lunes, 23 de febrero de 2009

Ryanair, el bus

Un euro, tasas incluidas. ¿Pero cómo es posible? La verdad, no tengo ni idea de cómo lo hacen para sobrevivir, o quizá un poco de idea sí tengo (que tonto tampoco soy), pero me sigue sorprendiendo. Un euro, o incluso menos, ojo.

Cuando reservé mi fin de semana esloveno, mi estupefacción aerotransportil alcanzó niveles más extremos, si cabe. No ya por el precio final, sino por el hecho de que ese precio final era la mitad de lo presupuestado escasas 10 horas antes de la compra. No se comprende.














Era mi primera experiencia con Ryanair, todo yo era incertidumbre. Y ahí estaba, esperando con su maletín en una mano y el abrigo en la otra, el Señor Conde en el aeropuerto de Santander, rodeado de esquiadores y vacacionistas findesemaneros, esperando como quien espera un autobús. Y lo digo porque, salvo porque en el avión se va por el aire y se tarda menos, todo lo demás es igual. Empezando por la propia terminal del aeropuerto, más parecida a una estación de autobuses de provincias. O a un área de descanso de autopista.

Y abren la puerta y, por lo visto, ya se puede pasar al avión, que es eso alargado con alas que aparcan en la dársena. Entonces, más o menos logras avanzar por una cola desorganizada, entregas un papel, la chica lo recorta mal, te devuelve un trozo arrugado, y echas a andar por la pista. Hacía años que no hacía eso, la verdad, y es una lástima… Una lástima porque el caminar por la pista hacia el avión es signo de glamour, de extravagancia, de lujo… Algo que con los fingers y demás se había olvidado, quedando reservado para los grandes mandatarios, papas, dictadores o viajeros en aeropuertos pequeños. Ni siquiera el Real Madrid lo hace. Se ve que, con esto del low-cost, la moda retro vuelve. ¿Bueno? No lo sé, yo habría preferido un bus, sobre todo por la lluvia que nos esperaba en el destino. Además, el glamour existe cuando la pista está cerrada y hay gente esperándote tras las vallas, no cuando casi eres atropellado por un camión de equipajes, te mojas, o, como a la vuelta, un azafato te dice que no puedes hacer fotos en la pista…














Foto en la pista, por ejemplo.

Otra diferencia con los autobuses, además de que hay un maravilloso olor a queroseno en el ambiente, es que el equipaje no lo tienes que llevar tú, ni te manda colocarlo en la bodega un señor gordo de bigote, camisa azul claro y chaqueta de punto azul oscura. Aquí se lo confías a una señorita, como en cualquier avión. Y eso es bueno, creo. Y al llegar, cuando te bajas y vas a la estación, tu maleta aparece (o no) por una cinta transportadora, y la gente la mira con desprecio porque no se trata de la suya.

El vuelo… Qué decirles del vuelo, la verdad. Sí, fuimos por el aire y llegamos perfectísimamente puntuales a la vuelta, porque la media hora de adelanto a la ida no indica más que unos horarios excesivamente amplios (o un piloto formado en los autobuses ALSA, conocidos por sus ritmos propios de Audi A8 con ejecutivo detrás y chófer delante).















De 130 no bajan…


Y durante el vuelo nos ofrecieron avituallamientos diversos. A la ida no llegué a recibir la lista de precios, seguramente por mi absoluto desinterés facial en aquellas cosas, o por mi fijación en la falda cortísima de la estudiante Erasmus que llevaba al lado, cuyos esfuerzos por colocar su maleta en las bodegas superiores fueron correspondidos con miradas babeantes en busca de la pertinente ropa interior asomando por parte del personal masculino de asientos adyacentes (no busquen dobles sentidos con lo de “yacentes”, de yacer, aunque las intenciones estuviesen presentes “love is all around” style).

