martes, 26 de junio de 2007

Cuando una mala cerveza se convierte en una buena cerveza

Lo siento, no soy un integrista. O mejor dicho, he dejado de serlo. Mi relación con la cerveza comenzó teniendo ya mis 17 ó 18 años, con una Lambic belga de frambuesa que, sinceramente, ahora sería incapaz de tragar. De ahí pasé a mi añorada Tusker keniata, de la que sólo pude probar un botellín en una mítica cervecería ovetense.















No es que sepa mal, es que no he vuelto a encontrar el momento en el que me apetezca.

Durante años, bebí cientos de cervezas Ale belgas y desterré a las Lager nacionales o extranjeras. Bueno, errores de juventud. Si bien es cierto que el aroma y el gusto de las Ale extrafuertes belgas es algo que me gusta y que siempre me ha llamado la atención, la verdad es que diversos problemas estomacales me han hecho absolutamente incompatible con esas cervezas. Si ya antes no las terminaba, a día de hoy no creo ni que las medie. Bueno, algunas trapistas casi me las termino, pero no deja de ser un poco “patético” para el aficionado medio internacional el no tomar dos o tres. Hablo de marcas como Judas o Delirium Tremens para las belgas extra, y Orval o Rochefort como trapenses (que en realidad son pocas más). Lo siento, a día de hoy a penas puedo beber alcohol.

Como dije, aquellas Lager quedaron olvidadas en las estanterías de las tiendas y cervecerías de turno. Sin embargo, un año viviendo en la Costa del Sol me hizo habituarme a las cervezas frescas y ligeritas que tan bien entran con aquel clima. De ahí pasé a la Mahou, de preferencia Clásica, que se ha convertido hoy en día en una de mis cervezas favoritas. Y es que, como siempre he dicho, mi cerveza favorita depende del lugar y del momento. Por cierto, no lo he mencionado… tengo unas 600 botellas diferentes en mi colección, todas bien vacías.
















No te pongas chulito, que yo tengo más y mi foto en Google no sale con el título "freak1.jpg"

En mi nevera procuro mantener una selección de cervezas frías, pues nunca se sabe. Así, intento tener alguna Stout, alguna Ale británica, alguna Ale belga, y la Lager ligerita de turno. La de estas semanas (tampoco es que beba mucho) es una Bud americana. Y lo digo sin pudor alguno. Cuando uno habla en foros sobre cervezas, hay ciertas casas que son innombrables, como sería hablar del Julay Coupé en un foro de Honda S2000, por ejemplo. La cervecería Anheuser-Busch, perpetradora de la Bud, es probablemente la gran innombrable de todas. Como decir Coca-Cola en una cata de vinos… ¿Seguro? No lo creo.

Cierto, es una cerveza basada en el arroz. Vale, no tiene casi aroma a lúpulos diversos, no tiene cuerpo, y es un producto muy muy industrial. Sí, su nombre deriva de un producto excelente y reconocido como es la Budweiser Budvar checa. ¿Y? Esta cerveza tiene dos momentos en los que brilla como un diamante de la joyería Wempe en una pedida de mano:

- Calor, mucho calor, y apetencia por una cerveza ligera.
- Bar americano de cara a beber mucho, oyendo country, comiendo grasas, con un chevy a la puerta y gente con sombreros puestos dentro del local, señoras de pelo cardado, neones en las paredes y suelo de parquet.

Pero además podemos añadir un momento más, y es esa cena en casa tranquilamente viendo la televisión, en el sofá, comiendo un sándwich o algo ligero, con una cerveza a mano también ligera, con la que conseguir esa sensación de “ausencia de realidad” sin llegar a niveles de “pedete lúcido”. Esa cena tan íntima y a la par guarrindonga que sirve para olvidar problemas personales. Que relaja aunque en la tele no den más que basura. Esa cena tras la que te quedas un rato en el sofá, te levantas a recoger, miras por la ventan a la calle, vuelves al sofá, y todo parece haberse diluido… Esa cena que, además, sale por dos duros y al final acaba cayendo mejor que la elaborada con invitados.

















Que tampoco se trata de ponerse así... no se vayan a creer....

En ese momento no buscas una cerveza que te obligue a apreciar lo que te da. No necesitas complicaciones, de la misma forma que a tu sándwich no le hace falta un crujiente de frutas del bosque en reducción de cebolla caramelizada al foie de pichón cebado en Armagnac. Jamón York, queso, mantequilla, pan de molde y a la plancha, nada más. ¿Por qué complicarse con cosas raras? Cierto, esa cena es perfectamente acompañable por una Guinness, o por una Hoegaarden blanca, o por una Franziskaner. No es que sean éstas unas cervezas especialmente exóticas o ultra-exquisitas. En realidad son cervezas normales y corrientes, con un determinado estilo, pero como podría ser una San Miguel (como lean esto los integristas de la Guinness… me ahorcan). ¿Por qué no probar otras cervezas de este estilo? Es ahí donde entra la Bud. Donde podría entrar una Coronita mejicana, o una Brahma brasileña, o una Quilmes argentina. Parafraseando a Manuela Trasobares… "per què no?"














Qué terrible, yo hablando de eso...

De cualquier forma descuiden… la próxima vez que pase por el pub Cricketer a tomar una cerveza, caerá una Beamish Red. Y cuando vuelva por el mejor pub inglés de fuera de Inglaterra, como es el Frog-&-Rosbiff parisino, caerá una Insane de esas medio tibias que tanto me apasionan y que tan bien hacen en ese local. Pero en casa, y a veces, pónganme una Bud en la nevera, por si acaso.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En verano mi favorita es la Alhambra. En invierno la Mahou 5 estrellas, o la Judas misma.

La Bud, sin ser sibarita ni pretenderlo, no me gustó nunca mucho (ni me gusta ni me disgusta, me deja indiferente.)

Sir Andrew Vickerman dijo...

Clasificando las cervezas en buenas, malas y muy malas, sin duda la Bud queda como mala. No lo olvides, Juanjo, no es una buena cerveza... Al igual que un Big Mac no es una buena hamburguesa, pero bien que entra a veces.

 
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