sábado, 29 de septiembre de 2007

Isla de Man

Me van a permitir esta entrada tan corta, personal y sin sustancia, pero la intriga me corroe. Justo al final de esta página, pueden ver un pequeño icono en el centro que indica Stat Counter. Se trata de un contador de visitas y generador de estadísticas. Está bien, te hace darte cuenta que tu blog es leído, aunque evidentemente no al nivel que esperabas cuando lo creaste (reconozcámoslo, no hay 54.000 visitas diarias en estos blogs particulares).
Una de las posibilidades gratuítas de Stat Counter es un mapa de visitas. El anonimato en Internet no existe, y haciendo click sobre las chinchetas, se puede ver la IP del visitante, cuánto tiempo estuvo, cuántas veces recargó la página, y si se paga, desde dónde hizo click para entrar en el blog. Mirando el mapa, he podido ver que alguien me lee desde la Comisión Europea, así como varios desde América del Sur, y alguno desde Estados Unidos. Una vez le pedí a una amiga de Bahrein que entrase en mi blog, sólo por ver la visita en el mapa (esta chica no habla nada de español, poco iba a leer). La sorpresa llegó esta mañana al observar una discreta visita desde el centro del archipiélago británico. Acercando la imagen....

















Pues desde ahí, ya ven.

Sí, es la Isla de Man, ese lugar tan extraño en medio de la niebla y la lluvia, sin restricciones de velocidad en las carreteras, paraíso fiscal, estado con gobierno, leyes o sellos propios dentro del Reino Unido, y con la página web turística más optimista que conozco. Un lugar probablemente apasionante... sobre todo por su tratamiento fiscal. Pero bueno, es lo de menos. Lo que me lleva a poner este artículo antes de visitar la zona, es hacer una llamada al visitante desconocido de la Isla de Man, porque es fácil el que a la cabeza se me venga el nombre de alguien muy conocido en Inglaterra...




















Qué va, no puede ser....

Quizá sea un error del contador, pero desde luego la ilusión no me la quita nadie. Este señor de ahí arriba, famoso por haber comprado el coche sobre el que se apoya en la foto dos veces, tiene una casa bastante particular en la Isla de Man: un faro. Alguien que escribe lo que escribe en el Times y en el Sun, con el aspecto que tiene, y que dice lo que dice en televisión, por narices debe de sentirse identificado con partes de mi blog. ¿Por qué? Porque es una de mis fuentes de inspiración, tanto aquí como en cosas de mi vida privada (que muchos de ustedes desconocen, evidentemente). ¿Hablará español? Boy, would that be great!

En fin, habrá que seguir con esto, pero a lo que sea eso que entra a mi blog desde la Isla de Man, que haga el favor de dejar un mensaje o escribirme a la de ya. Porque me da igual, y si fuese quien debería de ser, sabría que "u turn if you want to, the Count is not for turning".














Cheers!

martes, 25 de septiembre de 2007

Un Golf es un Golf

¿Quién no ha escuchado nunca esa frase? Y es que durante generaciones, el Golf ha sido el compacto por excelencia. No es el más grande, no es el que menos gasta, no es el más rápido, pero tampoco es ni el más caro ni el más barato.

En ocasiones, uno va a un restaurante y se siente abrumado por una carta de vinos que desconoce. Los invitados depositan en ti la responsabilidad de elegir un vino para acompañar la cena, eres el supuesto entendido y seguramente sabrás qué elegir. ¿O quizás no? Dado que realmente entiendes de lo que te gusta, puedes más o menos acertar a imaginar si algo será bueno o malo, y si tampoco el presupuesto es como para ir a por lo seguro, optas por mirar un término medio apetecible, no el más barato pero tampoco el más caro de los asequibles, algo con lo que puede que te equivoques, pero que te dará una cierta seguridad de salir bien del apuro.




















Claro, distinguir eso es fácil, pero cuando hay decenas de referencias desconocidas ya no.

