Con la llegada de los militares al poder en Birmania, en 1962, no sólo se abolieron constitución, derechos, libertades y demás. El país incluso cambió de nombre y, posteriormente, cambió de bandera. Y de capital. No cambiaron de localización porque les resultaba engorroso, supongo. Ésta es una introducción un tanto cutre y simplona, pero no me negarán que para más datos es mejor consultar un blog sobre historia o una buena enciclopedia. Yo sólo lo digo para que aquellos que estudiaron que Birmania capital Rangún, se pongan al día con el actual Myanmar capital Naypyitaw. Es, cuanto menos, conveniente.
“El lugar más extraordinario”, así lo describía en un informe un vicepresidente de cierta multinacional tras su estancia en la capital, y no le faltaba razón. Es una ciudad tan extraña que resulta difícil explicarla de forma ordenada, quizá porque la ciudad, pese a lo que podría entenderse de un proyecto organizado por militares, carece de todo orden y de toda lógica urbanística.
“El lugar más extraordinario”, así lo describía en un informe un vicepresidente de cierta multinacional tras su estancia en la capital, y no le faltaba razón. Es una ciudad tan extraña que resulta difícil explicarla de forma ordenada, quizá porque la ciudad, pese a lo que podría entenderse de un proyecto organizado por militares, carece de todo orden y de toda lógica urbanística.
Welcome to Naypyitaw
Quizá pueda enfocar este artículo como una supuesta visita que comienza con un viaje en coche desde Yangon (Rangún) hasta la capital, para luego regresar en avión. Además, dado que ya escribí sobre Myanmar Airways, aquí podré actualizar hablando de su pequeñísimo Beechcraft en el que tuve la suerte de hacer un par de viajes a Naypyitaw. Comencemos, pues, con la autopista que nos lleva desde Yangon hacia el Norte, una autopista de nueva construcción que pasa junto a Naypyitaw para a continuación dirigirse a Mandalay. De entrada, eso de que sale de Yangon es un decir más que una realidad. Desde la que era mi oficina, en pleno centro de la ciudad, para alcanzar la entrada de la autopista siempre hubo una hora de circulación densa (hasta el aeropuerto), y otra de circulación fluida por unas calles anchas llenas de curvas, coches, niños, perros, autobuses sin puertas y algún que otro caballo.
Incorporarse a la autopista pasa por una avenida recta de bastantes carriles sin pintar, y un puesto de peaje. A partir de ahí, libertad (condicional). En mi primer viaje en coche descubrí, pasada poco más de media hora, que la idea de circular a 140 era totalmente descabellada, así que reduje el ritmo a unos modestos 100/110 que se transformaban en 130 ocasionalmente. Los baches, las curvas, y la falta de aislamiento de la vía, aconsejan ir con cautela, aunque los birmanos ricos te pasen a mucha más velocidad. Lo más destacable de esa autopista, lluvias y tormentas aparte, es su población. Hay que pensar que la gente que vive en sus alrededores, a medida que nos adentramos en el país, lleva viviendo de la misma manera centenares de años, y su actitud hacia la autopista es más un “qué bien, ahora tenemos un camino ancho” que cualquier cosa que tenga que ver con el desarrollo o la seguridad vial. Es gente que vive sin electricidad en sus casas, por poner un ejemplo. Así, por la autopista no es raro encontrarse motos en dirección contraria, bicicletas, niños volviendo del colegio, perros, patos, algún que otro camión en sentido opuesto porque le resulta más conveniente, etc., etc.… Y gente limpiando las cunetas a mano, incluso pude ver a alguien barriendo la cuneta.
Y así, tras tres o cuatro horas, llegamos al área de descanso en donde parar a estirar las piernas, despejar la mente, ir al baño y tomar algo. Pese a su aspecto similar al de cualquier área de cualquier país, no esperen nada occidental. Uno de mis acompañantes, más inglés que la Reina Isabel, quiso tomar un té. Por nuestra mesa pasaron todas las variedades de té disponibles (verde, verde con azúcar, chino, con leche condensada, frío…) hasta que, como último recurso, le trajeron una taza del té ultra concentrado y absolutamente negro que usan para mezclar con leche condensada. Culpa suya, por pedir cosas raras.
De ahí a Naypyitaw es una tirada ya muy corta, y se llega en un momento. La salida de la autopista nos desemboca en una avenida que cada vez se va haciendo más ancha. No hay tráfico, y mientras seguimos circulando por esa avenida se nos hace de noche. No es que anochezca muy rápido, es que el lugar es inmenso. A ambos lados de la carretera se van acumulando hoteles, a cada cual más terrible. Uno de ellos incluso tiene un viejo jet sin motores acondicionado como bar. También vamos dejando de lado urbanizaciones de chalets construidas para los militares, y un campo de golf.
Pagoda Uppasanti, por fuera
Siempre me he alojado en el hotel Aureum. Me van a permitir no escribir una crítica feroz ni dedicarle un artículo completo pues, aunque ahora ya no resida en Birmania, prefiero no criticar algo que pertenece a una persona muy poderosa en el país. Sólo decir que es todo muy ostentoso, que tiene piscina y que, de todas formas, tampoco les interesa pues nadie va a Napyitaw a disfrutar de un hotel. Bueno, y que es como si hubiesen construido el hotel y luego haberse dado cuenta de que tenían que poner las tuberías. Creo que sigo teniendo restos de cemento en uno de mis trajes, gracias a esa extraña técnica de construcción de añadir desagües a posteriori.
