueño o hacer que me ponga a investigar cual sociólogo de barba y chaqueta de tweed. Es algo que está ahí, y dada mi repugnancia por el gasoleo, siempre he preferido mantenerme al margen. Y es que es un combustible grasiento, sucio y con mal olor, y los motores que lo usan son todo menos finos y suaves al ralentí. Pero como gastan poco y andan mucho, triunfan. Ese es el motivo que siempre imaginé, y ahora, tras mil kilómetros en un Audi A3 2.0 TDI de 140cv, lo he terminado de corroborar: andan como el demonio, y gastan relativamente poco, bastante menos que mis coches de gasolina. O mejor dicho, la mitad en coste efectivo. Pero me siguen dando mucho asco.
















El coche, como siempre, fue alquilado con cargo a puntos de Iberia. Esto es ciertamente estupendo, y muy conveniente, aunque se empeñen luego en cobrarte estúpidas tasas como la de aeropuerto, o una más ridícula aún de estación de tren. Pero es lo que hay, y por dos duros te llevas un coche asegurado a todo riesgo y sin límite de kilometraje. Los coches de Avis, además, suelen estar bastante nuevos, que es algo de agradecer. Mi Sportback estaba equipado con el acabado Ambition, que se entiende más deportivo. Y bueno, dependiendo de lo que uno entienda por “deportivo”, se puede terminar de creer, más o menos. Lo que es indiscutible es la excelente calidad aparente de cada una de las piezas del interior. Todos los mandos tienen un tacto sólido, ajustado y eficaz que siempre es de agradecer, y parecen terminados en un material blando que, aunque puede que no dure toda la vida, lo cierto es que es muy agradable. Por mucho que se empeñen algunos, realmente en este punto no tiene nada que ver con el interior del Skoda Octavia, por ejemplo. Claro, costando lo que cuesta… faltaría más, aunque tampoco es que lo tenga que ver en el resto de cosas que uno siente al conducir.
















El espacio trasero es más que suficiente para el tamaño del coche. El Sportback es más un pequeño familiar que un compacto de 5 puertas al uso, y sorprende por su habitabilidad, altura de las plazas traseras, capacidad del maletero, anchura interior trasera… Le falta, no obstante, un apoyabrazos central trasero que se convierta en bolsa porta-esquís. ¿Y por qué digo esto? Porque ya puestos, anoche me traje mi equipo de esquí a casa, y tuvo que venir cruzado con medio asiento trasero reclinado, y eso no es ni apropiado ni cómodo ni bonito. Desconozco, sin embargo, si es una opción disponible esto que pido. El acceso a las plazas traseras es infinitamente más cómodo que en el BMW Serie 1, coche que considero su más auténtico rival, pudiendo uno instalarse sin necesidad de amputarse los pies antes de entrar.





















El maletero, como digo, resulta amplio y bien configurado, de formas muy regulares y con un tapizado agradable. El otro gran hueco porta-objetos es la guantera, que destaca por su solidez y capacidad. Bueno, quizá yo venga muy malacostumbrado, así que no me lo tengan muy en cuenta. El coche dispone de más huecos, bolsas y recovecos, de entre los que me gustó mucho el porta-tarjetas integrado en el salpicadero. Imagino que puede ser sustituido por uno de esos terribles posavasos, pero quien opte por ello y encima lo use como tal, seguramente no estará leyendo este artículo.
















En temas estéticos, personalmente me resulta atractivo. No me sucede lo mismo con su hermano de 3 puertas, ni tampoco con muchos otros Sportbacks que se ven por la calle, con sus colores fuertes y sus acabados deportivos. Pese a ser un coche con una estética y un concepto que puede caer en el macarrismo más asqueroso, también es posible hacerlo sobrio y discreto. Pero aún así, si es conducido por un joven de pelo corto y gafas de sol, puede que dé una imagen no recomendable. Poco ha de importar, no obstante, cuando se conduce.

Y es que en conducción el coche me ha gustado. Además de ayudarme a comprender el fenómeno TDI por algunas cosas que comentaré, la verdad es que no me lo esperaba tan bueno. No llega al tacto de coche grande grande, pero no se queda lejos. En ciudad resulta cómodo sin caer en el horror de taxi del Volvo S40. Cómodo y con carácter, además de maniobrable. En carretera de montaña prefiero no opinar, teniendo yo lo que tengo, pero donde me ha parecido que realmente brilla es en autopistas o vías rápidas, especialmente si hay curvas. A ritmos bastante elevados, el coche muestra un aplomo muy conseguido, transmitiendo lo que pasa en la carretera en el equilibrio justo entre aislamiento e incomodidad. Traza las curvas con mucha seguridad, casi sin inclinar, pero sus suspensiones no te dejan lisiado con los baches o las juntas de dilatación. Pese a ser un tracción delantera, lo cierto es que se siente muy neutro a la salida de las curvas en aceleración.
















No precisamente en este caso, claro.

Todo eso no debería de sorprenderme, ya que a fin de cuentas se trata de un buen coche, y no es nada en lo que influya el motor siempre y cuando éste sea potente. Pero mentiría si dijese que no me sorprendió. La verdad es que me ha gustado mucho, no sé si más que el BMW Serie 1, pero mucho. Me quedo con las ganas de probarlo con caja automática y motor de gasolina, pero temo perder la gran característica de este coche, que creo ha de venir siempre unida al concepto: el motor TDI.
















El motor...

Su arrancada en ciudad es desesperante. La primera se termina muy pronto si se pretende acelerar fuerte, pero si se va despacio también, teniendo que buscarse la segunda rápidamente. O se dispara, o queda trabado. El ruido es terrorífico, aunque al interior no llegan vibraciones. Si bien maniobrando resulta como un coche de autoescuela de sencillo, esa falta de suavidad me desespera. Quizá con una caja automática se solucionaría la inconsistencia de su aceleración cuando ésta se hace lentamente, pero no lo tengo muy claro. En marchas cortas es un TDI, con su fuerza a la entrada del turbo y su ruido de camión, autobús o camioneta de reparto, tan alto y contundente, y siempre interrumpido por los constantes cambios de marcha que uno ha de hacer si no quiere llegar al corte. Sin embargo, la aceleración es rápida.

El comportamiento una vez lanzado es de sencillez absoluta, permitiendo unas recuperaciones rápidas y con potencia que parece estar siempre disponible. Y todo con un consumo indicado por el ordenador de 6,3 litros en 500 kilómetros, a una media de unos 100 km/h pero con puntas de 180 y trayectos largos sin bajar de 150, muchas curvas, subidas, bajadas y circulación densa en las entradas y salidas de ciudades, además de respeto estricto de límites en las rondas de los pueblos y con el coche cargado. Eso es un consumo que me resulta bajo, ya que como he dicho, en dinero es simplemente la mitad que en mis coches de gasolina, que encima no son más potentes.

El fenómeno del TDI queda explicado por esa sensación de potencia siempre disponible que tienen. La gente, por lo general, no estira sus motores de gasolina como debieran, con lo que sus coches nunca están dando ni toda la potencia que tienen, ni toda la que el conductor cree estar disponiendo. Estos coches de gasoil se llenan de fuerza hacia las 2.000 revoluciones por minuto, y no la sueltan hasta que el ruido te hace necesitar cambiar. Y eso entiendo que llama mucho. Lo cierto es que por autopista resultan cómodos, pues al menos en este A3 el motor a penas se escucha. Pero la verdadera realidad es que resultan muy sencillos de cara a sacarle prestaciones instantáneas en cuanto el coche va lanzado, sin necesidad de escuchar un motor por encima de las 5.500 revoluciones por minuto, y además gastando menos. ¿Qué más se puede pedir?

