lunes, 27 de agosto de 2007

La Maison Bleue, un riad en Fez

Conducir un clásico puede ser una experiencia apasionante. Lo que te queda es el conjunto de todo ello. Puede haber una avería, dos o tres… puede ser un coche con unos asientos blandos y cómodos a priori, puede ser un armatoste gigantesco con un motor sin potencia, o un cacharro canijo en el que no te explicas cómo demonios entraban siete personas y se iban de viaje. Ese aroma a aceite, gasolina, humo y piezas gastadas; esa chapa vieja y dura; ese volante de aro fino que cuesta horrores moverlo en parado; esas ruedas sin agarre… Hay muchas cosas que recordar, generalmente todas ellas malas, pero lo que suele quedar es la impresión general, y ésta tiende a ser buena.

En realidad, se le perdonan todas esas cosas por ser un clásico. Nadie admitiría una berlina actual no ya sin elevalunas eléctricos, sino sin asientos confortables adaptados al cuerpo. Al conducir un viejo Mercedes de lujo, o un antiguo Renault popular, uno se da cuenta de que los diseñadores de antaño se debían de basar en los cuerpos de extraterrestres del Area 51 para trazar las formas de los asientos. O quizá utilizasen mutilados de la Segunda Guerra Mundial, gente sin cabeza, enanos de brazos largos, perros Caniche, o vaya a saber Usted qué.


Y estos ya parecen elaborados, ojo.

Buscar un hotel clásico, capaz de proporcionar una estancia inolvidable en un ambiente auténtico, y encontrarlo, puede ser como conducir un Bentley Speed Six desde Varsovia a Nápoles: será bonito, pero igual sale todo bien que absolutamente todo mal, y hay muchas posibilidades de que sea todo muy incómodo. Que haya gente que perdone no ya fallos, sino ausencias vergonzantes sólo por ser un clásico, puede ocurrir. La diferencia es que, a día de hoy, un Bentley de los años 20 es una joya histórica, y un viaje en él una aventura excéntrica, mientras que un viejo hotel de superlujo anclado en los años indefinidos se convierte en un mero timo, un robo, una basura. Por eso siempre me ha dado miedo ir a un sitio de ambiente clásico, por eso siempre busco el hotel más moderno y renovado de entre las opciones disponibles (dentro del tipo de establecimiento deseado). A uno le vienen a la mente los imperdonables fallos del aire acondicionado del parisino Crillon, los ruidos de las tuberías del madrileño Ritz, los gastadísimos tapizados y el viejo y ajado aspecto del Sofitel Astoria de Bruselas, sobre el que ya escribí en este blog, y muchos otros ejemplos. Cosas que puedes pasar por alto cuando pagas poco y te quedas una noche en un sitio que has elegido por obligación, pero fallos imperdonables que de seguro te arruinarán una estancia en un sitio seleccionado, una ocasión especial, y una factura de varios cientos o incluso miles de euros.


Hombre, para una vueltecita sí, pero para hacer 3.200 kilómetros...

Este verano me encontré en la vicisitud de localizar y reservar un establecimiento de ese tipo en Fez, Marruecos. Miedo me daba… Afortunadamente, ahora sé que acerté. O acerté yo, o hubo la suerte del siglo, que eso nunca se sabe… Pero la impresión general es que el Riad Maison Bleue ha sido todo un descubrimiento. No conozco otros Riads en Fez, pero es que creo que no me hace falta.

Como digo, pasamos una noche en familia este mes de Agosto en dicho Riad, y lo cierto es que no puedo más que recomendarlo al más alto nivel. Su localización es sencillamente perfecta, nada que ver con los nuevos resorts de la zona moderna de la ciudad. Situado justo en una de las puertas de la Medina, el acceso al hotel se hace increíblemente sencillo incluso desconociendo por completo la ciudad. Quizá las puertas sean algo difíciles de encontrar, que nadie busque grandes letreros luminosos, pero una simple llamada al hotel sirvió para que el responsable me reconociese inmediatamente y enviase a alguien para acompañarnos. Segunda advertencia: que nadie se espere ese “alguien” como un joven botones uniformado de exquisita educación y formidable mezcla de timidez y discreción; aquel hombre parecía más bien un desocupado enviado por el jefe a cambio de una propina. ¿Y qué más dará? Estamos en Fez, no en Ginebra, y este hotel es para quien busca una experiencia 100% Fez. Que nadie busque un personal “ultra-high” con corbatas de Façonnable y gemelos Mont Blanc, que se cree importantísimo porque “conoció” a Madonna el mes pasado.


