Ciertamente llevaba tiempo sin escribir, pero es que no me
da para mucho más. Un amigo suele decir que odia a los que responden con un
“estoy muy liado” cuando van a quedar para cualquier cosa. Más concretamente,
quienes siempre dicen estar muy liados. No es que sea mi caso, pero ha habido
otras prioridades y, claro, a uno le gusta escribir pero cuando no da, no da.
Una de las prioridades cumplió nueve meses hace unos días y,
como en casa seguimos siendo incorregibles, no ha habido manera aún de
encontrar y aceptar un pediatra que nos quede cerca, así que cada vacuna supone
volar a Bangkok. La ventaja es que podemos aprovechar para comprar cosas
necesarias, como galletas de importación o calcetines negros “de vestir”, cosas
que suelen ser imposibles de encontrar en donde vivimos. Otra ventaja es la
posibilidad de alquilar coches y conducirlos, aunque sea sólo por Bangkok y
alrededores. Lo malo es que generalmente te dan coches viejunos y anodinos,
carentes de cualquier interés. Pero eso es sólo generalmente, pues hace meses
tuve la oportunidad de usar un Honda CRV relativamente nuevo (porque estaba
impecable pero pasaba de los 80.000km), del que pasaré a hablar a continuación,
si es que me atrevo.
Lo CRV
Y hablo de atreverme porque, a la vista está en el retraso
en la redacción de este artículo, el coche me resultó tan apetecible como un
trozo de queso fresco así, a palo seco. Que sí, que con hambre comes de todo,
pero un poco de membrillo, o mermelada, o yo qué sé… un algo que te dé
gustirrinín, como el cilindrín que dicen que tienen los hombres, que cantaban
Las hermanas Sisters (los de La Trinca con faldas).
Porque hay quesos así blancos y sin mucha historia que sí
apetecen. En Bangkok suelo comprar un “cottage cheese” australiano bastante
logrado. Con un poco de miel, hace un postre socorrido, o incluso una cena si
te has pasado comiendo en algún buffet de restaurante de hotel, o de esos de
ponerse hasta el ojete de comida japonesa. O el Halloumi chipriota, ahí a la
parrilla, tan salado él y con ese tacto un poco gomoso pero que casi te
sustituye a un filete. En Yangon venden uno, curiosamente también de origen
australiano, que si bien sale por una pasta (de ahí la comparación con el
filete), de vez en cuando apetece y se agradece. Un repollo salteado con ajo y
algo de embutido, y tienes una cena deliciosa. Además, es un queso que aguanta
muy bien cualquier cerveza así como los tintos ligeritos típicos de Sudáfrica
(que viene a ser lo más bebible a precio aceptable por aquí).
Halloumi a la plancha, que sólo de verlo da hambre
Pero, sin duda, de estos quesos “simples” que podemos
comprar en Yangon, me quedo con un Gorgonzola dulce. El propio envase pone “ma
come fano a farlo così buono”. Y es que seguramente sea un producto industrial
de supermercado, pero qué coño, está buenísimo. Ese sí que entra a palo seco,
ese sí que apetece comerlo sin pan ni nada.
En Luangprabang la cosa es distinta, al haber sido colonia
francesa Laos tiene muy buena oferta quesera. Y hacen queso de cabra (que nunca
me gustó, por cierto). Pero no es consistente y sí que sale por una verdadera
pasta. A los típicos Brie y Camembert, se les suelen unir de cuando en cuando
quesos más elaborados y curados, e incluso una vez pude comprar un St.
Marcellin.
¿Y qué tiene todo esto que ver con el Honda CRV? A priori
poco, pero es que sinceramente, ponerme a recordar semejante artefacto me
produce bastante desgana. Podría hacer una similitud con el mercado quesero
laosiano: no siempre disponible y caro. Y es que el coche no es de los habituales
para alquilar, sale bastante carillo y, sorprendentemente, me hizo unos
consumos de “gasohol” (lo que quiera que sea eso) de alucinar, en plan 15
litros o más a los cien, algo totalmente injustificable. Pero es que tampoco es
bueno, o quizá sí lo sea pero desde luego no de mi gusto.