Pues se puede pedir suavidad, silencio, progresividad, un combustible que no maree al olerlo y que no manche ni deje las manos grasientas… pero a igualdad de reacciones a las solicitudes de potencia al motor, los gasolina no sólo gastarán más, sino que serán más caros, porque serán también bastante más potentes. Un gasolina normal que a 4.000 rpm genera 170cv como lo hacen estos TDI, de todos es sabido que seguirá subiendo esa cifra hasta pasadas las 6.000 vueltas como mínimo, cuando no sean las siete mil o incluso las ocho mil, salvo que hablemos de un Bentley, en cuyo caso estará rondando los 300cv. Y eso es, por así decirlo, más que en el diesel.

Personalmente, creo que me gustan estos coches compactos con estos motores de gasoleo, dentro de lo que me pueda gustar a mí un coche compacto y un motor diesel. Creo que es lo que más les conviene, considerando que nunca un compacto dará el placer de conducción de un roadster, pero sí dará una utilidad práctica inherente a su carrocería. Y ya que buscamos esa practicidad, qué menos que buscarla del todo.

¿Mejor que el BMW? Sigo sin saberlo. Me parece que cuestan más o menos lo mismo en cuanto se equipan como entiendo han de equiparse: bien. Seguramente optase por el Audi, precisamente por contar con una carrocería más práctica, movido por esa necesidad de espacio que sería siempre el único motivo que me llevase a este producto. Pero el coche es bonito… y se viaja muy bien en él cuando hay que llevar cosas de un sitio a otro.

Audi A3 2.0 TDI 140cv Ambition, con un precio base cercano a los 25.000 euros al que meterle perfectamente otros 10.000 en extras, que bienvenidos serán. Demasiado dinero si no se tiene.

La Zapatilla

Existe una ley universal en la compra de todo vehículo usado que, en el caso de un viejo deportivo de esos que llaman “clásicos”, adquiere dimensiones de verdad suprema, de norma que ha de regir toda adquisición. Según ella, un coche usado podrá ser rápido, fiable o barato, pero sólo cabe la posibilidad de que se cumplan dos de esas variables. Así, si es rápido y barato, nunca será fiable; si es rápido y fiable, nunca será barato; y si es barato y fiable, mejor nos olvidamos de que sea rápido.

Recientemente conocí la Corriente de Britney, que tiene una aplicación curiosísima en este tema, y dice que: si el vehículo en cuestión es italiano y tiene cierta edad, las posibilidades de que no sea ni rápido, ni barato, ni mucho menos fiable, aumentan de manera exponencial a su exotismo.












Tan bonito como malo.

Como nadie escarmienta en cabeza ajena, y porque tenía unas ganas locas de comprarme una cacharra singular, caí hace años en el error típico de quien busca coche, se niega a comprar una medianía prefiriendo algo “auténtico” y con alma, y no quiere disponer de un presupuesto elevado. Y digo lo de la cabeza ajena porque meses atrás un amigo había sufrido la muerte en vida por otro “coche viejo”, en aquel caso un Porsche 911 Carrera 3.2 al que se le encontró incluso cemento dentro del motor, a modo de soldadura. Así, tras meses de búsqueda y de barajar modelos tan dispares como los Jaguar XJ40, Maserati Biturbo, Matra Murena, Lancia Beta Montecarlo, Lotus Eclat o Porsche 914, di con un exquisito Fiat X 1/9 a la venta a pocos kilómetros de casa. Y como llevaba tanto tiempo buscando coche sin encontrar nada que me terminase de convencer, fue verlo y traérmelo para casa. La expresión de “quillo, ¿que te ha comprao quée?” de mi amiga Irene, seguida de múltiples risas “humillantes”, fue de lo más cómico… a la par que realista.
















Ahí estaba, en ese aparcamiento esperándome...

El Fiat X 1/9 es un representante de los “popular mid-engines” de los 70 y 80, pequeños deportivos relativamente asequibles, con motor central. Este en concreto fue diseñado por el mismísimo Marcello Gandini, padre del Countach entre otros, para la casa Bertone, iniciando su comercialización como Fiat en 1973 con un motor de 1.300cc, y terminándola ya como Bertone a finales de los 80, con un motor Fiat de 1.500cc proveniente del Ritmo. Su diseño en cuña, su techo targa, su motor central y los múltiples problemas mecánicos que siempre dio, le valieron el mote de Ferrari 154 GTS, refiriéndose el 154 a la mitad de 308, un clásico modelo de Ferrari en esos años. Y razón no les faltaba.

Al volante, siempre y cuando no te quedases con él en la mano y partiendo de la premisa, no siempre cumplida, de que el coche hubiese arrancado, las sensaciones eran maravillosas. Y lo eran no sólo porque el coche frenaba muy poco y su dirección a altos ritmos flotaba más de lo debido, sino también porque los coches clásicos de motor central, y encima italianos, tienen un ambiente lleno de matices que te hacen gozar, como el sonido de la mecánica, el mal ajuste de todo, el olor a aceite, cuero y gasolina, el diseño interior… Cosas que llegaban incluso a hacer olvidar la penuria mecánica sobre la que se iba montado.
















No, no estaba tan limpio como parece...

Por dentro aún hoy siguen destacando su habitabilidad, su ergonomía y la comodidad de los asientos. Es más, teniendo en cuenta sus limitaciones, no es fácil encontrar coches actuales que te inviten a conducir tanto como el X 1/9 (equis-uno-nueve, por cierto).

Lo que yo me llevé a casa, conocido como La Zapatilla, fue una especie de ruina más o menos mecánica que todavía hoy hace que me pregunte cómo demonios llegó hasta París desde Fontainebleau. De 1981, por tanto ya un 1500 Five Speed, mi “coche” disponía de un motor totalmente atorado, con el carburador más sucio de la historia, con cuatro tubos de escape perfectamente podridos, neumáticos de época, asientos descosidos, enorme agujero en el suelo del conductor, múltiples óxidos, etc… y había sido agraciado con un poco convincente repintado en amarillo. El porqué me lo compré, sabiendo todo eso, sigue siendo un misterio dentro de mi mente, archivado en algún lugar insondable de mi cerebro. Corría el mes de Septiembre cuando inicié marcha en dirección mi parking de la Avenue Versailles, en París. Unos 120 kilómetros en los que el coche se mostró como el mejor deportivo jamás fabricado, llamando la atención por todas partes, sonando mejor que ningún otro coche, volando por las carreteras comarcales cercanas a Melun, surcando la autopista con majestuosidad (y mucha incomodidad), levantando pasiones, generando sonrisas y gestos de admiración… y probablemente perdiendo piezas por el camino.
















Llamaba la atención en la calle...

Esa fue la única vez que el coche funcionó. De hecho, ese mismo día salí por la noche a pasearlo por París, con un amigo, y ahí comenzaron los problemas. El coche se calaba solo, el embrague se quedaba hundido hasta el fondo, el arranque no funcionaba cuando debía, y la caja de cambios no parecía estar muy dispuesta a engranar las marchas. Aún así, yo seguía convencido de que aquello era solo una falta de puesta a punto. Al entrar en el garaje se me volvió a calar, viéndome obligado a arrancarlo en pleno patio de manzana, un día de semana y pasadas las 2 de la madrugada, para pesadilla de los vecinos. Y es que el coche hacía mucho, pero mucho ruido. A fin de cuentas el escape eran cuatro colectores saliendo de los cilindros, un silencioso, y cuatro salidas hacia arriba por debajo del paragolpes. Una maravilla.

El coche no volvió a funcionar hasta pasados 4 meses, en los que estuvo metido en el peor taller de París: el garaje Letellier, en la calle del mismo nombre, barrio XV, de donde salió con un escape nuevo, varias piezas diversas cambiadas, un carburador limpio, y mil quinientos euros en gastos. Y funcionó exactamente el trayecto entre el garaje y mi parking, no dejándome la oportunidad de llevarlo a lavar, y teniendo que volver a salir, esta vez en grúa, de camino al taller al día siguiente, donde me recibieron con gritos de júbilo, vítores y algarabías. Ahora fallaba oficialmente la bobina, pero en realidad lo que fallaba era su propia existencia.
