Un detalle del patio interior.

Una vez dentro, fuimos recibidos con té a la menta, el clásico té moruno, e instalados en el maravilloso patio interior para rellenar las fichas de registro. Sí, estamos en un país del Tercer Mundo que vive bajo una dictadura inaparente, y en todas partes hay que rellenar papeles con las mismas preguntas. No importa, en ese patio y tras 5 horas de viaje por unas carreteras terroríficas, uno se siente en la gloria. Teníamos reservadas dos suites, una con cama grande y otra con dos camas separadas. Qué gozada, qué escaleras de acceso, qué maderas, qué colores, qué cestas de frutas esperándonos… pero fundamentalmente qué autenticidad de todo el conjunto. La primera suite era una gran habitación con una zona salón con dos sofás y una mesa, y una preciosa cama con baldaquín, además de un cuarto de baño con una luz natural filtrada por las ventanas de colores. La segunda suite era más espectacular, contando con un primer nivel distribuido como salón, unas pequeñas escaleras, un nivel con otra pequeña salita, y tras un par de escalones y de forma abierta, la zona de las dos camas separadas. El cuarto de baño, de nuevo, dejaba entrar una luz rojiza espectacular.


Salón de la segunda suite.

Cierto, los minibares no están equipadísimos, las botellas de agua son de plástico, no hay secador de pelo profesional, los productos del baño no son Bvlgari o Chanel, no hay interruptores modernos con regulador, la ducha no es de hidromasaje y desconozco si hay conexión a Internet. De nuevo insisto: estamos en Fez, no en Frankfurt. Y sin embargo, todo funcionaba, algo que no puedes asegurar en la mayoría de los hoteles de tipo Palace de Europa, y las televisiones estaban programadas en el Canal Internacional de TVE. Un detalle estúpido, o como lo quieran calificar, pero un detalle que muestra que se preocupan e intentan dar lo mejor de sí mismos, en la medida de las posibilidades del establecimiento.

El propio hotel nos proporcionó un guía para visitar la Medina, algo absolutamente imprescindible. Por una tarifa ridícula para los estándares europeos, a los 10 minutos teníamos a nuestra disposición a un chaval discretísimo, que hablaba un español más que correcto, y que nos enseñó la Medina de forma eficaz y honrada, llevándonos a donde nosotros queríamos ir, más que a los sitios a los que él tenía interés de ir (por las comisiones), y dejándonos para comer en un restaurante que, aún siendo de seguro un sitio de turistas, se descubrió como un sitio excelente y a precios irrisorios. En definitiva, una mañana perfectamente acompañados y guiados, sin duda gracias al hotel.


La Medina... meterse de novato sin guía puede ser la locura.

La cena y el desayuno los hicimos en el Riad también. Quedándose una sola noche, no tiene sentido buscar un sitio fuera para cenar contando con el afamado restaurante del hotel. Afamado y caro carísimo para los niveles marroquíes, pero aún a un nivel alcanzable para Europa (unos 50 euros por persona). La decoración de la mesa era excelente, el servicio discreto y eficaz, la iluminación relajada y atrayente, la animación musical divertidísima y en su justa medida, pero qué comida… Unos entrantes clásicos marroquíes en cantidades abundantes pero sin excesos, un plato de apariencia pesada pero nada más lejos de la realidad, perfectamente condimentado… y uno de los mejores postres que en la vida tomé. Aquello era una especie de pasta de repostería muy dulce y horneada, como en crèpes rotos o milhojas, todo bañado en una crema ligera con aroma a azahar, que hacía imposible el no tener más sitio en el estómago. Gula pura y dura.

El viaje y la Medina nos habían dejado agotados, y las dos suites cumplieron con su cometido: proporcionar el confort necesario para una noche reparadora. A veces te encuentras con camas blandas, colchones algo gastados, aires acondicionados que no funcionan correctamente, habitaciones ruidosas, y todas esas cosas que hacen que no descanses como en tu casa. Sorprendentemente fresco y tranquilo, el patio hacia el que estaban ambas suites orientadas facilitó aún más el descanso. El desayuno del día siguiente sólo lo puedo calificar de alucinante. No esperaba un buffet, sino un desayuno servido, y así fue. De entrada un cuenco de arroz cocinado, entre dulce y picante, dispuesto para alimentar y preparar el estómago para la selección de dulces. Servido caliente, triunfó entre mis acompañantes… personalmente hace tiempo que prefiero los desayunos enteramente dulces y algo salado a media mañana, antes que el gran desayuno de hotel que te deja saciado hasta las 5 de la tarde, así que opté por probarlo y no terminarme el plato. Después, una variedad de pastas, tostadas y crèpes marroquíes, a acompañar con mantequilla, mermeladas o miel, deliciosas. Y todo con café y un excelente zumo de naranja exprimido al instante, como sucede en cualquier lugar de Marruecos. Así uno queda perfectamente listo para iniciar el viaje de vuelta.


