miércoles, 16 de julio de 2014

Haciendo fotos II

Comentaba el otro día, por no decir el año pasado, la situación tan penosa que se da en eventos especiales o zonas turísticas del fotógrafo ocasional empeñado en sacar una foto, o dos, o setenta, de lo que está viendo para luego obtener unos resultados despreciables que enviar por email para molestia del destinatario, que ha de mirar esa foto de 4 megas de tamaño usando el desplazador para poder ver cada esquina.

Un asco, seguramente. O quizá no, quizá tampoco sea para tanto. Y es que un mal día lo tiene cualquiera, y a veces uno escribe cosas sin pensar en que eso puede molestar a muchos que nunca pretendieron dárselas de fotógrafo sino que sólo querían llevarse un recuerdo. Pido disculpas, pues, aunque mantengo mi recomendación de hacer una foto discretita y comprarse un buen libro con buenas fotos en papel para mantener un recuerdo duradero (y no una serie de unos y ceros en un ordenador).

Un buen recuerdo que mirar en cualquier momento

Y pido disculpas porque hoy voy a hablar de algo que puede ser incluso peor, algo que deja lo del no-aficionado turista o espectador en una nimiedad. Que no quita la molestia que supone tener que esperar a que Manolo y Serafín hagan esa foto interminable ocupando todo el plano y con los brazos extendidos (que digo yo que acabarán con agujetas), o el desperdicio que supone que Puri use su carísima réflex en modo automático sin luego procesar ni nada sus fotos. O toda esa gente que va a eventos para verlos a través de la pantalla del móvil, intentando hacer un video, en vez de en directo y dejando el video para la televisión de turno que haya ido allí.

No, queridos lectores, eso no es nada comparado con el fotógrafo neo-profesional. Especie muy abundante y que se manifiesta generalmente en foros de Internet, el fotógrafo neo-profesional es esa persona que ha descubierto el enorme placer que supone hacer fotos, se ha leído absolutamente todos los manuales, incluso ha hecho cursillos o los ha seguido por Youtube, y entiende la fotografía casi únicamente como algo académico sujeto a normas. Y digo casi porque suele haber excepciones, aunque quizá lo que deberíamos hacer es establecer diversas categorías del neo-profesionalismo.

La réflex y ese conflicto de los que se creen fotógrafos y hablan de los que se creen fotógrafos…

Una curiosidad de esta especie es que la inmensa mayoría de quienes hacemos fotos por gusto hemos pasado por ahí. La lástima es que muchísimos se queden en ese estado. La forma más sencilla de identificarles suele ser el momento en el que expresan lo siguiente: “el cielo está quemado”. Veamos a continuación algunas de sus características y porqué considero que es importante avisar a la población para evitar que se siga extendiendo la pandemia.

El modo manual. 
Muchos de estos fotógrafos (entendiendo por fotógrafo a quien hace fotos) son absolutamente talibanes del modo manual de sus cámaras, despreciando sin piedad a quienes utilizan (utilizamos) algún modo pre-programado que venga con la cámara (caso de algunas cámaras de iniciación) o incluso los de prioridad a la apertura o velocidad. Yo rara vez uso el modo 100% manual, y no he ajustado en mi vida parámetros como el balance de blancos. En aquellas ocasiones en las que la situación requiere de cierto parametraje, bien por ser espacios cerrados con una misma cantidad de luz que el modo automático no logra interpretar, o bien por querer hacer un determinado efecto, sí que he usado el modo manual. Pero generalmente me ha bastado con ajustar la apertura y el ISO, y dejar que la cámara calcule. Si yo veo que estoy de acuerdo con el cálculo, ¿para qué cambiar? ¿Se trata de hacerlo en pos de un neo-profesionalismo que haga ver que es uno quien decide, sea el que sea el resultado? No termino de verlo y, en la mayoría de los casos y de todas formas, habrá procesado posterior, con lo que tampoco es tan imprescindible el perfecto ajuste en muchas de las fotografías que tanto yo como mucha gente hacemos. 

Un click más y serás el anticristo.

Para la gran mayoría de usuarios de cámaras réflex o con ajustes manuales, las mediciones de la propia cámara serán siempre adecuadas y, si no lo son, bastará con hacer los ajustes. Lo que no es lógico es perder una foto por ponerse a ajustar mil parámetros.

Evidentemente esto no se aplica a determinado tipo de fotografía, pero entonces volvemos a lo que he dicho: salvo que las condiciones de luz sean fijas y/o yo quiera hacer un efecto determinado, los diversos modos semi-automáticos o incluso los automáticos valen. Pero valen perfectísimamente, y una foto no tendrá menos mérito por haber sido hecha según lo que la cámara definiese, si el resultado es bueno y es el que queríamos.

