sábado, 8 de septiembre de 2007

Eurostar, grandísimo invento

Desde hace unas semanas estoy viviendo en un chalet. Acostumbrado a mi piso de París, más conocido como “La MIR” por su altitud, su tamaño y su distribución estudiadísima (además de su antigüedad, claro), no puedo decir que esto se me haga grande, porque uno se acostumbra muy rápido, pero sí que es cierto que tardo “más” en llegar a los sitios. Si estoy en la cocina y recuerdo que he de imprimir algo, tengo que subir dos plantas escaleras arriba, cuando antes bastaba con atravesar una puerta. Del salón a la cama tengo otro piso de diferencia, y aunque los baños estén siempre cerca, se echa de menos el llegar de la cama a la nevera en un segundo. Quizá esté demasiado acostumbrado a los minibares de los hoteles, no lo sé.

Vivir aquí en relación a la MIR es como pasar de vivir en una pequeña ciudad de provincias a una gran capital mundial. Sigues teniendo de todo, pero todo está más separado, todo te lleva más tiempo. Todo excepto ese algo que siempre te queda más cerca en la gran ciudad.




















Será un sitio pequeño, pero vaya vistas...

Desde la MIR al parking en el que mi descapotable (o debería decir capotable, pues el techo casi siempre va plegado) descansa en París, tengo un trayecto que suele rondar los 40 minutos. Sí, sonará a locura, pero eso da ciertas ventajas: no lo sacas tanto como lo harías de tenerlo debajo de casa, nadie en el barrio ha de saber que tengo ese coche, el parking es infinitamente mejor, más moderno y limpio, y supone un ahorro considerable por la diferencia de precio. Son 40 minutos entre paseo a pie, cruzar el río, subir en el tranvía, recorrer todo el Sur del barrio XV, bajar del tranvía, y otro trayecto sea a pie, sea en bus. De locos. Desde el salón de mi actual casa al garaje tengo, exactamente, 15 pasos distribuidos en dos secciones de 7 y 8, y 14 escalones. Sí, acabo de contarlos en un acto de frikismo absoluto que me ha valido miradas raras por parte del personal.

¿Qué es eso que te queda más cerca en la gran ciudad? La facilidad para ir a otras grandes ciudades, sobre todo si se trata de trayectos tan sencillos como coger el Metro. Salgo de casa con una mochila y la bolsa de la cámara de fotos, no necesito más equipaje. Tomo la línea 9 desde Exelmans hasta Lafayette, cambio para la línea 7 (creo) que me deja justo delante de Gare du Nord. Podría hacer otras combinaciones y no ver la luz solar en ningún momento, pero me gusta entrar en las estaciones a pie, y el subsuelo de la Gare du Nord parisina es todo menos un lugar agradable y seguro. Ahí hago otra cola, me controlan el billete y el pasaporte, paso a otra sala, y tras un rato más en un tren que parece ir bastante rápido, aparezco en otra estación. No me bajo y espero a la siguiente, pues sinceramente conozco Ashford y no le veo interés, así que tras otro rato algo más corto, el Metro lujoso se para y aparezco en una estación con indicaciones en otro idioma. Salgo por una puerta y un autobús urbano de dos plantas me confirma que estoy en Londres. Señores, en Metro. Un transporte en el que puedes ir a casa de una amiga, volver del trabajo, ir de rebajas, ir a comprar un coche, o darte un paseo por Londres. Un transporte que odio, todo sea dicho, y que siempre evito lo más que puedo, pero cuando el Metro se transforma en Eurostar, se hace imprescindible.

















El tren en la estación de Waterloo

Mis experiencias en el Eurostar son de lo más variadas. He probado todas las clases, he viajado en todos los horarios, y he visto lo que son trenes llenos y trenes vacíos. Curioso, cuando lo cierto es que ni lo tomo a diario ni tampoco una vez al mes. Será suerte. El trayecto desde mi casa viene a suponer el mismo tiempo que el viaje en avión desde Orly o Charles de Gaulle a Heathrow o City-Airport. Stansted y Luton están realmente muy lejos de Londres, y no compensa nunca por tiempo. La gran ventaja del tren es que la duración total del viaje puede depender de lo cerca que uno esté de la estación de salida (no es el caso de mi casa, evidentemente), más luego la diferencia psicológica entre acabar el trayecto en tren y salir al puro centro de la ciudad, o acabarlo en avión y necesitar otro tramo largo de tráfico insufrible.