El Aureum no queda lejos de uno de los dos centros comerciales de la ciudad. Visité uno, no dejaba de ser un gran supermercado con algunas tiendas en las que, como suele ser habitual en el país, hay siempre tres o cuatro chicas aburridas jugando con su teléfono móvil en espera de que entre algún cliente (que no entrará al ver el panorama). Lo que sí se ven son funcionarios adinerados con grandes coches negros aparcados en el parking.
Zona comercial, supuestamente
La ciudad no tiene centro. Hay, si eso, una zona de casas bajas con alguna tienda y dos o tres restaurantes en una colina, es el llamado barrio de Myoma. Pero no hablamos de un centro por el que pasear. Los paseos se hacen en coche, punto. De esos restaurantes, destaca un tailandés por ser un poco más lujoso y por servir comida china. Sí, lo llamé tailandés porque el mismo restaurante se denomina tailandés. Quizá sea más recomendable ir al restaurante de estilo Shan que hay al lado. Imprescindible para comer, con esas bandejas metálicas de cantina de prisión. Brutal. Eso sí, una comida deliciosa.
Comida en el restaurante Shan
Digamos que en Naypyitaw hay tres puntos destacables. Una es la réplica de la pagoda Shwedagon de Yangon, que llaman Uppatasanti. Al ser de nueva construcción, es hueca por dentro y uno puede pasear por su interior, siempre descalzo, admirando los bajorrelieves de la vida de Buda. De todas formas, no hay prácticamente nadie dentro. Por fuera es espectacular, como espectaculares son las vistas de la ciudad. El otro punto de interés es el parlamento, pero olvídense de visitarlo. Uno puede acercarse relativamente, ya que a mitad de la avenida hay un control policial infranqueable. No seré yo quien saque la cámara de fotos allí.
Pagoda Uppasanti, por dentro
Y el tercer punto de interés no es otro que la infraestructura viaria. Básicamente, los ministerios están distribuidos junto a una autopista de cuatro carriles por sentido, con unos jardines perfectamente cuidados en la mediana y rodeada de aceras cuyos zócalos van pintados en inmaculado rojo y blanco, cual piano de circuito de carreras. Y encima tiene curvas, subidas y bajadas. Un verdadero paraíso, imagino, para quien tenga permiso para darle cera al coche. De vez en cuando hay una rotonda inmensa con una fuente en medio, y muy pocas señales de tráfico.
Fuente con pagoda
Y es entonces cuando, en una de esas rotondas, observamos una extraña salida con una cantidad de carriles considerablemente mayor al de las otras avenidas. La rotonda ya nos avisa, el buen observador habrá visto que hay no menos de 5 carriles ahí. ¿Quiere decir que la avenida en cuestión tiene 10 carriles? Al principio sí, porque pronto se ensancha para ocupar nada menos que 24 carriles, que al verlos en línea recta y pendiente descendiente impresionan, vaya que si impresionan.
Avenida, desde el coche
He dicho que no hay un centro como tal, pero eso no quita para que la ciudad esté dividida en zonas. He hablado de la zona de hoteles, la residencial (aunque no he nombrado los bloques de apartamentos, muy discretos y disimulados, nada que ver con los edificios-colmena comunistas que uno se imaginaría), la comercial y la administrativa. Falta por nombrar la zona internacional en la que, como era de esperar, no hay absolutamente nadie ya que ningún país ha movido su embajada de Yangon a Naypyitaw.
Zona religiosa, esperando nuevos templos o a saber
Toca regresar, lo haremos en avión. Si la ciudad es extraordinaria, el aeropuerto no lo iba a ser menos. Recién terminado y sin usar, huele a nuevo. ¿Saben ese olor a moqueta nueva? Así es, a nuevo. La instalación es tremenda, hay decenas de puertas de embarque y de mostradores de facturación, separados entre vuelos domésticos e internacionales. La luminosidad es perfecta, la amplitud y la modernidad de todo ello es alucinante. Llegamos tarde, hemos salido de una reunión en uno de los ministerios, tras asistir a una gala de algo en un hall de congresos descomunal, y toca llamar a la compañía aérea para que retrasen el vuelo. ¿Problema? Ninguno, somos los únicos ocupantes del avión, que hemos fletado para nosotros.
Aeropuerto, hall principal
Al llegar, pasamos los controles de seguridad pertinentes. Seguimos estando solos, allí no hay nadie más. Es la primera vez que paso un control de seguridad mientras hablo por el móvil, pero no parece importarle a nadie. Pese a nuestro retraso, pasamos a la sala VIP. Uno no puede negarse a que te sienten cinco minutos ahí, las autoridades han de mostrar el aeropuerto completamente, lleguemos tarde o no. Y embarcamos. El Beechcraft nos espera en la pista, a donde nos lleva un autobús modernísimo y que dudo tenga más de 500 kilómetros en el marcador. El vuelo pasa sin mayor incidencia más allá de la risa que provoca ir metido en esa avioneta, o que la azafata te ofrezca té o café para luego avisarte que la bebida va fría porque no tiene cocina. Imagino que el avión tampoco tiene aseo, da igual.
Embarcando
No es un sitio al que ir de turismo, la verdad. Hay quien va, allá ellos. Birmania es lo suficientemente variada como para pasar un día en Naypyitaw. Pero si han de ir por negocios, ahora ya saben a qué atenerse. Eso sí, tengan en cuenta que en ese país las cosas cambian a una velocidad pasmosa, quizá lo que he escrito ya no sea válido.
Pueden leer, en español, esta interesante entrada sobre la historia y el urbanismo de la ciudad. También en Skyscrapercity.com hay un buen hilo con multitud de imágenes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario