lunes, 22 de septiembre de 2008

El futuro llegó... y se tuvo que ir

Como quien va a la panadería y descubre con horror que, pese a ser el único sitio abierto de toda la zona, no venden cervezas. Como quien madruga un día para ir a recoger los papeles del seguro, sólo para darse cuenta de que ese día es festividad local y todo está cerrado (excepto la panadería abstemia). Como quien pretende pasar por el IKEA a comprar un escurridor Gjördskifg sin fijarse en que es sábado por la tarde y, por tanto, aquello es más una manifestación de “familias por el consumismo” que una tienda de muebles.

Vámonos!

Hace años, curiosamente ya no recuerdo cuántos, una conocida casa de automóviles creo una división de coches guays, pequeños, diferentes, inteligentes, chulos, modernos, futuristas, pseudo-ecológicos… en definitiva, coches listos, que en inglés se dice Smart. El concepto era magnífico, la idea perfecta, y el producto… bueno, el producto tuvo su rollo. Y lo sigue teniendo, más o menos, a día de hoy.

Con el tiempo, esta marca sacó al mercado el que tendría que haber sido el ejemplo a seguir para los coches compactos destinados a familias jóvenes y dinámicas (como el dúo, pero en joven). Era el Smart Forfour, para cuatro, una versión extendida de su cochecito Fortwo, basado igualmente en un chasis ultra-rígido de aluminio, unos motores pequeños, una carrocería de piezas de plástico, y un interior fardón y simpático. El conjunto creaba un coche ligero, poco potente, de escaso consumo, de estética diferente, sin excesos, con el tamaño ideal y que, además, permitía ser equipado a lo grande, con su tapicería de piel y su techo panorámico. En definitiva, el coche del futuro. Bueno, el coche del futuro de la gente rica, porque lo cierto es que era considerablemente más caro que sus rivales generalistas.


Y sin embargo, era un coche cool. Y lo era porque no despertaba odios estúpidos como lo hacen los Golf GTI o similares, no era un "coche gay”, no molestaba a la vista, era en definitiva un coche listo, un coche smart. Y yo tuve uno. Bueno, de alquiler, pero lo tuve. Pequeño, negro, techo panorámico, ruedas lógicas, motor minúsculo de tres cilindros que sonaba como una Cirila (Citroën 2cv). Una gozada.

El futuro llegó, pero no se pudo quedar. Pese a ser un coche reciclable, duro, vistoso y muy amplio; pese a ser un coche con consumos contenidos no ya en gasolina, sino también en neumáticos y otros componentes; pese a ser un coche ideal para cualquier familia, se tuvo que ir. Básicamente por dos motivos: uno económico y otro circunstancial ligado al primero.

Quienes no podían pagar ese alto precio de adquisición, seguían comprando compactos generalistas, ya que pagar en torno a los 24.000 euros por un coche tan “poca cosa”, quizá fuese algo exagerado; por otra parte, quienes sí podían pagar precios altos se iban a por los coches caros, buscando status, calidad aparente, aspecto y todas esas cosas que se buscan en ocasiones… y que acaban generando asco y desprecio por parte de la masa conductora, que cura su frustración por no haber podido llegar al tope de gama con un amplio repertorio de insultos y pirulas varias. Algo que, en el tiempo en el que tuve el Smart, no sufrí en absoluto.

Manolo, mejor este que es más grande y más barato.

Pero es que, además, era la época del todo terreno, del éxito directo, de comprarse el coche más grande y potente posible, de gastar. ¿Cómo iba uno a llevar un coche de 1.000kg y ruedas de 14 pulgadas pudiendo llevar uno de 2.000kg y ruedas acojonantemente enormes? Había que tener un SUV. De hecho, a día de hoy sigue habiendo que tener un SUV.

Tuvimos al futuro delante, pero como era muy parecido al pasado más reciente de coches ligeros y sencillos, lo dejamos sentado en una esquina y nos pusimos a bailar con la más golfa, con aquella que nos prometía ser más por estar a su lado. En el caso de los todo terreno de lujo hablaríamos de una chica de aspecto modelo de catálogo del Venca (porque no dan para más), con la que creíamos que entraríamos en las mejores discotecas y seríamos observados por todos. En el caso del compacto de mierda geteí con faldones y spoilers (lo que de toda la vida fueron alerones), sería una Yeni cajera del Mercadona con cinta en el pelo, pendientes de aro, botas peludas y minifalda vaquera. Y chicle en la boca. Una chica con la que obtendríamos seguramente sexo oral (oral no precisamente de “hablado”, que los cerebros no dan para mucho…), que en una relación de pareja, si es lo único que hay, es equiparable a lo que puede dar un Opel Astra GTC en términos de placer de conducción. O sea, puede correr mucho, pero poco más.