El equipo no es importante, lo que importa es el fotógrafo. 
Tan cierto como falso, nunca siempre se puede estar de acuerdo con esta afirmación a la que no le falta razón, no le sobra razón. Siempre me llama la atención que la mayoría de la gente que dice esas cosas lo dice disparando ellos con unos equipos para nada despreciables. Si bien es cierto que sin una persona detrás que diga lo que hacer, enfoque, encuadre y dispare en el preciso momento la foto no saldrá bien (o saldrá diferente), no podemos negar lo innegable: para determinadas fotografías el equipo es fundamental. Fotos de interior en un palacio de deportes con primeros planos de baloncestistas, fotos en un concierto, fotos de coches de competición en circuito, fotografía de estudio… Sin un buen equipo, adecuado para ello, el resultado no podrá pasar de mediocre a bueno. ¿Por qué si no los fotógrafos profesionales invierten cantidades enormes de dinero en sus equipos? Es tan sencillo de entender como pretender que se pueda hacer fotografía submarina sin una cámara submarina, o que se pueda competir en el mundial de rallyes con una Ford Transit.

Hombre, se puede, pero de ahí a ganar algo…

El cielo está quemado.
Una forma de decir “no me interesa el sujeto, sino el resultado técnico”. Y esa es otra de las características de la gran mayoría de estos neo-profesionales. Condicionar el sujeto a la técnica es arruinar la fotografía. Un ejemplo palpable es toda esa inmensidad oceánica de fotos cliché técnicamente bárbaras, perfectas, espectaculares, pero que no dicen absolutamente nada. Que el cielo esté quemado quizá sea consecuencia de que el cielo era el que era, y evidentemente resulta irrelevante si el sujeto es cualquier otra cosa que no sea el cielo.

Considero que la fotografía ha de contar una historia. Sin historia sólo hay imagen, una imagen que puede ser más o menos bella, más o menos nítida, o más o menos dificultosa de obtener. Ojo, no quiero decir que la técnica no sea importante, por supuesto que lo es, como lo es el equipo. Tampoco quiero decir que la macro-fotografía, aunque me parezca aburrida, carezca de historia, de sujeto o de razón de ser. No es eso, pero cada cosa en su momento y en su lugar.

No pretendo comparar diversos tipos de fotografía y decir cuál es mejor que cuál. Eso es ridículo y viene a ser como decir que el vino de Ribera del Duero es mejor que el algodón egipcio. Sé que suena exagerada la comparación, pero los propósitos de una fotografía de un insecto pueden ser totalmente dispares a los del retrato de un anciano o el paisaje de una isla volcánica. Incluso en el mismo ámbito se pueden obtener historias muy diferentes, véase una imagen pura y detallada de la coagulación de la sangre en una herida de bala, o la escena dramática de un suicidio por tiro en la sien.

Monsieur Doisneau, votre ciel est brulé

Pero me van a disculpar todos los fotógrafos clínicos, considero que lo que ellos hacen son imágenes y no fotografía., en el sentido de contar la historia. Imágenes excelentes, pero sin alma, con un propósito que es documentar un estudio, más que mostrar una visión. Y ese es el problema, que el cielo está quemado en mi foto y en la tuya no, pero con mi foto transmito vida (o muerte, o lo que sea que haya querido transmitir) y yo cuento lo que vi y cómo lo vi, mientras que tu insecto sobre pétalo de flor con pieza oxidada y libro con un anillo entre las páginas cuya sombra forma un corazón mientras un anciano camina de espaldas no es más que un puro cliché, técnicamente encomiable, pero sin historia ni originalidad. Aunque el cielo te haya quedado azul turquesa.

El encuadre académico.
Uno de los errores que solemos cometer los que empezamos en la fotografía, considerando que uno está prácticamente empezando toda su vida, es limitar los encuadres a lo académicamente perfecto, y no ir más allá. Lo bueno, lo maravilloso, es que en muy pocas ocasiones oiremos al neo-profesional criticar un encuadre diferente. Salvo que exista un verdadero problema de encuadre, como el que tenía una abuela mía que fue capaz de sacarme una foto en la que yo no salí, en cuyo caso los comentarios son necesarios. O quizá no, quizá sea cuestión de buscar nuevas perspectivas aunque, eso sí, sin olvidarnos del sujeto.

Regla de los dos tercios, o los tres cuartos, o los cinco sextos…

Sin embargo, el error del neo-profesional es limitarse como he dicho a ese encuadre, a una misma forma de hacer las fotos. Es muy palpable en cuanto ves galerías de diversos aficionados, incluido yo, todas las fotos parecen hechas desde el mismo sitio, a la misma altura y en la misma posición, que suele coincidir con la localización natural de la cabeza del fotógrafo, como es lógico. Me falta aire por la derecha, hay demasiado suelo, me sobra el aire como a Rosana cuando tú no estás aquí… Puede ser que sea así, puede ser que no sea así.