A la vuelta sí me dieron los precios, seguramente por parecer aburrido al haber terminado ya de leer por cuarta vez la comparativa entre el Mercedes GLK, el Audi Q5, el BMW X3 y el Volvo XC60 (por cierto, excelente el Mercedes, demasiado grande y pesado el Audi, anticuado el BMW y muy bonito el Volvo). Casi mejor que no me hubiesen dado nada, porque ver que piden 5,95 euros por un wrap frío de pollo, que no es más que una masa de trigo o maíz sin cocer envolviendo trozos de despojo de pollo, despojo de lechuga y salsa hecha con cosas malas, le deja a uno con hambre. Con hambre porque a las horas que eran, hambre había, pero también por la negativa rotunda de mi conciencia a pagar eso por aquello. Se ve que aquí es donde ganan dinero. Ah, y venden también bolsitas como de azúcar pero rellenas de bebidas alcohólicas, para hacerte la minicopa. Qué asco.













En definitiva, un transporte que antes era distinguido convertido en un autobús escolar o de excursionistas a la nieve. ¿Es eso malo? No, en absoluto, porque viajar así sale realmente barato. Yo creo que prefiero un servicio tradicional, pero ahora ya casi nadie lo da.

Por lo visto, no es recomendable para andar con conexiones y demás. Bueno, se trata de evitar esas conexiones. Yo lo hice volando de Santander a Bergamo, vuelo extraño donde los haya pero que, curiosamente, iba completo. Y fue bonito ver desde el aire San Sebastián, Bilbao, Biarritz o los Alpes. Eso sí, sigo sin entender por qué lo hacen tan mal los que hablan en español por la megafonía. Con lo fácil que es leer, o poner una casette.

60 euros por cuatro horas de vuelo... no se explica, la verdad.

viernes, 20 de febrero de 2009

Supernanny

En esta entrada brevísima les resumiré cualquier capítulo del serial Supernanny de la cadena Cuatro.

Unos padres inútiles son incapaces de educar o alimentar correctamente a sus hijos. Éstos insultan, se portan mal, protestan… lo normal en un niño maleducado. Los padres claudican con el tiempo, llegando a una situación insostenible.

Entonces llaman a Supernanny, que es una señora de pelo corto y aspecto de profesional ejecutiva, de profesora de colegio odiada por todos los niños menos por la pelota de turno empollona insoportable, y marca las pautas a seguir. Independientemente del comportamiento del niño, que siempre ha sido provocado por unos padres incompetentes, se crea un tablón de puntos y se da la solución mágica (y única), que consiste en no hacerle caso al niño. Pasar de lo que hace o dice, sin más. Si no quiere comer, que no coma. Si no cena ni desayuna, que vaya al colegio… Ni una voz, ni un cachete, ni nada. No hacerle caso, nada más.


















Durante unos interminables minutos (los que dura el programa), se ven niños tristes y padres pasándolo mal por estar pasando de sus hijos. Al final, se supone que se arregla todo.

¿Se arregla? ¿Pero cómo se va a arreglar si la culpa es de los padres? (no me continúen la frase).

Lo siento, no he podido ver nada del programa de hoy más allá que la imagen de la niña negándose por segundo día consecutivo a cenar. ¿Por qué? Por lo visto porque los padres están introduciendo cambios en la dieta. ¿Motivo? Que la dieta anterior no era conveniente.

Magnífico.















Una rabieta, nada más, no es el fin del mundo, coño.

El otro día era un niño que insultaba. Un niño no insulta si no ha oído antes esas palabras en otro lugar, generalmente en casa. Pues nada, a pasar del tema y no hacerle caso, ya se cansará.

Una voz, marcar la autoridad y punto. Manía moderna de educar a los niños como si fuesen adultos, coño.


















Hale, ya se acabó la entrada. Aprovecho para manifestar mi alegría por la recuperación de María Teresa Campos, que lo ha pasado mal estos últimos meses por una enfermedad que sé que es muy chunga. Pese a que no me guste presentando ese programa que presenta, lo cortés no quita lo valiente. Enhorabuena, María Teresa, a seguir bien.

Al final acabé viendo por enésima vez “Agárralo como puedas”.

lunes, 16 de febrero de 2009

Aceites

A día de hoy, en diferentes recipientes en mi casa: aceite de girasol, para la freidora; aceite de oliva refinado 0,4º, par freír algo; aceite de oliva virgen extra marca Carrefour, porque me gusta y sale bien de precio; aceite de oliva virgen extra, variedad Cornicabra, un regalo; aceite de oliva virgen extra extremeño, varios litros, otro regalo; aceite de oliva virgen extra de variedad desconocida (por mí), marca Anta, de Burgos, otro regalo; aceite Dexelia ultra 5x30, especial de Mazda; aceite de oliva refinado ultra-frito, recién sacado de la freidora; aceite asqueroso de freír cosas en sartén, en frasco de cristal esperando el reciclado. También tengo mantequilla.


















