lunes, 22 de octubre de 2007

Quita los pies de la mesa, en el salón no se juega...

Esto no se toca, quita. Con esto no se juega, dale. Esto no se toca, quita. Con esto no se juega. Quita los pies de la mesa, en salón no se juega, en el sofá no se come…

Y lo peor es que es verdad. Si aún recuerdan aquellos tiempos en los que salíamos a la calle y entrábamos en cada tienda, fuese de lo que fuese, a preguntar si tenían pegatinas, sabrán de lo que hablo y se sentirán identificados con el anuncio que lleva esa musiquilla. Usar la alfombra como acera sobre la que aparcar los coches de juguete, la mesa como casa en la que meter los clicks de Famobil, el sofá como casa blandita jugando al rescate, la puerta como portería del campo de fútbol instalado en el pasillo, o descubrir que ya se mide lo suficiente como para ir “caminando” por el pasillo con una pierna en cada pared, sin tocar el suelo. Quienes hayan sido niños alguna vez lo entenderán. Quienes tengan niños pequeños, tarde o temprano lo entenderán también. Y quienes hayan pagado caros unos muebles espantosos pero buenos, estarán teniendo ya escalofríos.

















Este no es un barco cualquiera...


He estado yendo mucho por IKEA. Me encanta. Sonará tonto y vulgar (vulgar de vulgo, del pueblo que llena las superficies de Ikea todos los días), pero al César lo que es del César. Si bien hay ciertas piezas en las que merece la pena gastar el dinero y llevarse la original… si bien hay ciertas tiendas prohibitivas en las que merece la pena entrar, ver y, eventualmente, comprarse algo… si bien el concepto elitista de la decoración con estilo se pierde al ver el personal que deambula por el circuito del Ikea, desde la zona de salones a los dormitorios infantiles pasando por las cocinas y las butacas… Ikea ha conseguido el hacer de la decoración y del estilo algo accesible, algo que cualquiera puede lograr, huyendo del horror del Conforama o Merkamueble. Alabada sea Ikea, pues. Evidentemente, aunque cualquiera puede comprar muchas cosas, que el resultado sea estéticamente agradable ya es otra cosa… ahí no me meto, porque cada uno hace con su casa lo que quiere, o más o menos puede. Pero hace años, lograr un salón digno de la revista Nuevo Estilo, era sinónimo de millones de pesetas en mobiliario malo de Roche-Bobois, contratar un interiorista gay, disponer de una casa acorde, y así poder hacer una foto de una habitación no apta para la vida normal pero muy bonita. Esto ya no tiene por qué ser así.











Cualquiera puede evitarlo...


De cara a equipar el apartamento que ahora ocupo, hubo que comprar un dormitorio y bastantes cosas que le diesen alma a la casa. Bienvenido a la república independiente de tu casa. Bueno, yo siendo Conde prefiero llamarlo Condado, so pena de ser tachado de americano cowboy por el paleto habitual que todo lo aprendió en el videoclub. Una cama, una mesita, lámparas, alfombras, plantas, adornos… Cuatro duros, como quien dice, y mi piso se ha transformado. Primera satisfacción. Vale que parto de un apartamento muy agraciado, pero el resultado ahí está (para el que quiera venir a verlo).

La segunda satisfacción aparece al lograr meter todo lo comprado en un coche. Creo que en Lisses (sur de París) todavía se recuerdan las risas de la gente al verme intentar, durante media hora, meter dos inmensas cajas en mi descapotable biplaza. Labor social, gente feliz y contenta por algo que les hace olvidar preocupaciones, y risas, muchas risas, al lograrlo (más o menos) y regresar a casa entre cartones y sin capota. Esta vez fue todo más fácil, gracias a la inestimable colaboración logística en forma de monovolumen y conductora.
















Estos lo llevan aún peor que yo...

