Mi amiga Irene es verdaderamente tremenda. Nos conocimos hace algunos años jugando a una especie de Pictionary en Internet, y aunque no nos escribimos ni hablamos ni mucho menos nos vemos a menudo, siempre es un placer y una risa leer sus emails, o contarnos nuestras penurias. Ahora, desde que se casó y vive en Estados Unidos, la cosa para verse es aún más compleja, pero sigue manteniendo la acidez absoluta en sus comentarios a lo que yo diga, haga o escriba, y eso es una gozada.
El otro día me mandó un correo con un link a este artículo, titulado Síndrome del viajero eterno, en el que el autor explica lo que pasa cuando vives cambiando de ciudad cada poco, y dice que “una de las cosas que más me cuesta explicar a alguien que siempre ha vivido en el mismo lugar , es la sensación de no pertenecer a ningún sitio. Es una especie de ansiedad, de no estar a gusto, de que falta algo…”, mientras cita otro artículo de una tal Corey Heller, quien añade que tiene “esa sensación de querer volver todo el rato, pero cuando vuelvo en realidad estoy deseando irme de nuevo”. Es un excelente artículo, muy cortito pero muy conciso, directo al grano, a la realidad de quienes aún no han encontrado su sitio o quienes directamente no lo quieren encontrar.
El otro día me mandó un correo con un link a este artículo, titulado Síndrome del viajero eterno, en el que el autor explica lo que pasa cuando vives cambiando de ciudad cada poco, y dice que “una de las cosas que más me cuesta explicar a alguien que siempre ha vivido en el mismo lugar , es la sensación de no pertenecer a ningún sitio. Es una especie de ansiedad, de no estar a gusto, de que falta algo…”, mientras cita otro artículo de una tal Corey Heller, quien añade que tiene “esa sensación de querer volver todo el rato, pero cuando vuelvo en realidad estoy deseando irme de nuevo”. Es un excelente artículo, muy cortito pero muy conciso, directo al grano, a la realidad de quienes aún no han encontrado su sitio o quienes directamente no lo quieren encontrar.
París y sus cosas...
Cuando me fui a vivir a París, primera experiencia fuera de casa, lejos (relativamente), y solo, recuerdo que cada noche soñaba cómo hacía mi equipaje, lo metía en el maletero del coche (que venía a ser la variable del sueño y que empezó siendo un Volkswagen Passat W8 verde), y me iba conduciendo hasta Asturias. Sin tener muy claro, sin siquiera plantearme el qué iba a hacer en Asturias. No era un sueño de todas las noches, permítanme la pequeña exageración de antes, pero sí bastante recurrente, o más que un sueño era ese pensamiento con el que terminas durmiéndote.
La realidad es que volvía a casa cada tres meses, Air Nostrum mediante, y así estuve durante más de cinco años. Cuando por fin volví, ahora que lo miro desde la distancia al haberme vuelto a marchar (y van ya dos años en Asia), veo un periodo muy positivo en mi vida. Y eso es sencillamente porque sí, fue muy positivo, pero también porque estoy idealizando aquellos meses. Esa idealización que nos pasa a todos con los lugares en los que hemos vivido, quedándonos con los recuerdos positivos. Como escribe Reven en el artículo que digo, “quieres vivir en una ciudad collage de recuerdos, experiencias y personas. Una mezcla de estilos, arquitecturas, gastronomías… Una ciudad mezcla de los recuerdos de todas las ciudades que has amado. Pero esa ciudad no existe”.
Mezcla de estilos
A mi amiga Irene le respondí, entonces, que los dos sitios que considero mi casa son tan eternos que cambios, lo que se dice cambios, pocos… Oviedo, mi ciudad desde pequeño, sigue siendo la misma ciudad provinciana llena de pijos de siempre. Bueno, no, sólo el centro sigue así, pero es que lo que nunca fue el centro, por mucho que se empeñen las inmobiliarias, siempre ha sido un tanto “etnolandia” para pasar a ser directamente Perú de un tiempo a esta parte. He estado en Oviedo hace unas semanas, después de un año sin pisar la ciudad, y habiéndola visto el año pasado sólo seis días, tras haber pasado otro año fuera. Sigue siendo todo exactamente igual, con sus tremendas ventajas de ciudad pequeña en una región tan privilegiada geográficamente como castigada climatológicamente. Apatrullar la ciudad, que es algo que me encanta hacer muy de cuando en cuando, de noche, conduciendo sin ritmo fijo, te da la sensación de que el tiempo no pasa. Ver a la gente y sus ropas lo confirma, y aunque estabas deseando ir y echabas de menos la vida en esa ciudad, o mejor dicho lo que puedes hacer saliendo de esa ciudad, de repente te vuelven a entrar ganas de irte.
