domingo, 23 de octubre de 2016

Honda Civic 1.8 Sedán 2016

El otro día bajé a por pizzas para cenar al centro comercial que hay delante de casa, en Bangkok. No llevé el teléfono, lo había dejado cargando en casa. Tras hacer el pedido en la pizzería, pensé en leer algún foro en Internet, pero me di cuenta de que no podía. Entonces salí a darme un paseo por allí mientras terminaban mis pizzas. Vi un perchero hecho con tuberías y quise hacerle una foto y compartirla, pero tampoco podía. Pensé entonces no ya en cómo era la vida antes del smartphone, sino incluso antes del móvil. Típica reflexión pre-pizza.

Miré a mi alrededor y vi al menos seis personas sentadas de forma aleatoria en los bancos de por ahí, todas ellas mirando sus teléfonos. Quise hacerles una foto para compartirla en Facebook, en plan reflexión y tal, la tecnología que nos aísla y demás lemas, pero es que tampoco podía hacerlo. Se me ocurrió pues escribir un texto sobre ese asunto, pero no tenía con qué tomar notas.

Subí las escaleras, en la planta superior vi más gente. Quienes no cenaban, estaban enfrascados en sus teléfonos. Bajé a la pizzería, estaba mi pedido casi listo. Tres comensales que allí cenaban, tres móviles ocupados. Miré la pantalla de los pedidos, ponía Fecha, Nombre, Proceso del pedido… En nombre ponía mi nombre, se me ocurrieron varias variantes a poner la próxima vez que pida allí pizzas, para poder reírme un rato, hacer la foto y compartirla. Mr. T, Mr. Universo, Mr. President, Mr. Mómetro… De todas formas, no llevaba el teléfono, con lo que tampoco lo habría podido hacer.

Salí fuera. Llamé a un taxi y cuando se acercó, su molona matrícula… ah, no, que eso no es de aquí. Caminé hasta casa y, parado en un semáforo, lo vi: un magnífico Mercedes CLS nuevecito. Cada vez me gusta más. Detrás venía un Honda Civic de los ultimísimos, de esos que por aquí anuncian los grandes carteles como “the all new”, muy parecido al que tenía yo en el garaje salvo que el de la calle bien debía de ser el más alto de gama, no como lo mío. No parece un Civic, visto de frente y con esa anchura bien podría pasar por un Accord. Ciertamente el coche impone, dentro de lo que cabe.

Todo esto, que no tiene nada que ver, me sirve para rellenar un poco el hueco, y no porque no tenga mucho que decir sobre el coche, sino porque… bueno, en realidad no tengo mucho que decir.

A la puerta de casa, lugar habitual de fotos en Bangkok

Empecemos por fuera: el coche es realmente extraño. Que no sé si me gusta o no, que tampoco sé exactamente lo que es. Es como un coche alargado y achatado, con morro ancho y trasera rara, que no es compacto sino berlina, aunque no lo parezca y, en general, más feo que la muerte negra. O quizá no. Con alerones y faldones sportivos ya la cosa se sale de madre.

 Cambiar uno de esos faros debe de costar varios miles de euros, menudo tamaño... 

Lo cierto es que estas formas extrañas luego dejan un espacio interior bastante amplio. Ya mi anterior Julay Elantra tenía una especie de forma oval sin morro ni trasera, pero en formato berlina. En este Honda me parece que se va un poco más allá en ese concepto en lo que es el culo, pero el morro vuelve a parecer un coche, no una furgoneta aplastada. Y eso es bueno. Y es bueno porque, al volante, curiosamente se ve algo del morro, sin tener esa sensación de adivinar dónde termina el coche por cómo llevas los pies.



El espacio trasero es más amplio que en el Hyundai y, pese a ser un coche bajo, las formas no hacen imposible poner sillas de niños en los asientos traseros. Delante, se siente también espacioso y bien aprovechado, sin necesidad de llevar dos metros de salpicadero por delante. La sensación general es de “me gusta”, cosa curiosa. Ya el anterior Civic sedán (mejor dicho, los anteriores) me había parecido un coche agradable, este modelo nuevo lo mejora.

El coche es suave, la dirección está muchísimo más conseguida que la del Renault Kadjar (del que hablaré más adelante), resultando tan suave como directa en parado, así como no excesivamente firme en movimiento. A bajas velocidades resulta un coche muy silencioso y suave, pero por desgracia eso se acaba cuando se le pide algo de vidilla al motor. Y es que aquello estira mucho, pero no anda nada. Que tampoco gasta mucho, al contrario que hacía el Hyundai, pero no anda. Y no sólo eso, sino que se siente tremendamente áspero.

