jueves, 20 de septiembre de 2012

Okura Prestige Bangkok

Cuando la oferta hotelera es tan brutal como la de Bangkok, al final eliges un hotel y, si la cosa sale bien, te quedas en él cada vez que vas, por mera comodidad. Por suerte o por desgracia para el Lebua, mi residencia habitual, las cosas se han ido torciendo por culpa, entiendo, de una dirección que no se termina de preocupar por los clientes que repiten, o al menos por los que repiten tres o cuatro veces al año, que no es mucho repetir pero que no deja de ser fidelidad al hotel.

Yo no pido descuentos, ni upgrades, ni invitaciones. En realidad, lo que me ha molestado del Lebua es esa imposibilidad para acceder a tu suite de forma tranquila cada vez que vuelves al hotel por la noche, con los ascensores (todos) atestados de turistas camino del Sky-Bar queriendo ver los escenarios de la película Hangover II. No les culpo por ello, el bar de la azotea es espectacular, pero la dirección del hotel debería de habilitar un ascensor para turistas y dejar los demás para los clientes. No lo hacen. Y como parecen tener dificultades para identificarme o recordarme, al final me he buscado la alternativa.

El Sky-Bar del Lebua, con sus turistas

No sé muy bien cómo enfocar este artículo. Quizá debería de poner primero todo lo negativo de mi experiencia, para luego hablar de lo positivo y acabar recomendando el hotel. O hacerlo al revés, empezar por lo bueno y machacarlo a críticas (perfectamente fundadas). Como creo que es bueno ser considerado y valorar de forma justa, pese a que no me pagan por escribir ni tampoco fui invitado a mi estancia, empezaré por lo malo.

Y lo malo fue una primera patada en la boca bastante dolorosa, que consistió en reservar un Mercedes Clase S para el traslado del aeropuerto al hotel, y encontrarse con que no había nada preparado. Cuando uno decide pagar 5 veces más por un coche que por un taxi, quiere ese coche, quiere esos asientos, quiere la revista para leer en el trayecto, quiere las toallas refrescantes y el botellín de agua, quiere un chófer que te dice lo que falta para llegar y se preocupa por la temperatura del coche. En definitiva, quiere tener la experiencia del hotel desde antes de llegar. Afortunadamente, el chico que representa al hotel en el aeropuerto, sin ocultar la vergüenza que estaba pasando, fue muy rápido encontrando una alternativa que me pusiese en menos de 10 minutos de camino al hotel. Afortunadamente también, la dirección del hotel reaccionó invitándome a ambos traslados y pidiéndome mil disculpas. Pero sigo sin explicarme cómo se puede olvidar un traslado reservado, aunque sean cosas que pasan a diario en los mejores hoteles (y que a mí como hotelero me ha pasado). Y de paso me tiré tres cuartos de hora en un Mercedes viejo (pero limpio) sin nada que leer.

 Okura, edificio de forma sospechosa

Una vez en el hotel, impresionante edificio con una forma sospechosamente vaginal, la siguiente cosa negativa es el ridículo tamaño de la habitación. Cierto, tampoco se necesita más, pero a mí me gusta tener espacio, quizá por eso me guste el Lebua. No me malinterpreten, las habitaciones tienen un tamaño normal y puede que incluso grandes para un standard europeo, pero se me queda corta. Lo mismo sucede con el cuarto de baño, que es de esos que se abren a la habitación mediante paneles correderos. Todo muy bien, con una ducha enorme y todas esas cosas, con unos productos de baño buenísimos y unas toallas de buena calidad (no tan buenas como las del Lebua), pero sin duda el arquitecto debe de ser una persona con una barba fabulosa, o acostumbrado a ir al barbero. Si no, no se explica que el espejo no esté delante del lavabo, sino a un lado. 

Habitación "Club"

Sólo usé los restaurantes para desayunar. El menú de 200 dólares del restaurante japonés me parece estupendo, pero prefiero no pagarlo. El buffet del desayuno… bien, gracias. Productos de mucha calidad, excepto en el zumo de naranja, buena variedad, buena cocina en directo, buena presentación, y nada más. Por desgracia, les queda mucho que mejorar en servicio. Es muy cómico que te instalen en una mesa y, cuando vuelves con tus cosas a sentarte, encontrarte con una señora hindú (no falla, siempre son ellos) recibiendo tu té y ocupando tu silla. Y eso no es más que mal servicio (y mala suerte, y clientes hindúes). Pero lo malo es querer algo y que ningún chef te lo sirva por estar todos haciéndole la pelota a una señora tailandesa que quiere un zumo de a saber qué mezcla de frutas.

Eché en falta un buen maître, un director de orquesta profesional que, desde el centro del restaurante, posiciona a sus empleados y crea un servicio discreto, efectivo, sin carreras, sin errores. Una pena, allí no había nadie visible. Puede parecer pijoteras, pero uno se acostumbra a ir a desayunar solo y que le ofrezcan un periódico, que le pregunten si todo va bien, que le retiren los platos que usa, que le ofrezcan más zumo o más té… es decir, que le atiendan como se atiende en los hoteles de cinco estrellas. Les otorgo el beneficio del rodaje… mentira, ya pueden espabilarse porque un hotel de gran lujo no puede permitirse que sus huéspedes empiecen mal el día.

