martes, 15 de julio de 2014

Four Seasons Bangkok

Mi alojamiento últimamente en Bangkok está siendo de lo más variado. Motivos personales y profesionales que no vienen a cuento me han hecho probar hoteles de todo tipo, incluyendo alguna que otra vieja gloria hotelera como el Four Seasons del que hablaré a continuación.

Una vieja gloria es sencillamente un hotel que ha vivido tiempos mejores. Lo que sucede con hoteles como este Four Seasons, o el Le Meridien que queda detrás del barrio de Pat Phong, o el Imperial Queens Park con sus más de mil habitaciones, es que los propietarios o las cadenas invierten ingentes cantidades de dinero en levantar moles descomunales, ponen lo último en tecnología y en diseño, y esperan poder recuperar su inversión antes de que la cosa ya huela a viejo desde lejos. Y es entonces cuando el hotel empieza a oler, que es lo que les ha pasado a esos tres hoteles nombrados, con mejor o peor fortuna. Y es que el Le Meridien sigue siendo un hotelazo, sigue teniendo un servicio de habitaciones excelente con un arroz frito con cangrejo de tirar de espaldas (de lo bueno que está, no del olor), pero su rollo cool de poca luz, tonos marrón oscuro y tal de principios de este siglo ya pasó de moda hace tiempo y se ve un poco fuera de lugar. Dicho de manera más directa, se ve feo.

Le Meridien Bangkok, que de vieja gloria no tiene mucho, sino más bien desfase.

O el caso del Imperial Queens Park, un hotel descomunal que está a punto de cerrar para una reforma integral del edificio y equipamientos, cosa absolutamente necesaria a la vista de lo que uno se encuentra nada más entrar: un viaje en el tiempo a 1995, que viene a ser lo mismo que viajar a 1985 si cambiamos la ropa y los coches de la entrada. La cosa se hace más palpable cuando, y esto es totalmente verídico, sucedido hace cosa de dos semanas, a la puerta uno ve un Mercedes SL500 y un S500 de la misma época, noventeros, aparcados juntos. Que sólo falta ver salir a Lady Di, vamos.

Mercedes S500

Y es que la tecnología aplicable a las habitaciones y servicios hoteleros ha evolucionado de una forma tan rápida que aquello que nos parecía lo ultimísimo y lo definitivo hace no tanto tiempo, como el acceso a internet a través de la tele usando un teclado inalámbrico que instaló el Hôtel de Crillon allá por el año 2004, a día de hoy parece una reliquia antediluviana. 

Hace no tanto tiempo, o eso creemos. Pero es que de 2004 a hoy van diez años. Diez años en los que todo ha cambiado, en los que cualquier persona puede llevar en un bolsillo un acceso a todo el conocimiento de la humanidad (aunque luego lo use para explotar caramelos o lanzar pajarracos a cerdos que se ríen). No digamos ya si en vez de diez años hablamos de quince o de veinte.

Artefactos

El problema del Four Seasons Bangkok es al mismo tiempo lo que le salva. Hablamos de un hotel abierto hace eso, quince o veinte años. Que no es tanto, que no se trata de un anciano mayordomo que debería de haberse jubilado hace tiempo, sino de un excelente técnico con años de experiencia que no se ha sabido o no ha querido reciclar y que sigue usando varios Internet Explorar en vez de un solo Chrome con varias pestañas. Y es que, al mismo tiempo que todo se siente viejo y trasnochado, todo sigue funcionando como el primer día, tal es la calidad de la inversión realizada.

Igual debería replantearme lo de llamarlo “vieja gloria”…

Pero vamos con la descripción de la estancia, estancia que vino provocada por la cercanía de este hotel al magnífico hospital BNH de Bangkok. La cosa ya comienza bien y mal, con esa dualidad que marca todo el hotel. Bien porque uno es recibido por un joven y dinámico empleado que te trata con naturalidad pero guardando una exquisita distancia, te propone soluciones a tus problemas (como es llegar tarde a la cita con el médico), y te da una confianza mayúscula en que todo saldrá perfecto cuando regreses al hotel, como de hecho sucedió al encontrar equipaje y demás en la habitación, sin necesidad de esperas absurdas, y siendo reconocido al volver a entrar por la puerta.