El arroz... algo sospechoso, pero no estaba mal.

El Riad Maison Bleue dispone de un segundo hotel, imagino más moderno y grande, con spa y piscina. No lo consideré necesario para una noche, ni lo eché de menos. Quizá quedándose más días se haga apetecible, así que es un equipamiento a valorar también. La factura fue correcta, y en ningún momento se tiene la impresión de estar pagando más de lo debido, algo que generalmente sucede cuando te alojas en un gran hotel que sigue viviendo de las rentas de su nombre.

En definitiva, vinimos a Fez en busca de una experiencia 100% auténtica, y la encontramos, y eso es quizá lo que más pesa en mi valoración. Dar mi enhorabuena al equipo del Riad Maison Bleue, y expresar mi agradecimiento por su hospitalidad es lo mínimo que puedo hacer. Recomendar este pequeñísimo hotel es algo obligado.

Riad Maison Bleue, Fez. Unos 200 ó 300 euros por noche en un lugar sobrio, clásico y a la vez perfecto, que no es poco.

La Maison Bleue
2, Place de L'Istiqlal
Batha 30.000
http://www.maisonbleue.com/

Vanidad

¿Se acuerdan ustedes de Miguel? Si leyeron la entrada sobre el Hyundai Coupé de este blog, recordarán que era uno de mi clase, durante los años de la EGB. Pasemos ahora al instituto… En realidad, se trataba de un Colegio privado religioso. Yo, que en la vida he sido católico, entre curas. Pero bueno, al parecer la educación era buena, y a día de hoy lo cierto es que aprecio los resultados.

Entre la chavalería que acudíamos cada día a clase al son del disco del grupo Kairoi (terrorífico, como es lógico) con el que los maristas anunciaban el inicio de las clases, abundaba el prototipo de pijo clásico en su versión “principios de los 90”. Pueden imaginarse: apogeo del yuppi engominado, el BMW 318is, Banesto, los Levi’s 501 dando paso a los Pepe y Bonaventure (¿qué habrá sido de esa marca?), las camisetas Acid o las camisas de cuadros (todavía vigentes, por otra parte), etc… Ese mismo pijo que, tras la crisis del 93, inventó la moda guarra de rescatar la cazadora de pana o ante (increíble, todos teníamos una) y se vestía algo más desarreglado… pero sin dejar por ello de “despreciar” al que era diferente. Ese pijo odioso, todo sea dicho.




















La cara (el culo) de la época. Así no había quién se concentrase en clase...

Si algo me impresionó al entrar en aquel colegio, era la cantidad de zapatillas de deporte y pantalones que gastaba esa gente. Recuerdo mi primer mes, durante el que una chica que me gustaba no pareció repetir pantalón. Y las zapatillas… que todos llevasen zapatos Camper era lo lógico y normal (ejem…), supongo. Lo que me apasionaba era que un criajo de 14 ó 15 años tuviese tres pares de Nike, dos de zapatos para ir al colegio, cientos de polos y camisetas, dos o tres abrigos y lo que parecían ser miles y miles de vaqueros de marca. Yo venía de un colegio modesto, aquello era una novedad para mí. Me estoy viendo, plena edad del pavo, cambio de voz, granos y primeros afeitados, delante del armario observando mis dos pantalones, mis zapatos sin marca, mis zapatillas Reebok sucias y grises, y mis tres jerseys, dándome cuenta por primera vez de lo que yo creía que era el “tener dinero”. Lo leo y me río, claro está, pero eso ahora, con los años y tras haber vivido bastantes cosas (y las que me quedan).

Aquella gente era feliz demostrando que (sus padres) podían comprar mucha ropa que mostrar. Reconozcámoslo, con 15 años esas cosas nos parecen importantes. Desconozco por completo su vida privada, aunque imagino que sería bastante más sofisticada que la mía de entonces. O quizá no. Claro, para ellos el salir con la bici de monte era algo no ya accesorio o inútil, sino incluso risible. Por favor, ir a embarrarse con una bici… ¿qué harían las mañanas de los fines de semana? ¿Ir a un club o algo? Poco importa. Lo que me descolocaba por completo eran los armarios de las niñas y los niños del Colegio.




