Detesto el término “entendido”, sobre todo por cómo es nombrado con desprecio por aquellos otros entendidos que tienen opiniones diferentes. El clásico “entendido en ordenadores” puede ser tratado de pardillo por el informático arrogante (sepa éste más que el otro, o no). El “entendido en vinos” puede pasar por un snob, un pijo, un imbécil… El “entendido en coches” es mirado con sorna por los otros “entendidos renegados”. Y en todos ellos se da algo común: el entendido puede saber mucho, o puede no saber nada, pero por alguna extraña propiedad conmutativa, siempre tenderá a ser mirado como “inferior” o “ignorante” por parte de los otros entendidos. Y lo que es peor, más de dos entendidos se comportarán así con los otros… Especialmente si, en el caso de los coches, se pronuncia la frase que sirve de título para este artículo: un golf es un golf.

El otro día precisamente estuve conduciendo uno, muy parecido a mi añorado Golf inglés, aquel coche que representaba el summun de lo anodino y de la discreción. Clásico Golf de cuarta generación, gris plata, cinco puertas, acabado básico… que en el caso del británico era un 1.6 automático de gasolina, y en este español el tdi menos potente con caja manual. Qué más da, no pretendo hablar de motores, eso se lo dejo a los “entendidos”. De hecho, me trae totalmente sin cuidado la base mecánica de estos coches, pues se trata de un compacto aburrido y sin alma en ambos casos. Aquel motor de gasolina era un muermo, su caja una automática simple, éste de gasoil sencillamente es de gasoil… A lo que quiero ir es al título: un Golf es un Golf.













Bueno, pues que lo echo de menos... fíjense qué tontería...

Con el paso de los años y los kilómetros, el interior ha envejecido. Pero aunque los detalles en plástico con recubrimiento de goma estén sencillamente de pena, lo cierto es que el coche está bien, entero, sin crujidos, igual de aburrido que cuando se hizo. Todo funciona correctamente, como lo hacía en mi Golf inglés. Supongo que es lo normal y lo mínimo exigible en un coche actual, pero añadámosle el hecho de que el diseño interior sigue siendo agradable, incluso actual. Y el diseño exterior también… ¿Cómo consigue eso Volkswgen?













Es básico, sobrio y algo aburrido, pero no pasan (aún) los años por él.

Cuando se dice que un Golf es un Golf, no creo que se esté poniendo al coche por las nubes. Sencillamente destaca por su mediocridad perfecta, estando por encima de muchos en muchas cosas, a su nivel en otras, y qué duda cabe que costando algo más. ¿Pero qué nos ofrece? Lo cierto es que nos llevamos un coche que va a durar, que seguirá siendo actual durante años, pese a ser sustituido por otra nueva generación. Que seguirá siendo lo suficientemente discreto como para no pasarse de moda, y qué duda cabe que con una calidad de fabricación destacable. Que puede tener fallos, ojo, pero destacable.

Sí, algunos otros compactos cuestan menos y te dan “lo mismo”. ¿Seguro? Un Opel Astra de la época de este Golf del que hablo seguirá siendo un Opel toda su vida, aburrido como él sólo y con ese toque germánico que tienen de “intentar parecer algo”. Un Focus de la época ha perdido toda su gracia del “diseño raro” interior. De un Megane mejor ni hablemos, ídem de un Xsara (¿hay algo más espantoso que un Xsara de cara al amante de los buenos coches?) Es raro que algún compacto popular aguante el paso de los años, desde el plano meramente estético, como un Golf. Y eso lo aprecian sus propietarios cuando lo compran nuevo y cuando lo quieren vender, así como también los compradores del coche usado.
















Tan apetecible como un bocadillo de espaguetis con ketchup.

No creo que me comprase uno a día de hoy, la verdad. Aquel inglés tenía su gracia, y era el coche perfecto para pasar desapercibido entre la locura del tráfico imposible de Oxford. ¿Quién se iba a fijar en alguien en un Golf gris de cinco puertas con placa “normal”? Nadie, porque seamos sinceros… ¿quién se podría comprar ese coche así de primera mano? Pudiendo ponerle otro color más vistoso, un acabado más bonito, un poco de “alma”… Pues sí, alguien se lo podría comprar, porque sabría que se estaba llevando un coche para muchos años con el que ir de A a B, con un poco de lujo, un poco de diferenciación, un poco de “algo” que te haga sentirte más feliz de la que vas a casa, sea por gusto, sea por un sentimiento de seguridad, o sea por lo que sea.















Yo esto no lo cambio por un compacto...

Ahora me permitirán que salga a dar una vuelta con mi descapotable. Es que está el suelo mojado, hay obras cerca de casa y me apetece ensuciarlo. El Golf… no me serviría para ello. Pero vamos, ni el 1.9 TDI más básico, ni el R32 más potente y lujoso. Claro, tampoco podríamos ir dos adultos, la niña detrás, equipajes y chorradas, pero es que si salgo ahora es porque no tengo otros compromisos.

Volkswagen Golf, no caigan en el papanatismo de muchos fanáticos, pero tampoco crean que es tan malo.

Voodoo Lounge

Entre los grandes misterios de la humanidad, hay uno que de siempre me ha apasionado. ¿Hasta qué niveles de hambre había llegado el primer tipo que se comió un percebe? ¿Sería el mismo que se destrozó las manos para comer una mierdecilla naranja sacada de un erizo de mar? ¿Su alma gemela sería aquel que un día agarró una trufa y la usó como condimento? Seamos realistas, un percebe es como una especie de pene del Terciario, duro como una piedra, imposible de coger, realmente espantoso. Un erizo de mar, que en Asturias llaman oricio, no es más que una bola de pinchos entre negro y verde, ideal para pincharse con uno de la que escapas antes de que te pillen las olas mientras estás cogiendo percebes. ¿A qué niveles de desesperación se llega para comerse un oricio? ¿Se habían acabado las acelgas, o el mismo césped?














Y lo curioso es que incluso sabe bien...

Y lo de la trufa ya es definitivo, porque además de imposibles de encontrar y feas como un testículo atrofiado de dinosaurio, huelen mal. ¿Cómo demonios alguien se pone a condimentar un plato con algo que parece un fósil escatológico, incluso en el olor? Recuerdo una tarde en cierto hotel parisino al que fui con una amiga a tomar una tónica, y nos encontramos con una subasta de trufa blanca de Alba. Bueno, la subasta había sido por la mañana, pero el olor todavía perduraba en el hall. En el hall, en el bar, en el baño y temo que en las habitaciones también. ¡Qué guarrada!
















¿Llevarse esto a la boca? Por favor...

Y es que hay cosas, sitios y personas que no resultan ser lo que parecen, sobre todo si se trata de tener mala pinta y resultar un descubrimiento. Sí, un gañán seguirá siendo un gañán por mucho que se ponga un traje de Brioni, pero no es de lo que yo hablo. Yo hablo de ese tipo lleno de tatuajes y que gusta de beber, pero que resulta ser lector de filosofía clásica y tiene una conversación interesantísima. De ese personaje al que un pijo engreído nunca se acercaría, por descontado, pero sólo por prejuicios por parte del pijo, no por la suya. Ese tipo que mezcla en una misma foto un coche pintado con llamas, un look años 60 macarril, y una gorra Ferrari. Y cuando un tipo así se junta con otros y otras, tienen una tienda, tienen éxito, y demuestran no ser lo que parecen, diversifican el negocio y abren un pub. Como tiene que ser.
















El sótano del local.

El Voodoo Lounge no es evidentemente tan bueno como unos percebes, unos oricios o unas trufas, no nos vayamos a engañar. Tanto en Oviedo como en Gijón, por no salir de Asturias, hay sitios “mejores”, entendiendo como mejor algo más caro, con más medios, mejor situado, etc… Pero no importa. El Voodoo Lounge es un sitio magnífico, muy bien aprovechado, y en el que lo mismo se junta una pareja mayor a tomar su copa, que unos cuantos tatuadores a tomar cervezas, que un pijo como yo junto con un colega músico a tomar algo, cenar y descubrir un sitio más al que poder ir cuando apetezca.
















Anaïs, pegatinas de skate, variedad de alcohol... y estética perfecta.

Partiendo de un local clásico de pinchos y cafés, Dressy y sus colegas han logrado un ambiente agradable, con un toque de hawaiano, sesentero roquero, surfero… La decoración está excelentemente conseguida, con un sótano oscuro con su techo negro con toque de purpurina, su iluminación agradable, y sus sofás y asientos en los que estar todo lo tranquilamente que se pueda tomando lo que apetezca. O cenando, claro. La cocina es muy simple, es de esperar. Tacos, quesadillas y demás platos entre mexicanos y californianos, tan fáciles de hacer como de comer. ¿Y? No es bueno andar siempre comiendo exquisiteces y bebiendo el último vino de moda. En la variedad está el gusto, y en el Voodoo Lounge uno encuentra la alternativa de supuesta “comida basura”, pero hecha en casa.