6,3 litros por kilómetro son 15,8 a los 100…
Bueno, vamos con el coche. Honda CRV 2.0 a gasohol, tracción
delantera y cambio automático, fabricado en Tailandia. Habitabilidad decente y
relativamente acorde con el tamaño exterior del coche. Visibilidad muy buena.
Anda poco y gasta mucho, pero al menos el motor es suave. Fin de la prueba.
Entiéndaseme, si se tratase de hacer una prueba de esas de
revista, sencillamente iría al archivo de pruebas y copiaría muchas frases
variadas, cambiando el nombre del coche. Tal es la desgana y la “anodinidez” de
todo ello que uno se plantea si hablar o no hablar. Y, de hecho, deja pasar los
meses, como es mi caso.
El comportamiento en carretera es eso, anodino. Todo pasa
desapercibido porque todo funciona. En ningún momento piensas que vas en un
gran coche, o que el coche es una mierda, ni te hace extraños ni nada. Es, en
ese sentido, un vehículo de transporte de pasajeros perfecto. No está ahí, pero
te lleva y te trae y, lo más seguro, nunca te dejará tirado. Y tiene mil huecos
por dentro en donde dejar cosas, porque se entiende que los padres de familia
oficinistas que conducirán este coche siempre llevan muchas cosas que dejar en
muchos sitios.
Puerta con huecos
Otra de las características del coche es que está diseñado
para gente con una pierna más corta que la otra. Eso me parece algo muy
positivo, hay que evitar las discriminaciones y si uno tiene una pierna corta,
o por los motivos que sea decide ponerse una, está bien que también pueda
comprar un coche a su medida. Conviene, no obstante, mirar primero qué pierna
es. Si se trata de la izquierda, el coche tendrá que ser inglés o tailandés.
Mejor tailandés, claro, que hace mejor tiempo y la vida es más barata.
Lamentablemente, para gente con dos piernas iguales el coche
resulta incómodo. Pero incómodo de narices. No tanto como un infame Toyota Vios
que también alquilé hace tiempo, que me dio dolor de tobillos al conducirlo,
pero suficiente como para descartarlo. Hay un algo en la forma del salpicadero,
concretamente esa curva hacia el centro, que te obliga a ir como doblado, así
en escorzo, si no quieres dejarte rodilla y media en la conducción. O serán mis
formas antropomórficas malamente desarrolladas, no sé, pero no se explica que
con el volante sacado del todo (es decir, acercado), y el asiento en una
postura normal, no como si fuese yo un reguetonero de Puelto Lico o un cani
conduciendo camino del Mediamarkt, la cosa me quede tan incómoda. Y subiendo el
asiento es incluso peor.
Decía antes que el coche tiene buena habitabilidad. Que
quede claro que sigo pensando lo mismo que pensaba hace años sobre los
maleteros, pero cuando vienes de viaje y traes la sillita de la niña y el
equipaje de tres personas, y alquilas uno de esos SUVs, esperas poder meterlo
todo sin problemas. Y no, no es tan, tan grande. De hecho, todo queda muy
arriba, y esos falso suelos y huecos escondidos no sé muy bien para qué sirven,
pero desde luego que no para meter maletas.
Estoy tratando de escribir algo más, pero no se me ocurre.
El coche es un coche de contable para uso normal de este tipo de coches: ir al
supermercado y circular por ciudad. Siendo partidario de los SUV y de las
escapadas al campo, en este caso conviene ser realista. El coche es para lo que
es, con usos que incluyen el poder mirar desde más arriba a los que van en
taxi, pero con mucha envidia a los que van, por ejemplo, en el Toyota Harrier.
En el atasco, ambiente seguramente habitual del modelo
Funciona muy bien, todo queda a mano, se va de manera
confortable en un coche que transmite la solidez habitual de los coches nuevos
de cierto nivel, y seguramente a Europa llegue con miles de accesorios
interesantes. Pero es también la desgana absoluta, de ahí mis condolencias.
Descanse en paz.
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