domingo, 23 de mayo de 2010

Thai Airways, business class

Cinco horas, nada más y nada menos. Cinco horas de retraso del avión por algún problema de conexión en otro trayecto, supongo, que debe de ser similar a cuando los trenes del metro se paran para "ajustar" la circulación. Menudo horror era aquello en París, y siempre me coincidía cuando iba en un tren viejo, aburrido como una ostra, bien de vuelta a casa o camino de algún sitio desconocido.

Eso sí, fueron puntuales con el retraso y la salida tuvo lugar a la hora prevista. Con lo que también Thai Airways funcionó perfectamente (al menos conmigo, lo que prueba una vez mas mi buena suerte con los viajes aéreos) fue con el aviso: llamada al móvil la víspera y así me evitaron la desagradable sorpresa que otros pasajeros con menos suerte se comieron en el aeropuerto junto con el madrugón.


Mi vuelo fue Madrid - Bangkok, a bordo de un Boeing 747 viejuno. Primera vez para mí en un avión tan grande, lo reconozco. Que se le va a hacer, estoy acostumbrado a aviones pequeños, o muy pequeños, y a vuelos no muy largos. Por eso, porque me temía la muerte en el aire, el llegar a Bangkok doblado cual mantis religiosa, la pérdida de movilidad en mis miembros inferiores y mil cosas más, directamente pasé mi billete a clase business, con la esperanza de viajar como es debido. Y sí, pero no. Es decir, sí... pero no. ¿Me explico?

Parece ser que los Jumbo que hacen los trayectos a Bangkok desde París y Madrid son los que quedan por renovar de la flota de Thai Airways. ¿En qué se nota? La clase business es business... pero no mucho. Se queda en un cuatro estrellas no renovado, lejos del cinco estrellas último grito de la cadena Shangri-La con todo tipo de domótica, por hacer un símil con los hoteles. Si, el espacio es infinitamente superior al de la clase turista, y hay todos los servicios que se esperan de un pasaje en categoría superior, pero fallan los asientos.


Y es que yo esperaba encontrarme esas butacas privadas que se convierten en cama y todo lo que va unido a ello, pero me encontré con un viaje en el tiempo a 1985, grandes butacones que se reclinan lo justo, y una pantalla individual bastante pretérita con unos controles igualmente de época.

Pero todo lo demás siguió siendo Business, que es de lo que se trata. Primero por la mayor franquicia de equipaje, segundo por el poder embarcar antes que los demás viajeros y que nadie te mire el tamaño de tu bolsa de mano, y tercero, de entrada, por el servicio personalizado a bordo. Y es que se agradece entrar en un avión y que la azafata te llame por tu nombre (o al menos lo intente) y te acomode en tu asiento sin que tú tengas que andar por el pasillo intentando descifrar cuál es el 37E.

Lo que viene a ser el antídoto contra el viaje.

Cómodamente instalado, antes de despegar y mientras embarcaba "la plebe", hubo un primer pase del bar privado.
Decliné cualquier tipo de bebida por no parecerme procedente siendo las horas que eran, pero si pude observar pasajeros enfilando el primer copazo, especialmente la señorita que ocupaba el asiento de detrás del mío, que luego pasó el vuelo directamente hibernando.

El menú de la cena fue servido relativamente temprano, entiendo que para ir ajustándonos los horarios. Primero un amouse bouche, que es esa pijadita que te ponen en los restaurantes buenos (o en los que lo intentan) a modo de mini entrante. En este vuelo de Thai Airways fue una especie de buñuelo de gamba, con un toque aromático que lo hacía sencillamente delicioso. Además, fue servido a la temperatura perfecta para comer. Luego llegó el entrante, una ensalada de pulpo bastante curiosa, y después el plato principal, en mi caso arroz con cerdo al curry, acompañado de una especie de tarta de postre.

Pulpo mexicano, decían

Tanto el plato principal como el postre no pasaban del 5 raspado, lo mismo que la presentación. Sí, te dan cubiertos de verdad con los que asesinar a varios pasajeros (que digo yo que los terroristas, ya que la van a liar, se pagarán el billete en Business, con lo que ¿de qué sirven esas medidas de seguridad de dar cubiertos de plástico inútiles a la gente de clase turista? Me da que es cuestión de costes y peso...). También te dan copas, servilleta de verdad, aceite de oliva, mantequilla de la Central Lechera Asturiana, etc... Pero no deja de ser un avión, y en este caso un avión bastante mejorable. La ensalada no estaba mal, por otra parte, pero el arroz con cerdo al curry no me supo mejor en el miniplato de Thai que en la bandeja de papel de plata del guarrillo de detrás de Victoria Station en Londres. Bebí una copa de Burdeos, nada aconsejable con el menú, pero me apetecía. Me da que las compañías orientales no entienden mucho de maridajes....

El desayuno llegó tras una noche interminable en la que, por fin, dormí sin mucho problema. Dos opciones de desayuno: europeo y tailandés. Del tailandés me abstuve, no como mi compañero de al lado, y del europeo debí abstenerme también. De nuevo sí, hay mucha variedad, pero cuando no se puede, es mejor no hacerlo. Las salchichas parecían de goma, la tortilla era una especie de mousse de huevo recalentada, y el chocolate, además de estar a una temperatura impracticable, de esto que ves que vas a aterrizar en Bangkok con la taza aún llena, tardó demasiado en llegar. Lo sé, culpa mía por olvidarme de que estaba en un avión, pero hubiese preferido otros productos, más bollería, cereales, o cualquier otra cosa, a esperar con ansia esa desilusionante tortillona. Eso sí, el plato de fruta tenía una pinta excelente. Lástima que con mis alergias tuviese que pasar de él.

Quizá esperaba más, no lo sé...

Otros detalles del vuelo que son de agradecer, además de las películas disponibles o el buen trato dado por las azafatas, se quedan en los aseos. Es una gozada disponer de varios aseos para pocos pasajeros, y encontrar en ellos perfumes, cremas hidratantes, etc... Ambar de Prada para hombre, creo recordar, que es además una de mis colonias favoritas.

Pero lo mejor del vuelo, sin duda, sucedió al aterrizar en Bangkok y encontrarme yo con la conexión perdida. Pese a no ser billetes conectados, nada más salir del finger me recibió una guapísima azafata que me instaló en un cochecito de golf con sirena, con el que recorrimos el aeropuerto a toda velocidad ante la mirada curiosa de los demás viajeros. Por momentos me sentí como el Papa. En el mostrador de Bangkok Airways me esperaba otra azafata más guapísima aún, con la que incluso hice planes de matrimonio. De ahí, me fui a la sala VIP de esa compañía aérea, a esperar la salida de mi nuevo vuelo. Y todo eso mientras alguien de Thai Airways localizaba mi equipaje y lo metía en mi siguiente vuelo, cosa que sucedió.


En definitiva, si renuevan los aviones repetiré con ellos. Como eso no sucederá, y porque tampoco es que yo me case con nadie (salvo con la azafata de Bangkok Airways, claro está), intentaré volver con Qatar, Etihad, Emirates, Singapore, o alguna de las buenas. Y, de paso, traer teclados con acentos, para evitar andar corrigiendo mil veces las entradas de los blogs.

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