Yo casi prefiero aventurarme a ver lo que es el futuro… a tener a esto.

Y se fue. Una lástima.

Hace meses caí en una Web de un fabricante alemán que tiene un coche concepto sencillamente genial. Intenten abstraerse de la realidad de los coches que pululan por nuestras carreteras, y piensen en un coche perfecto. Bueno, pues ahora olviden ese gran coche ultra-seguro (por destrucción del adversario) y ultra-potente con 0 consumo (cosa imposible), y escuchen la propuesta de este fabricante: unos 500kg de peso, motores minúsculos de 50cv, cuatro plazas, consumo de menos de 2 litros de gasoil cada 100 kilómetros, seguridad por su estructura de acero, ruedas del tamaño justo para tener buen agarre y escasa resistencia. No suena muy apasionante, cierto, pero como medio de traslado individual de un sitio a otro parece una solución buena. Eso sí, si les digo que su precio de venta se estima en unos 15.000 euros… ¿no es para ir pidiendo uno ya? Pues no, por desgracia no.

Ello es…

Por desgracia, pues nos hemos ocupado de llenar las carreteras de armatostes descomunales que prácticamente nos harían volcar al adelantarnos. Hemos seguido un camino, equivocado o no, que condicionará mucho el downsizing (reducción de tamaño) que pronto se pondrá de moda. ¿Cómo alguien va a comprar un, por ejemplo, Fiatord Megancus IV si es más pequeño que su antecesor el Megancus III? ¿En qué cabeza cabe pasar de coche grande a coche pequeño? ¿Cómo permitir que la gente crea que andamos pelados de pasta y que por eso pasamos a comprar un utilitario en vez de una berlina? Una lástima, la verdad.

Pero lo cierto es que escribo esto por el sencillo motivo de que no me puedo permitir un Hummer y un Cayenne. Bueno, no seamos tan radicales. Me gustaría tener un Loremo, que es como se llama esa especie de Biscuter moderno, pero iría contra mis principios poder comprar un Cayenne Turbo S y no hacerlo. Por eso no creo que haya que ir tan lejos, y me conformaría con que los coches “normales” siguiesen aquel ejemplo que quiso dar el Smart Forfour y dejasen de crecer cual adolescente americano bebedor de litros de leche y comedor de piernas de vaca.

Agh!

A ninguna familia normal le debería de interesar tener ruedas de 17 pulgadas en anchura 245, más que por cuestiones estéticas, en sus coches de consumo reducido. No se necesitan espacios modulares con 7 asientos, maletero ultra-deslizante con tomas eléctricas, compartimentos ocultos bajo el compartimento oculto del asiento, doscientos caballos famélicos o intercomunicadores para hablar de una fila de asientos a la otra. Una familia normal, de las que pagan hipoteca y hacen cosas como ir los fines de semana a pasear por la gran superficie, no necesita de todas esas cosas en un coche. De hecho, a mí me basta con un Porsche 911, que tiene cuatro asientos.

Aprovecho la ocasión para mostrar mi desesperación máxima ante la falta de utilidad del editor de textos de Blogger, al tiempo que pido disculpas a mis lectores por el desastre que supone en cuanto a aspecto general el desbarajuste de los saltos de línea.

3 comentarios:

elmonstre dijo...

Ah! Cuanta razón tienes.
Cuantos X5, Touaregs, Cayennes, etc... no saldrán nunca de la ciudad, ni llegarán a su aforo máximo, ni sacarán provecho de su caballería, etc...

A parte del Smart, hubo proyectos con la misma idea y un precio notablemente inferior, pero no salieron al mercado ya que los estudios tenían como conclusión que la gente no compra lo que necesita, sino que compra lo que le gusta y con lo que pueda fardar.
Una lástima.

Una de las buenas impresiones que me llevé de París fué la cantidad de Smarts que rodaban por sus calles. Incluso los repartidores de Planet Sushi se valian de ellos.

Disculpado estás por el editor de texto. No creas que el de Wordpress es para tirar cohetes.

Anónimo dijo...

Bien sabe Vd., Sr. Conde, que a mí el ForFour no me guataba NADA, a diferencia de su hermano pequeño. La reflexión general, por lo demás, es atinada.

Unknown dijo...

Qué le voy a contar yo de la marca Smart...

El concepto era el más acertado, el precio algo excesivo (coste de construir una cosa con calidad, no sólo aparente, sino también efectiva) y los complejos de la gente también excesivos.

Me quedo con los Brabus, en todos sus modelos.

 
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