Para ensalada de bielas.

Soy un tipo muy grasiento. Y, la verdad, hasta hace cuatro días sólo solía tener aceite de oliva refinado y aceite virgen, o a veces ni eso, sólo virgen, pero me van regalando y uno termina por acumular.

El aceite de girasol, si bien sólo lo he usado una vez para freír unas patatas, es un puro asco. Me planteo seriamente sustituirlo por el Dexelia, que seguro aguanta mejor las temperaturas. Pero creo que en cuanto empiece a freír pescados y demás, me resultará mejor que el de oliva. O eso me han dicho. Por el momento, lo que sí es, es considerablemente más barato. Pero huele mal.












¡Ni siquiera lubrica!

El de oliva refinado, así como el virgen genérico, es de Carrefour. Soy fan de Carrefour. Carrefourista extremo, de hecho. Tantos años en Francia me han convertido, y ahora vago por los supermercados buscando cosas que no existen más allá de en mi templo del avituallamiento. Y no es malo (el aceite, digo). De hecho es muy bueno. Y es bueno porque, además de estar bien (es decir, no fabricado con residuos de muebles, por ejemplo), sale aún mejor en cuanto a precio. Vaya, dos párrafos que los concluyo hablando de lo barato de las cosas. Me estoy perdiendo. Será el frío que pasé hace una semana en Eslovenia, que todavía no se me ha quitado. Esto no es normal en mí, partidario de los Supercars, esos automóviles diseñados para causar hambrunas y guerras en el tercer mundo, desertizar países enteros y terminar con todo tipo de recursos (incluidos los económicos de sus propietarios, cuando hablamos de supercars italianos).

Así que volvamos a lo procedente, que son las tres diferentes variedades de aceite de verdad, de esas que cuestan lo mismo que un vino.


















Cornicabra

La verdad es que la Cornicabra esta, que por lo visto está muy de moda entre el panorama “aceitil de luxe”, a mí me ha resultado un aceite de lo más insípido. Se ve que estoy acostumbrado a aceites más fuertes, con más sabor y consistencia, con más acidez y amargura. Éste no es así, pero resulta ser muy adecuado en dietas por su composición o equilibrio entre grasas y demás. Cabe decir que es una de las variedades más importantes en producción, con lo que imagino que buena parte de los aceites que se venden en el mercado llevan una buena parte de esta variedad. Pero a mí no me pareció nada extraordinario, nada que merezca la pena poner en una ensalada cuando se quiere apreciar ese sabor a aceite. De color más oscuro, el aroma se me hace demasiado maderero, y más que oler el zumo de una oliva, parece que hablamos del zumo del olivo en sí. Me van a disculpar que no pueda decirles la marca del aceite, pero es que me lo regalaron en una botellita genérica, sin etiquetas.












Estos no gastaron dinero en hacer buenas fotos del producto, sino en el producto.

Acopaex es una sociedad cooperativa que reúne a más de dos mil agricultores de Extremadura. En su división de almazara comercializa un aceite que es, sencillamente, exquisito. No destaca por un sabor afrutado intenso, o por unas características diferenciadoras extremas. Sencillamente es un aceite muy bueno, de los que se agradecen cuando se quiere saborear el buen aceite sin irse a por florituras extrañas. Claro que, cuando hablamos de 66 euros por una garrafa de cinco litros para el producto más barato que venden, por narices ha de ser buen aceite. Y vaya si lo es. Algo menos untuoso que el Cornicabra del que he hablado, sí resulta mucho más fino en sabor y aroma, mucho más equilibrado.