Cocina del restaurante de desayunos

Tres detalles malos, todo lo demás excelente. ¿Suficiente para ganarme como cliente? Puede que sí, y explicaré los motivos. Que mi coche no estuviese disponible no deja de ser un fallo de los que difícilmente se repiten, ni quita para que el servicio de limusina del hotel sea bueno, muy bueno. A la vuelta, el Clase S me esperaba pacientemente en la puerta mientras una de las conserjes más guapas y agradables que jamás he conocido me acompañaba y me despedía. Un coche nuevo, extremadamente limpio, bonito, elegante, con prensa para leer, asientos eléctricos traseros para ajustarse mejor, bebidas, toallas refrescantes, y un chófer capaz de conducir con suavidad y rapidez, algo que a día de hoy resulta difícil de encontrar. Y al llegar al aeropuerto, sabiendo de antemano que tenía varios recibos para devolución del IVA, un chico simpatiquísimo dispuesto a guiarme por cada sitio, a negociar con la compañía aérea el sobrepeso de mi equipaje, a ocuparse de todo, a extender el buen servicio del hotel hasta la mismísima frontera, que poco más y lo hace hasta la puerta de embarque. No sé si lo repetirán con cada cliente, pero la sensación es de “hay que repetir en este hotel”. Y todo de forma amable, graciosa y discreta, sin pasarse pero sin quedarse corto.

Volviendo al servicio dentro del hotel en sí, el errático restaurante poco o nada tiene que ver con los conserjes, los recepcionistas o incluso el bar. Del restaurante gastronómico no puedo hablar, pues no lo probé. La sala club lounge para los clientes de las habitaciones Club, perfectamente atendida (aunque nada del otro mundo). Los chavales de la puerta, permanentemente atentos y disponibles. No me pareció un servicio excesivo, pero me resultó suficiente. Quizá eché en falta algo más de atención en la piscina, pero porque me esperaba una piscina más de tipo resort que deportiva. De todas formas, creo que un pequeño servicio de bar siempre viene bien, sea gratuito o sea de pago. Me dejé sin probar, como digo, los restaurantes, el Spa y el gimnasio. Evidentemente, no me iba a quedar sin probar esta maravilla de piscina…

La piscina

La vista es espectacular, la sensación es maravillosa, y encima el material en el que está terminada es perfecto. Una piedra mate y ligeramente rugosa pero suave al tacto, antideslizante, cálida. Perfecta. Que hubiese tres niños chinos gritones y empeñados en jugar exactamente donde yo me ponía, cámara en mano, dispuesto a grabar la sensación de nadar junto al borde en la planta 24, resultaba molesto pero no dejó de ser puntual, y al poco rato se fueron junto con sus madres a vestirse y a forrar seguramente a base de McDonald’s, a la vista de los tamaños de toda la familia.

La piscina, con bañistas asomados

Y ya de vuelta a la habitación, no puedo sino comentar la calidad de todo lo usado en ella, de la terminación de cada mueble y cada pared, así como el confort de la cama. Es que un hotel con escasos cuatro meses de antigüedad no puede ser malo en ese sentido, pero no por ello deja de ser destacable. Mucha gracia me hizo el inodoro japonés automatizado. Dejo la descripción de la experiencia íntima para otros fueros, no es plan de ponerse aquí que si el chorrito o tal, pero sí les digo que era un wc con asiento calefactado y regulación de intensidad y temperatura de los chorros de limpieza. No pude evitar probar “en vacío”, a base de tapar la célula fotoeléctrica y engañar al sistema. No lo intenten, el chorro alcanzó el techo tras pasar por mi cara. Me estuvo bien empleado.

Pude visitar otras habitaciones, incluyendo la Suite Imperial. Magnífica, uno de los mejores apartamentos hoteleros que he visto nunca, y créanme que he tenido la suerte de ver bastantes, incluyendo alguno muy famoso. Lo de las dos camas King-size, una al lado de otra, se complementa con una bañera de tamaño piscina. Evidentemente, conviene llamar con antelación para que la llenen, no creo que se llene en menos de media hora. Un bonito salón, un buen comedor. Un apartamento al que le falla la entrada, pero magnífico. Desconozco a quién se lo alquilarán, no obstante.

Salón de la Suite Imperial

El hotel me resultó muy japonés. Ventanas que no se pueden abrir, todo ordenado, espacios aprovechados en las habitaciones, poca luz en los pasillos, rollo minimalista en algunas cosas, feng-sui en otras, unas deliciosas galletas de bienvenida, y mucha clientela japonesa. Es lo lógico, es una cadena japonesa, no vayan a esperar sevillanas, o baguettes, o muebles fríos estilo Lufthansa, o cueros y oros con moquetas crema al estilo americano.


A día de hoy creo que siguen con ofertas., que te deja la habitación más básica en unos 250 dólares por noche. Las “Okura Club” no son las más grandes, pero sí totalmente recomendables. Las “Deluxe Suites” serán apreciadas por quienes quieran espacio, pero ya puestos yo me iría a las “Prestige Suite”. 

www.okuabangkok.com

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