lunes, 27 de agosto de 2007

Vanidad

¿Se acuerdan ustedes de Miguel? Si leyeron la entrada sobre el Hyundai Coupé de este blog, recordarán que era uno de mi clase, durante los años de la EGB. Pasemos ahora al instituto… En realidad, se trataba de un Colegio privado religioso. Yo, que en la vida he sido católico, entre curas. Pero bueno, al parecer la educación era buena, y a día de hoy lo cierto es que aprecio los resultados.

Entre la chavalería que acudíamos cada día a clase al son del disco del grupo Kairoi (terrorífico, como es lógico) con el que los maristas anunciaban el inicio de las clases, abundaba el prototipo de pijo clásico en su versión “principios de los 90”. Pueden imaginarse: apogeo del yuppi engominado, el BMW 318is, Banesto, los Levi’s 501 dando paso a los Pepe y Bonaventure (¿qué habrá sido de esa marca?), las camisetas Acid o las camisas de cuadros (todavía vigentes, por otra parte), etc… Ese mismo pijo que, tras la crisis del 93, inventó la moda guarra de rescatar la cazadora de pana o ante (increíble, todos teníamos una) y se vestía algo más desarreglado… pero sin dejar por ello de “despreciar” al que era diferente. Ese pijo odioso, todo sea dicho.




















La cara (el culo) de la época. Así no había quién se concentrase en clase...

Si algo me impresionó al entrar en aquel colegio, era la cantidad de zapatillas de deporte y pantalones que gastaba esa gente. Recuerdo mi primer mes, durante el que una chica que me gustaba no pareció repetir pantalón. Y las zapatillas… que todos llevasen zapatos Camper era lo lógico y normal (ejem…), supongo. Lo que me apasionaba era que un criajo de 14 ó 15 años tuviese tres pares de Nike, dos de zapatos para ir al colegio, cientos de polos y camisetas, dos o tres abrigos y lo que parecían ser miles y miles de vaqueros de marca. Yo venía de un colegio modesto, aquello era una novedad para mí. Me estoy viendo, plena edad del pavo, cambio de voz, granos y primeros afeitados, delante del armario observando mis dos pantalones, mis zapatos sin marca, mis zapatillas Reebok sucias y grises, y mis tres jerseys, dándome cuenta por primera vez de lo que yo creía que era el “tener dinero”. Lo leo y me río, claro está, pero eso ahora, con los años y tras haber vivido bastantes cosas (y las que me quedan).

Aquella gente era feliz demostrando que (sus padres) podían comprar mucha ropa que mostrar. Reconozcámoslo, con 15 años esas cosas nos parecen importantes. Desconozco por completo su vida privada, aunque imagino que sería bastante más sofisticada que la mía de entonces. O quizá no. Claro, para ellos el salir con la bici de monte era algo no ya accesorio o inútil, sino incluso risible. Por favor, ir a embarrarse con una bici… ¿qué harían las mañanas de los fines de semana? ¿Ir a un club o algo? Poco importa. Lo que me descolocaba por completo eran los armarios de las niñas y los niños del Colegio.




















El icono de la época, hoy en día algo devaluado en las afueras parisinas, por cierto.

La otra mañana después de desayunar, hablando con mi abuelo sobre relojes y otras cosas, él pretendía convencerme de que buena parte del público de ciertos artículos de súper-lujo son consumidores por simple y pura vanidad. No hace falta que me convenza, son años de experiencia viendo a diario esas cosas. Me costó explicarle que hay quienes compran y acumulan por mero placer personal, como el que compra arte o el que sale de paseo a ver un bonito paisaje. La diferencia es que hay quien no gasta, hay quien gasta, y luego están aquellos que se dejan el PIB de un tercio de África en una colección, sencillamente porque les gusta y fundamentalmente porque pueden.

Me viene a la mente el caso de Jim Glickenhaus, que además de ser un tipo majísimo, siempre está dispuesto a enseñar su coche. ¿Vanidad? Para algunos sí, incluyendo esas ganas de demostrar a lo que ha llegado y de lo que es capaz. Yo, que tuve el placer de hablar con él y de ver “su coche”, pienso de forma totalmente contraria. Para el que no sepa quién es, decir que tras usar su Ferrari Testarossa a diario (al final lo tuvo que cambiar cuando en el taller le advirtieron de que, de seguir usándolo así, el chasis acabaría partiéndose en dos por el óxido), se decidió a convertir su Ferrari Enzo en un remake del P3/4, esta vez bautizado como P4/5. El resultado es impresionante, y su dueño no para de exponerlo y dejar que la gente lo vea, pero sólo porque considera que ha de ser visto. Y encima lo usa a diario. A ver, Jim Glickenhaus ha creado ese coche para disfrute personal, pero también para disfrute del aficionado que tenga la suerte de verlo. Se podría decir que no sólo no hay “ganas de presumir”, sino un punto de “filantropía automovilística” (con perdón de la expresión), y eso es algo que pocos coleccionistas tienen, reacios ellos a mostrar sus piezas. ¿Por qué esa negativa? Nota: no he querido hablar en ningún momento del dinero que le ha costado ese coche, pues él mismo no lo hace; para Jim, es sólo dinero, siendo mucho más importante el producto final. Lo dicho, ¿por qué esa negativa de muchos otros?














Jim, a la derecha con gorra, con el coche aún por terminar.

