martes, 25 de septiembre de 2007

Voodoo Lounge

Entre los grandes misterios de la humanidad, hay uno que de siempre me ha apasionado. ¿Hasta qué niveles de hambre había llegado el primer tipo que se comió un percebe? ¿Sería el mismo que se destrozó las manos para comer una mierdecilla naranja sacada de un erizo de mar? ¿Su alma gemela sería aquel que un día agarró una trufa y la usó como condimento? Seamos realistas, un percebe es como una especie de pene del Terciario, duro como una piedra, imposible de coger, realmente espantoso. Un erizo de mar, que en Asturias llaman oricio, no es más que una bola de pinchos entre negro y verde, ideal para pincharse con uno de la que escapas antes de que te pillen las olas mientras estás cogiendo percebes. ¿A qué niveles de desesperación se llega para comerse un oricio? ¿Se habían acabado las acelgas, o el mismo césped?














Y lo curioso es que incluso sabe bien...

Y lo de la trufa ya es definitivo, porque además de imposibles de encontrar y feas como un testículo atrofiado de dinosaurio, huelen mal. ¿Cómo demonios alguien se pone a condimentar un plato con algo que parece un fósil escatológico, incluso en el olor? Recuerdo una tarde en cierto hotel parisino al que fui con una amiga a tomar una tónica, y nos encontramos con una subasta de trufa blanca de Alba. Bueno, la subasta había sido por la mañana, pero el olor todavía perduraba en el hall. En el hall, en el bar, en el baño y temo que en las habitaciones también. ¡Qué guarrada!
















¿Llevarse esto a la boca? Por favor...

Y es que hay cosas, sitios y personas que no resultan ser lo que parecen, sobre todo si se trata de tener mala pinta y resultar un descubrimiento. Sí, un gañán seguirá siendo un gañán por mucho que se ponga un traje de Brioni, pero no es de lo que yo hablo. Yo hablo de ese tipo lleno de tatuajes y que gusta de beber, pero que resulta ser lector de filosofía clásica y tiene una conversación interesantísima. De ese personaje al que un pijo engreído nunca se acercaría, por descontado, pero sólo por prejuicios por parte del pijo, no por la suya. Ese tipo que mezcla en una misma foto un coche pintado con llamas, un look años 60 macarril, y una gorra Ferrari. Y cuando un tipo así se junta con otros y otras, tienen una tienda, tienen éxito, y demuestran no ser lo que parecen, diversifican el negocio y abren un pub. Como tiene que ser.
















El sótano del local.

El Voodoo Lounge no es evidentemente tan bueno como unos percebes, unos oricios o unas trufas, no nos vayamos a engañar. Tanto en Oviedo como en Gijón, por no salir de Asturias, hay sitios “mejores”, entendiendo como mejor algo más caro, con más medios, mejor situado, etc… Pero no importa. El Voodoo Lounge es un sitio magnífico, muy bien aprovechado, y en el que lo mismo se junta una pareja mayor a tomar su copa, que unos cuantos tatuadores a tomar cervezas, que un pijo como yo junto con un colega músico a tomar algo, cenar y descubrir un sitio más al que poder ir cuando apetezca.
















Anaïs, pegatinas de skate, variedad de alcohol... y estética perfecta.

Partiendo de un local clásico de pinchos y cafés, Dressy y sus colegas han logrado un ambiente agradable, con un toque de hawaiano, sesentero roquero, surfero… La decoración está excelentemente conseguida, con un sótano oscuro con su techo negro con toque de purpurina, su iluminación agradable, y sus sofás y asientos en los que estar todo lo tranquilamente que se pueda tomando lo que apetezca. O cenando, claro. La cocina es muy simple, es de esperar. Tacos, quesadillas y demás platos entre mexicanos y californianos, tan fáciles de hacer como de comer. ¿Y? No es bueno andar siempre comiendo exquisiteces y bebiendo el último vino de moda. En la variedad está el gusto, y en el Voodoo Lounge uno encuentra la alternativa de supuesta “comida basura”, pero hecha en casa.

Tampoco es bueno ir a los sitios a juzgar al servicio y a la calidad del mobiliario. Menudo agobio sería eso, al menos para mí. A veces, como con la cerveza Bud americana, apetece algo de informalidad. Lo que no apetece es que, por esa informalidad, se caiga en lo vulgar, lo zafio, lo cutre y lo incómodo. Ese es el sitio del Voodoo Lounge, donde puede que una cerveza te cueste un poquito más que en “el cutre”, pero donde sabes que, pese a las apariencias, no serás tratado de forma distinta si no te ajustas al look aparentemente oficial del lugar. Vamos, que no hay que ir tatuado hasta las orejas, con calcetines rosas y conduciendo un cacharro americano de 6 metros pintado de negro mate para sentirse a gusto allí.

Otro de esos sitios que puedo decir me gustan.

















Voodoo Lounge, no siempre abierto, pero merece la pena intentarlo.

Torcuato Fdez. Miranda, 12, Gijón

Novedad: Andrés y colegas decidieron cerrar el Voodoo Lounge pocos días después de haber estado yo. Bueno, ya estaba cantado, pero al final lo han cerrado. Volverá a abrir con nuevos dueños, pero desconozco si en el mismo estilo.

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