Tampoco es bueno ir a los sitios a juzgar al servicio y a la calidad del mobiliario. Menudo agobio sería eso, al menos para mí. A veces, como con la cerveza Bud americana, apetece algo de informalidad. Lo que no apetece es que, por esa informalidad, se caiga en lo vulgar, lo zafio, lo cutre y lo incómodo. Ese es el sitio del Voodoo Lounge, donde puede que una cerveza te cueste un poquito más que en “el cutre”, pero donde sabes que, pese a las apariencias, no serás tratado de forma distinta si no te ajustas al look aparentemente oficial del lugar. Vamos, que no hay que ir tatuado hasta las orejas, con calcetines rosas y conduciendo un cacharro americano de 6 metros pintado de negro mate para sentirse a gusto allí.

Otro de esos sitios que puedo decir me gustan.

















Voodoo Lounge, no siempre abierto, pero merece la pena intentarlo.

Torcuato Fdez. Miranda, 12, Gijón

Novedad: Andrés y colegas decidieron cerrar el Voodoo Lounge pocos días después de haber estado yo. Bueno, ya estaba cantado, pero al final lo han cerrado. Volverá a abrir con nuevos dueños, pero desconozco si en el mismo estilo.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Royal Air Maroc

Ya he comentado que este verano estuve en Marruecos. Mi trayecto aéreo debería haber sido con la compañía Royal Air Maroc, pero ésta tenía concertado el vuelo con su filial “low-cost” Atlas-Blue. Temí al principio encontrarme con un clásico viaje modelo low-cost-easy-jet, pero nada más lejos de la realidad. Al final, se resumió todo en un avión más moderno y más capaz, y servicio de compañía aérea clásica con menú a disposición. El vuelo que realicé fue un París - Tánger, ida y vuelta. Generalmente me gusta hacer una pequeña introducción para amenizar la lectura, pero hoy pasaré directamente al asunto.
















El gran problema de viajar en estos vuelos es el compartir terminal de aeropuerto con las demás compañías low-cost. Parecerá tontería, pero lo cierto es que la Terminal 3 de Charles de Gaulle es bastante pobre, cutre y mal organizada, sobe todo si la comparamos con la 2 del mismo aeropuerto. Demasiadas colas por todas partes que te impiden llegar a la de tu mostrador de facturación, más luego una cola inmensa para pasar los controles de seguridad. Supongo que, como son low-cost, el cost de personal del aeropuerto también se hace low, de ahí que en pleno Agosto parisino sólo hubiese un arco de seguridad funcionando para todos los vuelos de la terminal. Sin embargo, los precios de los bares tienen mucho de cost y poco de low. El embarque se hace en bus hasta el pie del avión, a la antigua, subiendo por enormes escaleras cual Jefe de Estado o Papa en viaje oficial. Vamos, que a uno sólo le falta darse la vuelta antes de entrar en el avión y saludar, aunque sea al técnico de mantenimiento.














Que es más o menos así esa T3...

Ambos vuelos fueron bastante tranquilos, en lo relativo al vuelo en sí. No es difícil, siendo aviones modernos que prácticamente vuelan solos. El catering servido procedía, curiosamente, de España. La comida del viaje de ida me resulto bastante buena, sin miedo a reconocerlo. Un platito de pollo en trozos, asado y bien condimentado, acompañado de pasta, más luego una ensalada y un pastel de postre. Lo dicho, decente e incluso rico, dejando de lado la incomodidad que siempre conlleva el intentar comer en un asiento de un avión. La cena del viaje de vuelta fue asquerosa. No peor que aquella terrible del Eurostar, pero yo no me resigné y el plato principal (pollo al detergente, me temo, sabiendo como sabía) quedó entero en su bandeja. Un detalle negativo es que el té que servían no fuese moruno, sino simple té clásico. Yendo o viniendo de Marruecos, es lo menos que uno podría esperar. Como si vuelas a Cádiz, te ofrecen Manzanilla de aperitivo, y resulta ser una infusión en vez del clásico vino blanco seco. Por lo demás, un servicio adecuado tirando a normal, pero que siempre se agradece en estos vuelos.














