jueves, 20 de diciembre de 2012

Finnair, conexiones con Asia

De cara a un breve e inesperado viaje a Europa, y a la vista de los horarios y conexiones disponibles en las compañías aéreas que vuelan desde Yangon o Bangkok, me dio por reservar con Finnair y, ya de paso, ver Helsinki aunque fuese desde el aire.
 
Pena que no me tocase este avión con ese enorme motor en la cola...

Vamos con lo malo, que es la gran decepción de no ver ni un copo de nieve en Helsinki. Yo que iba con la ilusión de un paisaje blanco y gélido, y nada de nada. Eso sí, a las cuatro de la tarde ya era de noche, mucha madera de pino en la decoración del aeropuerto, y un frío de narices en la pista, que agradecí tanto como poco apreció mi salud, acostumbrada a temperaturas ligeramente más cálidas.

Como no era plan de andar gastando demasiado, y ya que lo no gastado en billete lo iba a gastar en otras cosas más importantes, reservé en Turista con una oferta que me pareció bastante adecuada, algo más de mil dólares ida y vuelta. Y eso puede ser bueno como puede ser malo, pues una vez en el aeropuerto, al querer pasar mi billete a Business para el vuelo de vuelta me dijeron que nanay, que había que comprar otro billete, porque el mío no admitía cambios. Lógico, no sea que salga más barato aprovechar la oferta y luego pagar el upgrade que comprar directamente Business, pero me dejó un poco mal.

Nada que lamentar, no obstante. La cabina Business de los A340 de Finnair no está renovada, siendo el mismo tipo de asientos que encontramos en Thai. Sí, esos que se hacen “casi planos”, en los que te pasas la noche, si es que pretendes dormir, cayéndote hacia abajo. A ver, no voy a decir que en Business no se viaje bien, pero yo quería la configuración moderna de Finnair.  Que es como si pagas para que te lleven al aeropuerto en un Mercedes S500, y en lugar de venirte el último modelo te viene uno de 1995. Sigue siendo bueno, pero ya puestos…
 
Cabina no renovada
  
Y tanto querer, a la vuelta me tocó el A330 que sí tiene los nuevos asientos. Visto el panorama no sé si los prefiero a los viejos. Supuestamente se hacen cama horizontal, no lo dudo, pero me siguen pareciendo estrechos, algo que confirmó la azafata con la que charlé un rato durante la noche.
 
 Cabina sí renovada

Se trata de una configuración 2-1-2 bastante extraña, que hace que el que va en asiento individual tenga doble apoyabrazos. Aquí pueden ver lo que digo, tanto del espacio como de la estrechez del conjunto, y aprovecho para poner la fuente de las dos imágenes de la nueva Business, que son este blog y esta entrada en un foro, donde pueden leer (en inglés) más al respecto de la experiencia Business de Finnair.
 
Asiento individual, parece un trono
 
Pasemos, pues, al asiento asignado. ¿Perdón? Al asiento comprado, quiero decir. Sí, Finnair aplica procedimientos de compañía low-cost en sus billetes de Turista. ¿Quieres fila de emergencia? Paga. ¿Quieres primera fila? Paga. Yo lo veo bien, la verdad, da opción a quien no quiere pagar de obtener un precio más bajo, y la de asegurarse el asiento que se quiere aunque sea pagando un suplemento. Suplemento que recuerdo sobre los 70 dólares por vuelo, por cierto (vaya, la oferta ya no es tan oferta…)
 
Cabina de Turista
 
El asiento es estrecho, como corresponde a Turista. A la ida pagué fila de emergencia, lo que supuso un espacio ilimitado para las piernas. Ya que iba junto a una de las puertas laterales del Airbus A340-300. Sin duda, es la mejor opción. A la vuelta sólo pude reservar primera fila, que también es recomendable siempre y cuando a uno no le molesten los bebés, pues al ir ahí los enganches de las cunas es donde los suelen sentar. Y lloran, claro, pues esa es una de las ocupaciones principales de un bebé: llorar. En mi vuelo venían unos cuantos, hubo alguna que otra sucesión de llantos atronadores.

Hay sistema de entretenimiento individual, tampoco es que vaya muy sobrado de opciones, películas o especialmente música, pero lo hay. ¿Queda alguna compañía que siga sin tenerlo para los vuelos largos? Si es que no, entonces borren este párrafo de sus mentes y quédense sólo con lo de la limitación en música y películas. Creo que Thai tiene más y mejor selección. Vamos, que no pude despertarme escuchando el disco Femme fatale de Britney Spears, que es lo que más me gusta hacer cuando vuelo. Una cámara para ver lo que hay delante, y otra para ver lo que hay debajo. No funcionaba en ninguno de los vuelos.
 
Se puede ir viendo los datos en tiempo real, cual comandante
  
La comida no fue nada del otro mundo, incluyendo un sandwhich indescriptible y un plato de pasta frío en los vuelos cortos, aunque también uno de pasta y pollo a buen nivel en el vuelo largo de vuelta. No pidan la cerveza local, no es nada especial. El servicio sí fue en todo momento agradable y atento. Tenía una conexión realmente corta en Helsinki para volar a Ginebra, lo advertí y no menos de tres veces vinieron a reconfirmarme la puerta de embarque. Y eso es bueno. El vuelo fue puntual, y todas esas cosas que acaban por hacer una entrada aburrida.

Ahora vamos con el tema, ¿merece la pena? Finnair se publicita como la primera compañía de diseño (no sé muy bien a qué se refieren), y como experta en conexiones con Asia, ofreciendo muchos destinos y muchos vuelos. Bien, es bueno saberlo. Sucede que uno se enfrenta a muchos kilómetros de distancia desde Bangkok, y tiene básicamente tres opciones: los vuelos directos, con duración de unas 12 horas; los vuelos árabes, con escala en los Emiratos y, por tanto, dos vuelos medianos de unas 6 horas cada uno más el tiempo de escala; la opción de Finnair, que consiste en volar 10 horas hasta Helsinki, que es una ciudad que queda realmente lejos de España, Francia, Inglaterra o, en mi caso, Suiza, y luego meterse otro vuelo aburridísimo de 3 horas en el hermoso Embraer que opera FlyBe (sea lo que sea esa compañía, pues en el avión pone Finnair).
 
Embraer

Personalmente, dudo que repita con ellos. Si lo he hecho esta vez  ha sido por una cuestión de horarios (iba a pasar una noche en Bangkok y quería volar por la mañana), y por probar. Cada opción tiene sus desventajas, como son las excesivas doce horas del vuelo de Thai (que si se va en Turista debe de ser mortal), lo llenísimos que suelen ir los vuelos de Qatar, Etihad y demás, incluyendo Business, o ese viaje interminable que es hacer un vuelo largo sabiendo que aún te queda otro largo y aburrido. La ventaja de Finnair es el horario y las rutas. Bueno, y que el finlandés es como si hablasen al revés, resulta muy gracioso escucharles.
 
Finnair de diseño "Marimekko", que es como si un Iberia lo pinta Mariscal.

Finnair, conexiones diarias entre una ciudad rodeada de lagos y pinos y prácticamente cualquier sitio en Asia.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Haciendo fotos

¿Qué demonios hacen en el cajero? ¿Qué tipo de operaciones? ¿Por qué siempre tardan tanto y por qué siempre me toca un lento delante? ¿Existen otras personas tan rápidas como yo? No se explica… A mí es que creo que me viene de familia, un talento innato que, además, fue potenciado con prácticas durante la infancia. De hecho, aún recuerdo el código de seguridad de la tarjeta 4b de mi madre.

Telebanco está en la calle, telebanco cuatrobé....