El icono de la época, hoy en día algo devaluado en las afueras parisinas, por cierto.

La otra mañana después de desayunar, hablando con mi abuelo sobre relojes y otras cosas, él pretendía convencerme de que buena parte del público de ciertos artículos de súper-lujo son consumidores por simple y pura vanidad. No hace falta que me convenza, son años de experiencia viendo a diario esas cosas. Me costó explicarle que hay quienes compran y acumulan por mero placer personal, como el que compra arte o el que sale de paseo a ver un bonito paisaje. La diferencia es que hay quien no gasta, hay quien gasta, y luego están aquellos que se dejan el PIB de un tercio de África en una colección, sencillamente porque les gusta y fundamentalmente porque pueden.

Me viene a la mente el caso de Jim Glickenhaus, que además de ser un tipo majísimo, siempre está dispuesto a enseñar su coche. ¿Vanidad? Para algunos sí, incluyendo esas ganas de demostrar a lo que ha llegado y de lo que es capaz. Yo, que tuve el placer de hablar con él y de ver “su coche”, pienso de forma totalmente contraria. Para el que no sepa quién es, decir que tras usar su Ferrari Testarossa a diario (al final lo tuvo que cambiar cuando en el taller le advirtieron de que, de seguir usándolo así, el chasis acabaría partiéndose en dos por el óxido), se decidió a convertir su Ferrari Enzo en un remake del P3/4, esta vez bautizado como P4/5. El resultado es impresionante, y su dueño no para de exponerlo y dejar que la gente lo vea, pero sólo porque considera que ha de ser visto. Y encima lo usa a diario. A ver, Jim Glickenhaus ha creado ese coche para disfrute personal, pero también para disfrute del aficionado que tenga la suerte de verlo. Se podría decir que no sólo no hay “ganas de presumir”, sino un punto de “filantropía automovilística” (con perdón de la expresión), y eso es algo que pocos coleccionistas tienen, reacios ellos a mostrar sus piezas. ¿Por qué esa negativa? Nota: no he querido hablar en ningún momento del dinero que le ha costado ese coche, pues él mismo no lo hace; para Jim, es sólo dinero, siendo mucho más importante el producto final. Lo dicho, ¿por qué esa negativa de muchos otros?














Jim, a la derecha con gorra, con el coche aún por terminar.

Basta hablar con gente llana… perdón, es mejor si digo que basta hablar con el clásico pijo para entenderlo. Y los tiros no van porque ellos hagan eso mismo, sino todo lo contrario. Es generalmente aquel que no puede alcanzar ciertas cosas, el que más critica a quien las muestra. Quien se compra un Audi A4 y lo pasea por la plaza del pueblo, es el primero en llamar “hijo puta” al que aparece por allí con un Porsche 911, pudiendo extenderse el asunto a niveles más elevados, o rebajarlo a otros más mundanos. Cree el ladrón que todos son de su condición, y que por tanto si uno está dejando ver sus posesiones más valiosas, cualquiera que aparezca con algo “más”, lo hace para situarse por encima. Peor es cuando otro aparece con algo “menos” y ellos consideran que presume de lo único que puede tener, no dudando en calificarle de “muerto de hambre” como mínimo. Pobre gente, qué preocupación más terrible ser esclavo de esas apariencias ajenas. Sus “celebros” no alcanzan a entender que hay quien sale a dar una vuelta con su Ferrari, quien viste su reloj Blancpain o Richard-Mille, quien se sienta en el cenador del jardín de casa a escribir (y lo cuenta), quien… sencillamente porque es lo que les gusta, sin pararse siquiera a pensar que quien le observa existe. Eso sí, son los menos. Muchos otros, cansados del “qué dirán”, guardan un respetuoso silencio y se abstienen, dejándose esos placeres privados así: privados.

El otro día tuve la oportunidad de visitar el parking de un tipo, digámoslo de una forma discreta, bastante adinerado. Les diré lo que había aparcado para su uso en París: Bentley Arnage T, Maybach 62, Rolls Royce Phantom, Aston Martin V8 Le Mans, Porsche Carrera GT, Maserati MC-12, Ferrari Enzo y Bugatti Veyron. Sólo un detalle: el Enzo, con sus 2 ó 3 años ya en su posesión, marca la friolera de 800 kilómetros.

