viernes, 29 de enero de 2010

Aston Martin V8 Le Mans

Imagino que todos ustedes tendrán alguna afición, algo de lo que saben y de lo que les gusta hablar. Ya sea escudriñar la propaganda de las tiendas de electrónica, o probar todas y cada una de las marcas fabricantes de crema de cacao con avellanas, como alternativa a la tan buena como cara Nutella. Hay aficiones más cultivadas que otras, sin duda, incluso hay gente que fabrica barcos minúsculos dentro de botellas. Porque eso lo hace alguien, supongo. Yo siempre sospeché que hacían primero el barco y luego soplaban la botella desde fuera, o que se construía con una máquina siniestra, pero viendo que hay quien dedica su tiempo libre a participar en competiciones de cuenta de canto de pajaritos, cualquier cosa es posible.

Mi afición pública (debería de decir secreta para que quedase esto como algo íntimo, en plan confesión, pero es que lo sabe todo el mundo) es la cerveza. Tengo más de 600 botellas, todas vacías, acumulándose por diferentes trasteros –saludos y agradecimientos a mi señora madre desde aquí – y esta mañana he estado fregando unas cuantas copas de distintas marcas y formas, pues ya empezaban a parecer opacas. No soy el absoluto freak de las colecciones, no tengo libros ni álbumes de etiquetas, y hace años que no participo en foros específicos al respecto. Yo simplemente bebo, pruebo, aprendo, comparo, y disfruto.













El problema de tener una afición así es el riesgo de ser considerado un gurú del asunto, que se entremezcla con la necesidad que tienen éstos de ir siempre por encima, en progresión ascendente hacia lo más de lo más, dejando por el camino auténticas maravillas que quedan rebajadas a la categoría de subproducto. Hay muchos así, obligados por sí mismos a beber la cerveza que elabora en el granero de la finca de Caudrai-la-forêt Monsieur Henri Delafontaine, midiendo con el paladar la densidad específica de la última burbuja de la espuma que se forma al servirla. Es más, teóricamente hasta han de disfrutar del tema. Esta gente es normal que te termine mirando raro cuando te ve en el bar con un par de amigos, tomándote una caña de Mahou y siendo absolutamente feliz, pues acaban desquiciados y obsesionados.














Y es que no es lo mismo una cerveza artesanal de gran calidad, corta tirada, nula distribución, y renombre internacional que una gran marca comercial. Afortunadamente, porque sería tremendamente difícil apreciar toda esa magnificencia cervecil rodeado de hooligans ingleses en un pub de un pueblo en Surrey, o de gente normal y corriente entremezclada en el bar de la zona de moda de una capital de provincias. Cada cosa para su momento, y tan cerveza son unas como otras.

Con los Aston Martin sucede más o menos lo mismo, y no me refiero a la acertadísima comparación entre el primer trago de la cerveza de cada noche con la cena, cuando estás cansado de un día de trabajo y sólo quieres sentarte en el sofá y relajarte, olvidándote hasta de lo que sale en televisión en ese momento mientras saboreas ese primer sorbo y lo sientes bajar por tu garganta, con la gloriosa sensación de acariciar la manilla, abrir la puerta y sentarte al volante de tu Aston (no digamos ya de arrancarlo y escuchar el primer bramido surgir por los escapes). Sucede que esta marca ha sufrido hace muy pocos años un gran cambio en la concepción y fabricación de sus coches, lo que crea una tremenda disyuntiva entre los que opinan que los modelos antiguos eran los más auténticos, y los que creen que son los modelos actuales los verdaderos Aston Martin: los deportivos más elegantes del mundo.