En ocasiones no hay foto.
Es así, señoras y señores, a veces no hay foto. Y donde no la hay, no nos empeñemos en sacarla. Si ya tienes doscientas ochenta y ocho fotografías de una amapola, no hagas la siguiente. Eso es algo que todos debemos de aprender, y es algo que debemos tener en cuenta cuando un neo-profesional nos haya hecho sus comentarios habituales sobre nuestra foto y veamos las suyas. En ocasiones no hay foto, y donde no la hay no conviene forzarla. Ese forzado es una característica de muchos neo-profesionales, y es algo que debemos evitar.

El procesado.
Entramos aquí en un tema peliagudo que requeriría dieciocho entradas separadas en el blog. Y es que ya no es el cómo hacer la foto, donde el fotógrafo neo-profesional nos dará muestras de su superioridad en cuanto a técnica y, supuestamente, en cuanto a resultados. No, aquí ya entramos en cómo finalizar el producto, aquello que verán los demás, pudiendo encontrarnos con básicamente tres personajes:

El que no procesa nunca, o dice no procesar nunca, o dice no procesar por zonas, o dice hacer un retoque mínimo, o dice no alterar la esencia de la foto… Miente, evidentemente. Todos procesan, porque para eso son neo-profesionales, y de hecho en la fotografía química también se procesa, que es lo que supone revelar un negativo. Todos procesamos, que para ello está el software y a todos nos gusta dar un toque personal a nuestras fotos. Eviten leer a esta gente, o eviten hacerles caso. Ese mínimo procesado lleva generalmente una máscara de enfoque, un ajuste de blancos, algún efecto, un viñeteado falso y una corrección de colores, cuando no directamente corrección de aberraciones cromáticas (que ellos justificarán al ser fallo del objetivo, no achacable al fotógrafo -¿pero cómo? ¿no quedábamos en que lo importante era el fotógrafo? ¿tu objetivo crea aberraciones?-). Todos procesan. El tema es que estos neo-profesionales no nos dirán nunca su secreto.
Lightroom

También tenemos el que procesa por zonas creando unos efectos la mar de bonitos y llamativos. Sí, es el que obtiene unas imágenes espectaculares a partir de una imagen plana, la sube a su Flickr y recibe comentarios de “nice shot” o “great photo” por parte de sus amigos. Volvemos a lo anterior, es el mismo que habla de modos manuales y de equipo no importante, que se tira un par de horas frente al ordenador creando multicapas de enfoque con transparencias que ni la ropa de gala de Miley Cyrus y ajustes variopintos que consigue que su cielo, no quemado, sea asombrosamente verde y el césped le salga rosa, por no hablar de los efectos ópticos causados por los rayos de la luna. Aquí lo conveniente es no frustrarse, admirar las creaciones oníricas que nos presenten (muchas de ellas realmente bonitas, todo sea dicho), y continuar con lo nuestro.

Y por último está el que hace HDR, que no merece más que el absoluto desprecio. Aunque técnicamente diga no hacer HDR por no basarse en tres fotos diferentes, si el resultado es un HDR, es un HDR y no merece ni una letra más en este artículo.

La mezcla de procesos y técnicas se sienten como una gran contradicción, que hace a uno creer que los neo-profesionales realmente no saben a dónde quieren llegar. 

Los foros.
Otra característica de esta gente es que se suelen juntar por gustos. No ya por preferencias de cámaras, que pueden llegar a ser los peores, entre canonistas y nikonistas (a mí me molan más los olympistas, que me imagino haciendo fotos vestidos con pantaloncito de atletismo, camiseta de tirantes y dorsal), sino por estilo o aficiones. Nunca intenten presentar sus fotos de señoras saltando a la comba a un grupo en el que hagan paisajes nocturnos. Es más, nunca intenten presentar nada a un grupo ya establecido, aunque tenga temáticas muy heterogéneas. Resulta muy curiosa la negación hacia el nuevo que suelen tener los neo-profesionales, especialmente si el nuevo viene hablando claro y con una humildad más que relativa, por no decir “ausente”.  No merece la pena, los gurús del grupo siempre sacarán cualquiera de las armas aquí nombradas para dictaminar que las fotos del nuevo son peores que las suyas y, por tanto, los comentarios del nuevo son irrelevantes, despreciables, fuera de lugar. Y los demás les seguirán como ovejas, claro.

En realidad no merece nunca la pena meterse en comunidades de internet a comentar fotos o a obtener comentarios, salvo que uno quiera perder el tiempo, pasar la tarde o acabar enfadado. Vale más sacar la cámara y ponerse a experimentar, hacer una foto cada día, y disfrutar. A fin de cuentas, no nos vamos a ganar la vida con ello, como tampoco se la ganan esos neo-profesionales que ni son profesionales ni tan siquiera son tan novatos, muchos de ellos.

¿Y a dónde quiero llegar yo? A que cada uno haga lo que quiera, sin molestar a los demás. Es decir, que los turistas ocasionales que leyeron mi entrada Haciendo fotos, los neo-profesionales que estén ahora leyendo esta entrada, y probablemente cualquier otra persona, pueden proceder a olvidar lo leído y a seguir haciendo lo que quieran. O quizá no, quizá podrían reflexionar y suavizar un poco sus posturas. 

Giorgio Moroder dice durante el tema Giorgio de Daft Punk algo sobre la música: "una vez que liberas tu mente de conceptos "correctos" de música y armonía puedes hacer lo que te dé la gana". Evidentemente es algo bastante radical y no es tan sencillo como parece, menos en fotografía donde es complicado innovar salvo que uno invente la forma de hacer fotos utilizando un jamón atado a una bolsa de plástico, pero debería de ser algo sobre lo que los neo-profesionales se pongan a reflexionar, cuanto antes.

En cualquier caso, no hagan HDR.

martes, 15 de julio de 2014

Four Seasons Bangkok

Mi alojamiento últimamente en Bangkok está siendo de lo más variado. Motivos personales y profesionales que no vienen a cuento me han hecho probar hoteles de todo tipo, incluyendo alguna que otra vieja gloria hotelera como el Four Seasons del que hablaré a continuación.

Una vieja gloria es sencillamente un hotel que ha vivido tiempos mejores. Lo que sucede con hoteles como este Four Seasons, o el Le Meridien que queda detrás del barrio de Pat Phong, o el Imperial Queens Park con sus más de mil habitaciones, es que los propietarios o las cadenas invierten ingentes cantidades de dinero en levantar moles descomunales, ponen lo último en tecnología y en diseño, y esperan poder recuperar su inversión antes de que la cosa ya huela a viejo desde lejos. Y es entonces cuando el hotel empieza a oler, que es lo que les ha pasado a esos tres hoteles nombrados, con mejor o peor fortuna. Y es que el Le Meridien sigue siendo un hotelazo, sigue teniendo un servicio de habitaciones excelente con un arroz frito con cangrejo de tirar de espaldas (de lo bueno que está, no del olor), pero su rollo cool de poca luz, tonos marrón oscuro y tal de principios de este siglo ya pasó de moda hace tiempo y se ve un poco fuera de lugar. Dicho de manera más directa, se ve feo.

Le Meridien Bangkok, que de vieja gloria no tiene mucho, sino más bien desfase.

O el caso del Imperial Queens Park, un hotel descomunal que está a punto de cerrar para una reforma integral del edificio y equipamientos, cosa absolutamente necesaria a la vista de lo que uno se encuentra nada más entrar: un viaje en el tiempo a 1995, que viene a ser lo mismo que viajar a 1985 si cambiamos la ropa y los coches de la entrada. La cosa se hace más palpable cuando, y esto es totalmente verídico, sucedido hace cosa de dos semanas, a la puerta uno ve un Mercedes SL500 y un S500 de la misma época, noventeros, aparcados juntos. Que sólo falta ver salir a Lady Di, vamos.

Mercedes S500

Y es que la tecnología aplicable a las habitaciones y servicios hoteleros ha evolucionado de una forma tan rápida que aquello que nos parecía lo ultimísimo y lo definitivo hace no tanto tiempo, como el acceso a internet a través de la tele usando un teclado inalámbrico que instaló el Hôtel de Crillon allá por el año 2004, a día de hoy parece una reliquia antediluviana. 

Hace no tanto tiempo, o eso creemos. Pero es que de 2004 a hoy van diez años. Diez años en los que todo ha cambiado, en los que cualquier persona puede llevar en un bolsillo un acceso a todo el conocimiento de la humanidad (aunque luego lo use para explotar caramelos o lanzar pajarracos a cerdos que se ríen). No digamos ya si en vez de diez años hablamos de quince o de veinte.

Artefactos

El problema del Four Seasons Bangkok es al mismo tiempo lo que le salva. Hablamos de un hotel abierto hace eso, quince o veinte años. Que no es tanto, que no se trata de un anciano mayordomo que debería de haberse jubilado hace tiempo, sino de un excelente técnico con años de experiencia que no se ha sabido o no ha querido reciclar y que sigue usando varios Internet Explorar en vez de un solo Chrome con varias pestañas. Y es que, al mismo tiempo que todo se siente viejo y trasnochado, todo sigue funcionando como el primer día, tal es la calidad de la inversión realizada.

Igual debería replantearme lo de llamarlo “vieja gloria”…

Pero vamos con la descripción de la estancia, estancia que vino provocada por la cercanía de este hotel al magnífico hospital BNH de Bangkok. La cosa ya comienza bien y mal, con esa dualidad que marca todo el hotel. Bien porque uno es recibido por un joven y dinámico empleado que te trata con naturalidad pero guardando una exquisita distancia, te propone soluciones a tus problemas (como es llegar tarde a la cita con el médico), y te da una confianza mayúscula en que todo saldrá perfecto cuando regreses al hotel, como de hecho sucedió al encontrar equipaje y demás en la habitación, sin necesidad de esperas absurdas, y siendo reconocido al volver a entrar por la puerta.

Pero mal por el desagradable hecho de que, mientras yo era recibido cual Papa o Embajador de la ONU, mi mujer era totalmente borrada del mapa y relegada a una posición al final de la cola. Quizá por ser ella asiática, quizá por no llevar nuestras mejores galas, quizá por no haber pasado cuatro horas en la peluquería antes de salir del coche que nos traía del aeropuerto, o quizá por estar preocupada ante la visita programada al hospital. Imperdonable, sin más, y me hizo sentir muy incómodo.

Es imposible hacerlo más "Four Seasons" que esto...

La habitación, en este caso una Junior Suite, es entregada previo paso por un executive lounge en el que te hace la llegada un personal dedicado. Dedicado a sus labores, porque si bien el ambiente era agradable, el mobiliario muy pomposo, el té estaba muy rico, y demás cosas accesorias, no es de recibo que un check-in dure más de cinco minutos, tiempo que de hecho estipulan los auditores de calidad de este tipo de hoteles. Seguimos en el mismo tono, todo bueno pero nada bien.

Una habitación amplia, un nuevo viaje en el tiempo. Por un momento creí volver a estar en París trabajando de recepcionista hace 10 ó 12 años, y entrando en una habitación lujosa de la época. El rollo es exactamente el mismo que el de entrar en, pongamos un ejemplo, la habitación 446 del ya citado Hôtel de Crillon. O, por ser más exactos, cualquier habitación del Four Seasons Georges V parisino. Todo es muy grande, todo es muy lujoso, todo es viejo. Que no antiguo, ojo, sino viejo. El otro día un conocido me decía que las teles de un hotel en el que había estado hacía poco ya habían sido fabricadas antes de nacer sus hijos, hijos en la Universidad ambos. Aquí más o menos lo mismo. Una enorme televisión de pantalla plana, comprada hace 10 años o más, se complementa con un radio-despertador blanco al que sólo le falta tener mini-disc para terminar de fliparte. Y sí, también estaba el teclado para acceder a Internet. Acceso de pago, no nos olvidemos de ese “magnífico” detalle que suelen tener muchos hoteles de lujo.

Zapatos verdes de Bata, tan baratos salieron que se compró dos pares

En el cuarto de baño sucede lo mismo. Esa bañera, esa ducha “oversize”, esa alfombra de baño gordísima, esas toallas que se notan fueron muy buenas hace años (ahora son sencillamente buenas, que no es poco), esa iluminación ideal para enmascarar defectos… Se intentan complementar o cubrir con unas amenities de tamaño familiar y marca L’Occitane. Muy buenas, sí, pero al mismo tiempo enormes, con las que uno tiene la impresión de estar tirando el dinero, máxime si tu estancia es de escasas 20 horas (incluyendo las horas de sueño) como fue el caso. Que sí, que es agradable abrir el kit de cepillo de dientes y ver un tubo de pasta Colgate de buen tamaño, de los que duran dos semanas, de los que sabes que no te vas a terminar porque van a durar más que el propio cepillo, de los que dices “bien, no voy a tener que pedir a la gobernanta que me traiga más”. Pero no para seis cepillados contados (comida, cena y desayuno por dos). O para tres, que ponen un tubo por persona.
  
Baño con ducha enorme

El vestidor es también un museo, como lo es la caja fuerte. Choca haber tenido una caja fuerte en un hotelito Ibis de dos estrellas en la que meter el ordenador o incluso cargarlo al haber enchufe dentro… y encontrar aquí una que, ni grande ni pequeña, no tiene ni siquiera luz por dentro.

La cama es enorme, y blanda. Es de esas camas en las que uno se tumba y se queda en la postura en la que haya caído. Cama “suicidio”, ideal para hacerse las fotos tras la toma de barbitúricos. Que habrá a quien le guste, pero resulta extraña cuando estás acostumbrado a una cama más rígida en la que te puedes mover. Aquí te hundes irremediablemente en el colchón, con sus setenta capas de acolchado, y ya no hay forma de moverse. Lo cuál es un inconveniente en tanto en cuanto el aire acondicionado no tiene mando a distancia. Sólo faltan unas luces que se apaguen con dos palmadas, la verdad.

Cama con radio-despertador...