El aceite Anta no sé lo que cuesta, ni me importa. Tampoco sé muy bien dónde lo venden, aunque lo imagino. Me da igual, pues ha sido un regalo muy apreciado, y me quedo con eso. Pero no se vayan a creer que mis opiniones al respecto están influidas por el “acto regalil”, en absoluto. La realidad es que se trata de un aceite exquisito y delicado, un auténtico oro líquido. Donde el aceite extremeño se mostraba magnífico, este aceite burgalés se muestra igual, pero diferente. Porque es más dorado, porque es más fino, porque es más aromático. Y porque, también, es delicioso. Cómo será de fino y delicado, que baja a una velocidad estratosférica, ahora que me doy cuenta. Se me está acabando, y eso puede ser un serio problema.















No quiero escribir un artículo en el blog recomendando un solo producto de entre cinco. Evidentemente, el aceite de girasol puede ser dedicado a la lubricación de las cañerías del retrete, y cuando antes mejor, pero creo que cada aceite de oliva tiene sus usos. Qué duda cabe de que las comidas saben mejor cuando se cocinan con buen aceite. Es como lo del “vino de cocinar”, mejor sabrá cuanto mejor sea el vino, pero tampoco hay que exagerar y un aceite refinado de precio normal y calidad contrastada es perfectamente válido para todo tipo de frituras. De hecho, hasta el otro día en el que rellené mi freidora con eso amarillo transparente de girasol, siempre la tuve llena de aceite de oliva normal.

Pero, hablando de buenos aceites, de esos productos “gourmet”, que cada cual elija su preferencia. Yo sé que no me quedo con el Cornicabra, porque no me terminó de convencer, pero el resto… que vengan todos, aunque manchen. Eso sí, el Dexelia se lo dejo al coche. Por cierto, ya le toca un cambio de aceite… me echo a temblar.

Y, sin embargo, sigo poniéndole una nuez de mantequilla a mi arroz basmati.

jueves, 12 de febrero de 2009

BMW Serie 7

No sé si se habrán dado cuenta de lo mismo que yo, pero desde hace unos meses parece como si la “cultura del vino” hubiese dejado paso a la “cultura del gin-tonic”. No quiero decir que ya no esté de moda tomar vino, claro, pero donde antes abundaban los connaisseurs de variedades, denominaciones de origen y maridajes, ahora parece como si lo cool fuese tomarse un gin-tonic con X tónica e Y ginebra.

Vale, eso ha pasado siempre. Desde el que tomaba su copa con Finley y Larios, al que iba más allá y pedía Nordic con Tanqueray. Yo era más de Beefeater con Schweppes, o de la que me pusiesen. Pero en los bares no había más de cuatro o cinco ginebras. Cosa distinta eran las coctelerías, claro, con su ginebra Giró para hacer cócteles, las marcas nacionales para el copazo perpetuo, y las extranjeras para los “entendidos” o simplemente para el pijerío dominante.














Aquí no, digo en los bares "buenos". O a saber...

Ahora uno entra en un bar o pub “bien”, y se encuentra mil ginebras distintas y tres o cuatro tónicas. Y los complementos, claro, que si ralladura de naranja, que si mini naranjas chinas, que si rodaja de pepino, que si mechero para quemar el cítrico de estrujar las cáscara de un limón, que si… Que sólo les falta hacer hielos con diferentes aguas para maridarlos con las ginebras.

Ginebras que han existido siempre, por otra parte. Puede que yo no me fijase y esté ahora escribiendo una chorrada, pero como es mi chorrada la escribo. Citadelle, G-Vine, Hendrick’s, Bulldog, Seagram… Y la reina de las tónicas del momento: Fever-Tree. Y el mismo camarero de siempre, que ahora es experto ginebrero. O no, no lo sé.



















Yo ahora me he pasado al bando de los más pijos, y pido G-Vine con Fever-Tree. Hale, para chulo mi pirulo. Lo cierto es que es una delicia, ojo. Bien servida, en su copa de balón con sus buenos hielos, sus cítricos por ahí, con una presentación adecuada y en su justa medida de ginebra (que para mí es mucho menos de los 50ml que vienen en las miniaturas), es una copa en la que el precio pasa a segundo lugar. Porque yo no bebo casi nada, claro, y si me tomo una de estas es para disfrutarla. Es realmente una delicia, y poco tiene que ver con mi vieja Schweppes con Beefeater en vaso de tubo.