¡Ostrás, dónde me estaré metiendo!

El avión era un Airbus A321, modernísimo, limpio, bien decorado y en muy buen estado. Eso sí, lleno de asientos. ¿Diferencia con los de Iberia, Air France o British Airways? Pues con respecto a algunos, se notaba más moderno y vistoso, siempre con ese aire de limpieza a estrenar de algunas low-cost recién inauguradas. Tapizados en su sitio, moquetas limpias y, aunque fuese por pura coincidencia, ninguna miga de pan perdida por mi asiento, algo con lo que es fácil encontrarse en las compañías clásicas. Nada que objetar, pues, al respecto de esto tampoco.















¡Este, era este!

Parece como si todo hubiese sido bueno, ¿no? Extraño entonces que esté escribiendo yo algo, me temo. Pasemos pues a la parte cómica del asunto, compuesta fundamentalmente por las instrucciones de in-seguridad y el personal viajero. Como estaba de vacaciones, preferí tomarme todo con mucha tranquilidad, empatizar con el público y, directamente, pasar del tema aplicando buenas dosis de sentido del humor.

Las instrucciones para la seguridad dentro del avión fueron resumidas a la ida, pero es que a la vuelta pasaron a ser prácticamente inexistentes: puertas ahí, el chaleco allí. De verdad, a la vuelta nadie nombró las máscaras de oxígeno, aunque para hacerlo como a la ida lo cierto es que no se echaron en falta las indicaciones. Sobre recomendaciones de uso de aparatos electrónicos, es decir, “lo del móvil”, por ahí dejaron caer que mejor que no, pero nadie pareció hacer caso, pues tanto en despegues como aterrizajes se oía a la gente de charla telefónica o recibiendo mensajes. Otro motivo para el LOL, sin duda.
















Viene a ser todo como esto, más o menos...

¿Y el comandante? Nos contó a los pasajeros el plan de vuelo en ambas ocasiones. Y digo en ambas porque fue el mismo, curiosamente. Y menudo personaje… no por lo que decía, que siempre resulta agradable escuchar datos de velocidad, altitud y por dónde pasamos, sino por cómo lo decía. El oír a un comandante empezar cada frase con un “bueno, miren…” resulta cómico. Cuando aquello es como si lo dijese un paisano en un bar tomando un vino, y todo eso viene después de lo comentado anteriormente, la cosa ya parece de película de los hermanos Marx. “Camarero, dos cervezas…”

Pero sin duda lo que más me llamó la atención fue el personal que venía de viaje. Tuve la sensación de que aquel vuelo iba a despegar vacío, y para evitarlo los responsables de la compañía aérea se habían pasado con un par de autobuses por los barrios cercanos al aeropuerto, recogiendo gente con poco o nada que hacer y así cubrir huecos. No sé si saben qué tipo de barrios abundan por el Norte de las afueras parisinas, pero si no es así, procuren no meterse por ahí si vienen de viaje. ¿Recuerdan los disturbios con coches quemados cada noche? Sí, por allí era. Pues imagínense el avión lleno de chavalería (y no tan chavalería) de la zona, nerviosísimos porque se van de vacaciones a su Marruecos familiar, con el MP3 a todo volumen, el móvil incesante… sumado a la virginidad aérea para muchos de ellos. Nervios, no saber qué hacer con la bolsa de mano, ninguna atención a lo (poco) que dicen las azafatas, enfados porque el avión tarda en despegar, mosqueos por los ruidos del despegue, un mensaje que llega al móvil, el otro que no se entera de nada, las gorras puestas en extraños ángulos sobe la cabeza estando dentro del avión… y entonces ocurre lo genial: avión estabilizado en el aire y todo el mundo en pie. Impresionante, medio avión de paseo por los pasillos, cambiándose de asiento, al baño, al otro baño, al baño otra vez con el colega para enseñárselo, de charla con el otro amigo en el pasillo delante de tu asiento, y todo ello sin ninguna muestra de educación, ninguna cortesía, ningún pensamiento de molestar al otro. Súmenle una forma de hablar desagradable.