Las salas de espera tanto en París como en Londres son bastante decentes. Alguna tienda, algún kiosko, asientos cómodos y un aspecto de aeropuerto. Me gusta más la parisina, con más luz y vistas a los andenes, algo que siempre resulta atractivo. Si se viaja en clase Business con tarifa plena, o se es titular de la tarjeta American Express Platinum (o Centurion), u otras tarjetas de fidelización de Eurostar, uno puede acceder al lounge de Primera Clase. Se trata de esa sala famosa diseñada por Philippe Stark, con lámparas de lágrimas y muebles ultramodernos, un excelente bar, prensa a disposición, acceso a Internet (eso hace 10 años era novedad absoluta, ojo), azafatas monas y, fundamentalmente, ausencia del mundanal ruido de la zona “popular”, algo notorio en horas punta o temporada alta. Nunca pagaría por entrar en esa sala, pero cuando te invitan a ello o tienes esa posibilidad evidentemente no dices que no, aunque sólo sea porque se está mejor dentro que fuera. De cualquier forma, está claro que nadie se ha muerto por esperar en la zona “normal”, así como no se conocen casos de gente que se haya curado de una enfermedad gravísima, que haya triunfado en la venta de gominolas recicladas, o de parejas estériles que hayan concebido esa misma noche gracias al haber leído el Times en el lounge VIP del Eurostar.




















Un tipo instalado en el Lounge, no parece estar incómodo...

El embarque es el habitual de cualquier TGV. Más o menos uno va pasando y acercándose a su vagón. Los de Primera Clase, Business, Premier, o como lo quieran llamar esta temporada (el tren es siempre el mismo, pero no se aclaran con el nombre), tienen a una persona a cada puerta y otra dentro para ayudar a instalarse o a guardar el equipaje. Porque esto es un tren, y no hay compartimento de carga ni facturación de equipaje. Así, viajar en Turista en días de temporada altísima con varias maletas puede ser un suplicio. Clase Turista en la que no hay nadie para auxiliar, y suele tocar pelea con el clásico que se sienta donde le sale de los webs, sin mirar su billete y mostrándose cínicamente sorprendido cuando alguien intenta ocupar su plaza adjudicada. Esa gente realmente me sorprende y me produce bastante odio.
















Gente embarcando, foto no contractual.

El tren en sí es un TGV francés de segunda generación con decoración específica. Lleva en servicio una década, calculo, y lamentablemente no ha sido lo que se dice “renovado”. Sí, está viejo. Moquetas gastadas y con manchas, tapizados no ya pasados de moda, sino ajados en muchos casos. Equipamiento y diseño ya anticuados… Los años no pasan en balde, y no olvidemos el tremendo uso que tienen estos trenes desde que se inauguró la línea. Los vagones de Business son amplios, con asientos distribuidos en 2 y 1 a lo largo del pasillo. La ventaja es que, si se viaja solo, se suelen obtener asientos individuales. La desventaja es que no están ultralimpios, no son modernos, no hay espacio excesivo entre asientos, y no da ninguna sensación de lujo, clase o distinción. De acuerdo, esto último es una pijada, se ve que sigo con la idea de los grandes trenes de lujo antiguos más parecidos a un palacio que a un avión de los ochenta. Los de Turista es más de lo mismo, pero sin lamparitas de mesa (ejem… no son precisamente lamparitas de Tiffany) y con más asientos. Y más gente.
















Se nota algo usado todo... y eso es un vagón de Business.