Delante del parisino Hotel Plaza Athenée, un cliente árabe ha dejado sus coches aparcados. El asunto es llevárselos por todo el mundo para poder disfrutarlos allá donde esté. En Agosto se pudieron ver entre Montecarlo y Cannes, y ahora que llega Septiembre se trasladan a París. El año pasado eran tres Mercedes SLR y un Pagani Zonda. Este año ha tocado (de momento) el subir dos Porsche Carrera GT, un SLR y un Bugatti Veyron. Efectivamente, el uso es el que probablemente estén pensando: ir del hotel a la cafetería de la avenida de al lado, y volver al hotel. Punto.















Aparcamiento del Plaza, el otro día.

Sirvan esos dos ejemplos como todo lo contrario a Jim Glickenhaus y otros muchos. Esa gente es más que seguro que adoran los coches, que sienten pasión por ellos… pero esa pasión se ve superada, sin ninguna duda, por la de poseer lo mejor y más caro que haya, y poder enseñarse. Que no enseñarlos solos, sino también enseñarse a sí mismos mirando de forma indiferente (pero mirando) a quienes les observan con la boca abierta. Puede parecer que peco de lo mismo que aquellos que he criticado unos párrafos más arriba. No quisiera que se me malinterpretase. Si digo estas cosas es porque he tratado con esa gente (como clientes) y sé de qué palo van. Cuando tienes un Ferrari Enzo, o lo guardas expuesto en una vitrina anti-polvo y te dedicas a contemplarlo, o le metes la caña para la que ha sido diseñado, usándolo sin piedad. Tener 800 kilómetros, máxime hechos la inmensa mayoría sobre el adoquinado parisino… eso es otro tipo de afición.

Esto se ve en los puertos deportivos, se ve en las estaciones de esquí, se ve en los aparcamientos de los hoteles, y si me apuran, se ve incluso en las bolsas de la compra. Esto es lo que domina prácticamente el mercado del lujo desde que el lujo es lujo. ¿Es algo malo? La verdad, no lo sé. Creo que todos lo hemos hecho o incluso lo hacemos, a la medida de nuestras posibilidades. Alguno hay por ahí como excepción, pero lo cierto es que son los menos. Lo malo, lo realmente terrible de estas cosas, hablando de coches… es el sentimiento de culpabilidad que queda si, por algún casual, llevas algo extraordinario o fuera de lo común pero que para ti es tu bebé, tu joyita, tu tesoro. No quisiera hablar de los “tuneros”, pues sinceramente creo que todos ellos buscan más el “wow” del público que cualquier otra cosa (sin que haya nada de malo en ello, salvo la aberración estética), sino de aquellos que, por las circunstancias que sean, pueden disfrutar de un producto diferente y “caro” en términos relativos o absolutos.














40 unidades, como para no quererlo...

Yo sería inmensamente feliz con ese Aston Martin V8 Le Mans aparcado en mi garaje, y mucho más con toda la colección de coches de ese tipo “rico”. Y aún más si pudiese abrir un pequeño museo o exposición en el que mostrarlos a quienes quisieran verlos… Pero me dolería que alguien dijese que mi colección es pura vanidad y mi museo puro exhibicionismo. Probablemente acabaría haciendo oídos sordos, mudándome a Suiza y pasando del tema. Es una lástima que se tenga que pedir “perdón por existir” por culpa de unos pocos que se hacen ver demasiado, sean éstos futbolistas, constructores o árabes del petrodólar. Me consuela saber que, quienes tanto piden explicaciones y tanto increpan, son incapaces de pedir ellos perdón o de abstenerse de opinar, pues les va el alma en ello (aunque lo nieguen).

lunes, 6 de agosto de 2007

¿Dimitiré de la DGT?

Tranquilos, no soy Pere Navarro…

Quienes me han seguido en algún que otro foro de Internet, saben que yo suelo ser muy escéptico con las críticas hacia la Dirección General de Tráfico. Siempre he defendido que el último culpable es el conductor en la mayoría de los casos, y que por tanto es él quien ha de responsabilizarse y no dejar que lo hagan otros (la DGT) por él. Que si bien hay muchas cosas por mejorar, parece como si nadie quisiese además cumplir con lo que les corresponde como conductores.