En su estado natural, subido a la grúa.

Y allí estuvo un par de semanas, o tres, o lo que fuese, esperando ser reparado y funcionar de nuevo. Y funcionó, batiendo el record del mundo de fiabilidad cuando definitivamente explotó el motor en la puerta misma del taller. Los niveles de resignación propia alcanzados en aquel momento son aún hoy desconocidos por la humanidad. Yo, que había pasado más de un año buscando un cochecito atractivo, que me había metido en la compra de uno de mis coches soñados, que no había podido disfrutar de aquel cacharro ni amortizar siquiera la plaza de parking que pagaba religiosamente cada mes, que había tenido que renunciar a mis cuatro sonoras salidas de escape, me encontraba en la tesitura de ser propietario de un cadáver automovilístico, con la obligación de venderlo para poder volver a ser persona. ¿Y qué pasó?
















Ya cadáver, a las puertas del taller.

A los pocos días un hombre bastante extraño vino desde el centro del país, acompañado de su anciano padre y cargado con trozos de moqueta vieja y de lonas, a bordo de un camión-grúa para llevárselo. Había logrado vender aquel “coche”, me estaba deshaciendo por fin de “la muerte negra”. Al subirlo en la plataforma el coche crujió, y mucho… creí que se me partiría en dos allí mismo, como si de una peli de Louis de Funes se tratase. Afortunadamente aguantó como un jabato – se ve que los jabatos aguantan mucho – hasta que lo vi marchar por la Porte de Saint Cloud. Y el subidón al realizar la venta fue tal, que incluso pensé en volver a comprar otro y pasar de nuevo por lo mismo para poder volver a sentir un alivio así.

Mi X 1/9 duró, pues, unos 130 kilómetros, y supuso un coste aproximado de 6.000 euros en los 6 meses en los que fui su propietario legal (porque aquello no era ni ser su dueño ni mucho menos su usuario). Aquel coche no fue bueno ni cuando era nuevo, pero me hizo aprender una lección de esas que no se olvidan, y a día de hoy lo echo de menos. Supongo que mi unidad habrá acabado sus días quemado o desguazado, porque no parecía merecer otra cosa. Años mas tarde, volviendo curiosamente de Fontainebleau a bordo de mi MX5, me encontré en Invalides con uno exactamente igual, y por fin pude tomar esta foto de mis dos joyitas afrancesadas juntas. Fue muy emocionante, para qué nos vamos a engañar.
















¿Quién me lo iba a decir?

Permítanme finalizar con otro consejo, esta vez de la mano del gran James May: “nunca se encuentren con sus ídolos de juventud, quédense con las memorias, son sencillamente mejores”. Cuando alguien dice eso tras conducir por fin, tras 20 años de espera, su coche soñado… es porque tiene razón. Yo lo corroboro.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Hotel Vincci Capitol, Madrid: otro más

Hace años, durante unas vacaciones de Semana Santa en Inglaterra, por fin pude conocer el hotel que era mi sueño desde hacia ya tiempo. Diseñado y equipado por Philippe Starck, el Hotel Sanderson se convirtió desde su inauguración en el referente de esa tendencia emergente llamada boutique-hotel, y ahí sigue. Paredes en cuero “capitoné” de tonos brillantes con iluminaciones invisibles. Grandes cortinas pesadas junto con ligeros visillos blancos. Materiales fríos como el plástico transparente, el cristal o el acero, junto con terciopelos y otros tapizados calurosos. Lámparas de lágrimas con moquetas oscuras y luces auxiliares en el suelo, o en sitios insospechados. Y todo ello con alguna pincelada de muebles de diseño clásico, fuese en estilo Luis XV o puro Art-Decó, sin olvidar los dorados o alguna pieza de vanguardia. Mezclas a priori imposibles, como imposible parecía hacer un hotel sobre un edificio de oficinas de una empresa japonesa. Pero el resultado triunfó, y de hecho sigue triunfando.

Pero la democratización de esos diseños trajo consigo una proliferación de hoteles “Sanderson wannabe”, incluso en los lugares más insospechados. Cadenas hoteleras conocidas intentaron incluso apropiarse del estilo y proponerlo como imagen corporativa, como esos Barceló, AC o NH Selección que tanto presumen de sus boutique-hotels recién inaugurados. Encontrarse esas piezas y estilos tanto en Londres como en París, como en Albacete, Oviedo o Tordesillas ha pasado a ser algo habitual, y a la gente le sigue sorprendiendo. Lo siento por todos ellos, a mí ya nada de eso me puede sorprender. De hecho, no me sorprende desde aquellas vacaciones de Semana Santa. Si eso me gusta, nada más.
















El de verdad, Hotel Sanderson.

El pasado fin de semana tenía algunas cosas que hacer en Madrid, y el hotel elegido fue el Vincci Capitol. Todo lo que pueda ser decoración y opiniones propias al respecto ha quedado dicho en los dos primeros párrafos del artículo, pues es perfectamente aplicable, pero lo resumiré con un: “sí, es todo muy bonito, vale”. Creo que he perdido la ilusión por estas cosas, o quizá tanta oferta me la haya hecho perder. Perdón, tanta mala oferta, porque cuando además de ese producto tienes un servicio y unas calidades al nivel de los grandes hoteles palace del mundo, la ilusión vuelve y uno queda maravillado. Cuando el servicio es uno más y el valor añadido se desvaloriza, uno sale de ese hotel con ninguna gana de volver. Y no lo digo porque mi estancia haya sido mala, en absoluto, sino porque con tantas otras opciones, me estimula más conocer un sitio nuevo que volver allí a ver lo que ya conozco y que ni siquiera es original.

Tenía reservadas dos habitaciones dobles de uso individual. Una llamada sirvió para asegurar el ya clásico upgrade a habitaciones de categorías superiores, siendo la mía una de tipo Ejecutivo, nombre que entiendo como convencional, porque lo que es facilidad de trabajo, en esa habitación poca había. La llegada no fue sencilla, ya que inexplicablemente, y pese a ser un hotel recién renovado, no hay un sitio al que aproximarse con el coche. Y quedarse parado en plena Gran Vía madrileña sobre un carril Bus no es nada apetecible. El edificio es de sobras conocido de las calles madrileñas, con su gran luminoso publicitario de Schweppes. Una cuña art-decó forrada en mármol, con formas redondeadas y tonos blancos y negros es, desde luego, algo singular en lo que hacer un hotel singular. Quizá si hubiesen reservado un hueco en la acera de la calle posterior para el acceso, la primera impresión habría sido mejor. Y es que siempre he creído que a los hoteles la gente no suele ir andando, sino como mínimo en taxi. Lo del aparcamiento queda perdonado por la configuración del edificio y la idiosincrasia de Madrid, aunque también resulte molesta su ausencia.
















Las zonas comunes resultan… comunes. Habrá quien se sorprenda y maraville con la recepción o los pasillos. No es mi caso, aunque sí me gustaron sus ascensores panorámicos, así como la escalera. Pero sí hay dos atracciones más que interesantes, además de gratuitas: el solarium y el mirador, situados en las plantas 7 y 9, respectivamente. Las vistas que desde allí se tienen son impresionantes, dominando todo el cielo de Madrid, desde el Palacio Real hasta los nuevos rascacielos tras las torres Kio. En verano, con buena temperatura, ha de ser una gozada aún mayor.































El hotel pone a disposición de los clientes un Spa privado. Y digo privado porque se alquila por horas para un máximo de tres personas. No tuve oportunidad de verlo, pero ya aviso que no hay una piscina de Spa al uso, sino una gran bañera de jacuzzi, además de sauna, duchas de hidromasaje, etc… 60 euros la hora no parece un precio elevado si se comparte, y considerando que se trata de Madrid. Mi experiencia previa en este tipo de Spas no me hace recomendarlo con los ojos cerrados, por lo que seré prudente y no lo haré.
















