jueves, 5 de febrero de 2015

Viajes al Tercer Mundo, niños en riesgo

Cuando hace ya casi cinco años me mudé al Sudeste Asiático y comencé a mandar fotos de mi ciudad y alrededores, buena parte de los comentarios que recibía solían ser algo como “¡qué guapos son los niños allí!”  Y es cierto, la mayoría son una monada. Pero también es que son muchos, muchísimos, por eso siempre suele acabar saliendo alguno en la foto. Su actitud acogedora y su gesto sonriente ayudan a ello, qué duda cabe.


Peor es cuando aterrizas en una gran ciudad de estos países y los ves, tan guapos, sonrientes y acogedores, como pobres y tenaces en su afán por conseguir algo de dinero del turista. La decisión que tomemos en ese momento tendrá su impacto en el presente y en el futuro de esos niños, y suele ser habitual tomar una decisión incorrecta o, en el mejor de los casos, no del todo correcta.

Desde hace tiempo, World Vision lleva a cabo campañas de concienciación de turistas, así como de educación a nivel local, para evitar que los niños entren en situaciones de riesgo o, mejor dicho, de más riesgo todavía, pues es evidente que no llevan una vida fácil, que digamos. Y es que el Sudeste Asiático sigue siendo, mal que nos pese, un destino “preferente” para el turismo sexual, y un lugar extraordinario para practicar la mendicidad con niños, por cómo son éstos de atractivos a ojos de los occidentales.

Existe una campaña en Internet llamada Child Safe Tourism. Se han hecho posters y panfletos para distribuirlos por las ciudades, aeropuertos, estaciones y hoteles, y una página en Facebook recuerda cada poco tiempo algunas pautas básicas a seguir cuando en estos países se entra en contacto (inevitable) con niños. Voy a intentar exponerlas y ampliarlas con mi experiencia.


Abusos: si el viajero ve o sospecha que algún niño puede estar siendo sometido a abusos, es necesario avisar al hotel, al guía turístico, o a alguna organización local que pueda encargarse del asunto. Cierto, eso suena un poco utópico, qué podrán hacer ellos que lo ven a diario, y si estoy equivocado, quizá me esté metiendo donde no me llaman… Para nada utópico. Como mucho, difícil que se pueda hacer algo inmediatamente, pero al menos se intenta. En esta web se puede consultar una lista de organizaciones y agencias internacionales a las que acudir.

En caso de tener dudas sobre lo que es abuso y lo que es “costumbre local”, lo que hay que hacer es preguntarle al guía y, si se quiere contrastar la respuesta, a la dirección del hotel. Quienes nos dedicamos a estas cosas, siendo extranjeros pero contando con experiencia en el país, solemos o deberíamos saber diferenciar y explicar. Es un tema tan escabroso de identificar como de tratar, no obstante.

Niño recogiendo basura en el puerto de Yangon
  
Mendicidad: darle dinero a los niños que piden en la calle sólo consigue que se perpetúe la mendicidad. Los niños pidiendo son una fuente de ingresos de las familias, cuando no de mafias organizadas. Son blancos fáciles, quién puede resistirse a darle una limosna a la niñita medio desnuda que pide en un semáforo bajo la lluvia, carretando un bebé… Es terrible ver eso y no reaccionar, pero reaccionando con dinero no conseguiremos aliviar definitivamente la vida de esos niños. ¿Qué hacer? Debemos también ser conscientes de que si el niño no llega a casa con la suficiente cantidad de dinero, es probable que le peguen, que es la única manera que tienen esas familias de castigar, no digamos ya las mafias. Mejor es apoyar directamente a las familias o a organizaciones que se encarguen de ayudar a las familias..

Lo mismo sucede en los poblados remotos, donde seguramente no haya mafias pero sin duda hay una necesidad general. Sin embargo, en éstos el dinero puede que no sea lo más necesario, en comparación con otras cosas mucho más útiles como pueda ser la ropa, sencillamente.

Tan felices como sucias, aunque al menos van vestidas.