Pero para mí lo peor es esa sensación de no saber dónde estás, salvo que estás en un Four Seasons. Es algo que la cadena promueve, todo el mundo ha de ser recibido igual en un Four Seasons, se esté donde se esté. Y en este caso, salvo por unos detalles que parecen asiáticos como el cabecero de la cama y que tampoco tienen porqué decir nada, uno bien podría pensar que está en Buenos Aires, en Kinshasha, en Chicago o en Estocolmo. Y eso no es bueno, al menos a mi entender, formando parte de esa dualidad del hotel: tiene carácter, pero no es el carácter que uno quiere, de la misma forma que todo es viejo, pero todo funciona.

No dio la estancia para mucho más, salvo un desencuentro con el personal de conserjería y un desayuno perfectamente a omitir. Resultó que queríamos regresar al hospital a llevarle un regalito a la doctora, así que preguntamos la forma que sería más rápida, si taxi o directamente el BTS (que implica caminar). No la más cómoda, sino la más rápida, estando preocupados por las manifestaciones que de aquella sucedían en Lumpini Park, zona por la que había que pasar sí o sí. El personal del hotel nos convenció de que el taxi sería más rápido, ¿y cómo no hacerle caso a alguien supuestamente experto en la ciudad? No, no lo fue, lo que en BTS habían sido menos de veinte minutos esa misma tarde, se convirtieron en casi tres cuartos de hora. En fin…

BTS y sus vías desiertas

Y a la mañana siguiente, con prisa para ir al aeropuerto, no tuvimos más opción que desayunar en el executive lounge famoso, en donde ni estaban listos a la hora de apertura, ni había absolutamente nada destacable. Uno espera un desayuno como el de otros lounges de otros hoteles de Bangkok. Concretamente, uno espera algo como en el Lebua, con sushi, con cosas ricas y diferentes, con buen servicio, algo moderno, ágil, actual, efectivo y, sobre todo, delicioso.  ¿Y qué se encuentra uno en este Four Seasons? Un buffet ramplón con cero originalidad (dos o tres embutidos, dos o tres quesos, salmón ahumado, baked beans, bacon y salchichas ya preparados en sus platos calientes, cereales, bollería, tostadas, fruta y dos o tres tipos de zumo), sin terminar de poner pese a estar ya en horario de apertura, con cantidades pequeñas de cosas de una supuesta calidad. Eso sí, servido en una vajilla muy pomposa con cubertería de plata y servilletas de hilo. Tal era el desastre que yo me concentré en comer los donuts que había comprado la noche anterior en Siam Paragon. Donuts considerablemente mejores que los servidos en el hotel. Qué lástima, qué oportunidad perdida…

Mucha gente, cuando no sale satisfecha de algún establecimiento (de lujo o no) acaba diciéndote el manido “no es cuestión de dinero” excusado en que lo recibido no se corresponde con lo pagado. Pero sí, claro que es cuestión de dinero. Estamos hablando de uno de los hoteles más caros de una de las ciudades con más hoteles nuevos del mundo, por supuesto que es cuestión de dinero, y pagar doscientos o trescientos dólares * por unas pocas horas de sueño, ahí, cuando por menos uno se puede alojar en otros establecimientos a la última, es algo inconcebible, al menos para mí. No lo será para los habituales de esta cadena, o quizá para empresas que mandan ahí a sus directivos más por cuestiones de status que de otra cosa. Pero no es lógico ni normal.

¿Recomiendo el hotel? Sencillamente no, las alternativas son tantas y tan buenas que no merece la pena. Sea o no sea cuestión de dinero, de la misma forma que uno no debería de pagar el doble por una botella de aceite de oliva Carbonell 0,4 por comprarla en el Hipercor en vez de en el Carrefour, como de hecho no se paga, no merece la pena pagar un nombre de hotel y alojarse en algo “peor” si, por menos, seguimos teniendo esa misma calidad de servicio pero con un producto moderno y magnífico. Salvo que se quiera decir “me alojé en el Four Seasons”, motivo perfectamente aceptable (allá cada cual), o sea fan de este estilo de hoteles, cosa que yo no soy, evidentemente. O aparezca ofertas de locura como las que salen ahora, con 50% de descuento, por poco más de 130 dólares la noche en habitación deluxe o unos 240 por la misma Junior Suite que yo tuve.

El resto de los servicios no los usamos, falta de tiempo. Tampoco es que apeteciese mucho.

Four Seasons Bangkok
Ahora a precio de chollo, aprovechando que Bangkok está vacío.