Luego llegas a casa. Bien, tienes cuatro cajas planas y largas, y de ahí ha de salir una cama completa, una mesita y alguna que otra cosa. Mientras el colchón se va estirando en el salón, abres esas instrucciones a base de dibujos y te pones manos a la obra. Maravilla del diseño, sin duda. Yo, que en la vida había hecho nada, ni siquiera colgar un cuadro, me encuentro ante algo que, poco a poco, va tomando la forma de una cama. Tornillos extraños, tuercas aún más raras que nunca nadie vio antes, todo estudiadísimo y con los agujeros ya hechos. Un destornillador plano y otro de estrella, y no necesitas más. No pasa ni una hora y la cama ya no parece una valla. Tercera satisfacción: sólo han sobado dos taquitos de madera y ningún tornillo.

La mesita corre la misma suerte, los somieres igual… la cama está montada, y de otra bolsa más de Ikea sacas una sábana, una funda nórdica, unas almohadas, un edredón, una alfombra… de otra caja la lámpara, y de otra la bombilla. Señores, el dormitorio está terminado, y si no fuese por mi empeño en colgar un Roy Lichtenstein de la pared, podría haberme traído incluso un cuadro. Y es que del Ikea puede salir todo para el piso, incluso la compañía a poco que uno se esmere entre dependientas o grupos de chicas que van a pasar la tarde viendo muebles.

De aquí salen dos dormitorios, un salón, un cuarto de baño, el hall y, si me apuran, el ascensor.

25 euros por una alfombra, increíble. Es evidente que no es la alfombra del siglo, que no es un diseño único y espectacular, y que está hecha de materiales sacados de un laboratorio por tipos vestidos de blanco, en vez de una granja con señores llenos de barro y señoras gordísimas con delantales azules. ¿Y? Esto no se toca, en el salón no se juega, no pises la alfombra, en el sofá no se come… 25 euros, y el día que me canse de ella compraré otra. Pero lo mejor de todo es que es sencillamente perfecta para mi salón. Dos euros más, y en la cocina de mi madre va otra alfombra que hace más cómodo cocinar y estar allí, y que nunca será lavada, sino sustituida por otra si apetece. Siete euros por una planta cocotero que cambia absolutamente el salón. Tres euros por una cantidad enorme de velas de colores. Otros tres euros por ocho perchas de madera, del mismo color que el armario, en las que colgar camisas y camisas blancas. Diez euros por una lámpara preciosa, discreta, funcional y decorativa.

Con esto no se juega, no juegues aquí a la pelota, en el salón no se come, quita los pies de la mesa, aquí no se juega… Gracias a Ikea, y como bien muestran en su publicidad, todo eso es posible. Y cuando todo eso es posible, uno es más feliz. Y cuando se es más feliz en casa sin gastar mucho dinero, uno es aún más feliz fuera, haciendo ruido al pasar por la carretera a 6.000 rpm descapotado bajo el cielo despejado. Y al llegar a casa, si apetece, se ponen los pies en la mesa y se cena en el sofá. Y si se mancha, se manchó. No pasa nada, volvemos al Ikea y compramos otro mientras vemos, una vez más, la exposición con sus saloncitos y sus apartamentos completos de 50 metros cuadrados.




















No hagas el pino, no metas al perro en el sofá...

7 comentarios:

LeStrat dijo...

Excelente artículo Sr. Vickerman, como todos muy ameno.

Anónimo dijo...

Magnífico.
Algunas fotos con sus comentarios y la anécdota del descapotable incluso han conseguido arrancarme una tímida sonrisa que me irá bien para terminar este lunes un tanto aciago.
Muchas gracias señor conde.

Anónimo dijo...

Otro post maravillosamente relatado. Ultimamente se está luciendo bastante.

Un fuerte saludo

Anónimo dijo...

Sólo una cosa: la alfombra de la cocina si la lavo (con bastante frecuencia, por cierto). Así todo, está casi como el primer día :-)

Anónimo dijo...

No me imagino una alfombra en la cocina...

Anónimo dijo...

Yo voy aún más lejos : compro los muebles en la sección de oportunidades de IKEA así ya llevan algún que otro arañazo y no me pongo de los nervios cuando al peque le da por hacer un grabado a lo Miró con la punta de la tijera (igual que hizo en mi "monovolumen" con una piedra).
Está muy bien esto de "es tan barato que cuando se ensucie lo tiro y compro otro", pero estamos acabando con el medio ambiente a golpe de toneladas de basura diaria... :-(

Anónimo dijo...

(Cécile firma el comentario anterior)

 
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