No seré yo el que se posicione, porque me resulta imposible. De la misma forma que esta tarde me apetecerá tomarme una buena caña de Mahou, que sería de Estrella Galicia si estuviese en La Coruña, o de Cruzcampo si me fuese hasta Sevilla, no me cabe duda de que si me llaman para ir a tomar un par de Alexander Rodenbach iré corriendo. Los Aston Martin actuales son sencillamente perfectos, y quienes hemos tenido la suerte de verlos y apreciarlos hasta el más mínimo detalle no dudamos en decirlo. El empaque y la calidad de Porsche junto con la artesanía de Ferrari, en la marca con el emblema con más clase del mundo. Y encima van todavía mejor por carretera. Pero es que los viejos tienen también la verdadera alma de Aston Martin. Incluso me atrevería a decir que es el Vanquish, el modelo que realizó la transición de una época a otra, mi favorito por su tremenda masculinidad y sus palpables imperfecciones, sin olvidarnos de la belleza y elegancia de los DB7, en cualquiera de sus versiones.


















El modelo del que llevo un rato queriendo hablarles es sin duda el último de una época: aquella en la que los Aston Martin eran fabricados a mano por mecánicos, soldadores, ingenieros de motores, tapiceros y chapistas que torneaban los paneles de aluminio para crear las carrocerías. Culminaba casi 90 años de tradición artesana, afortunadamente… Sí, afortunadamente, pues los coches se veían cada vez más superados por los modelos modernos de las otras marcas, y parecía que acabarían sobreviviendo (si lo conseguían, claro) por el valor intrínseco del emblema, como sucede con tantos y tantos hoteles de superlujo hoy en día.














El V8 Le Mans fue una edición especial conmemorativa del cuadragésimo aniversario de la victoria en las 24 horas de Le Mans de la marca, con aquellos DBR1. Sobre la vetusta base que conformaba la gama Vantage y Virage, con un chasis con suspensión trasera por eje de Dion (que si no saben lo que es seguro que el nombre ya les suena a tecnología obsoleta), se construyeron 40 unidades del que, por entonces, sería el coche de producción más potente y caro del mercado. Probablemente también uno de los más inconducibles (el record, como es habitual, se lo quedaba la también británica TVR, especialista en lanzar al mercado coches sin saber si funcionaban). Nada menos que 600 caballos de potencia para un coche tan rápido como lujoso. Y caro, muy, muy caro.














Al abrir la puerta ya apreciamos lo artesanal de su construcción. Como con los viejos Maserati Quattroporte, no hay ninguna sensación de solidez en la forma en la que se abre. No se siente ligera, tampoco, debido a todos los guarnecidos que cubren el interior. No obstante, tampoco se siente aproximada, como sin terminar, como sí sucede con los Ferrari de hasta la primera mitad de los 90. Dentro nos esperan cuatro excelentes plazas y un interior completamente forrado en cuero, incluyendo el techo, con sus costuras de contraste y sus ribetes en las líneas maestras de los asientos. Llama la atención el hecho de que las plazas traseras tengan mejor acceso y sean más utilizables que las del Vanquish, su sucesor. Pero pocas veces iremos detrás, entre otras cosas porque pocas veces lo usaremos en caso de tener la suerte de poseerlo.














Delante disponemos de dos grandes butacas que nos dan el confort suficiente. La postura al volante es chocante, ya que no estamos en una berlinetta italiana minúscula, aunque tampoco en un Bentley Continental T. Todo es más como en un coche normal, porque un inglés no entiende eso de tener que recostarse para conducir. Y es que el coche tiene unas proporciones completamente normales, comunes. No se ve excesivamente ancho, no es precisamente bajo, tiene maletero separado, hay cuatro asientos, es un automóvil, no una pantomima o una caricatura. Y como tal se siente al volante.














Lástima que se olvidasen de poner un reposapiés para el pie izquierdo, por ejemplo. Y ese es el primero de los detalles que, al volante y sólo en parado, ya te indican la necesidad que tenía la marca de evolucionar. Y es que no hay reposapiés ni sitio donde ponerlo (el embrague va pegado al lateral izquierdo del hueco), los acabados son tan lujosos como artesanales, por no decir aproximados, los mandos no son precisos, los parasoles están forrados en cuero, pero se sienten antiguos como una silla estilo Louis XIV, los cinturones de seguridad no van finos, el volante es enorme… y la dureza del pedal de embrague sólo es comparable con la imprecisión y tremenda dificultad con la que se mueve la palanca de cambios. “Pièrre, esta primera velocidad no entra”. “No, Andrew, ya está metida… creo…”