Ambiente similar al del vuelo

¿Nos pegamos ya el tiro? Quizá merezca la pena esperar al aterrizaje, que evidentemente fue finalizado con un aplauso. Uno pone ya cara de icono “rolleyes” e intenta abstraerse pensando en la semana de vacaciones que espera. Semana tras la cual volvemos a lo de antes, pero con el añadido de una terminal tercermundista en el sentido literal de la palabra (ojo, no se puede considerar como malo estando en un país del Tercer Mundo) y el detalle definitivo que llega una vez todo el mundo está instalado y el avión a punto de despegar:

A continuación, siguiendo las normas de la legislación francesa, procederemos a la desinsectación del avión.

¿Qué? ¿Queeeeeeeeeeé? Eso mismo, el azafato saca dos sprays de lo que parece ser Raid, coloca uno en cada mano, extiende los brazos, apunta al techo, dispara y recorre todo el pasillo del avión, inundándolo todo con una nube de aerosol. Glorioso.
















Système de Fumigation Personnel, à la Royal Air Maroc

Royal Air Maroc, una clásica “compañía de bandera” con precios también clásicos. Al menos el pollo de la comida de la ida no era malo.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Eurostar, grandísimo invento

Desde hace unas semanas estoy viviendo en un chalet. Acostumbrado a mi piso de París, más conocido como “La MIR” por su altitud, su tamaño y su distribución estudiadísima (además de su antigüedad, claro), no puedo decir que esto se me haga grande, porque uno se acostumbra muy rápido, pero sí que es cierto que tardo “más” en llegar a los sitios. Si estoy en la cocina y recuerdo que he de imprimir algo, tengo que subir dos plantas escaleras arriba, cuando antes bastaba con atravesar una puerta. Del salón a la cama tengo otro piso de diferencia, y aunque los baños estén siempre cerca, se echa de menos el llegar de la cama a la nevera en un segundo. Quizá esté demasiado acostumbrado a los minibares de los hoteles, no lo sé.

Vivir aquí en relación a la MIR es como pasar de vivir en una pequeña ciudad de provincias a una gran capital mundial. Sigues teniendo de todo, pero todo está más separado, todo te lleva más tiempo. Todo excepto ese algo que siempre te queda más cerca en la gran ciudad.




















Será un sitio pequeño, pero vaya vistas...

Desde la MIR al parking en el que mi descapotable (o debería decir capotable, pues el techo casi siempre va plegado) descansa en París, tengo un trayecto que suele rondar los 40 minutos. Sí, sonará a locura, pero eso da ciertas ventajas: no lo sacas tanto como lo harías de tenerlo debajo de casa, nadie en el barrio ha de saber que tengo ese coche, el parking es infinitamente mejor, más moderno y limpio, y supone un ahorro considerable por la diferencia de precio. Son 40 minutos entre paseo a pie, cruzar el río, subir en el tranvía, recorrer todo el Sur del barrio XV, bajar del tranvía, y otro trayecto sea a pie, sea en bus. De locos. Desde el salón de mi actual casa al garaje tengo, exactamente, 15 pasos distribuidos en dos secciones de 7 y 8, y 14 escalones. Sí, acabo de contarlos en un acto de frikismo absoluto que me ha valido miradas raras por parte del personal.

¿Qué es eso que te queda más cerca en la gran ciudad? La facilidad para ir a otras grandes ciudades, sobre todo si se trata de trayectos tan sencillos como coger el Metro. Salgo de casa con una mochila y la bolsa de la cámara de fotos, no necesito más equipaje. Tomo la línea 9 desde Exelmans hasta Lafayette, cambio para la línea 7 (creo) que me deja justo delante de Gare du Nord. Podría hacer otras combinaciones y no ver la luz solar en ningún momento, pero me gusta entrar en las estaciones a pie, y el subsuelo de la Gare du Nord parisina es todo menos un lugar agradable y seguro. Ahí hago otra cola, me controlan el billete y el pasaporte, paso a otra sala, y tras un rato más en un tren que parece ir bastante rápido, aparezco en otra estación. No me bajo y espero a la siguiente, pues sinceramente conozco Ashford y no le veo interés, así que tras otro rato algo más corto, el Metro lujoso se para y aparezco en una estación con indicaciones en otro idioma. Salgo por una puerta y un autobús urbano de dos plantas me confirma que estoy en Londres. Señores, en Metro. Un transporte en el que puedes ir a casa de una amiga, volver del trabajo, ir de rebajas, ir a comprar un coche, o darte un paseo por Londres. Un transporte que odio, todo sea dicho, y que siempre evito lo más que puedo, pero cuando el Metro se transforma en Eurostar, se hace imprescindible.

