Uno de los peranzanos, en la terraza
El último piso en el que viví en Oviedo era realmente una chulada, en pleno centro, Calle Fruela, con terraza, con decoración ideada por mí mismo, con unos colores, una luz, un tamaño, un todo… un frío espantoso en invierno, una calefacción carísima, una nevera ridícula, una ducha de las de darse prisa, y una bañera que intenté llenar un día para descubrir con horror no sólo que yo no cabía en ella, sino también que el agua caliente no daba para llenarla entera, encontrándome frente a una tina de agua fresca, sin agua caliente en el depósito, en pelota y con prisa por salir. Quiero aquel piso, pero necesito recordar bien para darme cuenta de que tenía muchísimos inconvenientes y que en Asturias el verano dura dos semanas.
El otro lugar que considero mi casa es nada más y nada menos que Montecarlo. Dicho así no suena nada original, cualquiera estaría a gusto viviendo en el Principado de Mónaco, a priori, aunque luego nos demos cuenta de lo carísimo que sale todo, de lo incómodo que es pasear por una ciudad vertical y llena de turistas y coches, de lo imposible que es acceder a una vivienda, etc… Tonterías, es un sitio estupendo para vivir. Y es otro de esos sitios que no ha cambiado absolutamente nada en los últimos 25 años, cosa de la que me alegro. Sólo cambia el parque móvil. Sigue habiendo turistas de bermudas entremezclados con millonarios de ropas coloridas, anuncios de inmobiliarias con precios ridículos, las mismas tiendas (o con el mismo aspecto), y el mismo circuito de Formula 1. Es más, si me apuran hay hasta los mismos hoteles, y el Lady Moura sigue atracado en su puerto. Llegar y aparcar el coche en Santa Devota es básico y fundamental, y quizá el cambio más reseñable sea que ganar el Gran Premio de Fórmula 1 ya no consiste en pasar el fin de semana con alguna de las princesas, sino en terminar el primero en la carrera. Una pena.
En realidad en Montecarlo es habitual que haya nubes
Pero a Montecarlo le pasa lo que a Oviedo, lo que a esa ciudad que no existe, como escribe Reven. Son idealizaciones, ensoñaciones. En algunas nos resulta más fácil ver la desventaja, en otras lo que nos resulta fácil es ver cómo superar la desventaja. Es lo que sucede con Luang Prabang, un pueblo en el Norte de Laos alejado de todo y que se termina en tres días, lleno de gente que nunca ha salido de ahí ni tiene ganas de hacerlo, comunicado con Bangkok por vía aérea a unos precios de locura, sin ascensores, sin semáforos… sí, sin semáforos. Hace meses abrieron un shopping mall, que no es más que un supermercado que tiene unas cuantas tiendas en la planta baja, todo propiedad china. En realidad quieres ese Luang Prabang con las playas asturianas, el clima de Mónaco y las tiendas de París. Y eso no existe.
Imponente Range Rover
Como no existe el coche perfecto, que hoy es un Range Rover, mañana un Porsche 911 y pasado un Toyota GT86, o como dije mil veces, un Cayman descapotable con cuatro asientos, pero que no sea un Boxster ni un 911 cabrio, por ser éste un coche con chepa. He vuelto a conducir el Toyota Harrier por el Delta. Una locura terminada con un sprint para poder coger el último ferry, llegando al puerto escasos cinco minutos antes de la salida. Tardar cinco horas en hacer lo que Google dice que es hora y media, perderse, circular por pistas de tierra, arenales siguiendo huellas, abandonar la ruinosa carretera para ir por el arrozal, todo para ver el Mar de Andamán. Y volver entre un tráfico tremendo de motos, bicis y carros de bueyes, a 80 por pistas, a 100 por carreteras del ancho del coche, y a 5 por lo que ellos dicen "carretera en mal estado" mientras los bajos del coche van rozando constantemente, tardando dos horas y media gracias a seguir la ruta alternativa de unos lugareños. Y debajo pongo una foto del Mar de Andamán, pero sin pie de foto porque el editor de textos de Google no es capaz de etender que quiero el pie de foto centrado.
Y ahora sigo sin saber qué coche quiero ni dónde quiero vivir. Ese Juke me ha dejado marcado, sin duda, y encima es barato.
Se llamaban peranzanos por no haber tenido muy claro cuál era peral y cuáles eran manzanos, había tres, dos siguen vivos en la casa de unos familiares, habiendo sido el tercero arrasado por un operario de la construcción.
2 comentarios:
Ojalá escribieras con más asiduidad.
Encontré un hilo tuyo de Birmania en forocoches sobre Myanmar. Primero me gustaria felicitarte por compartir tus vivencias, opiniones y fotos.
Estaré atento a tus entradas nuevas.
Un saludo y sigue disfrutando. Por cierto también tengo algunas fotos de Myanmar en la web, entra en www.phototempus.com
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