Puesto en la calle llaman la atención tres cosas. La primera es el reducido tamaño del conjunto, en comparación con los Ferrari actuales o los Lamborghini de cualquier época. El aspecto exterior, con esos aditamentos tuning, junto con unas formas de lo más clásicas, hacen que el coche llame la atención… aunque nadie o casi nadie sepa exactamente lo que llevamos entre manos. Ese es el segundo aspecto que marca al coche, la discreción relativa. ¿Es un Ford Mustang? ¿Es un Opel raro? ¿Es un Aston Martin? Oh, sí, es un Aston Martin… No, no es un Aston Martin, es uno de los 40 V8 Le Mans que se han fabricado, lo tienes ahí delante y no te has dado ni cuenta. Lo tercero que llama la atención, esta vez a distancia, es el sonido, que se corresponde con un coche vetado por las normas anticontaminación, con un motor V8 de más de cinco litros de cilindrada apoyado con dos compresores. Un sonido fuerte y rotundo que no busca delicadeza, sino dejar claro quién es el que manda cuando alza la voz.

No hace mucho tiempo que se terminó su producción, tan sólo 11 años, pero si esta última década ha supuesto una enorme evolución en la forma de fabricar los automóviles, imagínense cómo será con un coche que ya era antiguo en su época. Por todo, qué duda cabe que los modelos actuales son mejores. El equivalente actual podría ser el DBS, pero tampoco lo es realmente. El V8 Le Mans es otra historia. Por eso, cuando entras en un garaje de una famosa avenida parisina y ves un Ferrari Enzo, un Porsche Carrera GT, un Maserati MC-12, un Rolls Royce,un par de Bentleys, algún que otro Mercedes S, un enorme Maybach y un Aston Martin V8 Le Mans rojo, en seguida sabes cuál has de coger.















Aston Martin V8 Le Mans, 600 caballos y medio millón de euros en el año 2.000. Y ya sacaremos a pasear al Enzo otro día, hoy toca darle vida al otro coche rojo del garaje.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Menos mal que te dice que actualizaras con algo como un ibiza...
Muchas gracias!!
Deberías probar un Sagaris.

Sir Andrew Vickerman dijo...

Me senté en uno hace tiempo. Si nos olvidamos de la espectacularidad de todo el conjunto, con ese alerón transparente, esas luces y esos juegos de agujas en el cuadro de mandos, o esa montaña que separa a piloto de acompañante y nos centramos en el coche, es lo que es: un TVR, que son las siglas de Ponzoña Insufrible Pintona (en dialecto britogandalla).

Pero mola.

Pd. Para quien lo quiera, claro...

Ruag dijo...

Y siguiendo con el tema cervecil, ¿qué te parece La Fin du Monde?, porque últimamente a todo al que se le doy a probar le encanta.

Sir Andrew Vickerman dijo...

Mala con avaricia, una cerveza excesivamente alcohólica, cosa que se consigue a base de azúcar. Por eso tiene tanto alcohol y tanta espuma. No le veo ningún sentido, salvo que lo que uno quiera sea tirarse el moco con beber algo relativamente exótico y muy potente.

elmonstre dijo...

Increíble máquina. Uno de los coches que siempre he admirado, aunque siento especial debilidad por el V8 Vantage del 77.

Lástima no tener unas impresiones de conducción... pero no cuesta hacerse una idea.

Anónimo dijo...

Este es el AM Vantage LM que han confiscado recientemente al Sr. Obiag ¿no?

Ráfagas, GTO.

Sir Andrew Vickerman dijo...

El mismo, unidad 4 de las 40 fabricadas (ahora que se sabe el propietario, se puede poner), y con placa personalizada.

La cuestión es, si lo subastan, ¿cómo aseguran que su dueño no lo va a comprar de nuevo al comprador de la subasta?

 
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