Pasando a la habitación, como dije la mía era de tipo Ejecutivo. Se supone que ofrece más espacio, y lo cierto es que se veía de una amplitud conveniente. Temo, pues, que las habitaciones Standard sean demasiado pequeñas. En mi habitación, dos camas juntas hacían las veces de una cama king-size, sin conseguirlo. Es algo que nunca entenderé. Los materiales no parecían malos, pero saltaba a la vista que la habitación no había sido verificada por una gobernanta. Tratándose de un 4 estrellas, lo dejas pasar, pero sin olvidarlo. Y es que un visillo mal colgado, la tele algo sacada de su sitio, y otros detalles… están ahí cuando entras, y a mí desde luego me llaman la atención. Imagino que tendré que ir curándome de esa “enfermedad”.
















El cuarto de baño de mi habitación era amplio para una persona, no para dos. Sigo sin entender esa manía por poner un solo lavabo, salvo por el ahorro de espacio, que no es un motivo despreciable. El aseo de la otra habitación era eso, un aseo. Una ducha de buen tamaño, pero nulo espacio para ponerse el albornoz. Una ducha, por cierto, que no aguantó un uso sin perder estanqueidad, dejando que el agua llegase incluso a la habitación. Eso sí, la presión del agua y su temperatura eran perfectas, como debe de ser. Además, todo tipo de complementos estaban disponibles en el baño, incluyendo kits dentales, kleenex, desmaquilladores, etc… Y eso es algo que no todo el mundo da.





















En temas de diseño ya lo he dicho todo. Sobre calidades, lo cierto es que todo se aprecia un tanto “falsete”. Sin embargo, no puedo decir que las habitaciones fuesen incómodas, si reducimos el confort de una habitación a la cama, que es algo que se suele hacer. Las camas eran muy cómodas, faltaría más. Yo sigo siendo fan de las habitaciones enmoquetadas, o al menos con alguna alfombra, pero pese al frío exterior que ya entraba por los ventanales cerrados, la habitación resultaba cálida, sin que esa sensación dependa en exceso de la calefacción propiamente dicha. Un detalle incomprensible es la ausencia de una mesa de escritorio, como sucede en muchos de estos hoteles. Debe ser que estropea la imagen, pero cuando se va con un ordenador o para quedarse varias noches, apetece tenerlo. Además, dado que el wi-fi no funciona en las habitaciones, uno ha de conectarse a Internet mediante un cable de red, pero la toma está tras las butacas, junto a la puerta del cuarto de baño. Imposible, pues, tumbarse en la cama con el ordenador. ¿Qué sentido tiene eso?




















Vista desde la habitación.

La noche pasó correctamente, sin mucha molestia de ruidos de la calle, pese a los grandes ventanales. El desayuno, servido en un comedor contiguo al (muy bonito) bar Reims, me pareció agradable y completo, con un buffet bien surtido y mejor presentado, con productos de una calidad acorde con la categoría del hotel. No puedo hablar del buffet salado, pues no me apetecía nada en aquel momento, pero el dulce era muy honesto. La variedad era destacable considerando el precio de todo.





















Y llegó el momento de salir del hotel. Qué pena… por una puerta cerrada, lo que debería de haber sido una salida tranquila y agradable se convirtió en una molestia, teniendo que dar la vuelta al hotel para sacar las maletas hasta el coche. ¿Botones? Desde luego que el que nos recibió a la llegada no estaba para la salida. Siempre digo que la salida marca mucho las opiniones de los clientes, y en este caso así es. Pero bueno, tampoco es que sea una tragedia.

¿Volver a este hotel? Sinceramente, no. Y no porque ya lo conozco, y con la oferta actual de hoteles atractivos en Madrid, no veo ninguna razón por la que volver. Es bonito y se duerme bien, pero… ¿no es eso precisamente lo que ha de hacer –como mínimo- un hotel?

¿Recomendarlo? Ni sí ni no, sino un “¿por qué no?” Claro, si alguien quiere conocerlo y ver el edificio, que vaya. No va a encontrar nada que no encuentre en otros hoteles del mismo tipo y categoría, que generalmente tienen el mismo precio, pero tampoco se va a sentir mal atendido o incómodo, y desde luego que si no se tiene mucha experiencia con estos diseños, el hotel resulta espectacular. Yo, para la próxima, me buscaré otro sitio, y luego escribiré algo en algún blog.

Hotel Vincci Capitol, en plena Gran Vía y desde unos 130 euros por habitación. Uno más.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Límite de velocidad, II

Mientras abro unos documentos en el ordenador, miro a la televisión y observo a un personaje de gafas haciendo gestos inequívocos de “darse el piro”, largarse, desaparecer, huír, mientras se ríe de la situación. Bajo su imagen, un texto interroga sobre lo que habría hecho un concursante de televisión en el caso de que su compañera de programa hubiese realmente estado encinta. Sonrío.

Me asomo a la ventana y puedo ver a dos operarios sobre el tejado de un edificio, inspeccionando lo que debe de ser el sistema de climatización. Mientras uno permanece quieto con los brazos en jarra, el otro no para de señalar de un lado al otro. No parecen muy de acuerdo, y de repente, uno de ellos se da la vuelta, agarra sus útiles de soldador y se pone manos a la obra mientras el otro operario observa quieto asintiendo con la cabeza. Tenía razón.

Salgo a la calle y frente a mi portal atraviesa la plaza un Fiat Stilo muy negro, con ruedas muy grandes, luces muy azules y conductor muy imbécil demostrando su nula inteligencia pero extrema habilidad esquivatoria frente a un vecino que se incorpora a la circulación con su pequeño Chevrolet Matiz. Tras él, otro vecino sale del garaje en su Mercedes CL65 AMG, gris e inmaculado. Como en los dos casos anteriores, a veces las apariencias no engañan, y por los gestos de cada uno, se suele ser capaz de interpretar lo que dicen o dirán: “patán”, “animal”, “vende”.
















Es realmente brutal.

Cuando hablamos de límites de velocidad y esas cosas que tanto preocupan sobre el tráfico, solemos encontrarnos con personajes muy curiosos. Ya he hablado de Don Categórico “Legal” de Findesemana y López, pero hoy hablaré de Johnatan Sánchez Racing. Probablemente ya lo estén identificando con uno de esos tres conductores, ¿verdad? Y es que los límites de velocidad actuales son ridículos, las carreteras son una mierda, la DGT sólo quiere recaudar, yo practico conducción deportiva, tengo un tatuaje tribal (que no “trigal”, como le pidieran a un conocido tatuador en cierta ocasión, para risión absoluta del personal cada vez que lo cuenta), etc, etc…

Johnny, Jony o Yoni está cortado por un patrón único al que se le añaden accesorios diferenciadores en cada caso. Pero la base sigue siendo la misma. Para él, dado que practica una conducción deportiva en toda circunstancia, las causas de los accidentes están claras: los conductores que van lentos y les provocan para hacer maniobras incorrectas, el estado de las vías, y la falta de circuitos en los que poder meterse a practicar su pilotaje, así como el elevado precio de éstos. Y es que Johnny es un ser perfecto en todo lo relativo a la conducción, que para él es pilotaje, pero generalmente ni tiene muchas luces, ni mucho presupuesto. Y si dispone de algo de dinero, inmediatamente lo “invierte” en supuestas mejoras de su auto.











Racing... como el de Santander.