Un problema se nos plantea con lo de las “organizaciones reputadas de ayuda”, y es que por muchas que haya realmente ayudando, otras son un mero negocio que no produce beneficios, pero paga unas infraestructuras y unos sueldos a sus directivos que ya los quisiera yo para mí, cuando no pagan servicios de “consultores independientes del sector humanitario”, como se presentó ante unos asombradísimos periodistas una vecina mía de Yangon, vecina que residía en un apartamento de 3.500 dólares mensuales de renta, con hijos en colegio privado y ella acudiendo cada día a clases de equitación. Imagino que entienden a dónde quiero llegar…

Orfanatos: es importante evitar el turismo de orfanatos, o eso dice World Vision. Personalmente no estoy del todo de acuerdo. Ellos comentan que participar en actividades de orfanatos puede ser malo para el equilibrio emocional del niño, y que mejor sería ayudar a las familias. Pero… ¿y si los niños no tienen familia? Creo que conviene buscar, pues, un término medio que podría consistir en apoyar a los orfanatos, pero sin entrar directamente en tropel con grupos organizados y guías a “ayudar”, actividad que suele consistir en ir, servir la comida llevando nuestra ropa limpia de marca, hacernos fotos en donde se aprecia lo blancos que somos en relación a la roña de la niñería circundante, y volver a nuestro resort 5 estrellas felices por haber hecho una buena obra. No, los orfanatos no necesitan de ese turismo, pero sí suelen necesitar de ayuda para arreglar dormitorios o cocinas, instalar duchas, reparar un techo, o directamente comprar comida. Ir, ver, financiar y ayudar es necesario, y a los niños les gusta recibir la visita del extranjero, como a los niños en España les gusta recibir una visita de alguien en el cole.

Dormitorio de chicas del orfanato de Luangprabang, Laos.

Regalos: al darle un regalo o llevarte al niño a algún lado “por su bien” sólo vas a conseguir que tenga confianza en extraños, lo cual es realmente muy peligroso. Conviene puntualizar aquí dos cosas. Sobre los regalos, todo es bienvenido y un niño lo va a disfrutar sin duda. En cada uno está el valorar si se disfruta más una chocolatina o un cuaderno con un lápiz, yo lo tengo clarísimo. Lo que es importante es, en caso de dar esos regalos, hacerlo junto con los padres del niño, o al menos algún adulto pariente de alguno de ellos (raro sería encontrarse a un niño solo…)

Colegialas de Shwe Po recibiendo cuadernos y material escolar.

¿Llevarte a un niño a algún lado? Aunque parezca extraño, siempre hay aquel turista que los ve, tan sucios y tan hambrientos, y piensa en llevarse a esos dos niñitos a la habitación de su hotel, darles un buen baño con zotal, KH7 o algún otro desincrustante de roña, y prepararles una buena comilona. Por eso los hoteleros solemos insistir en prohibir la entrada de niños de la calle junto con los turistas, porque lo del bañito y la comilona es la excusa fácil y nunca sabes lo que realmente va a pasar en esa habitación. O lo que pueda pasar en el parque de atracciones o en la piscina, que era a donde me llevaba yo a mis niños de Yangon. ¿Cómo hacerlo? Tan sencillo como pedir permiso (eso es lo primero) y luego asegurarse de que con uno viene un adulto responsable o pariente, nunca hacerlo de buenas a primeras, y ser consecuente con lo que se hace y para qué se hace.

Sucio, hambriento, descalzo... 

Aún así, el riesgo de que cojan confianza es muy grande, con lo que para quienes son meros turistas de paso, lo fundamental es evitar este tipo de cosas. ¿Regalos? Cosas buenas para el niño, y siempre en presencia de los padres. ¿Actividades? No, gracias. Como dice World Vision, el equilibrio (que ya será bien precario) emocional del niño estará en riesgo al ser sacado de su entorno y llevado a un lugar que no les es propio a hacer cosas que no le son propias, aunque esas cosas sean bañarse en una bañera y comer en una mesa. Hacerlo para siempre, cambia la vida para bien. Hacerlo una vez, en una estancia de tres noches, es más malo que bueno.

Mi muchachada, de riguroso uniforme (excepto una), disfrutando conmigo de un día en la piscina.

Hoteles: se debería de intentar elegir hoteles, agencias de viajes, compañías de transporte, restaurantes, etc.. que  lleven a cabo buenas políticas de protección de los menores o que tengan programas bien establecidos de ayudas concretas. Que en un restaurante familiar esté la niña de 14 o 15 años ayudando, aunque a nosotros nos resulte chocante, es totalmente normal en estos países y no deja de ser una experiencia laboral de cara al futuro. Que sean niños de 10 años o menos los que estén por ahí, por muy cuco que pueda parecer, es abuso. Y más si encima resulta ser la hora de la cena, de noche cerrada, y ahí siguen los pobres currando como el que más.