El tren en la estación de Waterloo

Mis experiencias en el Eurostar son de lo más variadas. He probado todas las clases, he viajado en todos los horarios, y he visto lo que son trenes llenos y trenes vacíos. Curioso, cuando lo cierto es que ni lo tomo a diario ni tampoco una vez al mes. Será suerte. El trayecto desde mi casa viene a suponer el mismo tiempo que el viaje en avión desde Orly o Charles de Gaulle a Heathrow o City-Airport. Stansted y Luton están realmente muy lejos de Londres, y no compensa nunca por tiempo. La gran ventaja del tren es que la duración total del viaje puede depender de lo cerca que uno esté de la estación de salida (no es el caso de mi casa, evidentemente), más luego la diferencia psicológica entre acabar el trayecto en tren y salir al puro centro de la ciudad, o acabarlo en avión y necesitar otro tramo largo de tráfico insufrible.

Las salas de espera tanto en París como en Londres son bastante decentes. Alguna tienda, algún kiosko, asientos cómodos y un aspecto de aeropuerto. Me gusta más la parisina, con más luz y vistas a los andenes, algo que siempre resulta atractivo. Si se viaja en clase Business con tarifa plena, o se es titular de la tarjeta American Express Platinum (o Centurion), u otras tarjetas de fidelización de Eurostar, uno puede acceder al lounge de Primera Clase. Se trata de esa sala famosa diseñada por Philippe Stark, con lámparas de lágrimas y muebles ultramodernos, un excelente bar, prensa a disposición, acceso a Internet (eso hace 10 años era novedad absoluta, ojo), azafatas monas y, fundamentalmente, ausencia del mundanal ruido de la zona “popular”, algo notorio en horas punta o temporada alta. Nunca pagaría por entrar en esa sala, pero cuando te invitan a ello o tienes esa posibilidad evidentemente no dices que no, aunque sólo sea porque se está mejor dentro que fuera. De cualquier forma, está claro que nadie se ha muerto por esperar en la zona “normal”, así como no se conocen casos de gente que se haya curado de una enfermedad gravísima, que haya triunfado en la venta de gominolas recicladas, o de parejas estériles que hayan concebido esa misma noche gracias al haber leído el Times en el lounge VIP del Eurostar.




















Un tipo instalado en el Lounge, no parece estar incómodo...

El embarque es el habitual de cualquier TGV. Más o menos uno va pasando y acercándose a su vagón. Los de Primera Clase, Business, Premier, o como lo quieran llamar esta temporada (el tren es siempre el mismo, pero no se aclaran con el nombre), tienen a una persona a cada puerta y otra dentro para ayudar a instalarse o a guardar el equipaje. Porque esto es un tren, y no hay compartimento de carga ni facturación de equipaje. Así, viajar en Turista en días de temporada altísima con varias maletas puede ser un suplicio. Clase Turista en la que no hay nadie para auxiliar, y suele tocar pelea con el clásico que se sienta donde le sale de los webs, sin mirar su billete y mostrándose cínicamente sorprendido cuando alguien intenta ocupar su plaza adjudicada. Esa gente realmente me sorprende y me produce bastante odio.
















Gente embarcando, foto no contractual.

El tren en sí es un TGV francés de segunda generación con decoración específica. Lleva en servicio una década, calculo, y lamentablemente no ha sido lo que se dice “renovado”. Sí, está viejo. Moquetas gastadas y con manchas, tapizados no ya pasados de moda, sino ajados en muchos casos. Equipamiento y diseño ya anticuados… Los años no pasan en balde, y no olvidemos el tremendo uso que tienen estos trenes desde que se inauguró la línea. Los vagones de Business son amplios, con asientos distribuidos en 2 y 1 a lo largo del pasillo. La ventaja es que, si se viaja solo, se suelen obtener asientos individuales. La desventaja es que no están ultralimpios, no son modernos, no hay espacio excesivo entre asientos, y no da ninguna sensación de lujo, clase o distinción. De acuerdo, esto último es una pijada, se ve que sigo con la idea de los grandes trenes de lujo antiguos más parecidos a un palacio que a un avión de los ochenta. Los de Turista es más de lo mismo, pero sin lamparitas de mesa (ejem… no son precisamente lamparitas de Tiffany) y con más asientos. Y más gente.
















Se nota algo usado todo... y eso es un vagón de Business.

En Turista no hay servicio de comidas, y en Business depende del horario. Si se viaja en horas de comer o de cenar, uno será obsequiado con un menú generalmente malo, para qué nos vamos a engañar. De hecho, volviendo una noche de Londres pude probar la peor cena de catering de toda mi vida. La probé, sí, lo reconozco, me gusta el riesgo. El desayuno suele ser mejor, aunque no es nada del otro mundo: un café licuado, un zumo Tropicana, croissant, mantequilla, mermelada, yogur y un plato caliente salado a elegir (fiambres o baked-beans), que yo acostumbro a rechazar dado que ya voy desayunado de casa. En el resto de horarios, un servicio de bar y las gracias. Siendo alérgico a cacahuetes y demás frutos secos, la sensación es bastante pobre.
















Desayuno de Primera Clase, sin el plato salado que suele tener muy buena pinta, todo sea dicho.

Como todos los trenes, se dispone de un vagón Bar. No Restaurante, ojo, sino sólo bar, y bastante caro. Si se es inglesa treintañera, rubia y con carnes, puede resultar interesante para emborracharse y ligar un poco con el resto de viajeros. Yo acostumbro a pisarlo para dar un paseo si viajo sin nada que hacer, pero nada más, salvo que viaje en Turista y me apetezca un sándwich o no soporte a mis vecinos.

El trayecto en tren viene a durar unas 3 horas, calculo, de las que media se pasa en el túnel subterráneo. No, no se ven los peces. En realidad no se ve nada de nada, ni siquiera en el caso de que se pare el tren dentro del túnel, algo que me ocurrió en una ocasión. Los vagones van ligeramente presurizados, dado que es un tren de alta velocidad que circula con picos de 300 kilómetros por hora. Dentro del túnel esa presión se hace más notoria, no siendo extraño el tener dolor de oídos o la nariz taponada. Al ser un tramo corto, se hace soportable, y el hecho romántico de saber que sales a otro país y a otro continente ayuda a hacer pasar el rato. Sí, no logro separar el hecho de viajar, aunque sea por pura rutina, de la idea clásica del viaje emocionante… Pero lo cierto es que el Eurostar en sí no ayuda mucho.
















Esto se ve dentro del túnel.

La llegada a París consiste en bajar del tren, caminar por el andén, salir a la estación, y en la calle decidir si se espera por un taxi, se paga una limusina, se va uno en metro, o se hace como dos señoras que conocí, que ante la falta de transportes dignos, decidieron alquilar un coche para ir hasta su hotel. La llegada a Londres está mucho peor organizada, pues no se sale directamente a lo que es la estación de Waterloo que normalmente se conoce, sino a un ala cerrada llena de indicaciones extrañas que te acaban llevando a una calle lateral con aspecto extraño y peligroso. Ideal para llegar de novato de noche.

En resumen, se trata del medio de transporte rápido entre París y Londres más lógico y sencillo, y más ahora con todas las medidas de seguridad y requisitos del transporte público aéreo, si bien los trenes están pidiendo a gritos una renovación absoluta. Pero eso es algo que te trae sin cuidado cuando un sábado por la mañana decides ir a pasar la tarde y la noche a Londres, como quien decide ir al cine. Esa posibilidad vale su peso en oro. Curiosamente, los billetes de Eurostar pueden resultar realmente baratos.

Eurostar, desde unos 30 euros por persona según ofertas. Upgrades disponibles generalmente con el revisor sobre los 100 euros por trayecto y persona, útil cuando te imaginas un terrible viaje en Turista, vienes con alguien a quien “impresionar”, o sencillamente vuelves cansado.
 
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