Pero mal por el desagradable hecho de que, mientras yo era recibido cual Papa o Embajador de la ONU, mi mujer era totalmente borrada del mapa y relegada a una posición al final de la cola. Quizá por ser ella asiática, quizá por no llevar nuestras mejores galas, quizá por no haber pasado cuatro horas en la peluquería antes de salir del coche que nos traía del aeropuerto, o quizá por estar preocupada ante la visita programada al hospital. Imperdonable, sin más, y me hizo sentir muy incómodo.

Es imposible hacerlo más "Four Seasons" que esto...

La habitación, en este caso una Junior Suite, es entregada previo paso por un executive lounge en el que te hace la llegada un personal dedicado. Dedicado a sus labores, porque si bien el ambiente era agradable, el mobiliario muy pomposo, el té estaba muy rico, y demás cosas accesorias, no es de recibo que un check-in dure más de cinco minutos, tiempo que de hecho estipulan los auditores de calidad de este tipo de hoteles. Seguimos en el mismo tono, todo bueno pero nada bien.

Una habitación amplia, un nuevo viaje en el tiempo. Por un momento creí volver a estar en París trabajando de recepcionista hace 10 ó 12 años, y entrando en una habitación lujosa de la época. El rollo es exactamente el mismo que el de entrar en, pongamos un ejemplo, la habitación 446 del ya citado Hôtel de Crillon. O, por ser más exactos, cualquier habitación del Four Seasons Georges V parisino. Todo es muy grande, todo es muy lujoso, todo es viejo. Que no antiguo, ojo, sino viejo. El otro día un conocido me decía que las teles de un hotel en el que había estado hacía poco ya habían sido fabricadas antes de nacer sus hijos, hijos en la Universidad ambos. Aquí más o menos lo mismo. Una enorme televisión de pantalla plana, comprada hace 10 años o más, se complementa con un radio-despertador blanco al que sólo le falta tener mini-disc para terminar de fliparte. Y sí, también estaba el teclado para acceder a Internet. Acceso de pago, no nos olvidemos de ese “magnífico” detalle que suelen tener muchos hoteles de lujo.

Zapatos verdes de Bata, tan baratos salieron que se compró dos pares

En el cuarto de baño sucede lo mismo. Esa bañera, esa ducha “oversize”, esa alfombra de baño gordísima, esas toallas que se notan fueron muy buenas hace años (ahora son sencillamente buenas, que no es poco), esa iluminación ideal para enmascarar defectos… Se intentan complementar o cubrir con unas amenities de tamaño familiar y marca L’Occitane. Muy buenas, sí, pero al mismo tiempo enormes, con las que uno tiene la impresión de estar tirando el dinero, máxime si tu estancia es de escasas 20 horas (incluyendo las horas de sueño) como fue el caso. Que sí, que es agradable abrir el kit de cepillo de dientes y ver un tubo de pasta Colgate de buen tamaño, de los que duran dos semanas, de los que sabes que no te vas a terminar porque van a durar más que el propio cepillo, de los que dices “bien, no voy a tener que pedir a la gobernanta que me traiga más”. Pero no para seis cepillados contados (comida, cena y desayuno por dos). O para tres, que ponen un tubo por persona.
  
Baño con ducha enorme

El vestidor es también un museo, como lo es la caja fuerte. Choca haber tenido una caja fuerte en un hotelito Ibis de dos estrellas en la que meter el ordenador o incluso cargarlo al haber enchufe dentro… y encontrar aquí una que, ni grande ni pequeña, no tiene ni siquiera luz por dentro.

La cama es enorme, y blanda. Es de esas camas en las que uno se tumba y se queda en la postura en la que haya caído. Cama “suicidio”, ideal para hacerse las fotos tras la toma de barbitúricos. Que habrá a quien le guste, pero resulta extraña cuando estás acostumbrado a una cama más rígida en la que te puedes mover. Aquí te hundes irremediablemente en el colchón, con sus setenta capas de acolchado, y ya no hay forma de moverse. Lo cuál es un inconveniente en tanto en cuanto el aire acondicionado no tiene mando a distancia. Sólo faltan unas luces que se apaguen con dos palmadas, la verdad.

Cama con radio-despertador...