* Precio especial, pero en los precios de tarifa pública las diferencias también existen.

sábado, 12 de julio de 2014

Hyundai Elantra, la berlina geriátrica

10 de Junio de 2014
Elegir un coche con el que circular por Laos es muy fácil: lo más importante es que tenga aire acondicionado potente, y una mínima capacidad de aislamiento para poder evitar los karaokes de las fiestas (sean bodas, “bautizos”, inauguraciones o cualquier otro acto motivo de festejo) como el que estoy ahora mismo sufriendo yo desde mi casa, que hace casi imposible escribir.

En realidad no es tan sencillo, pues dependerá la elección de cómo vaya a ser el uso que se le dé al coche y de la cantidad de dinero de la que dispongamos. Es decir, como en cualquier otro país, con la diferencia de que… imposible, es imposible seguir escribiendo con el tipo este cantando que parece que esté en mi cocina. Así que dejo aparcado el artículo, que me está quedando bastante malejo, y ya volveré más tarde.

Fiesta típica de vecinos típicos
  
12 de Julio de 2014
El otro día quería yo escribir aquí sobre el Hyundai Elantra. Quizá haya sido bueno esperar este mes para tenerlo ya todo más asimilado y no parecer muy influido por la novedad del coche. Coche que es bastante atractivo, en la medida en la que una berlina compacta puede ser atractiva. El problema puede venir cuando tu nonagenario abuelo te comenta por whatsapp algo como “qué coche tan bonito, lo quiero yo para mí”.


Es un buen coche, no excesivamente feo, con sus bulbosas formas y de aspecto moderno. Además, es diferente a lo habitual sin ser estridente, y en el caso que nos ocupa viene muy bien equipado.

Hyundai Elantra GLS Luxury Pack. 

Por lo visto trae un motor 1.6 de gasolina, unido a una caja de cambios automática de cinco velocidades. Potencia desconocida, unos 130 caballos o por ahí, pero vamos, que no hace falta andar mucho con él para darse cuenta de que, incluso aquí en Laos, es un coche muy tranquilo. Es decir, lento. Bueno, más que lento, un coche rutero y silen.... no, lento, coño. El coche aquí parece que corre porque todo va muy despacio (y no hay sitio), pero al iniciar cuestas se siente perezoso y falto de churro. Imagino que en carretera abierta o autopista será más palpable la limitación lógica de su motor. Motor que, por otra parte, al menos aquí en Laos no se siente a gusto subido de vueltas, resultando curioso un comportamiento más dieselizado. Puntualizo que las velocidades aquí son bajas, con lo que el asunto puede cambiar en otras circunstancias, pero por ejemplo subiendo en carretera de montaña no se nota puntiagudo, sino bastante lleno en todo el rango de uso. Eso sí, teniendo en cuenta que va muy poco lleno, no hablamos de un coche potente ni rápido, como he dicho. De todas formas, tampoco podemos esperar otra cosa, y eso es bueno. El coche es lo que es. 


La caja de cambios funciona muy bien en modo automático y con el conductor en modo paseo. Tiene una horrible manía de ir constantemente en la marcha más larga posible, lo que hace que para adelantar a una moto desde 20 km/h notes cómo reduce a tercera o a segunda, o incluso a algo que parece primera, según hundas más o menos el acelerador. Pero yendo tranquilo la suavidad es excepcional. Las reducciones automáticas son generalmente bastante lentas, como si al coche le costase decidir.

El uso secuencial de la citada caja es totalmente despreciable. Como publiqué en mi Facebook nada más empezar a usar el coche, a los diez minutos de llegar a casa, habiendo pasado lo menos media hora desde que le pedí a la caja una reducción a segunda a la entrada de una pronunciada curva, me pareció que la caja hacía la reducción. Un desastre, aunque tampoco ayuda un motor que parece perder su poca chicha cuando se sube "demasiado" de vueltas, tal y como he dicho Pero es que no está diseñada para ello, sino para simplemente filtrar el motor y hacer moverse al coche.


Porque en modo paseo es un coche que se mueve de forma realmente suave y silenciosa, escuchándose sólo el ruido de rodadura de los neumáticos, quizá demasiado grandes (215 con llanta 17"). De hecho, a veces se oye más el roce de las manos en el volante al maniobrar que cualquier otra cosa. Maniobras que son muy sencillas, pues la dirección está asistidísima en parado o circulando muy lentos, volviéndose considerablemente más dura al acelerar si se circula en el modo “standard” de dirección. Y es que, como parte de su equipamiento, este Julay viene con tres modos a elegir de firmeza de dirección, que se controlan con un botón que hay en el volante. Y se nota bastante, aunque sólo en la dureza (no me ha parecido que se note en el radio de giro). El asunto es que uno al final la deja en modo confort, con el volante suave siempre, dado que el modo deportivo es como llevar un coche con la dirección dura a propósito (no como si no tuviese dirección asistida), y no veo ninguna necesidad de ello. Recuerda en parte a la dirección del Alfa MiTo con sus diferentes modos, resumidos en chicle y plomo.