Es lo de siempre, el conductor medio echa la culpa al estado de la vía, a la falta de previsión por el clima, a la falta de asistencias médicas… y excusa su comportamiento aduciendo lo típico de “en Alemania no hay límites” o a la falta de educación vial en las escuelas. Vayamos por partes:

El estado de la vía es algo competencia del gobierno de turno, sea el de la Comunidad Autónoma, sea el del Estado, pero… ¿en qué nos afecta realmente el estado de la vía? Hombre, si hay desconchones brutales, charcos insalvables, carreteras con asfalto ultragastado o cosas peores, lo lógico es protestar muchísimo. Eso no quita para que todo sea mejorable, ni para que siempre se haya de protestar un poquito, de cara a evitar que el Gobierno se duerma y se olvide del mantenimiento de las carreteras. Cierto, pero aún así, el que va conduciendo el coche y el que corre peligro de tener un accidente es el conductor. ¿Qué es lo que se ve? Que no todo el mundo se adapta al estado de las vías. ¿Quién no ha visto a demasiados fittipaldis lanzados por una carretera que se ve a la legua que no está en perfectas condiciones? Problema: en caso de susto o golpe, la culpa será de la vía. ¿El conductor no tuvo ninguna culpa? ¿Por qué sólo se la dio él y no absolutamente todos los que pasaron por allí?

La previsión del tiempo es algo que me apasiona. Pero ya no porque acierten o no, que es lo de menos. Me muero de risa viendo a la gente protestar por el diluvio que cae… que nadie les avisó… que menuda nevada… que tal y que cual. Volvemos a lo de antes: ¿quién no se ha visto adelantado por el conductor modélico que, como va en autopista, circula a 120 haga el tiempo que haga? Culpa de la lluvia, que el coche le hizo acuaplanning… Claro, por eso los otros 3.784 coches que pasaron antes y después no se salieron de la vía.


No es lo mismo así, que bajo el Diluvio Universal...

Lo de la falta de asistencias médicas sencillamente clama al cielo, por ambos sentidos. El primero, por ponerme del lado de los que protestan, porque es cierto que sería deseable tener autopistas y carreteras equipadas con puestos médicos de emergencia… Se ve que han oído que las autopistas de Francia lo tienen, y que en Alemania se fija por ley el tiempo máximo admitido para llegar al lugar del accidente. Pero también clama al cielo culpar del número de muertes a eso, si pensamos que el accidente ya ha ocurrido, ¿y por qué ocurren la mayoría de los accidentes? Por distracciones y por conductas temerarias. Lo siento mucho, pero esas cosas son evitables. Prefiero ir con cuidado y no dármela, a ir como quiera pensando que “como hay asistencias médicas…” Más vale prevenir que curar, que decía Ramón Sánchez Ocaña. Además, quienes protestan parecen no darse cuenta de que en España ni hay la densidad de población de Alemania, ni se disponen de tantos recursos económicos como para mantener esa infraestructura. Porque claro, que no les diga de pagar peajes o más impuestos, quite, quite…

Y sin salirnos de la patria de las salchichas con patatas y las cervezas en jarras enormes, pasamos a lo de los límites. No, allí no hay límites… Efectivamente, en aquellas zonas en las que no los hay, y en las circunstancias en las que se permite correr, pero siempre pueden establecerse si se estima conveniente. ¡Y encima la gente los cumple! Quédense con esto en vez de pasar a otras reflexiones posibles (como límites lógicos y variables): a ver si va a ser que los supuestos menos accidentes son también cosa de la responsabilidad de los conductores…

Sobre la educación vial, creo que todo se resume con el borrado de la última palabra. Lo que falta no es educación vial, sino educación. Si no, que me digan por qué yo, que nunca he recibido clases de educación vial en el colegio, me comporto como una persona y no como un animal cuando voy al volante. Por qué entiendo las señales y las normas, y las aplico en mi beneficio propio, no para evitar una multa. Por qué se pide educación vial, si luego en casa somos como gorrinos y en el coche como degenerados, y todo con los niños delante. Pero no, todos a pedir la supuesta panacea de la “educación vial” desde pequeñitos… “Es que falta cultura automovilística”. Hoygan (sic), en España llevamos sobre ruedas cuatro días, nos gustan otras cosas y tenemos un carácter determinado. No pretendan que seamos como los ingleses en los cruces, como los alemanes en las autopistas, como los franceses en las carreteras comarcales, como los italianos fabricando deportivos, y como los americanos consumiendo. Ni mucho menos pretendan eso dejando de lado nuestra responsabilidad como padres o consejeros.