Yo voy, meto la tarjeta, elijo opción, tecleo el código y el cajero me da el dinero que le pido. Retiro la tarjeta, el dinero y el recibo, y me voy. Por eso no entiendo que, cada vez que voy a un cajero y éste está ocupado, la persona que me precede tarde tantísimo tiempo. Que no es hacer un pit-stop de Formula1, pero parece que en vez de sacar dinero se están pidiendo, y tomando, un café vienés.

El otro día me pasó algo parecido en un McDonald’s, no había explicación lógica alguna por la que el tipo que tenía delante tardase tantísimo, más tras la constatación posterior de que su pedido no era para alimentar un orfanato o a una excursión de turistas jubilados (que los jubilados comen muchísimo cuando viajan, ojo), sino un simple menú de algo con un refresco normal. Ahora que, para lenta, la chica de gafas que está en uno de los puestos de inmigración del aeropuerto internacional de Yangon. No falla, es tocarte ella y esperar, esperar y esperar. No sé en qué consiste. Evítenla, antes de ponerse a la cola, si van a Birmania, oteen la zona y avístenla, para a continuación elegir otro mostrador.
 
Generalmente se tarda más en pedir que en comer
 
Pero hay algo mucho peor que un cajero ocupado, una cola de comida rápida que resta credibilidad al concepto de comida rápida, o que se tiren 20 minutos para controlarte un visado, o como me pasó ayer mismo en un bar de Luang Prabang, que se olviden de hacerte la mitad de tu pedido y que, cuando por fin te lo entregan, falte la primera mitad. Y ese algo peor es un turista haciendo fotos.

No quiero dármelas de profesional de la fotografía, pero es innegable que no se me da mal del todo y que sé lo que hago, cuándo lo hago y, más o menos, cómo lo hago. Y queda claro que, si no se practica, no se aprende. Pero es que no puedo con ellos, y hay varias razones que paso a explicar.

No siento ninguna envidia por quien se pasea por la calle cargando con una Canon EOS 5D Mark III con una lente de serie L, o el equivalente en otras marcas, configurada en modo automático y disparando en formato jpg. Y no siento envidia porque ya estoy curado de espantos, sobre todo tras haber visto un turista de Singapur carretando con una Hasselblad 45 y disparando auténticos horrores. Nota: esa cámara Hasselblad sale por unos 45.000 dólares. Pero también es cierto que si pongo este párrafo es por una mera justificación de cara al lector desprevenido e inexperto, porque evidentemente me trae sin cuidado lo que otros piensen. Y bueno, todos hemos empezado de alguna forma, y yo soy el primero en haberlo hecho así como digo.

Habiendo puesto ya la parte políticamente correcta y explicativa, lo que realmente me saca de quicio es lo mucho que molestan todos esos turistas cuando tú quieres hacer una foto, y lo mucho que tardan. Es verlos y desesperarme. El modo automático me trae al pairo, cada uno que haga lo que quiera y como pueda. Es el conjunto global. Son esos parasoles puestos cuando no hay sol, o inexplicablemente puestos al revés (¿para que la cámara Reflex descomunal ocupe “menos”?). Son esos filtros anti-nada para, supuestamente, proteger un objetivo de mierda, que te hacen preguntarte si también llevarán filtros en las pupilas. Son esas bolsas llenas de accesorios que nunca se utilizan. Son todas esas cosas que yo también he hecho hace tiempo, y que por eso critico. O más que criticar, denuncio de la única manera que puedo, en privado, por escrito y sin referirme a nadie, pues de hacerlo en público y ad-hominem podría llevarme una buena hostia, y no es plan.
 
 Haciendo fotos

Es ese inexplicable tiempo que se tarda en hacer una foto que, en el mejor de los casos, podríamos calificar como “de viaje de estudios de EGB” (eso se lo debo a mi tía Margarita). No sé, es el conjunto, son los brazos estirados mirando a una pantallita canija para hacer una aberración. ¿Recuerdan aquellos anuncios de “lo que crees que pasa, lo que en realidad pasa” de campañas antidrogas? Deberían de hacer uno sobre la toma de fotografías en zonas turísticas y, especialmente, en eventos y acontecimientos de esos que son importantes y a la gente le gusta, por motivos que nadie entiende, fotografiar con sus cámara digitales (cuando no directamente con el iPad, que no se puede ser más ridículo).

En ese anuncio, lo que el turista cree que hace es una sesión cual Mario Testino. Esa sensación se crece cuanto más grande y voluminosa es la cámara. La patética realidad no es tanto la escasa calidad fotográfica de lo que haya podido captar, sino el hecho de perderse el acto en sí por hacer una puta foto como las que hay a millones en Internet, a un par de clicks desde Google, Picasa, Flickr y demás galerías. Esto es especialmente apreciable en eventos como las procesiones nocturnas de Semana Santa, un concierto (también nocturno), o la procesión matutina de los monjes en Luang Prabang (donde no sólo hay restaurantes erráticos, como ven). O cuando va a pasar por la calle Obama o el Papa.
   
Foto de mierda en un concierto, ¿por qué la haces? 
 
Porque además son situaciones con unas características que hacen difícil hacer fotos. Pero no, ellos se empeñan. Y estiran los brazos al aire sujetando la cámara, o el móvil, o el iPad, o el radiador (véase abajo), e insisten. Y se ponen en medio, y joden.

Fiestas que se nos van de las manos...

El otro día por la mañana, participando en la citada procesión de los monjes, hubo un momento en el que no pude más y me acabé marchando a casa. Filtros, parasoles, modos automáticos, accesorios, etc… no son nada comparado con el mayor de los males: el flash. La situación era penosa, daba vergüenza absoluta ver a un grupo de turistas rodeando la fila de monjes y haciendo fotos con flash, sin parar, cual paparazzi con famoso, metiéndoles la cámara encima y disparando uno tras otro. Que si el resultado final fuese bueno, pues sin dejar de ser una molestia y una aberración turística fuera de lugar, al menos se obtendría algo. Pero es que luego lo que sale de la tarjeta de memoria es pura mierda intrascendente. Abogo por la prohibición absoluta del flash, y al que le salte “por error”, se le quita la cámara y que se aguante, por inútil. “Ay, perdón, no me di cuenta…” cállese, señora, se queda usted sin cámara.

La cosa se pone peor cuando te ven y te dicen que esa cámara tuya ha de sacar muy buenas fotos. Y sí, es cierto, las hace muy bien siempre y cuando yo le diga lo que tiene que hacer, no voy a ponerme aquí con la soplapollez esa de que el fotógrafo es mucho más importante que el equipo, que lo es, como dejando entrever que el equipo no importa, pues vaya que si importa. Pero se pone aún peor cuando, encima, te dicen que ellos mismos con esa cámara también lo harían. Falso. O más precisamente, falso si hablamos de adultos, pues cada vez que he dejado la cámara a la muchachada por aldeas birmanas o laosianas, me sorprendo de las buenísimas imágenes que captan. Y se ofenden cuando les dices que ni de coña (es lo que tiene ser realista).
 
Foto hecha un por un niño sin experiencia ni educación alguna, a su amiga Thin Thin en Yangon
 
Y luego llega el momento, el terrible momento, del visionado de la foto que, generalmente, es enviada por email. Como era de esperar, no sólo no hay nada que ver en ellas, sino que encima vienen a tamaño real. Porque las cámaras actuales tienen un número de megapíxeles desproporcionado, que da una resolución inútil, fuera de lugar y que, sencillamente, molesta. Pero no, es como si esas cosas sólo me molestasen a mí y, si eso, a dos o tres personas más. A ellos les da igual andar con el desplazador de un lado al otro de la pantalla.