Basta hablar con gente llana… perdón, es mejor si digo que basta hablar con el clásico pijo para entenderlo. Y los tiros no van porque ellos hagan eso mismo, sino todo lo contrario. Es generalmente aquel que no puede alcanzar ciertas cosas, el que más critica a quien las muestra. Quien se compra un Audi A4 y lo pasea por la plaza del pueblo, es el primero en llamar “hijo puta” al que aparece por allí con un Porsche 911, pudiendo extenderse el asunto a niveles más elevados, o rebajarlo a otros más mundanos. Cree el ladrón que todos son de su condición, y que por tanto si uno está dejando ver sus posesiones más valiosas, cualquiera que aparezca con algo “más”, lo hace para situarse por encima. Peor es cuando otro aparece con algo “menos” y ellos consideran que presume de lo único que puede tener, no dudando en calificarle de “muerto de hambre” como mínimo. Pobre gente, qué preocupación más terrible ser esclavo de esas apariencias ajenas. Sus “celebros” no alcanzan a entender que hay quien sale a dar una vuelta con su Ferrari, quien viste su reloj Blancpain o Richard-Mille, quien se sienta en el cenador del jardín de casa a escribir (y lo cuenta), quien… sencillamente porque es lo que les gusta, sin pararse siquiera a pensar que quien le observa existe. Eso sí, son los menos. Muchos otros, cansados del “qué dirán”, guardan un respetuoso silencio y se abstienen, dejándose esos placeres privados así: privados.

El otro día tuve la oportunidad de visitar el parking de un tipo, digámoslo de una forma discreta, bastante adinerado. Les diré lo que había aparcado para su uso en París: Bentley Arnage T, Maybach 62, Rolls Royce Phantom, Aston Martin V8 Le Mans, Porsche Carrera GT, Maserati MC-12, Ferrari Enzo y Bugatti Veyron. Sólo un detalle: el Enzo, con sus 2 ó 3 años ya en su posesión, marca la friolera de 800 kilómetros.

Delante del parisino Hotel Plaza Athenée, un cliente árabe ha dejado sus coches aparcados. El asunto es llevárselos por todo el mundo para poder disfrutarlos allá donde esté. En Agosto se pudieron ver entre Montecarlo y Cannes, y ahora que llega Septiembre se trasladan a París. El año pasado eran tres Mercedes SLR y un Pagani Zonda. Este año ha tocado (de momento) el subir dos Porsche Carrera GT, un SLR y un Bugatti Veyron. Efectivamente, el uso es el que probablemente estén pensando: ir del hotel a la cafetería de la avenida de al lado, y volver al hotel. Punto.















Aparcamiento del Plaza, el otro día.

Sirvan esos dos ejemplos como todo lo contrario a Jim Glickenhaus y otros muchos. Esa gente es más que seguro que adoran los coches, que sienten pasión por ellos… pero esa pasión se ve superada, sin ninguna duda, por la de poseer lo mejor y más caro que haya, y poder enseñarse. Que no enseñarlos solos, sino también enseñarse a sí mismos mirando de forma indiferente (pero mirando) a quienes les observan con la boca abierta. Puede parecer que peco de lo mismo que aquellos que he criticado unos párrafos más arriba. No quisiera que se me malinterpretase. Si digo estas cosas es porque he tratado con esa gente (como clientes) y sé de qué palo van. Cuando tienes un Ferrari Enzo, o lo guardas expuesto en una vitrina anti-polvo y te dedicas a contemplarlo, o le metes la caña para la que ha sido diseñado, usándolo sin piedad. Tener 800 kilómetros, máxime hechos la inmensa mayoría sobre el adoquinado parisino… eso es otro tipo de afición.

Esto se ve en los puertos deportivos, se ve en las estaciones de esquí, se ve en los aparcamientos de los hoteles, y si me apuran, se ve incluso en las bolsas de la compra. Esto es lo que domina prácticamente el mercado del lujo desde que el lujo es lujo. ¿Es algo malo? La verdad, no lo sé. Creo que todos lo hemos hecho o incluso lo hacemos, a la medida de nuestras posibilidades. Alguno hay por ahí como excepción, pero lo cierto es que son los menos. Lo malo, lo realmente terrible de estas cosas, hablando de coches… es el sentimiento de culpabilidad que queda si, por algún casual, llevas algo extraordinario o fuera de lo común pero que para ti es tu bebé, tu joyita, tu tesoro. No quisiera hablar de los “tuneros”, pues sinceramente creo que todos ellos buscan más el “wow” del público que cualquier otra cosa (sin que haya nada de malo en ello, salvo la aberración estética), sino de aquellos que, por las circunstancias que sean, pueden disfrutar de un producto diferente y “caro” en términos relativos o absolutos.














40 unidades, como para no quererlo...

Yo sería inmensamente feliz con ese Aston Martin V8 Le Mans aparcado en mi garaje, y mucho más con toda la colección de coches de ese tipo “rico”. Y aún más si pudiese abrir un pequeño museo o exposición en el que mostrarlos a quienes quisieran verlos… Pero me dolería que alguien dijese que mi colección es pura vanidad y mi museo puro exhibicionismo. Probablemente acabaría haciendo oídos sordos, mudándome a Suiza y pasando del tema. Es una lástima que se tenga que pedir “perdón por existir” por culpa de unos pocos que se hacen ver demasiado, sean éstos futbolistas, constructores o árabes del petrodólar. Me consuela saber que, quienes tanto piden explicaciones y tanto increpan, son incapaces de pedir ellos perdón o de abstenerse de opinar, pues les va el alma en ello (aunque lo nieguen).

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo en todo lo que expones.

Anónimo dijo...

Interesante lo que dices , paséate por Beirut en verano por las zonas afluidas y las zonas ricas .

Buen articulo

Sir Andrew Vickerman dijo...

He tratado con bastantes libaneses, de todo tipo... imagino que será parecido.

Peter Wash dijo...

Es un poco tarde, pero lo acabo de leer: verdades como puños, señor Conde. Lo ha clavado usted una vez más.
Trompetas del I.

 
free web hit counter