De pequeñitos aprendiendo... ojalá les sirviese de algo una vez fuera del colegio.

Creo haber explicado algunos motivos contundentes para sentirse escéptico ante las críticas desaforadas de muchos. Un viaje por España de una buena kilometrada servirá para dar más peso a mis razones: la gente no admite su responsabilidad. “¡Que lo arreglen ellos!” Curioso, dejamos en manos de instituciones politizadas cosas importantísimas, prácticamente desentendiéndonos de ellas… y por el otro lado nos estamos cagando en la clase política día sí y día también. Unos por otros, la casa sin barrer. Unos por otros, nos seguimos matando en las carreteras.

Ahora es pleno verano. Se supone que ha de hacer buen tiempo, y que cuando llueve lo hace de verdad, siendo “fácil de ver” que llueve. O sea, o tenemos las mejores condiciones para circular, o tenemos unas fácilmente identificables. ¿Por qué nos matamos? ¿Qué culpa tiene Pere Navarro de que alguien decida hacer un adelantamiento prohibido? Adelantamientos, saltarse Stops, marcha atrás en autopistas para coger la buena salida, ninguna distancia de seguridad, conducción con prisas por llegar, cansancio de viaje larguísimo… o todo lo contrario: trayectos cortos sin ninguna precaución, salidas de juerguecitas, terracita y mojito, demostraciones de tatuaje tribal y compacto tedeí…

¿Alguien puede decirme en qué afectan el estado de las carreteras, el mal tiempo, los límites en Alemania o el color de las gafas de Pere Navarro en los accidentes que se producen por esas causas? Evidentemente no, nadie puede decirlo. ¿Por qué entonces se producen? Porque no hay responsabilidad. Peor aún es cuando pretendemos, encima, culpar a otros.

Y todo esto viene escrito en algo que he titulado ¿Dimitiré de la DGT?… suena raro, la verdad. Pues nada más lejos de la realidad, y permítanme que me explique:

El problema de la DGT y su política es que se comportan como los conductores. No demuestran ninguna responsabilidad ni interés por lo que deberían de hacer: velar por el cumplimiento de las normas y obtener mejores datos de siniestralidad. Sí, me gustan muchas de sus campañas y las veo acertadas. Y sí, estoy plenamente de acuerdo con el slogan “no podemos conducir por ti”, al que muchos han añadido el famoso “...estamos contando el dinero”, pero al que yo prefiero añadir un rotundo “...afortunadamente”.

Es la cultura de la bronca: si corres te vamos a pillar; si haces esto te vas a matar; no tienes respeto por la vida; vamos a poner 4 millones de controles para pillar a los borrachos y quitarles el carnet; etc etc…


Conversaciones entre la DGT y conductores, ayer.

Por desgracia, cuando lo piensas un rato, te das cuenta de que es una política modelo “respuesta”. Como cuando dos personas inician una conversación calentita y van subiendo de tono. ¿De quién es la culpa? No sabría decir si del huevo o de la gallina, y temo creer que un cambio de actitud de la gallina ya no tendría ningún efecto sobre estos huevos que ya son pollos y encima conducen. Porque reconozcámoslo: estamos en un punto en el que mucha gente respeta las normas principalmente por evitarse la multa. Lo tenemos en cualquier conversación familiar e incluso en la televisión: no corras, que te multan; ponte el cinturón, que te multan si no; no bebas, que te multan; ten cuidado ahí que si tal, te multan; no aparques ahí que te multan; etc… Es como si muy pocos realmente no corriesen donde no se puede, se pusiesen el cinturón y fuesen perfectamente sobrios y descansados por puro egoísmo, por puro confort propio.

Y luego aparece la DGT y nos habla de velocidad. Curiosamente por fin hablan de controlar aquellas vías en las que hay más accidentes: las de doble sentido. Bien. Acto seguido te sacan las fotos de dos coches cazados a alta velocidad como ejemplo: un Audi A8 W12 a 260 km/h y un Ferrari 599 GTB a 223 km/h. Estas son las fotos.





Se ponen “por la noticia”, que no pretendan engañar a nadie. El problema es que algunos vemos más allá, y esos algunos cada vez somos más. Y no me refiero al detalle de los coches, aunque sea cierto que son dos máquinas perfectamente diseñadas para ir a esas velocidades o incluso a más. Y digo esto porque soy el primero en negarme a aceptar límites variables en función del conductor o del coche, ya que las carreteras las compartimos todos. Aunque hay que reconocer que es un detalle importante, como explicaré más tarde.