En Turista no hay servicio de comidas, y en Business depende del horario. Si se viaja en horas de comer o de cenar, uno será obsequiado con un menú generalmente malo, para qué nos vamos a engañar. De hecho, volviendo una noche de Londres pude probar la peor cena de catering de toda mi vida. La probé, sí, lo reconozco, me gusta el riesgo. El desayuno suele ser mejor, aunque no es nada del otro mundo: un café licuado, un zumo Tropicana, croissant, mantequilla, mermelada, yogur y un plato caliente salado a elegir (fiambres o baked-beans), que yo acostumbro a rechazar dado que ya voy desayunado de casa. En el resto de horarios, un servicio de bar y las gracias. Siendo alérgico a cacahuetes y demás frutos secos, la sensación es bastante pobre.
















Desayuno de Primera Clase, sin el plato salado que suele tener muy buena pinta, todo sea dicho.

Como todos los trenes, se dispone de un vagón Bar. No Restaurante, ojo, sino sólo bar, y bastante caro. Si se es inglesa treintañera, rubia y con carnes, puede resultar interesante para emborracharse y ligar un poco con el resto de viajeros. Yo acostumbro a pisarlo para dar un paseo si viajo sin nada que hacer, pero nada más, salvo que viaje en Turista y me apetezca un sándwich o no soporte a mis vecinos.

El trayecto en tren viene a durar unas 3 horas, calculo, de las que media se pasa en el túnel subterráneo. No, no se ven los peces. En realidad no se ve nada de nada, ni siquiera en el caso de que se pare el tren dentro del túnel, algo que me ocurrió en una ocasión. Los vagones van ligeramente presurizados, dado que es un tren de alta velocidad que circula con picos de 300 kilómetros por hora. Dentro del túnel esa presión se hace más notoria, no siendo extraño el tener dolor de oídos o la nariz taponada. Al ser un tramo corto, se hace soportable, y el hecho romántico de saber que sales a otro país y a otro continente ayuda a hacer pasar el rato. Sí, no logro separar el hecho de viajar, aunque sea por pura rutina, de la idea clásica del viaje emocionante… Pero lo cierto es que el Eurostar en sí no ayuda mucho.
















Esto se ve dentro del túnel.

La llegada a París consiste en bajar del tren, caminar por el andén, salir a la estación, y en la calle decidir si se espera por un taxi, se paga una limusina, se va uno en metro, o se hace como dos señoras que conocí, que ante la falta de transportes dignos, decidieron alquilar un coche para ir hasta su hotel. La llegada a Londres está mucho peor organizada, pues no se sale directamente a lo que es la estación de Waterloo que normalmente se conoce, sino a un ala cerrada llena de indicaciones extrañas que te acaban llevando a una calle lateral con aspecto extraño y peligroso. Ideal para llegar de novato de noche.

En resumen, se trata del medio de transporte rápido entre París y Londres más lógico y sencillo, y más ahora con todas las medidas de seguridad y requisitos del transporte público aéreo, si bien los trenes están pidiendo a gritos una renovación absoluta. Pero eso es algo que te trae sin cuidado cuando un sábado por la mañana decides ir a pasar la tarde y la noche a Londres, como quien decide ir al cine. Esa posibilidad vale su peso en oro. Curiosamente, los billetes de Eurostar pueden resultar realmente baratos.

Eurostar, desde unos 30 euros por persona según ofertas. Upgrades disponibles generalmente con el revisor sobre los 100 euros por trayecto y persona, útil cuando te imaginas un terrible viaje en Turista, vienes con alguien a quien “impresionar”, o sencillamente vuelves cansado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Merci! ;-)

Anónimo dijo...

Muy buenas Mr. Andrew.

Gran cosa el Eurostar, y uno de los proyectos de ingeniería de los que la humanidad puede estar orgullosa.

Para mi sólo tiene dos fallos:

1. Los menús, como bien dices. Los de RENFE de clase preferente son mucho mejores. Están incluso buenos.

2. La velocidad, lenta, pasmosa, a la que va en territorio Inglés. Si fuera a la misma velocidad allí que en Francia, serían mucho menos de dos horas.

 
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