Por favor, queridos turistas. Ustedes no van a un restaurante y se empeñan en cocinar. No van a un hotel y limpian la habitación. No van a una tienda de ropa y sacan la Singer y se ponen a hacer patrones allí mismo. Yo entiendo que todo el mundo quiere llevarse un recuerdo fotográfico de los sitios a los que se va. Con uno basta, no estorben. Se hacen la foto y se quedan a mirar lo bonito que es aquello. Y, luego, se compran un buen libro con buenas fotografías de la zona.

O hagan lo que les dé la gana, yo qué sé, a mí déjenme en paz. Y apaguen la cámara.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Beau-Rivage Palace, Lausanne

Como ha quedado claro en la entrada sobre el Skoda Yeti, Ginebra es el horror en Noviembre. No tanto por la ciudad, que de por sí no es nada del otro mundo y sí bastante pequeñaja, sino por ese frío horroroso que me acompañó todo el rato. Acostumbrado a ver ríos marrones y lagos azules, encontrarme con el lago Leman de ese impresionante color plomo realmente daba miedo. Por eso, lo primero que hice nada más llegar a Ginebra fue comprarme un gorro en los grandes almacenes Manor, que son como El Corte Inglés pero en suizo, es decir, todo igual salvo que cierran a las seis de la tarde y parece haber menos dependientes.

Con estas, y una vez agenciadas las cuatro ruedas, ya me pude acercar a visitar a mi amigo Alexis en el Beau-Rivage Palace. Y ya puestos, a quedarme. Es que es inevitable, porque pese al frío y a las nubes, el hotel es un maravilloso resort que, en verano, ya ha de ser el acabose.


Se trata de un hotel a la antigua, un centro vacacional de lujo tal y como podría ser el Hôtel du Palais de Biarritz (ver entrada correspondiente) o el Reids Palace de Madeira. No es un terrible Four Seasons de ciudad, y tampoco es una vieja dama como el Ritz de Madrid, pese a que, todo sea dicho, le conviene una renovación de habitaciones, cosa que caerá el año que viene por lo que me comentan. No nos equivoquemos, las habitaciones tienen 10 años y están en perfecto orden, pero se ven antiguas. Pero volvamos al hotel… permítanme ir narrando cada servicio a modo de estancia, creo que es lo más conveniente.

La llegada es sencilla, tan sólo hay que dirigirse hacia el Castillo de Ouchy, en el puerto de la ciudad, y seguir las indicaciones. Una gran puerta vallada nos da la bienvenida al recinto del hotel, situado en un alto frente al lago, con impresionantes vistas de las montañas al frente (siempre y cuando no haya nubes). Aparcacoches y maletero nos reciben con rapidez, agilidad y excelente educación. Les confirmamos que, efectivamente, hemos hecho un buen viaje y que ese es nuestro equipaje, mientras el aparcacoches se lleva el vehículo al parking cubierto y privado del hotel, que parecerá una tontería, pero con el que uno se queda mucho más tranquilo que si hablamos de parkings públicos.

En verano, con vistas...
 
Accedemos por la puerta giratoria al pequeño lobby en el que una chica bielorrusa nos explica las formalidades de la estancia y se ofrece para acompañarnos a nuestras habitaciones (al ser tres, elegimos dos habitaciones comunicantes). Está bien que te traten como si te conociesen de toda la vida, aunque a quienes conozca desde hace tiempo sea a tres directivos del hotel. El hall y los pasillos son impresionantes, más ahora con la exquisita decoración navideña. Un ascensor del tamaño de mi apartamento parisino nos lleva a la segunda planta, en la que están nuestras habitaciones con vistas al lago.
 
Panorámica desde el balcón
 
Se trata de dos habitaciones de aspecto clásico, con un buen cuarto de baño, muy buena calefacción, buen equipo de televisión (que yo ni enciendo), y un equipamiento a la altura. Antiguas, sí, tirando a viejas, pero todo funciona y todo está inmaculado. Como inmaculada está la lencería, el minibar, los productos del baño (Bvlgari), la cesta de frutas de cortesía, y las galletas, zumo, bolsito, albornoz pequeño y zapatillas para la menor que nos acompaña (y que disfruta de esas cosas como la niña que es). No pasan dos minutos cuando llega el equipaje.
 
 Galletitas...
 
Sobre la habitación, dejando de lado comentarios sobre su estilo dado que, al renovarse el año que viene, no tienen validez duradera, he de decir que la cama me pareció excesivamente blanda. Dormí como un bebé, ojo, pero me habría gustado un colchón más duro. Tampoco quise molestar y pedirlo, aunque sin problemas lo hubiesen arreglado. Pero es lo único “negativo”. Presión de agua, temperatura, acceso a internet, luces, equipamiento, balcón, aislamiento del ruido y del frío, tamaño general… todo estuvo a la altura. No esperemos las suites del Lebua (ver entrada), porque estamos en un sitio diferente. Lo que tampoco vamos a tener, afortunadamente, es esa vejez generalizada del Hôtel du Palais, no digamos ya del Ritz Madrileño o de las habitaciones no renovadas del Crillon parisino.

Habitación, foto no contractual

Como nos fuimos entreteniendo por el camino, al final llegamos al hotel bien entrada la hora de comer. Rápidamente, la chica de recepción reservó desde mi habitación una mesa para tres en la brasserie del hotel, el Café Beau-Rivage. No puedo decir que sea un sitio barato, quizá nos consuele pensar que todo Suiza es caro. Comer tres personas un plato sencillo cada uno, con postre pero sin vino, salió por algo más de 100 euros. El pescado de mi amiga no estaba mal del todo, muy bien presentado aunque a su gusto un poco falto de “potencia”. La pasta de la niña, tan sencilla como mera pasta con salsa de tomate, perfecta. La salsa de tomate, de hecho, pese a ser la más clásica jamás vista, era una delicia. Mi tartar de buey, con sus patatas fritas, excelentemente condimentado a mi gusto. Y todo con unas porciones justas, ni escasas ni excesivas. Lo mismo puedo decir de los postres, con un tiramisú rico y abundante en mascarpone, mi mousse de chocolate perfecta, o el helado de la pequeña, cremoso tal y como era de esperar. El pan, por cierto, una delicia. ¿Qué eché en falta? Algo que he visto en Yangon en el restaurante Sharky’s, que es una mini-ensalada orgánica servida en un vasito, con un huevo de codorniz escalfado y un aliño simple. En el caso de mi tartar, sin duda lo eché en falta. El servicio en sala quizá me pareció un pelín lento, aunque fue siempre de exquisita cortesía y muy buena atención. La sala, exquisitamente decorada y con grandes ventanales hacia el puerto. Añadir que venden un plato de mariscos a 90 euros por persona… nosotros nos abstuvimos, ya habíamos comido muy buenas ostras en el mercado callejero de Divonne-les-Bains.

Corriendo por el pasillo

Tras el paseo correspondiente por la ciudad y alguna compra que otra, regresamos al hotel a pegarnos un bañito en la piscina del spa. Decir que Lausanne es bastante vertical como ciudad, recordando un poco a Montecarlo, sólo que aquí en vez de ascensores públicos hay una especie de metro o funicular (el metrocular, vamos), que en cinco minutos de pone arriba del todo. No probé los masajes, pero sí la piscina, el jacuzzi, la sauna y el haman. Sinceramente, quizá sea por la afluencia de público familiar a las horas a las que fuimos, pero nada destacable. Sí, lo pasamos estupendamente, nos colamos en la parte exterior de la piscina, hicimos la bomba y todas esas cosas (el ambiente acompañaba, claro), y el jacuzzi estaba calentito, como la sauna estaba muy caliente y el haman muy húmedo, pero nada más. O nada menos, dada la absoluta pulcritud de los vestuarios, la calidad de las toallas y, no me cabe duda, la calidad también de los masajes y tratamientos de belleza que allí dan.