Me refiero a tres circunstancias importantísimas, que en el caso del tipo del A8 le sirvieron como excusa en el juicio (que ganó), y son:

1. En las fotos se ve que no hay en absoluto nadie más en la carretera en ese momento, fundamentalmente porque son fotos hechas muy temprano por la mañana.

2. Se trata de carreteras modernísimas en perfecto estado, en tramos amplios con visibilidad plena.

3. El cielo está totalmente despejado en ambos casos.

El peligro potencial que causan esos dos conductores puede ser muy grande, siempre y cuando falle alguna de esas tres variables. Pero es que no fallan. Eso fue lo que dijo el juez en el caso del A8… Quizá haya algo erróneo entonces en publicar esas imágenes.

Si se quiere denunciar una conducta que se estima generalizada, lo lógico y normal es mostrar fotos más comunes, en situaciones en las que se aprecie fácilmente el peligro que supone ir a esos ritmos. Poner una foto de un A8 a 260 sólo se hace por la noticia de la velocidad, y la del Ferrari…. Porque es un Ferrari. A ver si va a ser que la DGT cae en lo fácil, en lo popular, en lo simple, y pretende llegar a la gente como sea en lugar de transmitir un mensaje. Señores de la DGT, para la inmensa mayoría de la gente de este país, la noticia de ese Ferrari no es la velocidad, sino el Ferrari en sí. En España, la mayoría nunca o casi nunca ha visto un Ferrari en vivo, y hablamos de un coche que es un sueño para toda la humanidad. ¿Creen que se fijarán en lo demás? No sean optimistas…

¿Realmente esperan que alguien diga “pues sí, menudo peligro ir tan rápido” frente a una foto que muestra a uno de los mejores coches de la historia, en una de las mejores vías de nuestro país, bajo las mejores condiciones para conducir rápido y sin peligros (mañana de verano: cielos despejadísimos y temperaturas frescas pero agradables, perfecto), y encima a una velocidad que, reconozcámoslo, no es para tanto hoy en día? ¿No habría sido mejor poner una foto del capullote en su coche normal a 100 en una travesía de un pueblo, a las 6 de la tarde? Claro, esa foto “no vende”, pero lo cierto es que se ajusta 45 millones de veces más a la realidad española que la foto de un coche que muy pocos han visto en vivo en una idílica mañana de verano en una autopista perfecta…



Eso es lo que me lleva a plantearme el “renunciar a la defensa” de la Dirección General de Tráfico. No hace que renuncie a todo lo que he dicho primero, pero… esta no es la DGT que yo quiero, la que queremos la gran mayoría de los conductores, aquellos que no tenemos ningún interés en fastidiar las vacaciones o la vida en la carretera. Aquellos que no necesitamos a nadie para que conduzca por nosotros, pero que sí necesitamos (algunos sobre todo) que se nos recuerden las normas básicas y que se expliquen para que se asimilen, y no porque si no se cumplen cae la multa. Aquellos que queremos presencia de la Guardia Civil en la carretera cuando tienen que estar, que necesitamos controles del estado de vehículos aleatorios e inmovilizaciones, que reclamamos controles de alcoholemia donde tienen que estar situados. Esa DGT que compruebe la correcta señalización de las carreteras, que modifique lo que la experiencia dice que ha de ser modificado, etc etc… En definitiva, una DGT que, sin conducir por nosotros, se preocupe porque todos lo hagamos mejor de una forma efectiva y duradera.

Y bueno, como está visto que algunos no aprenden ni con multas ni viendo videos de gente saltándose stops, haciendo adelantamientos prohibidos, conduciendo borrachos, etc… al que lo pillen, a la cárcel y sin carnet de por vida. Sr Pere Navarro, recuerde que no todo el mundo sirve para conducir, y que cuando en una bolsa de naranjas hay una que está pocha, lo que hay que hacer es apartarla cuanto antes. Oh, 6 puntos por adelantar en línea continua… recuerde que nadie adelanta en línea continua “por error”, y que es una norma básica cuyo incumplimiento causa, generalmente, choques frontales. Quítele el carnet, sea radical, y si vuelve a conducir métalo en la cárcel. O no haga eso, da igual… pero haga más cosas efectivas en lugar de perder el tiempo y pavonearse con la foto de un Ferrari a 223, a 253, o a 343 km/h, fundamentalmente porque el infractor estará en estos momentos celebrando la foto con sus amigotes en un yate.
 
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