martes, 8 de enero de 2008

Menos muertos

Según las estadísticas del ya año pasado, ha habido menos muertos en carretera que en 2006. Bien. Evidentemente no voy a dejar este artículo aquí, aunque podría ahorrarme todas las explicaciones y divagaciones que, más o menos, logre escribir a continuación. Y digo que podría ahorrármelas porque, pese a todo, hay quien sigue descontento con todo lo que rodea a las autoridades de Tráfico. No sólo descontento, sino incluso ofendido, hasta el punto de no dudar en continuar con los insultos más inverosímiles que puedan imaginar.

Un vistazo a cualquier foro de Internet sirve para darse cuenta de que, se haga lo que se haga, pase lo que pase, nunca llueve a gusto de todos. Bueno, tampoco es que sea una novedad. Simplemente resulta ofensivo en este caso que alguien se enfade porque haya menos muertos, o porque el gobierno de turno se apropie del logro, cuando esto debería de darnos igual.



















¿Cómo es eso de que existen las mentirijillas, las mentiras y luego las estadísticas? Y es que unos fríos datos (valga la redundancia de frío, hablando de cadáveres) pueden ser interpretados de cualquier forma. A la vista está por las opiniones que se leen. Se dice que, desde que entró en vigor el carnet por puntos, también cambió el sistema de contabilización de víctimas mortales en accidentes de tráfico, de forma que ahora, por lo visto, es más sencillo que haya un número menor. No se contabilizan las víctimas sucedidas 24 ó 48 horas después del golpe, así que si te la das bien pero bien, quedas “malherido” (o bien herido, depende del objetivo) y pese a todos los esfuerzos de los médicos logras palmarla a los 4 días, dejas de ser víctima de tu accidente. Una lástima, a veces no se saben los motivos de cada uno para morir.

A mí, personalmente, me trae sin cuidado que haya cambiado el método. Y lo digo sin problema alguno, porque ni me va ni me viene quién esté al frente de la Dirección General de Tráfico, en un país en el que los gobiernos actúan con planes a corto plazo y movidos generalmente por el revanchismo. Me trae sin cuidado porque, tras haber visto el último anuncio de la DGT, el objetivo se ha cumplido. ¿Qué es falso? Da igual, que no lo digan y convenzan a la gente, punto. Ese anuncio dice algo así como que por fin el número de muertos en carretera ha bajado. Que gracias a ponernos el cinturón, a no beber y a correr menos, hay menos víctimas… directas e indirectas, por todos los familiares y amigos que sufren las consecuencias. Y termina proponiendo al espectador una especie de pacto con un “¿seguimos?”. Perfecto, el mensaje esta vez es perfecto. Repitamos…

















Porque nos ponemos el cinturón hay menos muertos. Más de uno se sorprenderá, pero todavía a día de hoy queda gente que pone en duda la obligatoriedad del cinturón, aduciendo a su libertad para decidir por sí mismo. Sobran explicaciones sobre teorías de libertad, derechos y obligaciones, por no hablar de temas económicos y prácticos. Quien pone en duda estas cosas, sencillamente tiene un trastorno moral considerable: ese que te obliga a estar siempre a la defensiva, en contra de todo, pase lo que pase y se diga lo que se diga; ese que no te deja ver las cosas desde fuera, sin dejar de pensar en yo, yo y yo. Que haya gente que siga circulando sin cinturón, la verdad, no me sorprende. Idiotas los ha habido siempre, qué se le va a hacer. Lo cojonudo viene cuando es un “fitipaldi” el que, al tiempo que está plenamente convencido de sus capacidades de conducción, reniega del cinturón. Se ve que en su amada competición nadie va sujeto al asiento, claro.

