lunes, 3 de diciembre de 2012

Beau-Rivage Palace, Lausanne

Como ha quedado claro en la entrada sobre el Skoda Yeti, Ginebra es el horror en Noviembre. No tanto por la ciudad, que de por sí no es nada del otro mundo y sí bastante pequeñaja, sino por ese frío horroroso que me acompañó todo el rato. Acostumbrado a ver ríos marrones y lagos azules, encontrarme con el lago Leman de ese impresionante color plomo realmente daba miedo. Por eso, lo primero que hice nada más llegar a Ginebra fue comprarme un gorro en los grandes almacenes Manor, que son como El Corte Inglés pero en suizo, es decir, todo igual salvo que cierran a las seis de la tarde y parece haber menos dependientes.

Con estas, y una vez agenciadas las cuatro ruedas, ya me pude acercar a visitar a mi amigo Alexis en el Beau-Rivage Palace. Y ya puestos, a quedarme. Es que es inevitable, porque pese al frío y a las nubes, el hotel es un maravilloso resort que, en verano, ya ha de ser el acabose.


Se trata de un hotel a la antigua, un centro vacacional de lujo tal y como podría ser el Hôtel du Palais de Biarritz (ver entrada correspondiente) o el Reids Palace de Madeira. No es un terrible Four Seasons de ciudad, y tampoco es una vieja dama como el Ritz de Madrid, pese a que, todo sea dicho, le conviene una renovación de habitaciones, cosa que caerá el año que viene por lo que me comentan. No nos equivoquemos, las habitaciones tienen 10 años y están en perfecto orden, pero se ven antiguas. Pero volvamos al hotel… permítanme ir narrando cada servicio a modo de estancia, creo que es lo más conveniente.

La llegada es sencilla, tan sólo hay que dirigirse hacia el Castillo de Ouchy, en el puerto de la ciudad, y seguir las indicaciones. Una gran puerta vallada nos da la bienvenida al recinto del hotel, situado en un alto frente al lago, con impresionantes vistas de las montañas al frente (siempre y cuando no haya nubes). Aparcacoches y maletero nos reciben con rapidez, agilidad y excelente educación. Les confirmamos que, efectivamente, hemos hecho un buen viaje y que ese es nuestro equipaje, mientras el aparcacoches se lleva el vehículo al parking cubierto y privado del hotel, que parecerá una tontería, pero con el que uno se queda mucho más tranquilo que si hablamos de parkings públicos.

En verano, con vistas...
 
Accedemos por la puerta giratoria al pequeño lobby en el que una chica bielorrusa nos explica las formalidades de la estancia y se ofrece para acompañarnos a nuestras habitaciones (al ser tres, elegimos dos habitaciones comunicantes). Está bien que te traten como si te conociesen de toda la vida, aunque a quienes conozca desde hace tiempo sea a tres directivos del hotel. El hall y los pasillos son impresionantes, más ahora con la exquisita decoración navideña. Un ascensor del tamaño de mi apartamento parisino nos lleva a la segunda planta, en la que están nuestras habitaciones con vistas al lago.
 
Panorámica desde el balcón
 
Se trata de dos habitaciones de aspecto clásico, con un buen cuarto de baño, muy buena calefacción, buen equipo de televisión (que yo ni enciendo), y un equipamiento a la altura. Antiguas, sí, tirando a viejas, pero todo funciona y todo está inmaculado. Como inmaculada está la lencería, el minibar, los productos del baño (Bvlgari), la cesta de frutas de cortesía, y las galletas, zumo, bolsito, albornoz pequeño y zapatillas para la menor que nos acompaña (y que disfruta de esas cosas como la niña que es). No pasan dos minutos cuando llega el equipaje.
 
 Galletitas...
 
Sobre la habitación, dejando de lado comentarios sobre su estilo dado que, al renovarse el año que viene, no tienen validez duradera, he de decir que la cama me pareció excesivamente blanda. Dormí como un bebé, ojo, pero me habría gustado un colchón más duro. Tampoco quise molestar y pedirlo, aunque sin problemas lo hubiesen arreglado. Pero es lo único “negativo”. Presión de agua, temperatura, acceso a internet, luces, equipamiento, balcón, aislamiento del ruido y del frío, tamaño general… todo estuvo a la altura. No esperemos las suites del Lebua (ver entrada), porque estamos en un sitio diferente. Lo que tampoco vamos a tener, afortunadamente, es esa vejez generalizada del Hôtel du Palais, no digamos ya del Ritz Madrileño o de las habitaciones no renovadas del Crillon parisino.

Habitación, foto no contractual

Como nos fuimos entreteniendo por el camino, al final llegamos al hotel bien entrada la hora de comer. Rápidamente, la chica de recepción reservó desde mi habitación una mesa para tres en la brasserie del hotel, el Café Beau-Rivage. No puedo decir que sea un sitio barato, quizá nos consuele pensar que todo Suiza es caro. Comer tres personas un plato sencillo cada uno, con postre pero sin vino, salió por algo más de 100 euros. El pescado de mi amiga no estaba mal del todo, muy bien presentado aunque a su gusto un poco falto de “potencia”. La pasta de la niña, tan sencilla como mera pasta con salsa de tomate, perfecta. La salsa de tomate, de hecho, pese a ser la más clásica jamás vista, era una delicia. Mi tartar de buey, con sus patatas fritas, excelentemente condimentado a mi gusto. Y todo con unas porciones justas, ni escasas ni excesivas. Lo mismo puedo decir de los postres, con un tiramisú rico y abundante en mascarpone, mi mousse de chocolate perfecta, o el helado de la pequeña, cremoso tal y como era de esperar. El pan, por cierto, una delicia. ¿Qué eché en falta? Algo que he visto en Yangon en el restaurante Sharky’s, que es una mini-ensalada orgánica servida en un vasito, con un huevo de codorniz escalfado y un aliño simple. En el caso de mi tartar, sin duda lo eché en falta. El servicio en sala quizá me pareció un pelín lento, aunque fue siempre de exquisita cortesía y muy buena atención. La sala, exquisitamente decorada y con grandes ventanales hacia el puerto. Añadir que venden un plato de mariscos a 90 euros por persona… nosotros nos abstuvimos, ya habíamos comido muy buenas ostras en el mercado callejero de Divonne-les-Bains.

Corriendo por el pasillo

Tras el paseo correspondiente por la ciudad y alguna compra que otra, regresamos al hotel a pegarnos un bañito en la piscina del spa. Decir que Lausanne es bastante vertical como ciudad, recordando un poco a Montecarlo, sólo que aquí en vez de ascensores públicos hay una especie de metro o funicular (el metrocular, vamos), que en cinco minutos de pone arriba del todo. No probé los masajes, pero sí la piscina, el jacuzzi, la sauna y el haman. Sinceramente, quizá sea por la afluencia de público familiar a las horas a las que fuimos, pero nada destacable. Sí, lo pasamos estupendamente, nos colamos en la parte exterior de la piscina, hicimos la bomba y todas esas cosas (el ambiente acompañaba, claro), y el jacuzzi estaba calentito, como la sauna estaba muy caliente y el haman muy húmedo, pero nada más. O nada menos, dada la absoluta pulcritud de los vestuarios, la calidad de las toallas y, no me cabe duda, la calidad también de los masajes y tratamientos de belleza que allí dan.

La piscina cubierta, vacía
 
No cenamos en el hotel, aunque hay donde elegir dado que cuentan con nada menos que cinco opciones, incluyendo un restaurante japonés de muy buena fama, y especialmente un restaurante gastronómico (y astronómico) de Anne Sophie Pic, con sus tres estrellas Michelin.

Lo que si que cayó fue algo en el bar tras la cena, aunque sólo bajásemos la peque y yo. Ella una infusión y un postre, que se ventiló en diez segundos, yo un té porque, aunque me apetecía un vaso de Caol Ila, que es el único whisky que logro tragar y que recomiendo probar a todo el que tenga la oportunidad, en realidad tampoco me apetecía.

El bar, por la noche
 
El desayuno se sirve en una sala que da exclusivamente desayunos. Me explico: no es un restaurante que ha de ser reconvertido para el menú del mediodía, sino una sala de desayunos abierta hasta las once, como debe de ser. Un buen buffet bien atendido, sin nada que fuese del otro mundo pero sí plagado de productos exquisitos. Buen chocolate caliente, buen zumo de naranja, muy buenos quesos, buenos fiambres, platos calientes clásicos (y tampoco destacables, pero en absoluto bajo par), gran variedad de frutas y lácteos, buena carta de huevos, una sala con mucha luz y ambiente fresco… Es decir, nos pusimos como cerdos, y eso es buena señal cuando yo hablo de un buffet, ya que aunque siempre me gustó desayunar, desde hace tiempo no termino de aprovechar esos desayunos de hotel, quizá por estar un poco cansado de ello, casi día tras día. En este caso, puedo decir que sí lo aproveché. Y digo bien “como cerdos”, porque el cerdo come hasta su satisfacción. No por hablar de un sitio fino vamos a negar la realidad…

Podría hablar de la salida, el pago, el precio y demás, pero me parece fuera de lugar. Sí puedo decir que no quise que me diesen factura, sino que me la enviasen por email. Esa misma tarde, mi factura estaba adjunta a un email del departamento de Recepción del hotel.

De lo que sí quiero hablar es de los conserjes, ambos hispanoparlantes, ambos educadísimos y eficaces, ambos convertidos en esa figura dentro del hotel a quien te diriges siempre. Cómo se nota la calidad de un hotel en estos casos, cómo cada empleado sabe comportarse y seguir su papel y su juego en cada momento, y cómo se adaptan tanto a quien viaja solo como a quien lo hace en familia. El camarero serio tratando a la niña de Mademoiselle (pura comedia), el jefe de sala más familiar charlando conmigo, la relaciones públicas preguntándole a la niña cómo lo pasa… Por no decir el que sea ella, la niña, quien firme las facturas. Sumemos el detalle del albornoz, el trato en el Spa, los jardines por la mañana para jugar, y otros muchos detalles para ganarse a la clientela familiar, junto con una eficacia absolutamente profesional en todos los sentidos, para hacer que uno quiera volver sean cuales sean las circunstancias del viaje. 

Salón de banquetes
 
Es un gran hotel, aunque evidentemente se paga por ello. Es más que un gran hotel, es un centro vacacional, es un centro de negocios, es una sala de recepciones espectacular, es la posibilidad de hacer una fiesta total en sus salones (de los más bonitos que he visto). Es, en definitiva, uno de los grandes. Y yo me siento muy afortunado de haber podido quedarme, y de haber recortado las horas de sueño con una incesante guerra de almohadas.
 
Beau-Rivage Palace, Lausanne, estancias a partir de unos 400 euros la noche. http://www.brp.ch/fr/

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Mi amiga..."??? Pensé que había amor...

 
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