Su nivel de conducción es muy superior a la media, y prueba de ellos y de sus gustos, tenemos sus vehículos habituales: compactos o coupés de tracción delantera, generalmente de gasoleo. El Leon FR, el Astra GTC, el Golf TDI… son hoy en día lo que en su época fueron los Kadett GSI, Golf GTI, Seat Fura, Fiesta XR2, etc… Paradigmas de la deportividad y de las sensaciones “racing” al volante, qué duda cabe, supongo. Su forma de conducir es permanentemente en alerta, a la búsqueda del pique o de la trazada. Porque ellos no dan curvas ni las toman, las trazan. Y lo más curioso es que disfrutan trazándolas con sus compactos de gasoil… temo que sufran descomposición cerebral si llegase el caso de que dieran esas curvas con un pequeño deportivo de tracción trasera, aunque probablemente la solventarían recordando los tiempos de aceleración y de vuelta al circuito del Nürburgring de su coche. No debemos olvidar que, en caso de estar en desacuerdo sobre algún aspecto de sus autos, como lo estoy yo en la totalidad sobre el concepto y concepción de los mismos, los ataques serán feroces, con alardes de educación y buenas maneras, tal y como me sucediera hace unos días por parte de algunos usuarios de cierto Citroën quienes, enfadados por mis comentarios supuestamente despectivos – y que ahora ya no son “supuestamente” – dejaron comentarios en el blog como los siguientes:

“a mi me parece que un xsara le saco la puta a tu mini verga en la carreteera y ahora estas recentido... es entendible, consejo comprate un xsara”

“jajaja, payaso, y tu ke te lo crees. ooooo un golf, una caja cerillas, ten cuidao no se te prenda xavalote!!! yo no digo ke sea feo, a mi me gusta, a mi lo ke me parece patetico es tu forma de ablar,”

Saber estar, es como se llama.




















Estudió en Eton, sin duda.

Jhoni puede resultar un buen chaval en ocasiones a bordo de su coche, pero generalmente será por pura condescendencia. A fin de cuentas, incluso los grandes estadistas de la humanidad hacen favores al pueblo. No es difícil ver como uno de ellos te cede el paso, de la misma forma que 500 metros más adelante te va a cerrar en un alarde de destreza circulatoria urbana.

Pero volviendo al tema de los límites de velocidad, que es lo que nos ocupa, las opiniones de Yonnhi son equivalentes por antítesis a las de Don Categórico. La radicalidad de las mismas, y la forma de manifestarlas, no difieren en exceso. Y es que esta pandilla de indocumentados, sin oficio ni beneficio, muchas veces recién bajados del andamio y a la espera de la llegada del fin de semana en el que enharinar sus fosas nasales, saben de lo que hablan. Ellos controlan, y algunos lo demuestran en carreras ilegales como aquellas que hemos visto por televisión. Otros, afortunadamente para la sociedad, y por desgracia para sus allegados, lo demostraron días atrás contra un muro, contra un árbol, contra un guardarraíl… y sus “coleguitas” acabarán por hacer lo propio.




















Game over

Resulta curioso que el mayor grupo de riesgo sean los conductores jóvenes con coches potentes, y que sean generalmente éstos quienes más protestan por las normas actuales. Resulta curioso, igualmente, que si tan aficionados son y tanto controlan, se sigan matando en las carreteras. En la primera parte de esta entrada, nombré a un miembro de cierto foro que, no contento con haber destrozado ya tres coches en su escasísima experiencia, era el primero en apuntarse a manifestaciones contra la DGT y sus normas. La ausencia de cerebro debe de ser la única explicación científica ante tales despropósitos. A mí, desde luego, no me cabe en la cabeza.

Lo malo es cuando hay que compartir las vías con estos energúmenos tan absolutamente flipados. Y lo que es peor, cuando hay que compartir alguna parte de sus “ideas”. Lo siento, he de poner ideas entre comillas, pues tengo serias dudas de si les surgen de un cerebro o de una patata. Cuando uno se manifiesta a favor de ciertos límites variables, cuando considera que tanto su vehículo como la carretera, como él mismo, están preparados para circular a ritmos superiores a ciertos límites bajo determinadas circunstancias, y cuando critica de forma feroz a los Categóricos “Legal” de Findesemana y López, uno se siente en ligera coincidencia con Johnny… pero es que esa coincidencia es vista como plena por ambos grupos antagónicos, y la sensación es de incomprensión, pérdida de razón e inutilidad del pensamiento. ¿Qué hacer? Se suele optar por lo más fácil, que es hacer oídos sordos a los Categóricos, quienes aunque sea por el miedo a la multa no acostumbran a liarla, y distanciarse de los Johnnys lo más lejos posible, al tiempo que se disimula con discreción el 240 del último viaje a Ginebra. Uno se lo toma con resignación, dándose cuenta de que esta gente no dejará de existir, ni por tanto de incordiar, por muchos años que pasen y muchas reformas que se hagan de las normas de circulación. Sí, ellos que tanto protestan por la falta de educación vial y que son los primeros en carecer de educación general. Esos que llaman “boxter” al Porsche Boxster. Esos que te la juegan al volante si pueden, pero que luego te piden que tengas "sensibilidad" al referirte a su gente en caso de accidente.

¿Solución? Yo desde luego no la conozco, pero sí sé que no siento pena ninguna cuando se suicidan por “accidente de tráfico”, llevándose por delante a amiguitas menores o coleguitas sin cinturón. La misma pena que respeto mostraron ellos a lo largo de su (corta) vida. Pero como esto último es políticamente incorrecto, mejor no lo pongo. O mejor lo matizo: siento pena, pero luego se me pasa.

Volvo XC90, el coche del Marqués

Días atrás, el Marqués de Vegagarcía se encontraba en la tesitura de tener que cambiar de coche. Por motivos que no vienen a cuento, este curioso personaje le había hecho más de 200.000 kilómetros en cuatro años a su Renault Scénic. Sí, Marqués pero en un Scénic. De hecho, ya era el tercero que compraba, y ninguno le había dado mal resultado.

Así, tras visitar varios concesionarios y constatar que los Mercedes B salen carísimos si se equipan como han de equiparse, que el Citroën C6 es una maravilla imposible de aparcar en su garaje, y que Toyota le dejaba un Avensis familiar muy bien equipado por 30.000 euros, y después de algunos días de meditación, por fin se decidió y se compró lo que realmente quería. El sábado por la tarde recibí una llamada: Volvo XC90. Bien. Rebien, de hecho.
















Esto ya es otra cosa…

Mis experiencias recientes con Volvo son de lo más desalentadoras. El S40 es para mí uno de los paradigmas de coche aburrido. Ni es lujoso, ni es divertido, ni llama la atención, y es todo tan artificial y aislado, que sólo le encuentro justificación para aquellos que aprecian el hecho de desplazarse de un lugar a otro sin absolutamente nada que excite, perturbe, trastoque, incomode o proporcione confort extremo. Porque además el que yo tuve alquilado era un azul ni claro ni oscuro. Aquello no podía ser más anodino, dentro del supuesto lujo y la supuesta distinción que se entendía del modelo.

El XC90, sin embargo, no tiene nada que ver. De entrada he de decir que es un coche que me gusta. De entre los SUV racionales, mis tres favoritos siempre han sido el BMW X3, este Volvo XC90, y un auténtico todo terreno (aunque no lo parezca) como es el Porsche Cayenne. El de Volvo no es un gran todo terreno, ya que ni tiene reductora ni mucho menos diferenciales bloqueables, que son esas cosas que tanto aprecian quienes se meten por sitios imposibles a destrozar coches y caminos. Personalmente dudo que me hiciesen falta, aunque de tener un Cayenne no les haría ascos. Que no sea capaz de pasar por esos pedreros llamados “trialeras” me trae sin cuidado, sobre todo tras ver cómo se comporta en el uso que yo quiero de un coche así, que es curiosamente el mismo que le dará mi amigo el Marqués de Vegagarcía: ir y volver a cualquier sitio con confort, distinción, capacidad, pero sin aburrirse hasta el extremo.

