Puedo decir, pues, que bienvenida sea esta (seguramente efímera) moda. Se me hace raro escribir sobre copazos a eso del mediodía, con un barullo en la televisión considerable donde una señora teñida de rubio acaba de levantar en brazos a un ser despreciable con gafas, y con el reloj de la Plaza de la Escandalera de Oviedo atronándome con su “Asturias patria querida” campanil, pero me parece magnífico que se ponga de moda lo bueno. Se ponga de moda entre quien se ponga de moda, lo cierto es que estos gin-tonics “currados” son otra cosa, y para quienes somos más de calidad que de cantidad (aunque hay quien es de calidad y de cantidad, claro) todo esto nos beneficia. Que algún placer de estos hay que darse, hombre, y más ahora.



















Hace meses estuve en la presentación del nuevo BMW Serie 7. No hubo gin-tonics, pero el coche me dejó una sensación tan fría y vacía que he tenido que rellenar el artículo con todo esto.

El nuevo Serie 7 es una ginebra más a descubrir. Sí, es un coche magnífico y mucho más acertado estéticamente que el horrible modelo al que sustituye. Además, tiene unas puertas excelentes, de esas que se abren sin cerrarse solas al no tener posiciones prefijadas, y de las que no quedan mal cerradas pues el coche las “absorbe”. Nada del otro mundo, por otra parte. Me gustó mucho el tirador de la puerta trasera, al estilo Rolls Royce, integrado en la madera decorativa.













¿Qué decir de un coche como este? Es que realmente hay muy poco que decir, porque es un cochazo impresionante. De los gadgets tecnológicos que incluye tampoco hay mucho que contar que no se pueda leer en catálogos o en páginas Web especializadas. Y me consta que tiene muchos. ¿Los asientos son cómodos? Evidentemente sí, y los motores deben de ser la maravilla (y digo “deben” porque en la presentación todo era gasoleo vergonzoso). Y tiene un maletero muy grande.













El otro día vi un Audi A8 4.2 que tenía 540.000km. En unos 3 ó 4 años, claro. Impresionante. Creo que me gusta más que el BMW.

Pero es que llegados a estos niveles, las compras se hacen por gustos personales. Y de la misma forma que a mí me gustan las ginebras G-Vine y Citadelle, quizá por un afrancesamiento difícil de disimular, de estos coches el que me gusta es el Mercedes Clase S. Y de ahí no me baja nadie.














Madre mía, gin-tonics y Mercedes… Entre esto y una barriga incipiente, cualquiera diría que me estoy convirtiendo en constructor pueblerino venido a más. Y bien feo que me parece ahora que lo veo ese Clase S… Seamos realistas, a este nivel las compras se hacen por gusto personal. En aquella presentación había un señor que había tenido todas las generaciones del Serie 7. Dudo que esa persona lea los catálogos del coche, la verdad. Tan sólo los freaks de los coches se ponen a valorar un modelo por su climatización biónica sucesoria inversa frente al otro que incorpora un control de presión en el glúteo con procesador por soplidos. Y es que sólo les falta, tras ver que puedes elegir cuánto tiempo quieres que la luz trasera de la matrícula permanezca encendida tras cerrar el coche, una comunicación con la domótica del hogar que permita controlar el ángulo de apertura de la trampilla de ventilación del WC, o que acople las revoluciones del coche según uno se va acercando con el centrifugado de la lavadora. Eso sí que sería útil.

Me queda claro que en versiones "básicas" (dentro de lo que cabe) o en el mercado de las empresas y de los promotores, son los tres de siempre (BMW, Audi y Mercedes) quienes coparán el mercado. Pero con la llegada del Porsche Panamera, con el exquisito Quattroporte de Maserati, con el magnífico Bentley Continental Flying Spur... ¿se comprarían ustedes alguno de esos vulgares alemanes o esperarían un par de meses de salario para ir a por los de las marcas "molonas"?

BMW Serie 7, un coche sin recesiones. Igual me quedo con éste antes que con el Mercedes, ahora que es ligeramente bonito.

El Jardín de los Aromas

¿Pero qué demonios hago yo, alérgico sumo, visitando un jardín botánico plagado de flores? Tranquilidad, que no cunda el pánico, la visita se hizo a finales de octubre… Así que amigos y familiares, pueden sentarse.