La piscina cubierta, vacía
 
No cenamos en el hotel, aunque hay donde elegir dado que cuentan con nada menos que cinco opciones, incluyendo un restaurante japonés de muy buena fama, y especialmente un restaurante gastronómico (y astronómico) de Anne Sophie Pic, con sus tres estrellas Michelin.

Lo que si que cayó fue algo en el bar tras la cena, aunque sólo bajásemos la peque y yo. Ella una infusión y un postre, que se ventiló en diez segundos, yo un té porque, aunque me apetecía un vaso de Caol Ila, que es el único whisky que logro tragar y que recomiendo probar a todo el que tenga la oportunidad, en realidad tampoco me apetecía.

El bar, por la noche
 
El desayuno se sirve en una sala que da exclusivamente desayunos. Me explico: no es un restaurante que ha de ser reconvertido para el menú del mediodía, sino una sala de desayunos abierta hasta las once, como debe de ser. Un buen buffet bien atendido, sin nada que fuese del otro mundo pero sí plagado de productos exquisitos. Buen chocolate caliente, buen zumo de naranja, muy buenos quesos, buenos fiambres, platos calientes clásicos (y tampoco destacables, pero en absoluto bajo par), gran variedad de frutas y lácteos, buena carta de huevos, una sala con mucha luz y ambiente fresco… Es decir, nos pusimos como cerdos, y eso es buena señal cuando yo hablo de un buffet, ya que aunque siempre me gustó desayunar, desde hace tiempo no termino de aprovechar esos desayunos de hotel, quizá por estar un poco cansado de ello, casi día tras día. En este caso, puedo decir que sí lo aproveché. Y digo bien “como cerdos”, porque el cerdo come hasta su satisfacción. No por hablar de un sitio fino vamos a negar la realidad…

Podría hablar de la salida, el pago, el precio y demás, pero me parece fuera de lugar. Sí puedo decir que no quise que me diesen factura, sino que me la enviasen por email. Esa misma tarde, mi factura estaba adjunta a un email del departamento de Recepción del hotel.

De lo que sí quiero hablar es de los conserjes, ambos hispanoparlantes, ambos educadísimos y eficaces, ambos convertidos en esa figura dentro del hotel a quien te diriges siempre. Cómo se nota la calidad de un hotel en estos casos, cómo cada empleado sabe comportarse y seguir su papel y su juego en cada momento, y cómo se adaptan tanto a quien viaja solo como a quien lo hace en familia. El camarero serio tratando a la niña de Mademoiselle (pura comedia), el jefe de sala más familiar charlando conmigo, la relaciones públicas preguntándole a la niña cómo lo pasa… Por no decir el que sea ella, la niña, quien firme las facturas. Sumemos el detalle del albornoz, el trato en el Spa, los jardines por la mañana para jugar, y otros muchos detalles para ganarse a la clientela familiar, junto con una eficacia absolutamente profesional en todos los sentidos, para hacer que uno quiera volver sean cuales sean las circunstancias del viaje. 

Salón de banquetes
 
Es un gran hotel, aunque evidentemente se paga por ello. Es más que un gran hotel, es un centro vacacional, es un centro de negocios, es una sala de recepciones espectacular, es la posibilidad de hacer una fiesta total en sus salones (de los más bonitos que he visto). Es, en definitiva, uno de los grandes. Y yo me siento muy afortunado de haber podido quedarme, y de haber recortado las horas de sueño con una incesante guerra de almohadas.
 
Beau-Rivage Palace, Lausanne, estancias a partir de unos 400 euros la noche. http://www.brp.ch/fr/

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Skoda Yeti, inexplicable

Ahora que voy de vuelta a Asia, tras haberme comido el sándwich de rigor cortesía de Finnair (por cierto, realmente bueno), me entra la duda sobre qué ciudad es más aburrida, si Ginebra o Bruselas. Aburrida no, quizá simplemente “peor”. Y es que si Bruselas es un agujero inmundo rodeada de nubes, Ginebra en Noviembre tampoco se queda corta en cuanto a sentimientos depresivos. Y creo que conviene aclarar lo de Noviembre, pues de seguro que en verano la zona es maravillosa, más teniendo en cuenta los largos veranos del clima continental típico de la zona.

Pero que no, que es el horror. Que a las cuatro de la tarde haya poca gente, por no decir nadie, caminando por la calle comercial (que hay una, y gracias), sería de entender en países del Sur, porque a esa hora se termina de comer y se hace un poco el vago delante de la tele, o se vuelve a trabajar. Pero cuando las tiendas cierran a las seis, las cuatro y pico ha de ser casi la hora punta. Y no, no lo es. Nadie.

Ambiente típico de Ginebra, pero con gente

Lo de cerrar a las seis sigue maravillándome, y no sé si es peor que los comerciantes lo hagan convencidos, o que a la gente le parezca lógico. Pero es así, centro comercial grande de Ginebra, sábado por la tarde, las seis, tiendas cerradas. Eso sólo cabe en la cabeza de un suizo, gente tan contradictoria como el país, cosa que aprendes charlando con otros extranjeros que llevan tiempo por allí.

Como lo de la lavadora, otra cosa tan inexplicable como los coches diseñados y, sobre todo, vendidos por Sbarro. ¿Cómo es posible que un apartamento de cinco mil dólares mensuales de renta no sólo no tenga lavadora, sino que tenga prohibida su instalación? Es Suiza, así me lo razonan. Y luego me cuentan que hay una lavandería común en el sótano y que los turnos van por pisos, que si te toca hacer la colada el jueves de diez a once de la mañana, te coges esa mañana libre en el trabajo y te las apañas como puedas. De paso, te dejan bien claro que más tarde de las 10 no debes de hacer ruido. Y ruido puede ser la cisterna del baño (no digamos ya una ducha, supongo).

Prohibido

Lo cuál me lleva a temas escabrosos e incluso escatológicos, que no necesariamente pasan por la evacuación de fortuitos gases, sino agradables cariñitos de pareja (también conocidos como “casquete”, no nos pongamos estupendos…), o simplemente una cena con amigos, una partida a la Play o, qué coño, el niño que no logra dormir y se pone marchoso. Pero lo peor es que todo eso se auto-controla de vecino en vecino, dado que la cuantía de las denuncias realizadas por los ciudadanos es descontada de los impuestos a pagar a fin de año, por lo visto.

Si a la ridícula imagen que en mí ha dejado la Ginebra de Noviembre (porque en Lausanne me pareció ver más, un poquito más, ambiente…) añadimos una idea de un suizo con ropa sucia, acusador, que entre reloj y reloj hace el servicio militar (que allí es algo así como permanente) mientras manda callar o acude con urgencia al baño antes de las 10 de la noche, no me explico el país. Añadamos a la ensalada unos precios de vivienda absolutamente ridículos e insostenibles, con unos salarios fuera de órbita en muchos casos, algunos seguramente injustificados. Aliñemos con una navaja multiusos y algo de chocolate, sirvamos con absoluta puntualidad, y tendremos un país realmente extraño.

Multiusos
 
O eso, o yo ya estoy tan aclimatado al sudeste asiático que todas estas cosas me sobrepasan y me dejan descolocado. Como descolocado se nos queda el Skoda Yeti dentro del panorama automovilístico actual. Y es que no es un Tiguan, aunque lo sea, y pese a su imagen relativamente atractiva, y a su gran calidad general, haciendo gala de la marca Skoda se me ha mostrado como un coche realmente aburrido. Que casi parecía suizo, incluso, pero no suizo como un Monteverdi o alguna de las creaciones de Sbarro, no. Por desgracia (para mí), no.

Aparcado en Lausanne

Como suelo hacer cuando viajo, dada mi aversión por los autobuses y los metros o tranvías, aunque reconozco que el tranvía es más llevadero, no tuve más remedio que alquilar un coche con el que moverme por allí en libertad. O en la libertad que dan las normas suizas (que no son tantas como podría parecer). Skoda Yeti TFSI 4x4 de 160 caballos, motor de gasolina y cambio manual. El coche más inexplicable que he llevado en mucho tiempo. O quizá debería decir contradictorio. Por partes.

Es inexplicable, a priori, que alguien se compre este coche en concreto en gasolina. En el uso dado, básicamente ciudad y autopistas, gastó casi 10 litros a los 100km, que es un consumo alto para un coche que se supone barato. Eso sí, un motor con bastante potencia siempre disponible, muy silencioso y bastante suave. Y sin carbonillas de esas que me matan de alergia. Hay muchas razones para comprar este coche con motor de gasolina, sobre todo si se hacen pocos kilómetros, pero la versión diesel sigue pareciendo la más lógica para cualquier persona que se compre este Skoda Yeti. O así se lo parece a la mayoría de la gente. Yo me quedo con el gasolina, sin dudarlo ni un instante.
 
Interior
 
Resulta extraño hacerse con un Yeti con cambio manual, existiendo como existen excelentes versiones automáticas, dado que el atractivo de pisar embragues y mover una palanca arriba y abajo cual bonobo es nulo en coches de este tipo. Un cambio bien escalonado, un manejo suave y relativamente preciso, un embrague a la altura del aburrimiento general del coche, y un motor con suficiente fuerza como para sacar el coche desde 80 hasta 120 en sexta sin ninguna necesidad de reducir, salvo que estemos adelantando en carretera abierta, en cuyo caso vamos demasiado rápido. Así se siente esta versión del Skoda Yeti. Yo me quedo con el manual, y eso que nos ahorramos.

Pero, sobre todo, no veo motivo alguno para comprar precisamente el Skoda Yeti. Imagino que saldrá bien de precio, y que a una persona aburrida le gustará. Bueno, a mí no me disgusta, de hecho. Reconozcamos que el Ford Kuga, sea mejor o peor, es mucho más funky, como más serio es el Vokswagen Tiguan, o considerablemente más atractivo es el Audi Q3. Al menos no son esa caja cuadrada que es el Yeti, por muchas ventajas que tenga ser una caja cuadrada. Quien dice esos modelos, dice otros como el Opel Mokka o cualquier otro churro de esos. Pero luego sucede que el Kuga no es mejor, sino todo lo contrario según dicen los periodistas, y el Opel es un verdadero espanto. Yo casi me quedo con el Yeti.
 

Por dentro es amplio, mucho más que el Nissan Juke. Resulta cómodo de suspensión, mucho más que el Nissan Juke. Todo el interior está ordenado de forma lógica, no como en el Nissan Juke. El maletero parece grande, al contrario que en el Nissan Juke. Se puede comprar diesel con tracción total, no como el Nissan Juke. Y seguramente pueda llevar faros de xenón, paquete de compartimentos, asientos calefactables y todas esas cosas familiares-invernales que, creo recordar, no se pueden poner en el Nissan Juke.  


Y no, el coche que te quieres comprar no es el Yeti. Es el Nissan Juke cuando el espacio te resulta suficiente, y es el Range Rover Evoque cuando es el dinero el que te resulta suficiente. Estos días que he pasado a caballo entre Francia y Suiza he podido constatar que el Juke se vende bien, al menos por esos sitios, y fundamentalmente que el Evoque ha dejado anticuados a absolutamente todos los demás coches de tamaño similar, batiendo tanto a los más modestos como a los más caros en eso que se llama “atractivo”.
 

Pero lo que no puedo hacer es hablar del Evoque, que es el que le gusta a todo el mundo, porque por el precio del Evoque te compras un Yeti, te vas de vacaciones, y a la vuelta compras una moto pequeña, un iPhone 6 y, si me apuran, tres decenas de pantalones vaqueros. Y aspirinas en la farmacia, que siempre vienen bien. El problema del Yeti es que es un coche realmente bueno. Es muy aburrido, pero se siente bueno, se conduce bien, todo en ello es de un equilibrio abrumador. Y eso lo hace tanto recomendable como desechable, por aburrido. Tanta homogeneidad mata las ganas de vivir, que si ya hablamos de la Ginebra de Noviembre dan ganas de salir corriendo lo más lejos posible.

Estoy ya a punto de aterrizar en Helsinki mientras termino este artículo, y  al Yeti no le veo más que una forma de tener un Volkwagen Tiguan a un precio inferior. Eso no sé si es bueno o malo, pero no lo hagan, valoren otras alternativas si están pensando en comprar un coche de este tipo y tienen un poco de sangre en las venas. Como un Kia Sportage, por ejemplo. Y, luego, cómprense el Yeti. 
Skoda Yeti. En un color bonito y en el entorno adecuado, es un coche recomendable. Si no se pasan con los extras, el precio es bueno.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Okura Prestige Bangkok

Cuando la oferta hotelera es tan brutal como la de Bangkok, al final eliges un hotel y, si la cosa sale bien, te quedas en él cada vez que vas, por mera comodidad. Por suerte o por desgracia para el Lebua, mi residencia habitual, las cosas se han ido torciendo por culpa, entiendo, de una dirección que no se termina de preocupar por los clientes que repiten, o al menos por los que repiten tres o cuatro veces al año, que no es mucho repetir pero que no deja de ser fidelidad al hotel.

Yo no pido descuentos, ni upgrades, ni invitaciones. En realidad, lo que me ha molestado del Lebua es esa imposibilidad para acceder a tu suite de forma tranquila cada vez que vuelves al hotel por la noche, con los ascensores (todos) atestados de turistas camino del Sky-Bar queriendo ver los escenarios de la película Hangover II. No les culpo por ello, el bar de la azotea es espectacular, pero la dirección del hotel debería de habilitar un ascensor para turistas y dejar los demás para los clientes. No lo hacen. Y como parecen tener dificultades para identificarme o recordarme, al final me he buscado la alternativa.

El Sky-Bar del Lebua, con sus turistas

No sé muy bien cómo enfocar este artículo. Quizá debería de poner primero todo lo negativo de mi experiencia, para luego hablar de lo positivo y acabar recomendando el hotel. O hacerlo al revés, empezar por lo bueno y machacarlo a críticas (perfectamente fundadas). Como creo que es bueno ser considerado y valorar de forma justa, pese a que no me pagan por escribir ni tampoco fui invitado a mi estancia, empezaré por lo malo.

Y lo malo fue una primera patada en la boca bastante dolorosa, que consistió en reservar un Mercedes Clase S para el traslado del aeropuerto al hotel, y encontrarse con que no había nada preparado. Cuando uno decide pagar 5 veces más por un coche que por un taxi, quiere ese coche, quiere esos asientos, quiere la revista para leer en el trayecto, quiere las toallas refrescantes y el botellín de agua, quiere un chófer que te dice lo que falta para llegar y se preocupa por la temperatura del coche. En definitiva, quiere tener la experiencia del hotel desde antes de llegar. Afortunadamente, el chico que representa al hotel en el aeropuerto, sin ocultar la vergüenza que estaba pasando, fue muy rápido encontrando una alternativa que me pusiese en menos de 10 minutos de camino al hotel. Afortunadamente también, la dirección del hotel reaccionó invitándome a ambos traslados y pidiéndome mil disculpas. Pero sigo sin explicarme cómo se puede olvidar un traslado reservado, aunque sean cosas que pasan a diario en los mejores hoteles (y que a mí como hotelero me ha pasado). Y de paso me tiré tres cuartos de hora en un Mercedes viejo (pero limpio) sin nada que leer.

 Okura, edificio de forma sospechosa

Una vez en el hotel, impresionante edificio con una forma sospechosamente vaginal, la siguiente cosa negativa es el ridículo tamaño de la habitación. Cierto, tampoco se necesita más, pero a mí me gusta tener espacio, quizá por eso me guste el Lebua. No me malinterpreten, las habitaciones tienen un tamaño normal y puede que incluso grandes para un standard europeo, pero se me queda corta. Lo mismo sucede con el cuarto de baño, que es de esos que se abren a la habitación mediante paneles correderos. Todo muy bien, con una ducha enorme y todas esas cosas, con unos productos de baño buenísimos y unas toallas de buena calidad (no tan buenas como las del Lebua), pero sin duda el arquitecto debe de ser una persona con una barba fabulosa, o acostumbrado a ir al barbero. Si no, no se explica que el espejo no esté delante del lavabo, sino a un lado. 

Habitación "Club"

Sólo usé los restaurantes para desayunar. El menú de 200 dólares del restaurante japonés me parece estupendo, pero prefiero no pagarlo. El buffet del desayuno… bien, gracias. Productos de mucha calidad, excepto en el zumo de naranja, buena variedad, buena cocina en directo, buena presentación, y nada más. Por desgracia, les queda mucho que mejorar en servicio. Es muy cómico que te instalen en una mesa y, cuando vuelves con tus cosas a sentarte, encontrarte con una señora hindú (no falla, siempre son ellos) recibiendo tu té y ocupando tu silla. Y eso no es más que mal servicio (y mala suerte, y clientes hindúes). Pero lo malo es querer algo y que ningún chef te lo sirva por estar todos haciéndole la pelota a una señora tailandesa que quiere un zumo de a saber qué mezcla de frutas.

Eché en falta un buen maître, un director de orquesta profesional que, desde el centro del restaurante, posiciona a sus empleados y crea un servicio discreto, efectivo, sin carreras, sin errores. Una pena, allí no había nadie visible. Puede parecer pijoteras, pero uno se acostumbra a ir a desayunar solo y que le ofrezcan un periódico, que le pregunten si todo va bien, que le retiren los platos que usa, que le ofrezcan más zumo o más té… es decir, que le atiendan como se atiende en los hoteles de cinco estrellas. Les otorgo el beneficio del rodaje… mentira, ya pueden espabilarse porque un hotel de gran lujo no puede permitirse que sus huéspedes empiecen mal el día.

Cocina del restaurante de desayunos

Tres detalles malos, todo lo demás excelente. ¿Suficiente para ganarme como cliente? Puede que sí, y explicaré los motivos. Que mi coche no estuviese disponible no deja de ser un fallo de los que difícilmente se repiten, ni quita para que el servicio de limusina del hotel sea bueno, muy bueno. A la vuelta, el Clase S me esperaba pacientemente en la puerta mientras una de las conserjes más guapas y agradables que jamás he conocido me acompañaba y me despedía. Un coche nuevo, extremadamente limpio, bonito, elegante, con prensa para leer, asientos eléctricos traseros para ajustarse mejor, bebidas, toallas refrescantes, y un chófer capaz de conducir con suavidad y rapidez, algo que a día de hoy resulta difícil de encontrar. Y al llegar al aeropuerto, sabiendo de antemano que tenía varios recibos para devolución del IVA, un chico simpatiquísimo dispuesto a guiarme por cada sitio, a negociar con la compañía aérea el sobrepeso de mi equipaje, a ocuparse de todo, a extender el buen servicio del hotel hasta la mismísima frontera, que poco más y lo hace hasta la puerta de embarque. No sé si lo repetirán con cada cliente, pero la sensación es de “hay que repetir en este hotel”. Y todo de forma amable, graciosa y discreta, sin pasarse pero sin quedarse corto.

Volviendo al servicio dentro del hotel en sí, el errático restaurante poco o nada tiene que ver con los conserjes, los recepcionistas o incluso el bar. Del restaurante gastronómico no puedo hablar, pues no lo probé. La sala club lounge para los clientes de las habitaciones Club, perfectamente atendida (aunque nada del otro mundo). Los chavales de la puerta, permanentemente atentos y disponibles. No me pareció un servicio excesivo, pero me resultó suficiente. Quizá eché en falta algo más de atención en la piscina, pero porque me esperaba una piscina más de tipo resort que deportiva. De todas formas, creo que un pequeño servicio de bar siempre viene bien, sea gratuito o sea de pago. Me dejé sin probar, como digo, los restaurantes, el Spa y el gimnasio. Evidentemente, no me iba a quedar sin probar esta maravilla de piscina…

La piscina

La vista es espectacular, la sensación es maravillosa, y encima el material en el que está terminada es perfecto. Una piedra mate y ligeramente rugosa pero suave al tacto, antideslizante, cálida. Perfecta. Que hubiese tres niños chinos gritones y empeñados en jugar exactamente donde yo me ponía, cámara en mano, dispuesto a grabar la sensación de nadar junto al borde en la planta 24, resultaba molesto pero no dejó de ser puntual, y al poco rato se fueron junto con sus madres a vestirse y a forrar seguramente a base de McDonald’s, a la vista de los tamaños de toda la familia.

La piscina, con bañistas asomados

Y ya de vuelta a la habitación, no puedo sino comentar la calidad de todo lo usado en ella, de la terminación de cada mueble y cada pared, así como el confort de la cama. Es que un hotel con escasos cuatro meses de antigüedad no puede ser malo en ese sentido, pero no por ello deja de ser destacable. Mucha gracia me hizo el inodoro japonés automatizado. Dejo la descripción de la experiencia íntima para otros fueros, no es plan de ponerse aquí que si el chorrito o tal, pero sí les digo que era un wc con asiento calefactado y regulación de intensidad y temperatura de los chorros de limpieza. No pude evitar probar “en vacío”, a base de tapar la célula fotoeléctrica y engañar al sistema. No lo intenten, el chorro alcanzó el techo tras pasar por mi cara. Me estuvo bien empleado.

Pude visitar otras habitaciones, incluyendo la Suite Imperial. Magnífica, uno de los mejores apartamentos hoteleros que he visto nunca, y créanme que he tenido la suerte de ver bastantes, incluyendo alguno muy famoso. Lo de las dos camas King-size, una al lado de otra, se complementa con una bañera de tamaño piscina. Evidentemente, conviene llamar con antelación para que la llenen, no creo que se llene en menos de media hora. Un bonito salón, un buen comedor. Un apartamento al que le falla la entrada, pero magnífico. Desconozco a quién se lo alquilarán, no obstante.

Salón de la Suite Imperial

El hotel me resultó muy japonés. Ventanas que no se pueden abrir, todo ordenado, espacios aprovechados en las habitaciones, poca luz en los pasillos, rollo minimalista en algunas cosas, feng-sui en otras, unas deliciosas galletas de bienvenida, y mucha clientela japonesa. Es lo lógico, es una cadena japonesa, no vayan a esperar sevillanas, o baguettes, o muebles fríos estilo Lufthansa, o cueros y oros con moquetas crema al estilo americano.


A día de hoy creo que siguen con ofertas., que te deja la habitación más básica en unos 250 dólares por noche. Las “Okura Club” no son las más grandes, pero sí totalmente recomendables. Las “Deluxe Suites” serán apreciadas por quienes quieran espacio, pero ya puestos yo me iría a las “Prestige Suite”. 

www.okuabangkok.com

Myanmar Airways, agradable sorpresa

Lo malo de vivir en estos países en los que vivo y pretender viajar no es tanto las dificultades para entrar y salir, sino los inabordables precios de los vuelos. Y es que sí, ahí está Air Asia con sus supuestos precios low-cost, pero a poco que no te coincidan los horarios o a nada que quieras llevar un mínimo equipaje, los precios se ponen muy cercanos a los de las compañías tradicionales. Y claro, éstas suelen trabajar en unas franjas horarias considerablemente más apetecibles.

Salir de Birmania es muy fácil, tan sólo hay que sacarse una e-departure form, cosa que se puede hacer por Internet o que te pueden hacer en cualquier chiringuito callejero en el que tengan un ordenador, y luego pasar el control de pasaportes. Por motivos absolutamente incomprensibles, mi última salida del país supuso un trámite de 22 minutos en la aduana, mientras el funcionario de turno miraba y remiraba mi pasaporte y mi visado, todo pese a tener un visado permanente de negocios con entradas y salidas ilimitadas.


Como digo, el verdadero freno son los precios de los vuelos. Y eso no sólo pasa con los vuelos internacionales, los vuelos domésticos tampoco son precisamente baratos, especialmente para los extranjeros (ya que los locales tienen unos precios subvencionados algo más bajos).

He tenido la oportunidad de volar con Myanmar Airways, tanto en vuelos nacionales como en internacionales. En éstos los aviones son muy diferentes, como lo es el servicio, como lo es el nombre de la compañía aérea. Es más, se trata de una aerolínea diferente, basada la internacional en accionistas de Singapur, tripulación de Singapur, aviones de Singapur… y comida birmana. Sin embargo, el turista habitual prefiere ignorar a esta compañía aérea y volar con las demás, o incluso hacerlo con Air Asia que, como suele pasar con todas las low cost, tiene más de engañifa que de otra cosa. La última vez que miré precios y combinaciones, la diferencia entre Air Asia y Myanmar Airways International (MAI) se quedaba en 11 dólares, con unos horarios que en el caso de Air Asia no me convenían y esa incertidumbre de “me dejarán subir al avión con esta maleta” de todas las malditas compañías aéreas de transporte de ganado.


El vuelo de MAI de Yangon a Bangkok no es que fuese puntual, es que cumplió su horario a rajatabla. Y es que en las demás te dicen que sales a las 18:35, pero la realidad es que a eso de las 18:40 el avión, con suerte, empieza a separarse del finger y a recorrer durante 15 minutos la plataforma del aeropuerto hasta llegar a la pista. El vuelo de MAI inició la carrera de despegue a las 18:35, ni antes ni después. Es ahí donde por fin ves la necesidad de estar en el aeropuerto con hora y media de antelación, no sientes tu tiempo perdido. Y lo curioso es que a la vuelta, despegando de Bangkok, sucedió exactamente lo mismo.

La comida no fue nada del otro mundo, aunque en un vuelo de hora y media tampoco se siente la necesidad de comer o cenar. Por lo que me han contado, la clase Business no tiene menús diferentes. Y digo “por lo que me han contado”, porque también me dijeron que mi vuelo no tendría clase Business propiamente dicha y que no merecía la pena reservar. Seguramente sea así en ciertos aviones, pero me desilusionó un poco entrar al avión y encontrarme con 12 hermosas butacas enormes tapizadas en cuero gris. De cualquier forma, la clase Turista no es en absoluto la más incómoda del mundo, y no se va mal.


El servicio a bordo, perfectamente correcto. Llama la atención la constatación de que el idioma birmano es complicadísimo y de que les gusta mucho hablar por megafonía o todo lo que parezca un teléfono. Las instrucciones de seguridad duran más del doble en birmano que en inglés, siendo muy gracioso el escuchar una parrafada interminable de más de un minuto de duración, sin respirar, y a continuación, oír a la azafata traducir al inglés un escueto: life-jacket. Imagino que la traducción literal será algo como “especie de chaleco de plástico que se infla y sirve para flotar en el agua para evitar que te ahogues si caemos al agua y que además es amarillo y sirve para todas las tallas”.

Vuelo sin ningún incidente, tranquilo, puntual y en un avión en nada peor que los de Air Asia o Bangkok Airways. Como tiene que ser. Eso sí, el viajero de clase Business es mejor que reserve con Thai, sin duda. ¿Recomendable? Totalmente, yo tengo claro que difícilmente volveré a volar con las otras si puedo hacerlo con MAI, siempre que sea volar de Yangon a Bangkok.


Y luego tenemos la aerolínea doméstica Myanma Airways. Por el camino ya ha perdido la R, aunque a veces la recupera. Es algo muy curioso lo que pasa con el nombre. ¿Alternativas? Para vuelos domésticos, el mercado birmano se llena con Air Bagan, Asian Wings, Air Mandalay, Yangon Airways y KBZ Airways. Todo compañías privadas, orientadas al viajero internacional y al mercado local pijo. Todas volando con el mismo tipo de avión, los ATR en versión 72 o 42 (Air Bagan también tiene un par de jets de la casa holandesa Fokker), todos haciendo exactamente las mismas rutas en los mismos horarios. Resulta gracioso aterrizar en, por ejemplo, Bagan y ver aparcados en el aeropuerto un aparato de cada compañía, todos de camino de vuelta a Yangon.

Myanma, qué billetes...

Y ahí está Myanma Airways con sus ATR, sus aviones chinos MA-60, sus viejísimos Fokker, y una pequeña avioneta Beechcraft nuevecita que usan para vuelos VIP a la capital, Naypytitaw. Y a la capital es a donde volé yo.

¿Diferencias con las otras compañías? Básicamente dos: los billetes son más pequeños y parecen sacados de los años 40, y el servicio a bordo es considerablemente menos amable. Porque lo demás, salvo la visible antigüedad del interior del Fokker, es exactamente lo mismo.

El Fokker, por fuera

El vuelo a Naypyitaw lo hice en el MA-60, que es un avión muy cachondo en el que el tren de aterrizaje sale directamente de los motores, y ves las ruedas cuando aterrizas y despegas. Lo cierto es que el aparato parece que lo terminé de construir yo en el garaje de casa, en plan improvisado, pero vuela perfectamente y me sorprendió lo suave y tranquilo que resultó el aterrizaje. El vuelo de vuelta, reducido el tiempo de vuelo a la mitad, se hizo con el Fokker. Mucho más rápido, sorprendentemente mucho más silencioso que el mismo aparato de Air Bagan, aunque también con un piloto con afición a hacer giros dejando caer la cola, cosa muy bonita y emocionante pero que a mí me deja totalmente mareado. Quizá fuese cosa del tiempo, con un tormentón cayendo sobre Yangon absolutamente sobrenatural.

MA-60, desde dentro y virando

Pero aterrizamos con suavidad, nos bajamos del avión, y fin de la historia. Como debe de ser. Eso sí, reconozco que el interior del avión da bastante cosa, es un verdadero viaje en el tiempo, que ya empieza viendo la decoración exterior del aparato. Yo entiendo que a la gente le dé miedo volar con Myanmar Airways, aunque sólo sea por el nombre. El historial tampoco es nada bueno, pero las cosas a día de hoy son diferentes, como lo son los aviones. Lo único que me molesta es no haber volado en el Beechcraft.

Beechcraft

De cualquier forma, me queda claro que si tengo que recomendar una compañía aérea para vuelos domésticos en Birmania, me quedo con Air Bagan. Aunque así contribuya a pagarle los Bugatti y los Rolls a su dueño.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Dos hoteles en Mandalay

Desde hace unos meses, porque hasta que no pasan dos años no puedes decir “unos años”, Birmania se ha convertido en un nuevo destino turístico de moda. Hombres de negocios, políticos, diplomáticos, esos de organismos internacionales que no sabes muy bien a qué se dedican (pero que viven como reyes), y cómo no, turistas, turistas everywhere.

Y el país, tras tantos años cerrado, da para poco en cuanto a infraestructura hotelera. Preciso bien hotelera, porque pese a ser un país tan subdesarrollado, hay nada menos que cinco aerolíneas privadas, más una pública, haciendo vuelos domésticos. Y un par de aeropuertos de quitar el hipo, junto a decenas de otros que a penas pasan de la categoría de aeródromo. En realidad son tres los aeropuertos alucinantes, pero uno de ellos prácticamente no se usa: el de la capital, Naypyitaw. De esta ciudad hablaré en una próxima entrada.

 Aeropuerto de Mandalay, vacío

Pero hoteles, así como taxis de calidad aceptable, pocos. Eso hace que a día de hoy, ya en Septiembre, sea muy complicado conseguir habitación en destinos como Inle, Ngapali, Mandalay o el mismo Yangon para la temporada alta (Noviembre a Febrero, inclusive). En Mandalay es aún más difícil, ya que no es que haya pocos hoteles, es que hoteles de calidad aceptable hay… tres. Hoy hablaré de los dos que conozco, es decir, de los dos en los que me he alojado: Mandalay Hill Resort y The Hotel by the Red Canal.

El primero fue en su día un desarrollo del grupo Accor bajo la marca Novotel. Desconozco los años de gestión francesa del hotel, así como desconozco cómo era al inaugurarse. Hoy en día, el hotel es de una espectacularidad tremendamente “achinada”. Lo primero es que uno espera que el hotel esté en una colina con vistas sobre la ciudad. No sé, es esa idea que, al menos yo, me hice al ver el nombre. No es que desilusione ver que está en un sitio plano un poco a las afueras de Mandalay, no obstante. Un edificio grande, en forma de abanico, alberga las habitaciones y los restaurantes. De un lado, la piscina y el jardín, por el que se va al Spa. Es un hotel de cuatro estrellas, o cinco, y eso se nota: todo es a lo grande.

Mandalay Hill Resort, entrada

La decoración es maravillosa, con muchos oros, muchas maderas, dragones, piedras preciosas encastradas, moquetas espesas, lámparas modernas, espejos… Tan espectacular como falsete, pero todo eso no importa. En el bar parecen poner siempre la misma música, hasta que entra la banda a cantar en directo tan a gritos que lo mejor es marcharse. Pero hay buen ambiente y es bonito y agradable. El restaurante, a elegir entre buffet o a la carta, es ostentoso pero simple, y la comida no es nada del otro mundo, como no lo es el desayuno. No me gustan los buffets de hotel para comer o cenar, pero hay que reconocer que tienen sus ventajas.

Las habitaciones son relativamente amplias, cosa que no se puede decir de los cuartos de baño. Aire acondicionado gélido, y panel de control general al lado de la cama con un instrumento que era moderno hace 20 ó 30 años, pero que ya no lo es (y de hecho, en mi habitación no funcionaban la mitad de las cosas). Buen surtido en el minibar, armario vestidor, cama grande y confortable, e internet sencillamente inexistente.

Mandalay Hill resort, habitación

Todo ello crea una mezcla extraña que, a mi entender, se compensa por el precio. El hotel no está mal, podría decir a riesgo de quedar como un pijo que se ha acostumbrado a hoteles caros en los que todo te lo hacen. No es eso, pero si bien es un hotel con fallos y absolutamente alejado de mis gustos personales, es también un excelente hotel para un par de noches en Mandalay, bien se vaya en pareja o, especialmente, si se va en familia.

Y digo esto porque hay una gran piscina en la que refrescarse, cosa que en Mandalay resulta absolutamente necesario casi en cualquier época del año. La piscina, junto con el buffet del restaurante y la amplitud de espacios, le hace el hotel ideal para el viaje en familia. Aunque sea todo tan kitsch, y funcionen tantas cosas tan mal. Del Spa no me pregunten, no lo probé ni lo pienso probar.

Mandalay Hill resort, piscina

La otra opción es un hotel al que no sabían qué nombre poner, así que estando cerca del “red canal”, que es un canal de distribución de aguas en Mandalay, lo bautizaron como “The hotel by the Red Canal”. Originalidad ante todo. Esto debería de ponernos en alerta, pero uno ve las fotos de su maravillosa piscina y ese ambiente de resort paradisiaco, y reserva. Y entonces llega al hotel y ve lo que hay.

La trampa

Lo que hay es una piscina del tamaño del cuarto de baño de la habitación del Mandalay Hill Resort, con cuatro tumbonas y una sombrilla, separada por una valla de la carretera polvorienta. Un mini-jardín con césped bien cuidado y caminito para ir al restaurante, o a la recepción, o a la propia piscina. Y un par de edificios, uno haciendo de restaurante y otro en el que se encuentran las habitaciones.

Lo que hay...

¿Es todo esto malo? No necesariamente. El sitio es lo que se suele decir mono y aunque todo es pequeño, todo es agradable. No tiene la calidad de ropa de cama o toallas del Mandalay Hill Resort, las habitaciones son más pequeñas y hay menos “tecnología”. Menos, es posible, pero con una diferencia: las llaves son llaves en comparación a las tarjetas perforadas del Mandalay Hill, los interruptores son interruptores en vez de la consola ochentera del Mandaly Hill, y la conexión a Internet funciona.  Y es más barato.

Red Canal, habitación (de las grandes)

Estupendo, pues, ya tenemos hotel en el que quedarnos en Mandalay… Pues dependerá de los gustos de cada uno y de cómo se viaje. Llevar niños a este hotel no termino de verlo, por imposibilidad de “desfogar” y lo pequeño que resulta todo. Ir en plan lujo tampoco, es todo demasiado falsete. Quizá en plan pareja romántica, pero es que no se me ocurre quién pueda hacer un viaje romántico a Mandalay, que es una ciudad en la que hace un calor espantoso, casi tanto como espantoso resulta el tráfico. Para ello, mejor alojarse en alguna guest-house de Amarapura o de Sagaing.

Además, si bien la cena en el restaurante no estuvo del todo mal, todo comida hindú, el desayuno es uno de los peores que jamás he tomado en un hotel, más si hablamos de un hotel que apunta al mercado del lujo.

Red Canal, restaurante

Me quedan por probar el Sedona y otro pequeñito que ha abierto hace poco llamado Ruppart Mandalay. ¿Quizá será ese al que hay que ir? Como siempre, lo ideal es elegir siendo consecuente con dónde se está y lo que se va a hacer.

Si me tengo que quedar con uno de estos dos, y tuviese que pagar yo la estancia, me quedaría con el Red Canal y a penas lo usaría sólo para dormir. Lo mismo se puede aplicar al Mandalay Hill Resort. Definitivamente tendré que probar los otros dos para hacerme una idea concreta. Como ven, me resulta difícil elegir, quizá porque considero Birmania un destino al que se ha de venir a disfrutar del país, no a disfrutar del hotelazo, sin por ello negar a nadie la recomendación de reservar un buen hotel para los últimos días en Yangon, o en Bangkok, y no obsesionarse con calidades, terminaciones y servicios a lo largo del viaje.
 
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