Por fuera todo es una cuestión de verlo y decidir. A mí me parece discreto y bonito, especialmente en este color azul tan oscuro. Por dentro, tras las últimas impresiones causadas en mí, mayoritariamente de risa infinita, por el Dodge Nitro, podría exagerar y llamarlo “la perfección del lujo sobrio”, pero tampoco es para tanto. Los acabados, el equipamiento, el tacto, las distancias, y todo aquello que uno puede observar en el interior de un coche equivalen a lo que esperamos a día de hoy de un familiar de 60.000 euros, sin querer con ello justificar ese precio, pues ni lo he hecho nunca ni lo voy a hacer ahora. Los asientos resultan confortables, de calidad, tanto por forma como por tapizado y dureza. Cierto es que se puede echar en falta algo más de sujeción para el conductor, pero éste no ha de olvidar que no va en un deportivo pequeñajo parecido a un kart, sino en un todo terreno más próximo a un camión. Detrás el espacio es muy amplio, como debe de ser. Y más atrás hay dos asientos plegables minúsculos que imagino permanecerán discretamente guardados en sus sitios correspondientes. Así, el maletero que nos queda no es especialmente profundo, sí con una boca de carga muy alta, y aunque bastante ancho tengo mis dudas sobre cómo acomodará el equipaje de cinco personas sin que uno termine yendo con todo a la vista.
















En este maletero uno puede levantar una tapa extraña, que hará de separación hacia la mitad. Supuestamente sirve para acomodar las bolsas de la compra, aunque entiendo que quien tenga este coche hará compras bastante más grandes que las que caben en ese hueco. Y más abajo está el kit anti-pinchazos, dado que el coche carece de rueda de repuesto. ¿Error? ¿Fallo? Pues miren, yo nunca he pinchado más que con la bici, nunca he cambiado una rueda, pago un seguro con asistencia en carretera y, la verdad, si el kit funciona correctamente, bienvenido sea.
















Ya en marcha, cómodamente instalado detrás, la suavidad es exquisita. Las suspensiones trabajan muy bien y no se aprecia un excesivo balanceo en las curvas, aunque eso haga que los badenes de velocidad sí se sientan con una ligera sequedad, muy habitual en los grandes coches hoy en día pero en absoluto similar a la de un BMW Serie 5. La sensación de velocidad a ritmos legales es inexistente, por lo que el viaje pasa a ser una tertulia animada por el paisaje que sí se ve desde estos coches tan altos. No es necesario en ningún momento elevar la voz para hablar con los ocupantes de las plazas delanteras, a pesar de que se sientan bastante lejos de nuestros respaldos. Sí, como he dicho, la amplitud trasera es excelente, a lo que ayuda la configuración de los SUV con sus asientos más elevados. La claridad interior, favorecida por el tapizado beige, es suprema. Puede que en días muy soleados se echen en falta unas cortinillas parasoles traseras. Tendré que comentárselo al Marqués.
















Claridad excelente

Al volante, el XC90 se comporta muchísimo mejor que su hermanito S40. No podía ser menos, claro está. La sensación de filtración absoluta desaparece. Cuando uno da una curva, siente que es él quien está dando la curva. El coche inclina menos en curvas lentas que aquel S40, y si bien se es consciente del tamaño que se lleva entre manos, hay también una relativa sensación de agilidad que no me esperaba. No quiero decir que se conduzca como un 206 o un Serie 1, pero sí por ejemplo como un Golf. El motor, de cinco cilindros diesel, resulta voluntarioso aunque no especialmente potente. La recuperación a base de reducción automática desde 80 hasta 120 es rápida, pero no en exceso. El peso del coche se nota, qué duda cabe. Aunque algo rumoroso en maniobras, y no especialmente fino bajo fuerte carga de acelerador, lo cierto es que por debajo de 2.500 vueltas y ya lanzados, el ruido que hace es imperceptible, quedando oculto por un escaso ruido de rodadura y algún otro aerodinámico cerca del techo. Por encima de ese régimen ya se deja sentir, estirando hasta cinco mil vueltas con ganas. De cualquier forma, los ritmos legales hacen al coche circular por debajo de ese régimen, y tampoco hablamos de un coche que invite a circular a toda velocidad.
















260… mejor que no.

El cambio automático, de seis velocidades y con posibilidad de uso secuencial, es excelente, como no podía ser de otra forma. Quienes reniegan de los cambios automáticos por convertidor de par, generalmente nunca han probado una caja moderna como esta que equipa el Volvo Xc90. Su uso automático es extremadamente suave, y su uso manual lo suficientemente rápido para el tipo de coche del que hablamos. De hecho, imaginándome este coche con caja manual, no termino de ver a un conductor medio realizando la maniobra más rápido que cualquier conductor, por novato que sea, con este cambio automático.
















En el puesto de conducción la palanca queda muy a mano siempre.

En autopista no es un coche que invite a circular rapidísimo. Por ejemplo, el Saab 93 del que ya he hablado en el blog, admite ritmos de locura con total garantía, pero este XC90 se siente más cómodo a ritmos semi-legales. 140 es una velocidad ideal por autopistas viradas, pero no veo el punto de tomar curvas rápidas a más velocidad. El coche es bastante alto, y aunque va muy bien sujeto, ni los pasajeros ni el conductor se van a sentir a gusto a más velocidad. Y de cualquier forma, tal y como están las cosas… no creo que convenga mucho emular a Walter Rohrl.

Las maniobras por ciudad son sencillas. Si bien el tamaño de la carrocería es más que considerable, la visibilidad es muy buena en todos los ángulos, y el cambio automático nos deja concentrarnos más en observar huecos, medir distancias, seguir indicaciones, y todas esas cosas que uno hace cuando intenta salir de un sitio desconocido. Cierto, no es un Seicento, pero tampoco es un coche excesivamente complicado.
















Se ve grande, porque es grande… pero no tanto.

Al llegar de vuelta a casa, la sensación que queda es positiva. Sí, quiero uno para mí, y a ser posible lo quiero ya. Aunque sea el típico coche de chalet adosado, con todo lo que ello suele conllevar, me gusta. ¿Qué no podré hacer auténtico todo-terreno? Me es indiferente, y además creo que sí lo podré hacer. Estaré limitado en caminos de cabras, pero si el todo-terreno es circular por cualquier terreno, se tierra, arena, piedras, cemento o asfalto de circuito, creo que tendré muchas posibilidades de lograrlo, y además de una forma cómoda en cualquier circunstancia.

Quien no entiende y critica tanto el concepto y el objeto de estos coches, es probable que no tenga las ideas claras. Un XC90 permite viajar con más amplitud que la berlina equivalente, con una capacidad de carga considerable, la posibilidad de dos plazas extra, la capacidad para sortear algún que otro camino, tracción a las cuatro ruedas, y la distinción de un coche considerado “de prestigio”. Sí, a un precio alto tanto en compra como en mantenimiento, pero pudiendo pagarlo, ¿qué más dará? Yo lo tengo claro, y a día de hoy prefiero un buen SUV a cualquier sustituto que sé que no me podrá dar todo lo que me da el todo terreno.

Volvo XC90 D5, un gran coche familiar.




















Espacio más que considerable detrás.
















El acceso es muy cómodo.







































Asiento para niños integrado, buenísima idea de mejor factura.
















Maletero modular. La bolsa de Ikea no va incluída.
















Un motor de esos que no se tocan, porque no hay nada que tocar.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Límite de velocidad I

“Yo, a los que cojan por encima de 120, que los metan en la cárcel”.

No se asusten. Tampoco se rían. Esa opinión tan incorrecta gramaticalmente la escuché yo anoche, y encima refrendada por otras dos personas incapaces de entrar en razón. Menuda pandilla, ¿y esa gente puede conducir? Y lo que es peor, ¿esa gente puede opinar? Hombre, por poder… Todas las opiniones son respetables, o eso dicen algunos. Yo lo dejo en que todas las personas son respetables. Ahora bien, las opiniones que parten de una ignorancia absoluta, aliñadas con intolerancia y nula capacidad de escucha y comprensión, son tan respetables como un kleenex usado, que no sirve ni para reciclar el papel. O tienen la validez equivalente a la trascendencia periodística de los “breves” del 20 Minutos.