Porque no bebemos hay menos muertos. Y luego tenemos que soportar, no ya a los que “controlan”, sino a toda esa gentuza capaz de juzgar a alguien por, por ejemplo, admitir haber circulado a ritmos elevados en ciertas circunstancias, pero luego bien que se toman sus vinos, sus cervezas, sus copas… Afortunadamente cada vez son menos. Lástima que muchos lo hayan dejado por simple miedo a la multa, a la pérdida de puntos, pero debemos de estar satisfechos. Ahora, como sea, hay que convencer a la gente de que alcohol y volante nunca han sido buenos compañeros. Yo incluso pediría la famosa “tolerancia 0”. Porque, ¿qué necesidad hay de beber si luego se ha de conducir? Ninguna, no cabe otra respuesta. De la misma forma que no hay ninguna necesidad de vestirse de torero para operar a corazón abierto, o de hacer el pino-puente en la cocina para hacer unos huevos con chorizo, cosa que puede quedar espectacular en televisión, pero que en casa resulta muy poco práctico. Me cohíbe el que me puedan tomar por “radical” y la tengamos liada otra vez (véanse entradas Límite de velocidad I y II).




















Y porque corremos menos hay menos muertos. Esto es lo que más suele doler… Pero es la pura realidad. Luego saltarán los ya clásicos del “y si vamos a 20 seguro que no nos matamos ninguno”. Imbéciles, no son más que eso. Por tanto, no merecen la más mínima atención en sus discursos infantiles. Si acaso, una respuesta al mismo nivel, en plan “y si viene una hormiga gigante y te pisa…” La realidad es que, circulando todos de forma coherente y a ritmos racionales y homogéneos, las posibilidades de “no matarse” aumentan. Suena muy cáustico, pero el día en el que cambiemos el chip y seamos conscientes de que un accidente por una tontería lo puede tener cualquiera, y que por esa tontería podemos perder mucho dinero, la confianza o la salud de nuestros cercanos, e incluso la vida; el día en el que seamos conscientes de que en la carretera no siempre “no pasa nada”… ese día nos comportaremos como personas inteligentes, como ya se comportan la mayoría de los conductores, y dejaremos de jugárnosla. Pero es inútil, es una utopía que nunca sucederá, y menos en España.

El pasado día 1 de Enero yo cometí una de esas imprudencias. Permítanme ponerme como ejemplo. A la entrada de una autopista, tras unos diez segundos esperando que el Hyundai Coupé que me precedía se decidiese a arrancar con el semáforo verde, le pité. Arrancamos por fin, y le adelanté. Ya en la autopista, comencé a acelerar hasta mi velocidad de crucero. No había nadie más, y pese a que el Coupé no se me separaba, fui tan estúpido como para seguir acelerando por encima de los 120, por encima de los 150, por encima de los 170, por encima de los 180… Nunca debí de hacerlo, el “pique” ya estaba provocado y lo peor podría suceder. Y sucedió. Hasta en dos ocasiones tuve que evitar el frenazo con el que me premiaba el Hyundai tras adelantarme. En la primera vez, incluso me tuve que echar primero a un lado y luego al otro para evitarle en sus cambios de carril. Inmensa estupidez por mi parte (porque lo del otro no tiene nombre), por la que podría haber empezado el año de la forma más pistonuda.













Siempre igual.

Como estas cosas nos pueden pasar a todos, aprender de los errores se hace necesario. Y sí, empeñarse en correr muchas veces es un error. Evidentemente, no seré yo quien prohíba todo exceso de velocidad… no, no se trata de eso. Se trata de todo exceso de brío injustificado. Como prohibir esto oficialmente es más que difícil, se trata de hacer caso de lo que nos dice ese anuncio de la DGT y responder a la pregunta. “¿Seguimos?” Evidentemente sí, tenemos que seguir. Porque no nos equivoquemos. Hay quien se mata solo, generalmente haciendo gala de su inutilidad para controlar el coche cuando las cosas se ponen complicadas. Es una lástima, pero siempre ha habido gente que sólo aprende a golpes. El problema está en todos esos excesos de brío, de hormonas, que nos llevan a hacer estupideces con las carreteras llenas, implicando a terceros en nuestros actos. Y aunque algunos histéricos aseguren que es problema de distracción, del tiempo que hace, de fallo mecánico, de mala señalización, de lo que sea… la velocidad sigue y seguirá siendo un factor muy determinante en las consecuencias de los accidentes. Y me refiero sobre todo a esa velocidad injustificada en casos de circulación relativamente densa que nos lleva a realizar maniobras peligrosas como cambios bruscos de carril, adelantamientos forzados… o sencillamente a pisar el freno en una autopista de circulación fluida (nada más estúpido y muestra de inutilidad notable). No me refiero a ir a ritmos elevados cuando las circunstancias son favorables o a circular sencillamente más rápido que otros conductores. Lástima que se confundan ambas situaciones muchas veces. Lástima que personajes como Don Categórico López o Johny Sánchez Racing sean incapaces de ver diferencias.