El coche está a años luz de la última berlina de este tipo que había conducido, un horrible Volvo S40 del... cierto, quizá haga ya demasiados años de aquello (fue por el 2006 o así). Siguiendo con la dirección, el coche entra relativamente bien en las curvas cerradas pese a ir con buen ritmo. No es el tiralíneas del BMW Serie 1, pero tampoco es una barcaza insufrible. Hay subviraje lógico si se entra fuerte, o todo lo fuerte que el motor permite, pero no es acusado y los cambios de dirección se hacen bastante ágiles, o lo suficiente para lo que es. Miedo me da volver a conducir aquel Mazda MX5 que tuve y tener que retractarme.

Esas alfombrillas laosianas...

Pasemos al interior, en donde apreciamos que el coche viene equipado no ya de narices, sino de forma totalmente asiática. ¿Qué no trae? Pues no tiene techo solar, que yo pensaba que sí iba a traer. Tampoco tiene lucecitas en las puertas de esas que se iluminan cuando abres, ni luz antiniebla trasera, ni control de altura de faros. No hay espejo autocromático, tampoco, y la iluminación de los espejos de los parasoles es manual, no de eso que se enciende al correr la tapa.


Pero sí trae asientos de piel con regulación eléctrica, ventilación y calefacción. Por supuesto, también hay climatizador bizona, bluetooth, control de crucero, arranque y acceso sin llave, cámara de visión trasera, y alguna que otra pijada que seguramente me olvido. Aclaro que digo "de forma asiática" porque ninguno de los coches que conduje en Birmania tenía antiniebla trasero, por motivos que desconozco.

Mandos centrales con climatizadores y demás

Los acabados son bastante buenos, la verdad. Todo tiene un tacto decente, no se notan piezas discordantes o ahorros penosos, sino que todo se siente homogéneo y bien realizado. En la consola central tenemos los mandos de la climatización del coche y de los asientos. Tras el volante, un cuadro de mandos básico con información relevante y una iluminación que lo hace bastante cómodo de leer. Eso sí, luego uno se monta en un coche de verdad, como un BMW 320 a tope de equipo, y se da cuenta de que no es lo mismo. Perogrullo, el BMW vale el doble o más, pero es la realidad. Ni el cuero se siente como se sentía el cuero de mi Mazda o el del Volvo XC90 que tanto usaba yo en España, ni los asientos son tan cómodos como los de aquellos coches.

  
Las plazas traseras no son del todo pequeñas. De hecho, todo el coche por dentro es bastante amplio. Con el asiento del conductor puesto para mí, con mis 1,79 de altura, el espacio disponible es suficientemente amplio. Hay un reposabrazos en el centro que viene con posavasos, y salidas del aire acondicionado en el centro. La altura de las ventanillas dificulta la visión, pero no se siente del todo claustrofóbico.


A la derecha del airbag del volante hay una serie de botones que manejan el control de crucero, seleccionan el modo de la dirección, y hacen algo más que se me ha olvidado. A la izquierda, los del equipo de audio y el teléfono. Equipo de audio es bastante perronero, no tiene fuerza ninguna y a poco que se le dan graves vibran los altavoces. Ese es otro de los detalles que echas en falta cuando comparas con coches “mejores”. Al menos aquí todos los botones (casi todos) van iluminados, cosa también buena.

Pantalla del cuadro al poner la marcha atrás

¿Qué puede esperar alguien que se compre este coche en Europa o en zonas desarrolladas? Un coche rutero, sencillo de conducir por ciudad, no excesivamente gastón (yo le vengo haciendo una media de 8.7 litros, una vez bajados los 12 de media con los que lo cogí, haciendo pueblo y carretera “comarcal”), agradable y poco más.


Puede parecer que no estoy convencido con el coche, y de hecho no lo estoy del todo. El asiento del conductor, por muchas regulaciones que tenga, y aún a pesar de la ventilación (que es algo parecido a remojar el culo en la orilla en la playa, todo sea dicho, aunque gracias a ella no te suda la espalda), sigue resultándome demasiado básico, por no decir no del todo cómodo. Un mal menor, habida cuenta del uso que le voy a dar. Porque sí, este coche no es alquilado, este coche me lo he comprado aquí en Laos y, como era de esperar, pese a haberlo pedido de color chocolate oscuro, ha venido de este color marroncillo. Color que, todo sea dicho, disimula excelentemente la porquería. Alguna ventaja tenía que tener. Y bueno, ya me va gustando algo más.

Yo quería un Audi S3 Sedán, o un Mercedes CLA250, o… pero, o no los venden, o cuestan el doble que en otros mercados. Así que habrá que conformarse.

Hyundai Elantra  GLS Luxury 1.6 automático.

28,500 USD, impuestos incluidos, en Laos.
 
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