“Si no se puede pasar de 120, que limiten los coches”.

Otra perla magnífica. Pero no se queda allí, sino que la cosa va in crescendo hasta el punto de pedir 20 años de cárcel, retirada del carnet de por vida, requisado del coche y subasta pública a beneficio del Estado… Digo yo que, ya puestos, se podría solicitar un derecho de pernada sobre descendientes femeninas en mayoría de edad, previa certificación de buen ver, a ser posible.













Pongámonos en situación. En un canal de televisión salen unas imágenes de dos macarrillas circulando a casi 200 kilómetros por hora en unas carreteras de mierda que atraviesan pueblos. Llegado este punto de indignación, es imposible justificar cualquier conducta que se pudiese asemejar a la de estos individuos. Aunque luego resulte que no tenga nada que ver, ni por velocidad ni muchísimo menos por circunstancias. Amigo, ha caído en la trampa, y diciendo la más mínima frase posible positiva sobre una parte del tema, ha pasado al otro lado: es Usted un delincuente.

Don Categórico López es un personaje muy curioso. Se parece a Don Perfecto, de quien ya he hablado en otra entrada, pero al contrario que éste, lo cierto es que una ignorancia galopante le rodea en la mayoría de los temas que aborda con su contundencia absolutista de opinión. Porque sí, Don Perfecto resultará odioso, pero generalmente es un tipo inteligente y cultivado, al que pierde su incompatibilidad con uno mismo y el cachito de envidia que genera por su vida perfecta. Don Categórico no genera ninguna envidia, y sus consideraciones en realidad nunca llegan a trascender más allá del momento en el que se emiten (generalmente a gritos) durante el fin de semana.

Para Don Categórico, alias “el legal”, el límite de velocidad es sagrado. Mejor dicho, es ahora sagrado. Antes… bien podría atravesar España de Norte a Sur en menos de 10 horas. También es sagrado el uso del cinturón de seguridad, aunque detrás no siempre se lo ponga ni mucho menos lo hiciera antes de que hubiese la posibilidad de la multa por ello. Y por descontado, tolerancia 0 al alcohol al volante, de boquilla. Y digo de boquilla porque hasta hace nada bien que bebía en las comidas y en las cenas antes de conducir camino a casa, y no es raro verle a él y sus semejantes en ciertos festejos beber sin problema alguno, aún teniendo que conducir, e increpando al que no bebe con el clásico “por esto no das positivo”. Pero en una tarde de domingo en la que todos nos volvemos más papistas que el papa, ellos nunca hacen ni han hecho ni mucho menos harán todas esas cosas.















Ahí, arreglando el mundo como quien dice...

Luego te encuentras con la realidad del octogenario a 150 por una autopista. Con la del radical circulando bien por encima de los límites en las autopistas extranjeras. Con la del santo habiendo estrellado un coche, con años de experiencia, y sin idea alguna de conducir de forma correcta. Eso sí, ellos son buenos, y si uno deja entrever que ha circulado a casi 200 kilómetros por hora por una excelente autopista despejada, se convierte en el delincuente.

No seré yo quien defienda a toda esa panda de energúmenos al volante que se creen con derecho a todo, que circulan como todos hemos visto bien en televisión, bien en directo. Ni mucho menos. Nunca podré darle la razón a quien se va “de tramo” y avasalla a cualquier cosa que se encuentre en las carreteras, o a quien va zigzagueando entre coches por autopistas sobrecargadas. Y sí seré el primero en crucificar a esa gentuza, generalmente malnacida, que se marca sus carreritas de mierda en ciudad. Pero hay algo que no soporto: la hipocresía del moralista categórico. Porque, además, sé que lo que digo es cierto. Si a esa hipocresía añadimos la necesidad de dar la última palabra y finalizar con razón la discusión apoyándose en la edad y la supuesta experiencia, comprendan que pase de la rabia al más absoluto de los desprecios. Y si pongo “supuesta experiencia” lo hago porque hay gente que nunca aprende, sin que ello sea algo grave. Lo grave es cuando, pese a no haber aprendido nunca, se siga insistiendo en valorar esa experiencia.













“Habría que limitar los coches”.

Claro, claro….. los de los demás, no los suyos. Esto es como el comunista al que le jode que el Estado le confisque la bici. Si cuando la DGT dice “no podemos conducir por ti” tiene toda la razón del mundo, aunque muchos se empeñen en que alguien conduzca por ellos mismos. Resulta patético escuchar a alguien supuestamente entendido en informática, dudar de la existencia de limitadores electrónicos de velocidad. Y lo que es más, dudar de la posibilidad de saltárselos. Pero en realidad provoca pavor oír a la gente pedir limitaciones en sus coches y un control brutal por parte del Estado para el cumplimiento de la Ley.

Siempre he abogado por el cumplimiento de las normas de tráfico, pero desde la conciencia de cada uno. Quizá haya gente que nunca vaya a aprender, como cierto personaje de un foro de automóviles que, no contento con haber destrozado dos coches en sus escasos meses de experiencia con carnet, sigue empecinado en protestar contra los límites de velocidad y emitiendo juicios de valor sobre las demás normas. Es algo que está ahí. Desde luego que cualquiera podría pensar en esa limitación obligatoria como una solución para esta gente, pero la realidad es que sería inefectiva. Sencillamente hay gente a la que no se le debería permitir conducir, pero eso no tiene nada que ver con que en ciertas ocasiones se estruje el coche, o que bajo determinadas circunstancias se circule más rápido de lo permitido.

La coherencia en las normas y en su aplicación, y la firmeza en la aplicación de castigos es lo que ha de restaurar la autoridad que parece estar perdida. Equiparar a quien circula por una buenísima autopista vacía a X velocidad, con el gamberro que hace carreritas por las rondas de circunvalación, mientras tenemos túneles más estrechos con un límite de velocidad superior al siguiente (más ancho), escasísimas patrullas circulando por las carreteras, nulos radares en carreteras de doble sentido, o límites de velocidad fijos independientemente de las circunstancias, hace que la confianza en esa autoridad caiga. Y caiga hasta el punto en el que Don Categórico abogue por un Estado Policial más propio del 1984 de Orwell.





















Y eso asusta. Porque Don Categórico “Legal” de Findesemana y López no piensa realmente lo que dice. Y lo que es más grave, habla sin saber. Para él, circular a 120 km/h por una autopista es lo legal, aunque diluvie, o aunque lleve a alguien detrás con prisa yendo por el carril izquierdo. A fin de cuentas, ellos son los únicos con derecho a exigir de los demás por el mero hecho de ir cumpliendo una norma. Cuando tú cumples las otras normas por convicción personal pero cometes la imprudencia de saltarte una, bajo unas circunstancias determinadas en las que el mismo Don Categórico también se la salta, no puedes llevarle la contraria. Para ellos, la tolerancia y la convivencia con los que en un determinado momento no se ajustan a sus convicciones, debe de ser inexistente. Y eso les pasa en todos los ámbitos de su vida. El problema es que en la carretera corremos el riesgo de matarnos. Y no daré yo más razón al que incumple que al "legal", pero tampoco pondré por encima de todas las cosas a la norma estricta y concisa, cual clásica jueza en casos de discriminación positiva.

Porque hay que limitar los coches, y poner penas de cárcel al que corra. Imagino que a quien adelante en línea continua habrá que decapitarle. Y si alguien hace un Stop como un Ceda el paso, será merecedor de la expropiación absoluta de todos sus bienes. Luego que nadie mencione otras medidas, como limitar el número de metros cuadrados de los apartamentos en relación a la gente que en ellos vive, confiscar viviendas vacías, limitar el número de trajes, zapatos, estilográficas o perfumes. Claro, esas cosas no causan muertes, podrán argumentar. Que lo argumenten. Yo prefiero decirles las cosas que deben de escuchar y criticarles, aunque luego lo haga con más fuerza frente al inconsciente de las carreras.