 Al volante le falta un cacho a la derecha

  
Otro detalle curioso era la constante necesidad del motor de arrancar una bomba adicional, o algo por ahí metido, cada unos 30 segundos, para imagino mantener el aire acondicionado o a saber. Molesto, ciertamente, sobre todo al aparcar. No por afectar al motor, sino por el ruido.

El coche venía equipado con una sola cosa llamativa: un sostenedor de freno. Un botón que, al apretarlo, mantenía el freno pisado desde el momento en el que te parabas por completo. Eso es muy útil en atascos de paradas largas, típicos de Bangkok. Uno llega, frena, para, suelta el pedal… y el freno sigue activado (incluyendo las luces de frenado). Para volver a andar, un leve pisado de acelerador y todo vuelve a la normalidad. Muchísimo mejor sistema que la miseria del asistente en cuesta (asistente para calar el coche) del Renault Kadjar, del que prometo que hablaré más adelante.

Pues a mí me parece un cuadro de lo más decente...

Por lo demás, era un modelo básico al extremo, lo que es de agradecer de vez en cuando porque te recuerda que los coches básicos también cumplen. Caja automática de velocidades desconocidas y sin posibilidad de uso manual, tapizado de puertas traseras en plástico (las delanteras tenían algo de tela), volante de plástico, ningún automatismo, ninguna cámara. Todo muy bien, todo ello con un tacto sorprendentemente sólido. Pero vamos, que sí que eché de menos las pijadas que sí tenía mi Julay (y que tiene mi Nissan Gloria de 14 años).

Parco en consumos, suave, amplio, bien terminado, de tacto duradero, bajo, ancho, cómodo… porque esa es otra, el coche se sentía bien cómodo en los baches, sin sensación de ir sobre una tabla, y sin inclinaciones raras en curva. Un momento, ¿quiere decir eso que me vuelvo a las berlinas después de mis amores por los SUV? Pues mucho me temo que, como todos los SUV baratos sean como el Renault Kadjar, del que ya hablaré si eso más adelante, sí.


Y, como no creo que este coche hecho en Tailandia llegue a venderse en España, con lo que poner precios tampoco es que parezca interesante, voy a comentar ahora el drama que supone ir al aeropuerto con tres escenas costumbristas.


La primera, imagen que pueden ver aquí arriba, nos muestra lo que viene a ser el arrancar en un semáforo en Bangkok. Que para quien esté acostumbrado no supone dificultad, pero sí que es curiosa la cantidad de motos que se acumulan a los lados de uno y cómo se cruzan sin parar. Sumado al hecho de ir por el otro lado, es comprensible que el turista medio se asuste. La clave está en no moverse, ir recto y aguantar que la cola en la que estamos sea siempre la más lenta. Colitis lentera, esa es mi especialidad allí, no doy una.


En esta otra vemos dos curiosidades. Una es el Peugeot 306 sedán que inexplicablemente circula por Bangkok. La otra, mucho más habitual, es la certeza de que de ahí hasta el Sofitel So Bangkok, que es el edificio marrón del fondo a la izquierda, bien se pueden echar 20 minutos. Eso, cuando tienes que estar en el aeropuerto a una cierta hora, también provoca estrés al turista medio. La clave, nuevamente, está en tener la fe de que la autopista alivie el atasco. Cosa que, si es día laborable hacia las 5 de la tarde, no va a suceder.

Finalmente, cuando ya hemos logrado alcanzar la autopista y antes de que lleguemos a la cola del peaje (cola de al menos dos kilómetros de longitud), el azaroso turista se encontrará con la magnífica señal que les expongo en la siguiente y última imagen.

  

Efectivamente, al hecho de que todo lo grande esté escrito en raro, se une esa incertidumbre sobre la localización del aeropuerto. ¿De frente? ¿A la izquierda? ¿De frente y para la izquierda? Es todo un horror porque la siguiente señal que indica “aeropuerto” es un cartelito pequeño puesto en la valla izquierda, ya dentro de la salida que has de tomar, sea cual sea esa salida. Y también es un horror porque todo va a Chaeng Watthana y (que no “o”) Din Daeng. Al final, si uno tiene suerte y se ve el coche de algún hotel, se le sigue y se reza a quien sea para estar en la vía correcta. Porque si no lo estás, y si hay tráfico, el resultado puede ser catastrófico pese a llegar al aeropuerto igualmente: se va por una carretera por debajo o por los laterales de la autopista, sin posibilidad de salir de ella hacia esa dichosa autopista.




Nota: hay que salir a la izquierda por esa salida. Pero no por la salida que hay justo tras la señal, no, sino por la que hay un kilómetro más allá, como indica el cartelito azul de arriba.
 
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