El Jardín de los Aromas es un pequeñísimo pero genial descubrimiento en el pueblo de Agones, en Pravia, Asturias. Es curioso como uno puede vivir en un sitio y darse cuenta de que no conoce más que el 2% de los atractivos de los que disfrutar. Pravia es un concejo asturiano que podría ser ejemplo típico de la región, pues a escasos kilómetros de la costa ofrece montañas (con sus carreteras), bosques que parecen selvas, agricultura y ganadería, caserones, palacios de indianos, decadencia genérica y un clima absolutamente imposible, de esos que pueden dar frío o calor, lluvia o sequía, nubes o sol, tormentas o llovizna… en cualquier época del año.

Quizá por esto, como bien dicen Michael y su asturiana esposa, propietarios del Jardín, el crecimiento de las plantas que allí tienen es exuberante. Y es que hay de todo, con plantas de orígenes tan diversos como la provenza francesa o las llanuras de América del Norte. Y las hay, pero es que las hay a tamaño enorme y siempre con vida.















El acceso al jardín, si se hace desde la costa, es una maravilla para quienes apreciamos conducir por carreteras estrechas y llenas de curvas. Desde la playa del Aguilar, una carretera vertical nos lleva a una altitud ya considerable, y tras cruzar la carretera nacional (que en breves será una autovía) que sigue la línea de la costa, nos adentramos en las montañas verdes y frondosas que rodean toda la zona. Las vistas, con la desembocadura del río Nalón, son magníficas, como magnífica es la carreterucha inmunda que en pocos kilómetros nos deja en el pueblo de Agones. Pueblo que sigue siendo como hace años, con sus dos bares viejos, algún que otro gato por la calle, unos pocos niño jugando con una bici, y una sensación general de “actividad relajada” que probablemente sea real, pues mucho que hacer no parece haber.



















Y allí mismo, si necesidad de rebuscar mucho, nos encontramos con la entrada al jardín. La entrada a un jardín privado, ojo. Es una gozada el poder visitar esta miniatura de jardín botánico, pero más gozada es atender a las explicaciones de Michael, un inglés afincado en Asturias apasionado de su hobby.














Michael

Una vez dentro, un recorrido nos va llevando por pequeñas zonas que son muestras perfectas del área que cada una representa. Y no sólo en cuestión de aromas, sino también en estética. Me llamó la atención, por serme algo conocido, el terrenito que tienen en estilo provenzal. Ciertamente es como estar allí, y más si acompañan esos aromas de lavanda tan característicos. Y sí, acompañan, basta con frotar un poco la mano con las hojas de las plantas para sentirlos. Mediterráneo, cantábrico, tropical, americano. ¿Cómo es posible? Lo es gracias al clima de la zona, hasta el punto de que ciertas plantas que en sus lugares de origen mueren antes de florecer por completo, aquí producen unas flores impresionantes… que procuraré no visitar llegado el momento, por motivos alérgicos.

Plantas aromáticas, decorativas, frutales, de las que extraer tintes. Ciertamente tienen de todo, concretamente más de trescientas variedades… y las conocen todas, y te las enseñan, y aprendes y disfrutas. Bueno, seamos realistas, yo hubiese preferido seguir dándole cera al coche por allí, o comerme un chocolate con churros, pero mi compañía femenina lo pasó muy bien, y todo el mundo tiene derecho a ello, aunque a veces no lo parezca.















Pese a estar ya cayendo la tarde, y pese a que el frío comenzaba a calar, el paseo fue una verdadera delicia. Y, como premio, una boutique llena de detalles florales, plantas para infusiones y productos cosméticos naturales de gran calidad (imagino). Y precios no fuera de órbita, que siempre es de agradecer.















¿Y esto es en un pueblo de Asturias? Pues sí. Lo que no me explico es cómo tuvo que ser una inglesa quien propusiese ir, aprovechando que llevábamos a un conocido al aeropuerto. Pero ahora el descubrimiento está hecho, y yo no puedo más que recomendar la visita a todos los que pasen por allí. Es una buena forma de ver algo diferente en esta región.


El Jardín de los Aromas. www.eljardindelosaromas.com Barrio de la Cristiandad, 127. Agonés, Pravia. Teléfono: 985 822 000
 
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