El problema de Don Categórico es el mismo que el de los límites de velocidad: el extremismo y la inmovilidad. Unos por creerse por encima del bien y del mal, y otros por no poder adaptarse a las circunstancias reales de cada situación. Los segundos tienen una solución: aplicación de límites variables que tengan en consideración la densidad del tráfico, el clima y las características de la vía, apoyados por una mayor firmeza en la aplicación de las penas. Para los primeros, por desgracia, no creo que haya solución. De hecho, si alguno ha empezado a leer este artículo, es probable que no llegue hasta el final y termine cerrando la página. Igualito que esos a los que tanto critican. Igualito que cuando ellos tiran la piedra y esconden la mano.

martes, 6 de noviembre de 2007

Ayala Spa & Fitness, Oviedo

Es impresionante lo mucho que da de sí un local antiguamente ocupado por un cine. En Oviedo, Asturias, hay dos ejemplos interesantísimos: el antiguo Cine Ayala y el aún más antiguo Cine Aramo. Este último, en plena Calle Uría, se puede visitar en horario comercial, al haber sido reconvertido en una tienda de unos conocidos grandes almacenes. Si tienen oportunidad, no lo duden. En la primera planta se conservan aún tanto el suelo como muchos de los adornos de madera de las paredes. Abajo, las puertas del hall siguen siendo las originales. Ciertamente es espectacular aunque, por desgracia, la categoría de la tienda actual… se queda pequeña.

El caso del antiguo Cine Ayala, situado en la calle Matemático Pedrayes, es quizá más brutal. Cierto es que pude conocer mucho más el antiguo cine, que cerró hace pocos años, y quizá por eso me llame más la atención. Pero desde luego que el trabajo realizado es impresionante. Conservando las grandes escaleras, muchas de las lámparas, y las paredes del hall (magníficas), sobre el viejo teatro se ha levantado un enorme gimnasio, eso que ahora llaman “centro de Fitness”, en varias plantas y con varios espacios, incluyendo un excelente Spa en sus sótanos. Y todo ello en el pleno centro de la ciudad.
















Antigua lámpara art-decó del cine, aún presidiendo el pasillo de acceso.

Acceder es sencillo, especialmente cuando vives a dos pasos del local. De equipamientos deportivos no hablaré mucho. Lo poco que puedo decir es que, a primera vista, parecen de muy buena calidad, sin duda. Y digo sin dudarlo, conociendo a los propietarios y viendo cómo tienen montado absolutamente todo el negocio. Una gran sala de máquinas, con un techo de cristal, al lado del que se dispone de un gran espacio para Pilates, y otro superior para Spinning, sin olvidarnos de una pequeña piscina con sistema de contra-corriente, junto al Spa. Además, también dispone de salas para masajes y tratamientos de belleza y estética. El hall es bonito, pero de nada serviría sin un personal de recepción atento, eficaz y discreto. Para el visitante primerizo, seguro que habrá alguien dispuesto a mostrar las instalaciones. Y tras una visita así, lo difícil es no quedar convencido. Merece la pena.

Si bien los vestuarios quizá sean un poco justos en cuanto a espacio y taquillas, lo cierto es que son bonitos, agradables y limpios. Uno no acostumbra a quedarse de charla entre hombres desnudándose, la verdad, y no estando en absoluto obeso, no necesito siete hectáreas de vestuarios. Pero cierto, podrían ser un poco más grandes. Al mismo tiempo, hubiera preferido unas duchas con grifos verdaderos, de abrir y cerrar, pero entiendo que siendo vestuario común para todas las instalaciones, es preferible la clásica ducha de botón. De cualquier forma, aunque la presión es un poco baja, la temperatura es fácilmente regulable, y eso sí que se agradece.
















Camino del Spa.

Para el servicio de Spa, el centro proporciona toalla y albornoz, siendo obligatorio el uso de gorro de baño, así como las “chanclas”. Pensé que darían también jabones de ducha, pero eso es algo que tengo que confirmar. A mí, desde luego, no me los dieron. Nada grave, sabiéndolo de antemano. Recordemos que no se trata del Spa de un hotel, sino de un centro deportivo con más servicios. Una vez cambiados, bajamos por unas exquisitas escaleras en piedra hacia el sótano, pasando del ambiente deportivo de la sala de gimnasio, a la zona relajante con luz muy tamizada del agua. Allí, siempre habrá una persona dispuesta a mostrar cómo funciona todo, en el caso de ser “novato”, o sencillamente para saludar, retirar tu albornoz, y asistirte si lo necesitas. Y con educación y discreción, que es algo que siempre se agradece. Sí, me gusta que me traten de Usted.
















Dan ganas de meterse, ¿verdad?

La decoración y el ambiente son magníficos. Muy logrado absolutamente todo, con una bonita iluminación mediante luces indirectas y velas. La piscina no es especialmente grande, pero todas sus estaciones están bien estudiadas. Tampoco veo necesario un tamaño mayor. Comenzamos con un masaje plantar, que va subiendo a las piernas, para pasar a chorros lumbares. Un pequeño pasaje simula un río en el que caminar y dejarse ir, continuando con un jacuzzi más violento, justo antes de pasar a los tres chorros cervicales, escalonados de mayor a menor intensidad. Por cierto, el primer chorro es brutal, y conviene cuidarse mucho de no recibirlo directamente. Pero, al igual que todas las estaciones, la duración es la justa y necesaria. Termina la piscina con un frigidarium pequeño y un caldarium con camas de hidromasaje. Un detalle importante es el tratamiento del agua, no hecho ni con cloro ni con ozono. Y digo importante porque, aunque el bromo con el que lo hacen reseca bastante la piel, lo cierto es que no provoca alergias ni picores.
















Iluminación perfecta, como la piscina.

Tras la piscina, podremos pasar al baño turco y a la terma romana. Deliciosamente realizados en azulejos de cerámica, el primero tiene una humedad y una temperatura perfectas. La terma, que no sauna finlandesa, quizá resulta un poco ruidosa. La verdad es que sigo prefiriendo la sauna clásica de madera, pero ésta resulta agradable. Además, la música del baño turco es muy relajante, pero con el volumen justo. Después, accederemos a las últimas tres estaciones, compuestas por un pequeño camino empedrado y bañado en aguas de diferentes temperaturas, un pasillo de agua simulando lluvia, y tres duchas diferentes que alternan igualmente calor y frío. Ni que decir tiene que ninguna de las estaciones es obligatoria, pudiendo elegir las que se deseen. El hecho de no haber mucha gente a determinadas horas, lo hace aún más posible.
















Caldarium con sus camas de hidromasaje.

Finalizado el circuito, un detalle excelente: ¿qué le apetece beber? Disponen de zumos de limón, naranja, multifrutas, o simplemente agua. Parecerá una nimiedad, pero se agradece, y mucho. A mí tanta piscina y tantos chorros me provocan mucha sed, por no hablar de las ganas de ir al baño… Unos momentos de charla tranquila, y una hora larga después de haber entrado, estamos listos para ducharnos y cambiarnos. Quizá apetezca quedarse a leer o tomar algo en el hall, mientras se acerca la hora de tomar un aperitivo.
















Tranquilidad absoluta, gracias a la violencia del agua.

En definitiva, un nuevo (en Asturias) concepto de centro deportivo, con un excelente Spa ciudadano absolutamente recomendable, pero también más servicios tanto deportivos como de belleza.
















Piscina de contracorriente.

Ayala Spa & Fitness, 25 euros la sesión de Spa para no socios. Una inversión en relax, otra forma de llegar a casa tras una jornada de trabajo. ¿Recomendado? Por descontado.

Matemático Pedrayes, 2. 33005, Oviedo – Asturias.
Teléfono: 985 273 339
www.ayalaspafitness.com
 
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