Ha muerto menos gente, o al menos en las cifras oficiales aparecen menos. Eso es sencilla y llanamente un motivo de alegría. La invitación de la DGT a continuar poniéndonos el cinturón, no bebiendo y controlando nuestras hormonas en la carretera es de esas invitaciones que no se deben rechazar. ¿Rechazarían ustedes una invitación para llevarse lo que quisieran de El Corte Inglés sin pagar y sin límite de gasto? Entonces explíquenme los motivos para rechazar una invitación a comportarnos de forma racional y lograr entre todos que haya menos accidentes. Ah, claro, que ellos no hacen las cosas que deberían, que hay puntos negros a mejorar, que las carreteras son malas, que las asistencias son penosas, que tal y que cual… y que “los accidentes les pasan a otros”, según Don Categórico a los rapidillos, según Johny a los torpes, que “no controlan”. Lo que quieran. Además, no debería haber mayor motivo que la inutilidad manifiesta del gobernante para decidirse a tomar cartas en el asunto y realizar las cosas por uno mismo. Porque yo no espero que alguien me salve de morir, y mucho menos si puedo intentar evitar esa muerte.
















A mí esto no me apetece, la verdad, ni mucho menos que me pille a mí por cosas de otro.

Y es que, como siempre, conducimos los conductores. Que menos que ser nosotros mismos los que tomemos medidas a favor del interés común, que es la reducción de accidentes y de víctimas. Quizá una vez que hayamos demostrado que sabemos hacer las cosas, que sabemos comportarnos, haya alguien que se decida a gastar dinero en, por ejemplo, aplicar límites variables en las autopistas, que a fin de cuentas es lo que más parece interesarnos. ¿Seguimos?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

las mismas estadísticas están preocupadas porque el descenso de muertos resta donaciones de órganos...llamarán a dexter, supongo

Anónimo dijo...

Muchas cosas han de cambiar hasta que recupere mi confianza en la DGT.

Aunque en un primer momento estoy deacuerdo con el artículo, me parece que tráfico está llevando de manera muy chapucera las riendas. La política se basa en velocidad, velocidad velocidad y velocidad, sin contar que somos asesinos despiadados que nos distraemos cada 2x3.

Yo soy de los que apoyo lo de adecuar la velocidad en condición a la vía. Al igual que la autopista de la Y (veo que te pasas mucho pro Asturias) la veo perfectamente a 120 y el Huerna a 100, no veo ningun problema tampoco el poner los límites a 140 o 150km/h en las largas autopistas de la meseta sin curvas y completamente llanas. También veo tremendamente desproporcionado lo de que sea delito sobrepasar cierta velocidad y no lo sea por ejemplo circular sin carnet o sin seguro.

Otro tema es lo de la alcoholemia. Me imagino que estarás al tanto de la cantidad de personas que circulan con unas copas encima, "total, como no pasa nada", y el número de controles es ridículo, en toda mi vida me han parado solamente 1 vez y miro para otro lado con verguenza cuando en fiestas como el descenso del sella, ver gente conduciendo que no era a atinar a meter la llave en el contacto del coche (cuando acertaban conducian, por supuesto) y no ver ni un mísero control de alcolemia.

Aunque los datos hayan mejorado (desde mi punto de vista, el progreso natural debido al aumento de seguridad en los coches y la manera de tomar los datos) todavia queda mucho por hacer y mucho sentido común que aplicar, de esto último, de ambas partes por desgracia.

saludos

 
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