Pero para mí lo peor es esa sensación de no saber dónde estás, salvo que estás en un Four Seasons. Es algo que la cadena promueve, todo el mundo ha de ser recibido igual en un Four Seasons, se esté donde se esté. Y en este caso, salvo por unos detalles que parecen asiáticos como el cabecero de la cama y que tampoco tienen porqué decir nada, uno bien podría pensar que está en Buenos Aires, en Kinshasha, en Chicago o en Estocolmo. Y eso no es bueno, al menos a mi entender, formando parte de esa dualidad del hotel: tiene carácter, pero no es el carácter que uno quiere, de la misma forma que todo es viejo, pero todo funciona.

No dio la estancia para mucho más, salvo un desencuentro con el personal de conserjería y un desayuno perfectamente a omitir. Resultó que queríamos regresar al hospital a llevarle un regalito a la doctora, así que preguntamos la forma que sería más rápida, si taxi o directamente el BTS (que implica caminar). No la más cómoda, sino la más rápida, estando preocupados por las manifestaciones que de aquella sucedían en Lumpini Park, zona por la que había que pasar sí o sí. El personal del hotel nos convenció de que el taxi sería más rápido, ¿y cómo no hacerle caso a alguien supuestamente experto en la ciudad? No, no lo fue, lo que en BTS habían sido menos de veinte minutos esa misma tarde, se convirtieron en casi tres cuartos de hora. En fin…

BTS y sus vías desiertas

Y a la mañana siguiente, con prisa para ir al aeropuerto, no tuvimos más opción que desayunar en el executive lounge famoso, en donde ni estaban listos a la hora de apertura, ni había absolutamente nada destacable. Uno espera un desayuno como el de otros lounges de otros hoteles de Bangkok. Concretamente, uno espera algo como en el Lebua, con sushi, con cosas ricas y diferentes, con buen servicio, algo moderno, ágil, actual, efectivo y, sobre todo, delicioso.  ¿Y qué se encuentra uno en este Four Seasons? Un buffet ramplón con cero originalidad (dos o tres embutidos, dos o tres quesos, salmón ahumado, baked beans, bacon y salchichas ya preparados en sus platos calientes, cereales, bollería, tostadas, fruta y dos o tres tipos de zumo), sin terminar de poner pese a estar ya en horario de apertura, con cantidades pequeñas de cosas de una supuesta calidad. Eso sí, servido en una vajilla muy pomposa con cubertería de plata y servilletas de hilo. Tal era el desastre que yo me concentré en comer los donuts que había comprado la noche anterior en Siam Paragon. Donuts considerablemente mejores que los servidos en el hotel. Qué lástima, qué oportunidad perdida…

Mucha gente, cuando no sale satisfecha de algún establecimiento (de lujo o no) acaba diciéndote el manido “no es cuestión de dinero” excusado en que lo recibido no se corresponde con lo pagado. Pero sí, claro que es cuestión de dinero. Estamos hablando de uno de los hoteles más caros de una de las ciudades con más hoteles nuevos del mundo, por supuesto que es cuestión de dinero, y pagar doscientos o trescientos dólares * por unas pocas horas de sueño, ahí, cuando por menos uno se puede alojar en otros establecimientos a la última, es algo inconcebible, al menos para mí. No lo será para los habituales de esta cadena, o quizá para empresas que mandan ahí a sus directivos más por cuestiones de status que de otra cosa. Pero no es lógico ni normal.

¿Recomiendo el hotel? Sencillamente no, las alternativas son tantas y tan buenas que no merece la pena. Sea o no sea cuestión de dinero, de la misma forma que uno no debería de pagar el doble por una botella de aceite de oliva Carbonell 0,4 por comprarla en el Hipercor en vez de en el Carrefour, como de hecho no se paga, no merece la pena pagar un nombre de hotel y alojarse en algo “peor” si, por menos, seguimos teniendo esa misma calidad de servicio pero con un producto moderno y magnífico. Salvo que se quiera decir “me alojé en el Four Seasons”, motivo perfectamente aceptable (allá cada cual), o sea fan de este estilo de hoteles, cosa que yo no soy, evidentemente. O aparezca ofertas de locura como las que salen ahora, con 50% de descuento, por poco más de 130 dólares la noche en habitación deluxe o unos 240 por la misma Junior Suite que yo tuve.

El resto de los servicios no los usamos, falta de tiempo. Tampoco es que apeteciese mucho.

Four Seasons Bangkok
Ahora a precio de chollo, aprovechando que Bangkok está vacío.


* Precio especial, pero en los precios de tarifa pública las diferencias también existen.

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