Recuerdo un restaurante en Yangon llamado Lucky7, no lejos del aeropuerto, en el que todos los empleados son adolescentes residentes de un orfanato local. ¿Abuso? En absoluto, esa empresa les proporciona una manera de iniciarse en el mercado laboral y una experiencia que luego otros valoraremos de cara a contratarles en sitios “mejores”. 

Hay agencias de viajes que cada año otorgan becas de prácticas a adolescentes de la calle, dándoles tareas pesadas de hacer pero sencillas, como pueda ser llevar un sobre a tal sitio, recoger tal paquete, cargar equipajes, etc… Generalmente suelen publicitar sus acciones en sus webs y folletos. ¿Por qué es importante lo que hacen? Porque los niños crecen, dejan de ser esos niñitos tan monos de la calle que tanta pena nos dan, no generando ya dinero en limosnas, y empiezan a necesitar más cosas para su bienestar personal. Y todos conocemos las dos formas más sencillas de ganar dinero cuando eres adolescente en el Tercer Mundo: si eres chico, drogas; si eres chica, prostitución. Es lo que hay, no va a cambiar salvo que promovamos el cambio.

Mejor ahí que no acompañando a “señores obesos” en el night-club de tal hotel…

Fotos: tratar a los niños como lo haríamos en nuestro propio país es algo tan sencillo de hacer como de olvidar. Yo lo veo a diario, turistas que campan por la ciudad o el poblado haciendo fotos a niños que juegan frente a sus casas, sin la más mínima interacción con ellos y, por supuesto, sin pedir permiso a los padres. Por un momento, hagan un ejercicio de imaginación y piensen en su apacible ciudad, las cinco de la tarde, salida del cole, es Mayo y ya hace sol y calor, van a un parque y mientras su hija juega en los columpios ustedes toman un refresco y unas patatitas de charla con otros padres. Y llega una furgoneta de turistas occidentales, se abren las puertas y, frente a su hija, tres personas estiran los brazos, encienden su cámara digital, y le hacen fotos. Y luego se van. ¿No es extraño? ¿Por qué no ha de ser extraño para las gentes de los países pobres? “Es que no es lo mismo…” me dirán algunos. Pues sí, básicamente es lo mismo.

Si quieren hacerles fotos, algo totalmente comprensible, no cuesta nada entablar una conversación con los padres y los niños, dos palabras sueltas en el idioma local y alguna pregunta de colegio en inglés. "What is your name?". Y pedir permiso, claro. No sólo las fotos serán más bonitas, sino que habrá un intercambio positivo para ambas partes.

Tampoco es necesario prestarles la cámara como suelo hacer yo, eso ya es cosa de cada uno.

Volvemos a lo que decía al principio, y es que estos niños son tan guapos y simpáticos como accesibles. Y esa accesibilidad es lo que les pone en riesgo, en un riesgo horroroso. Se dice que Tailandia ha logrado prácticamente erradicar la prostitución infantil (si bien hace nada liberaron a decenas de chicas laosianas, la más pequeña de 13 o 14 años, que vivían encerradas en un burdel al Norte del país), pero Pnom Pehn, capital de Camboya, sigue teniendo un barrio al que hijos de puta occidentales acuden para comprar sexo con niñas (y cuando digo niñas, hablo de niñas, no de adolescentes), por no hablar del fenómeno de prostitución infantil “presencial” y “por internet” de Filipinas. Pero el abuso no es sólo el “acceso carnal”, sino que se pueden dar muchas clases de abusos sexuales facilitados por la natural inocencia y amabilidad de los niños de esta parte del mundo, o de cualquier otro país subdesarrollado.

En definitiva y en resumen, siendo como es un tema peliagudo por lo habitual e inevitable que es el contacto, lo agradable que es la interacción, y el riesgo terrorífico que puede haber, lo más conveniente es aplicar la cordura. Sí, esa que el turista habitual se deja en casa en cuanto sale con la maleta y olvida hasta de cómo atarse los cordones de los zapatos. No se la olviden, llévenla consigo y tengan presentes los consejos más básicos, que se resumen en ser consciente de los motivos por los que ese niñito pide, de que lo que uno haga va a tener un impacto que puede ser negativo, de que la gente local merece respeto independientemente de si estamos en Bagan o en Santander, y de que si regalar dulces a los niños occidentales, con buenos dientes y acceso a la higiene bucal, ya es malo, hacerlo a los niños de aquí es como regalar tabaco o whisky a tu sobrinita de 11 años. 


 
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